No había podido anticipar la muerte de su hermano mayor porque todavía no era capaz de interpretar sus sueños, pero la muerte de Lucio pertenecía a una lógica que trataba de desentrañar con su máquina-Jung. Ese acontecimiento había sido un eje axial y trataba de entender la cadena que lo había producido. Podía remontarse a los tiempos más remotos para llegar al instante preciso en que se produjo; una sucesión imprecisa de causas alteradas.
No había podido dejar de pensar en el instante previo a la llamada telefónica de su hermano.
– Habíamos salido -dijo-. Estábamos acá donde estamos ahora y habíamos salido, pero al ver que llovía volvimos a entrar a buscar un sombrero de lluvia y en ese momento mi ayudante, Rocha, tornero especializado y primer oficial de la fábrica, me dijo que nuestro hermano nos llamaba por teléfono y nos detuvimos y volvimos atrás para atender el teléfono. Podríamos no haber recibido la llamada, si hubiéramos salido y no hubiéramos vuelto a entrar para buscar nuestro sombrero de lluvia.
Esa noche su hermano lo había llamado, había seguido un impulso, le dijo que se le había ocurrido pasar a buscarlo por la fábrica para ir a tomar una cerveza. Luca ya había salido cuando llamó pero volvió a entrar por la lluvia y Rocha, que estaba a punto de colgar y ya le había dicho a Lucio que Luca había salido, al verlo entrar le dijo que su hermano estaba en el teléfono.
– ¿Dónde andabas? -le había preguntado el Oso.
– Había salido a buscar el auto pero vi que llovía y volví a entrar para buscar el sombrero.
– Paso a verte y vamos a tomar una cerveza.
Habían hablado como si todo siguiera igual que antes y la reconciliación fuera algo dado, no tenían que explicar nada, si eran hermanos. Era la primera vez que se veían después del incidente en la oficina durante la reunión con los inversionistas.
Lucio había pasado a buscarlo con la rural Mercedes Benz que había comprado hacía unos días con un sistema de antirradar que anulaba los controles de velocidad, lo usaba para ir a ver a una chica que tenía en Bernasconi, iba en tres horas, se echaba un polvo y volvía en tres horas. «Los riñones, ni te digo», decía el Oso. Después dijo que con ese aguacero mejor iban por la ruta y tomaron el camino de salida para Olavarría y en la rotonda Lucio se distrajo.
«Escuchá, hermanito», le había empezado a decir Lucio, y dio vuelta la cara para mirarlo, y en ese momento se les había venido encima una luz, como una aparición, en medio de la lluvia, en el codo de la ruta que bordea el campo de los Larguía, y eran los faros altos de un camión de hacienda y Lucio aceleró y eso le había salvado la vida a Luca porque el camión no los chocó por el medio, sino que sólo rozó la cola de la rural y su hermano se estrelló contra el volante pero Luca fue despedido y cayó en el barro, sano y salvo.
– Recuerdo todo como si fuera una foto y no puedo desprenderme de la imagen de los faros sobre la cara de mi hermano, que había girado para mirarme con una expresión de comprensión y de alegría. Eran las 9.20, es decir las 21.20, mi hermano aceleró y el camión sólo tocó a la rural en la culata y nos sacudió y a mí me tiró sobre el barro. Cuando se mató mi hermano, mi padre y yo nos vimos en el entierro y él decidió ofrecerme el dinero que tenía de nuestro patrimonio familiar depositado sin declarar en un banco de los Estados Unidos y fue mi hermana Sofía quien intercedió para que nos diera la parte de la herencia de mi madre que nos corresponde y eso es lo que explicaremos en el juicio aunque tenga que poner en cuestión la honorabilidad de nuestro padre, pero, claro, aquí todos saben que es así, todos trafican con moneda extranjera. [32]Accedió a enviarnos personalmente lo necesario para levantar la hipoteca y recuperar la escritura de la fábrica.
La muerte de Tony había sido un episodio confuso, pero Luca estaba seguro de que no había sido Yoshio y compartía la hipótesis de Croce. Estaba seguro de que iban a cederle sin problemas el dinero no bien mostrara los papeles y las certificaciones del Summit Bank.
– Pero mejor si bajamos a ver las instalaciones -dijo.
– Mi madre dice que leer es pensar - dijo Sofía - . No es que leemos y luego pensamos, sino que pensamos algo y lo leemos en un libro que parece escrito por nosotros pero que no ha sido escrito por nosotros, sino que alguien en otro país, en otro lugar, en el pasado, lo ha escrito como un pensamiento todavía no pensado, hasta que por azar, siempre por azar, descubrimos el libro donde está claramente expresado lo que había estado, confusamente, nopensado aún por nosotros. No todos los libros, desde luego, sino ciertos libros que parecen objetos de nuestro pensamiento y nos están destinados. Un libro para cada uno de nosotros, Hace falta, para encontrarlo, una serie de acontecimientos encadenados accidentalmente para que al final uno vea la luz que, sin saber, está buscando. En mi caso fue el Me-ti o libro de las transformaciones . Un libro de máximas. Amo la verdad porque soy una mujer. Me formé con Grete Berlau, la gran fotógrafa alemana que estudió en la Bahaus, ella usaba el Meti como un manual de fotografía. Vino a la Facultad porque el decano pensaba que un ingeniero agrónomo tenía que aprender, para distinguir los pastos de las estancias, los distintos modos milimétricos de ver. «En el campo nadie verr nada, no hay borrde… [33] hay que recorrtar para verr. Fotogrrafiar es igual a rrastrear y rrastrillar.» Así hablaba Grete, con un acento fuertísimo. Me acuerdo que una vez nos puso juntas a mí y a mi hermana y nos sacó una serie de fotos y por primera vez se vio lo distintas que somos. «Sólo se ve lo que se ha fotografiado», decía. Fue amiga de Brecht y había vivido con él en Dinamarca. Decían que ella era la Lai-Tu del Me-ti. [34]
Bajaron por la escalera interior que llevaba a la planta y empezaron a recorrer la fábrica, sorprendidos por la elegancia y la amplitud de la construcción. [35]El taller ocupaba casi dos cuadras y parecía un lugar abandonado precipitadamente ante la inminencia de un cataclismo. Una parálisis general había afectado a esa mole de acero del mismo modo que una apoplejía cerebral deja seco -pero con vida- a un hombre que ha bebido y fornicado y gozado de la vida hasta el instante fatal en que -de un segundo al otro- un ataque lo deja quieto para siempre.
Líneas de montaje inmóviles, una sección de tapicería con los cueros ya teñidos y los asientos en el piso; llantas, ruedas, gomas amontonadas; el galpón de chapa y pintura con lonas cubriendo las ventanas y la puerta; herramientas y piezas mecánicas, ruedas, poleas, pequeños instrumentos de precisión tirados en el piso; llantas con rayos de madera Stepney, neumáticos Hutchinson, un claxon marca Stentor, una ingeniosa turbina para inflar los neumáticos accionada por los gases del caño de escape; un cigüeñal con su extraño nombre de pájaro, un gran banco de trabajo con morsas de ajuste, aparatos ópticos y calibres de precisión. La sensación de abandono súbito y de desánimo era un aire helado que bajaba de las paredes. La máquina guillotina Steel y la plegadora de balanceo automático Campbell, compradas en Cincinatti, estaban en perfecto estado. Dos autos a medio armar habían quedado suspendidos sobre los fosos de engrase en el centro de la planta. Todo parecía estar a la espera, como si un sismo -o la lava gris e imperceptible de un volcán en erupción- hubiera dejado inmóvil un día cualquiera de la fábrica, en el momento de su congelación. Año 1971: 12 de abril . Los almanaques con chicas desnudas de unas gomerías de Avellaneda, la vieja radio con caja de madera enchufada a la pared, los diarios que cubrían los vidrios, todo remitía al momento en el que el tiempo se había detenido. En un pizarrón colgado de un alambre se leía el llamado a asamblea de la comisión interna de la fábrica. No tenía fecha pero era de los tiempos del conflicto. Compañeros, asamblea general mañana para discutir la situación de la empresa, las nuevas condiciones y el plan de lucha . [36]El reloj eléctrico de la pared del fondo se había parado a las 10.40 (¿de la noche o de la mañana?).
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