– ¡No tuvo miedo! Tuvo el valor suficiente para proteger sus tierras
Apoyo la cara entre las manos con los codos bien asentados en el pupitre. El profe Leone me gusta mucho. Quiero decir, que me gusta cómo explica las cosas. Se nota que le apasiona lo que hace. No se aburre, podría ser un buen actor, sí, un actor de teatro, pese a que no puede decirse que yo haya visto tantos. Lo que más me gusta es que cuando retoma su relato lo hace siempre con una gran precisión, vuelve a empezar desde el punto justo en que lo ha dejado sin confundirse. Igual que en esa serie que me encantaba, «Perdidos», es decir, al inicio de cada episodio hacían un breve resumen y a continuación, seguían con la historia, jamás se te escapaba nada. No como mi madre, cuando yo era pequeña. Todas las noches me contaba un cuento para ayudarme a conciliar el sueño: el que más me gustaba era el de Brunella y Biondina. Pues bien, ella decía que estas dos niñas, un poco hadas, un poco brujas, habían existido de verdad, ¡Y a mí me cautivaba su historia! El problema era que cuando, algunos días más tarde, le preguntaba de nuevo por ella…, bueno, siempre sucedía algo raro: «Pero, mamá, la que perdía las llaves de casa no era Brunella, sino Biondina…», o «No, mamá, era a Biondina a quien invitaban a la fiesta del príncipe…». En fin, que había hechos que no acababan de encajar. De forma que las posibilidades eran dos: o la historia de Brunella y de Biondina se la había inventado mi madre, y cuando las cosas no son reales uno puede confundirse fácilmente, o era todo cierto y mi madre no tenía, lo que se dice, una gran memoria. Una cosa era cierta: fuera como fuese, la culpa la tenía mi madre. Sólo que cuando se lo decía ella esbozaba una sonrisa y me acariciaba la mejilla y tenía siempre la contestación a punto: «Ah, ¿no era así? En ese caso, lo pensaré… Y ahora, a dormir, que Morfeo te espera para abrazarte.» Y me tapaba con la sábana y me la alisaba bajo la barbilla. Yo la miraba mientras abandonaba la habitación con una única duda en la cabeza: ¿cómo será ese tal Morfeo? ¿Seguro que es un tipo como Dios manda? ¿Qué sueño me pondrá esta noche? Como si se tratara de DVD que introducía en mi lector. ¿Y si me pone una pesadilla? En ese caso, no debe de ser una buena persona.
En un instante vuelvo a la realidad. Justo mientras el profe Leone sigue con su historia sobre el Oeste oigo el timbre de un móvil Dios mío, ¿quién será el idiota que ha olvidado apagarlo? O, al menos, de ponerlo en modo silencio o vibración. Dejarlo encendido e incluso con el timbre eso sí que no, ¿eh? De eso nada. Qué extraño. Ese timbre era el mío. A propósito, en cuanto salga tengo que ir a una tienda de teléfonos para que me den la nueva tarjeta SIM. Nada. El teléfono sigue sonando.
– ¡Ya está bien! -El profe golpea la mesa con el puño cerrado-. ¿Queréis apagar ese teléfono?
Todos se vuelven hacia mí. Y me escrutan. Sííí… Si fuese el mío… Me lo robaron ayer. Lo raro es que el sonido procede de mi pupitre. Y continúa. Miro debajo. Nada. ¿No será que se le ha caído a alguien y que ha ido a parar justo debajo de mi mesa? Bah… Nada, sigue sonando.
– ¡Ya está bien! ¡¿Carolina?! ¡Bolla! -Me llama por mi apellido. Se está enfadando de verdad.
– Pero, profe, yo…
Y justo cuando estoy a punto de decirlo caigo en la cuenta. Miro dentro de la bolsa, la que antes tenía sobre la mesa, a mis espaldas, justo cuando Alis me abrazo, cuando se estaba quitando el reloj… Y de repente lo veo. Ahí está. ¡El Nokia 6500 Slide! ¡No me lo puedo creer! Entonces… ¿Lo había dejado en la bolsa? Cuando lo cojo entiendo lo que ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. ¡Todavía tiene la película de plástico sobre la pantalla! ¡ Es nuevo! ¡Me lo ha comprado ella, Alis! Me vuelvo y veo que me sonríe. Apaga el móvil que tiene sobre las piernas y se lo mete en el bolsillo. Y luego vuelve a adoptar una postura normal, como si nada hubiera pasado. Yo cabeceo mientras la miro, ella me sonríe. A continuación me vuelvo hacia él.
– Disculpe, profe, había olvidado que lo había dejado encendido, era mi madre… Al final me ha mandado un mensaje… No puede pasar a recogerme por el colegio.
El profe Leone abre los brazos y se encoge de hombros.
– Pero si vives a tres manzanas de aquí…
– Sí, pero tenían que ir a casa de mi abuela porque como luego se van, mi madre me pidió que la acompañase y, dado que todavía no saben qué hacer porque mi abuelo no quiere ir con ella, querría verla y entonces…
– Vale, vale. Está bien, está bien, basta. – El profe Leone se rinde-. De lo contrario, al final tendré que hablar de un libro nuevo, un libro escrito a propósito para esta clase, ¡La odisea de Carolina!
Todos rompen a reír, celebrando extrañamente la ocurrencia del profe… Claro, este año tenemos el examen! ¡¿A ver quién es el guapo que piensa que no es conveniente reírse de todas las estupideces que diga?!
Pongo el móvil en silencio y simulo escuchar la explicación. En realidad me importa un comino lo que sucede en ese momento en el Oeste, porque, a fin de cuentas, lo pasado pasado está, esto es, ¡ya está escrito! De manera que quito la película de la pantalla escondiéndome detrás de Pratesi, que está bien oronda. Nada que ver con Clod, desde luego, ¡pero es en todo caso una discreta cobertura!
Lo examino con detenimiento. No me lo puedo creer, ha comprado el mismo que tenía, ¡y lo ha programado justo con la misma melodía de antes! ¡Alis es superenrollada! ¿Dónde encuentro yo a otra como ella? Es un cielo. Quiero decir que nunca se jacta de nada. Necesita afecto, eso sí, y lo demuestra exigiendo mil atenciones en todo momento, pero lo hace a su manera, sin exagerar. Y, además, trata de pensar también en ti, y lo hace como si fuese la cosa más sencilla y natural del mundo, para después acabar en ese gran cesto donde todo se confunde y en el que lo mío es también tuyo. Ese cesto se llama amistad. Oh, sé que cuando digo estas cosas soy un poco… ¿patética? ¡Pero es que la sorpresa del móvil me ha emocionado! ¿Qué puedo hacer? Os lo juro, estoy tan emocionada que parezco estúpida, y eso que emocionarse no tiene nada de malo. Lo sé. ¡Alguien que se emociona no debe ser a la fuerza estúpido! Al contrario… Es más estúpido el que no se emociona cuando le ocurren estas cosas. Bueno, creo que me estoy embarullando con este tema, pero lo más absurdo es que, de improviso, me llega un mensaje: «¡Vaya ridículo has hecho con el profe!»
Es Clod, que, como no podía ser menos, no se ha enterado de nada. Aunque la verdad es que a ella no le dije anoche que me habían robado el teléfono, pero si ahora me ha escrito… En ese caso…, ¡en ese caso dentro debe de estar también mi tarjeta! ¡Sí, es mi número! Alis es increíble. No logro entender cómo lo ha conseguido. No es fácil obtener la tarjeta, no digamos la de otra persona, ¡imposible! Pero en el recreo me lo explica todo. Apenas bajamos al patio, me abalanzo sobre ella.
– ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Eres una tía genial! ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has logrado hacerte con la tarjeta SIM de mi número?
– Fui a Telefonissimo, al que está debajo de mi casa, le di mi documento de identidad y le expliqué tu historia, el robo del móvil y todo lo demás…
– ¿Y ellos?
– Me creyeron.
– ¿En serio?
– ¡Claro! Fueron muy comprensivos, basta con tener una madre como la mía.
– Ya…
Pensad que la madre de Alis se pasa casi todo el día cambiándose de ropa porque debe ir siempre a la moda, compite con sus amigas y quiere siempre y de inmediato lo mejor de cada cosa, ¡incluso en cuestión de hijos debe superar a todo el mundo! Y ese hecho pesa muchísimo sobre Alis. Su madre, en lugar de darle los buenos días, la saluda así: «¿Sabes que la hija de Ambretta, Valentina, ha hecho esto y esto otro? ¿Y sabes que la hija de Eliana, Francesca, ha hecho esto y esto otro?… ¡E imagínate que la hija de Virginia. Stefania, ha hecho esto y esto otro…!» Sin embargo, todavía no ha entendido que es precisamente por eso que Alis, al final, siempre hace esto… ¡y aquello! Alis sonríe y se encoge de hombros.
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