A Renzi no le gustaba la policía, en eso era como todo el mundo, pero le gustó la cara y la forma de hablar, con la boca torcida, del comisario. Va derecho al grano, pensó, sin ir él mismo derecho al grano porque había usado una metáfora para decir que el comisario le había hablado al director del diario como si fuera un vecino un poco estúpido y la secretaria una amiga. Y es lo que eran, imaginó Renzi. Lo que son, sería mejor decir. Todos se conocen en estos pueblos… Cuando volvió a mirar, el comisario ya no estaba y la secretaria llevaba el diario abierto acompañada por Saldías.
– Entonces se puede instalar aquí, en mi escritorio, si va a escribir. Y la teletipo la tenemos al fondo, Dorita lo puede ayudar. Puede también usar el teléfono, si quiere, va a ser un gusto… -Hizo una pausa-. Si es posible, sólo le pido que nombre a nuestro pequeño periódico independiente El Pregón , estamos acá desde la época de la lucha contra el indio, lo fundó mi abuelo el diario, para mantener unidos a los productores agropecuarios. Le doy mi tarjeta.
– Sí, claro, gracias. Voy a mandar una nota esta noche para que llegue antes del cierre. Le uso el teléfono.
– Claro, claro -dijo Gregorius-. Metale tranquilo, nomás -dijo, y salió de la oficina.
Después de lidiar con la telefonista de larga distancia, Renzi se pudo comunicar al fin con la redacción en Buenos Aires.
– Qué hacés, Junior, soy Emilio, dame con Luna. Estoy aquí, un pueblo de mierda, ¿qué tal por ahí? ¿Alguna mina preguntó por mí? ¿Algún suicidio nuevo en la redacción?
– ¿Recién llegaste?
– Te iba a llamar al bar, pero no sabés lo que es hablar por teléfono desde las provincias… Pero dame con Luna.
Después de una pausa y de una serie de crujidos y ruidos del viento contra el tejido de un gallinero, apareció la voz pesada del viejo Luna, el director del diario.
– Dale, pibe, mirá que estamos adelantados al resto. Salió algo en el Canal 7, pero podemos ganarle de mano a todo el mundo. La noticia no es el pueblo, la noticia es que mataron a un norteamericano.
– Puertorriqueño.
– Es la misma mierda. -Hizo una pausa y Renzi adivinó que estaba prendiendo un cigarrillo-. Parece que la embajada va a actuar, o el cónsul. Mirá si lo mató la guerrilla…
– No joda, don Luna.
– Fijate si podés inventar algo que sirva, está todo bajo el agua por aquí. Mandá una foto del muerto.
– Nadie sabe muy bien qué vino a hacer a este pueblo.
– Seguí esa pista -dijo Luna, pero como era su costumbre ya estaba en otra cosa, atendía diez asuntos al mismo tiempo y a todos les decía más o menos lo mismo-. Apurate, pibe, que se nos viene el cierre -gritó, y enseguida hubo un silencio raro, como un hueco, y Renzi se dio cuenta de que Luna había tapado la bocina del teléfono con el cuerpo y hablaba con alguien en la redacción. Por si lo estaba escuchando, se atajó.
– ¿Y de dónde quiere que saque una foto? -Pero Luna ya le había colgado el teléfono.
En El Pregón todos estaban mirando un televisor instalado en una mesa rodante en un costado de la sala. El Canal 7 de la Capital había pedido conexión coaxial con el canal del pueblo y la información local iba a ser trasmitida a todo el país. En la pantalla cruzada de franjas grises que bajaban y subían circularmente se veía el frente del Hotel Plaza y al fiscal Cueto que entraba y salía, muy activo y sonriente. Explicaba y daba sus versiones. La cámara lo seguía hasta la esquina y desde ahí, luego de mirar a la pantalla de frente con una sonrisita de suficiencia, el fiscal había dado por cerrado el caso.
– Todo ha sido aclarado -dijo-. Pero hay una diferencia con la vieja policía encargada de la investigación. Se trata de una diferencia procesal que será resuelta en los tribunales. He pedido al juez de Olavarría que dicte la prisión preventiva del acusado y lo traslade al penal de Dolores.
El canal local retomó su programación y pasó a informar sobre los preparativos del partido de pato entre Civiles y Militares en la remonta de Pringles. Gregorius apagó el televisor y acompañó a Renzi hasta la puerta del diario.
El cronista del El Mundo se instaló en el Hotel Plaza, descansó un rato, y después se dedicó a recorrer el pueblo y a entrevistar a los vecinos. Nadie le contaba lo que todos sabían o lo que para todos era tan conocido que no necesitaba explicaciones. Lo miraban con sorna, como si fuera el único que no entendía lo que estaba pasando. Era una historia verdaderamente extraña, con aristas variadas y versiones múltiples. Igual que todas, pensó Renzi.
Al final de la tarde había recogido toda la información disponible y se preparó para escribir la crónica. Se instaló en su pieza del hotel y consultó sus notas, hizo una serie de diagramas y subrayó varias frases en su libreta negra. Después bajó al comedor y pidió una cerveza y un plato de papas fritas.
Eran más de las doce de la noche cuando volvió al local del diario del pueblo, golpeó con la mano abierta la persiana de hierro y se hizo abrir por don Moya, el sereno, que andaba siempre rengueando con un bamboleo medio ridículo porque lo tiró un caballo en el 52 y quedó chueco. Moya le fue prendiendo las luces de la redacción vacía y Renzi se sentó ante el escritorio de Gregorius y redactó la nota en una Remington que se saltaba la a .
La escribió de un saque, mirando los apuntes, tratando de que fuera lo que Luna llamaba una nota de color con gancho. Empezó con la descripción del pueblo porque se dio cuenta de que ése era el tema que iba a interesar en Buenos Aires, donde casi todos los lectores eran como él y pensaban que el campo era un lugar pacífico y aburrido, con paisanos con gorra de vasco, que sonríen como tarados y le dicen a todos que sí. Un mundo de gente campechana que se dedicaba a trabajar la tierra y eran leales a las tradiciones gauchas y a la amistad argentina. Ya se había dado cuenta de que todo eso era una farsa, en una tarde había escuchado mezquindades y violencias peores a las que podía imaginar. Circulaba la versión de que Durán era lo que llamaban un valijero, alguien que trae plata bajo cuerda para negociar las cosechas con empresas ficticias [15]y no pagar los impuestos. Todos le habían hablado del bolso con dólares que Croce había encontrado en el depósito de objetos perdidos del hotel y que seguramente era la pista para descifrar el crimen. Lo más interesante, desde luego, como pasa siempre en estos casos, era el muerto. Investigar a la víctima es la clave de toda investigación criminal, había escrito Renzi, y para eso tenían que interrogar a todos los que tenían trato o negocios con el finado. Renzi mantuvo el suspenso y centró el asunto en el extranjero que había llegado a ese lugar sin que nadie supiera del todo por qué. Aludió vagamente al romance con una de las hermanas de una de las familias principales del pueblo.
Las pesquisas empezaban por quienes podían tener motivo para matarlo. Y al rato se había dado cuenta de que todos en el pueblo tenían motivos y razones para matarlo. Las hermanas antes que nada, aunque según Renzi era raro pensar que ellas quisieran matarlo. Lo hubieran matado ellas mismas, según le declararon a este cronista varios vecinos del lugar. Y tienen razón porque acá, la verdad, dijo uno de los gerentes del hotel, las mujeres no encargan a nadie que les haga el trabajo, van y lo limpian. Al menos eso era lo que ha pasado siempre por aquí con los crímenes pasionales, le dijeron orgullosos, como quien defiende una gran tradición local.
Escribió que, según trascendidos, el principal sospechoso, un empleado del hotel de origen japonés, estaba detenido y que el comisario Croce había descubierto, en los sótanos del hotel, un bolso de cuero, color marrón, con casi cien mil dólares en billetes de cincuenta y de cien. Según parece, agregó Renzi, el sospechoso había bajado el bolsón con la plata desde la pieza en un montacargas usado en el pasado para subir la comida en los room service . Nada de esto había trascendido oficialmente, pero varias fuentes en el pueblo comentaban esos hechos. Hay que consignar, concluyó, que las versiones oficiales no aceptan ni rechazan esos dichos. El director del diario local (y aprovechó para citar a El Pregón) ha criticado el modo en que la investigación está siendo llevada adelante por las autoridades. Para quién era la plata y por qué no se la habían llevado del hotel y la habían dejado en un depósito de objetos perdidos eran las preguntas con las que se cerraba la nota.
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