Cuando se quiso dar cuenta estaba en el auto, manejando por la ruta, porque manejar lo tranquilizaba, lo sosegaba, y así llegó a la estancia de los Estévez. Lo que sucedió antes no lo recordaba. Le habían dicho que el comisario Croce lo había encontrado, con un revólver en la mano, merodeando la casa de su padre, pero él no lo recordaba, como si no hubiera ocurrido, sólo recordaba los faros del auto alumbrando la tranquera de la residencia y el casero que le abrió y lo hizo pasar y recordaba el camino de entrada entre los árboles del parque. Pasó varios días sentado en un sillón de madera, en la galería, mirando el campo. Fumaba, tomaba mate, miraba el camino flanqueado de álamos, el pedregullo, el alambrado, los pájaros que volaban en círculo, y más allá la pampa vacía, siempre quieta. Le llegaban voces lejanas, palabras extrañas, gritos, como si sus enemigos se hubieran confabulado para perturbarlo. Algunos rayos blancos, líquidos, bajaban del cielo y le hacían arder los ojos. Vio una tormenta que crecía al fondo, las nubes pesadas, los animales que corrían a refugiarse bajo los árboles, la lluvia interminable, una tela húmeda sobre el pasto. En ese momento su cuerpo pareció sufrir extrañas transformaciones. Había empezado a pensar cómo sería ser una mujer. No podía sacarse esa idea de la cabeza. ¿Cómo sería ser una mujer en el momento del coito? Era un pensamiento clarísimo, cristalino, igual que la lluvia, como si estuviera tirado en el campo en medio del aguacero y se fuera enterrando en el barro, una sensación viscosa en la piel, una tibieza húmeda, mientras se hundía. A veces se dormía ahí mismo, al sereno, y se despertaba al clarear, en el sillón de la galería, sin pensamientos, como un zombi en medio de la nada.
Y ahí en esas jornadas siempre iguales, durante su surmenage , en la casa de campo, una noche al entrar en la casa para buscar una manta, había encontrado un libro que no conocía, el único libro que encontró y pudo leer en esos días y días de aislamiento que había pasado en la estancia de los Estévez, un libro que encontró en uno de esos lúgubres roperos de campo, con espejos y puertas altas -en los que uno se esconde de chico para escuchar las conversaciones de los grandes-, al buscar entre la ropa de invierno, de golpe lo vio, como si estuviera vivo, como si fuera un bicho, una alimaña, el libro ese, como si alguien lo hubiera olvidado ahí, para nosotros, para él. El hombre y sus símbolos , del doctor Carl Jung.
– Por qué estaba ahí, quién lo había dejado, no nos interesa, pero al leerlo descubrimos lo que ya sabíamos y en ese libro encontramos un mensaje que nos estaba personalmente dirigido. El proceso de individuación . ¿Cuál es el propósito de toda la vida onírica del individuo?, se preguntaba el Maestro Suizo. Había descubierto que todos los sueños soñados por una persona a lo largo de su vida parecen seguir cierta ordenación que el doctor Jung llamaba el plan señero. Los sueños producen escenas e imágenes diferentes cada noche y las personas que no son observadoras probablemente no se darán cuenta de que existe un modelo común. Pero si observamos, dice Jung, nuestros sueños con atención durante un período fijo (por ejemplo un año) y anotamos y estudiamos toda la serie, veremos que ciertos contenidos emergen, desaparecen y vuelven otra vez. Estos cambios , según Jung, pueden acelerarse si la actitud consciente del soñante está influida por la interpretación adecuada de sus sueños y sus contenidos simbólicos .
Eso es lo que había encontrado, como una revelación personal, una noche al buscar una manta en un ropero de campo, en la casa de los Estévez; había descubierto, por azar, al maestro Jung, y así pudo entender y luego perdonar a su hermano. Pero no a su padre. Su hermano era un poseído, sólo un poseído puede traicionar a su familia y venderse a unos extraños y dejar que se apropien de la empresa familiar. Su padre, en cambio, era lúcido, cínico y calculador. En secreto durante días y días había urdido -con Cueto, nuestro asesor legal - la trampa para convencer a Lucio de vender sus acciones preferenciales y darle la mayoría a los intrusos. ¿A cambio de qué? Su hermano había traicionado por terror a la incertidumbre económica. Su padre -en cambio- había pensado como un hombre de campo que quiere ir siempre a lo seguro.
Ahí, en ese aislamiento, Luca había entendido la desdicha de esos hombres atados a la tierra, había logrado lo que llamó una certidumbre . El campo había arruinado a su familia, la había destruido, por no ser capaces de escapar, como hizo su madre, al huir de acá, de la llanura vacía. Su hermano mayor, por ejemplo, pudo vivir la felicidad de tener una madre.
– Pero antes de que yo naciera -dijo usando la primera persona del singular- mi madre ya se había cansado de la vida campesina, de la vida familiar, y había empezado a verse en secreto con el director de teatro por el que iba a abandonar a mi padre mientras yo estaba en su vientre. Mi madre dejó a mi hermano, que tenía tres años, abandonado en el piso de tierra del patio y se escapó con un hombre al que no voy a nombrar, por respeto, se fue con él y conmigo en su interior, y yo nací cuando vivían juntos, pero luego, cuando yo también tuve tres años, me abandonó a mí (como había abandonado a mi hermano) y se fue a Rosario, a enseñar inglés en Toil and Chat, y después se volvió a Irlanda, donde vive. Siempre sueño con ella -dijo después-, con mi madre, la Irlandesa.
Tenía a veces la sensación en sus sueños de que cierta fuerza suprapersonal interfería activamente en forma creativa y llevaba la dirección de un designio secreto, y por eso había logrado en los últimos meses construir los objetos de su pensamiento como realidades y no sólo como conceptos. Producir directamente lo que pensaba y no pensar simples ideas sino objetos reales.
Por ejemplo, algunos objetos que había diseñado y construido en los últimos meses. No existía antes nada igual, no había un modelo previo, nada que copiar: era la producción precisa de objetos pensados que no existían previamente. Diferencia absoluta con el campo, donde todo existe naturalmente, donde los productos no son productos sino una réplica natural de objetos anteriores que se reproducen igual una y otra vez. [30]Un campo de trigo es un campo de trigo. No hay nada que hacer, salvo arar un poco, rezar para que no llueva o para que llueva, porque la tierra se ocupa de hacer lo que hace falta. Lo mismo, con las vacas: andan por ahí, pastan, a veces hay que desbicharlas, hacerles un tajo si están empastadas, arriarlas hasta los corrales. Y eso es todo. Las máquinas, en cambio, eran instrumentos muy delicados; sirven para realizar nuevos objetos inesperados, más y más complejos. Pensaba que en sus sueños podía encontrar las indicaciones necesarias para continuar con la empresa. Avanzaba a ciegas, buscaba la configuración de un plan preciso en la serie continua de sus materiales oníricos, como llamaba a los sueños el Maestro Suizo. Le gustaba la idea de que eran materiales, es decir que se pudiera trabajar en ellos, como quien trabaja la piedra o el cromo.
– Anotamos en las paredes lo que queda en el recuerdo, nunca es el sueño tal cual lo hemos soñado, son restos, como los hierros y los engranajes que sobreviven a una demolición. Estamos usando metáforas -dijo.
Muchas veces se trataba sólo de una imagen. Una mujer en el agua con un gorro de baño de goma . A veces era sólo una frase: Fue bastante natural que Reyes se uniera a nuestro equipo en Oxford . Anotaba esos restos y luego los relacionaba con los sueños anteriores, como si fueran un solo relato que se iba armando en fragmentos discontinuos. Soñaba siempre con su madre, la veía con el pelo rojo, riendo, en el patio de tierra que daba a la calle. No se quedaba tranquilo hasta lograr que las imágenes se integraran naturalmente. Era un trabajo intenso, que le llevaba parte de la mañana.
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