¿Y Niels lo reconoció a él?
Para entonces ya había perdido la razón. Estaba como lo ves ahí. Sólo que ahora se ocupa de él Manuel el Cubano. No recuerda nada. Le puedes decir lo que quieras de su pasado, que no reacciona. Una vez lo pusimos delante de la foto en la que aparece con todos en la cubierta del Aalvand , y se rió como un imbécil, de una manera no muy distinta a si le hubiéramos enseñado la foto de unos monos copulando, por poner un ejemplo. Por eso, el día que le dije que Niels se había acercado a hablar conmigo, Frank no daba crédito. Sólo me creyó cuando le mostré la noticia. Y hablando de eso, dijiste apoyando el dedo índice en el cuaderno, el de Jaclyn Fox fue el primer recorte. A partir de entonces, cada vez que me encuentro una noticia de ese tipo en el NewYork Times , la recorto. Lo estuve haciendo durante años, sin saber para qué, hasta que un día se me ocurrió transformar una de las noticias en un cuento. Pensé que si lo hacía, tal vez le encontrara algún sentido. Y empecé a tomar notas en un cuaderno que estaba destinado a ser distinto de los demás. No tuve que pensar mucho para buscarle un nombre. Estaba claro que el denominador común de todas aquellas historias era la muerte. Pero todavía no había decidido que forma podría darle. Poco a poco he ido escribiendo algunas historias basadas en las noticias que iba recogiendo, pero la de Niels no, porque todavía está ahí.
Nos miramos a los ojos, seguramente para evitar buscarlo a él, aunque entonces estaba lejos, viendo jugar a Boy y Orlando, en la sala de billar. Empujaste el cuaderno y me invitaste a abrirlo. Me llamó la atención lo cuidadosamente organizado que estaba. Era un verdadero catálogo de los horrores que es capaz de cometer el ser humano, algo con lo que convivimos sin apenas darnos cuenta, pues está tomado del periódico, día a día. Las monstruosidades se repetían con una monotonía que tenía algo de hipnótico. Era extraño, muy extraño, hacer aquello. Había demasiado dolor acumulado en aquellos recortes. Fui pasando las hojas sin apenas atreverme a leer, limitándome a mirar los titulares por encima. Parecían ventanas abiertas al mal. La frase no es mía, fuiste tú quien la dijo, aunque no en aquel momento.
Te interrumpiste para echar un trago interminable. El fuego del alcohol te asomaba a los ojos. A partir de ahí, te empezó a temblar la voz. Más que hablar, parecía que escupías las palabras.
Entender, sólo entender cómo es posible que se cometan semejantes atrocidades, dijiste, arrastrando las sílabas.
Percibí algo en tu interior que sólo volvería a ver las veces que estuve contigo en el Astillero, un fuego que no sabía cómo definir, pero cuando lo veía, procuraba mantenerme lejos. Raúl había salido del despacho, pero no se acercó, y yo estaba seguro de que Frank se había quedado dentro para evitar verte en aquel estado. Raúl se fue a sentar con Niels, que estaba dormitando pacíficamente en la sala de billar. Parecía una gárgola, encaramado en el brazo del sillón. Manuel el Cubano estaba sentado junto a él, con la mano apoyada en su espalda.
De todos modos, no me hagas mucho caso, Ness.
Fue la última frase que pronunciaste y te costó un enorme esfuerzo hacerlo. Lograste ponerte en pie. Trataste de hacerte con el Cuaderno de la Muerte , pero no acertabas a cogerlo y te lo tuve que dar yo. Intentaste servirte otro vodka, pero lo único que conseguiste fue derramar sobre la mesa el poco líquido que quedaba en la botella. Los ojos de toda la gente que había en el local estaban pendientes de tus movimientos.
Con paso extrañamente firme, te dirigiste hacia la pista de baile y, al tropezar con la oscuridad, te detuviste. Me acerqué a encender el interruptor y esperé a que atravesaras la sala vacía. Llegaste a las puertas giratorias y desapareciste en el vestíbulo del edificio. Los cristales siguieron girando unos segundos, y cuando por fin se detuvieron, vi cómo se concretaba en ellos el reflejo de una silueta. Tardé en darme cuenta de que aquella mancha perdida entre la fantasmagoría de luces de la pista de baile era yo y, de no ser porque en aquel preciso instante oí la voz de Alida, que me llamaba por mi nombre, me habría resultado imposible saber en qué encrucijada del espacio-tiempo me encontraba exactamente.
Ocho . DO YOU KNOW WHO YOU ARE DATING?
Clark Investigation & Security Services, Ltd.
34-10, 56 Woodride, Manhattan. Tel. (212) 514-8741
CASO # 233-NH (CLAVE DE CLASIFICACIÓN 08-1)
FECHA DE CONTRATACIÓN: 25 de octubre de 1973
NOMBRE DEL CLIENTE: Gal Ackerman
Informe preparado por el agente especial Robert C. Carberry, Jr.
SUJETO OBSERVADO: Nadia Orlov. Edad: 23 años. Nacida en Laryat, Siberia, el 17 de mayo de 1950. Hija de Mikhail y Olga, físicos nucleares. El matrimonio Orlov solicitó y obtuvo asilo político en los Estados Unidos en 1957. Profesores asociados del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Mikhail Orlov falleció de cáncer de páncreas en 1965; su viuda sigue ejerciendo la docencia y ocupando el domicilio familiar de Boston. Un hijo, hermano de la investigada: Alexander Orlov, alias Sasha, ingeniero industrial, de 26 años de edad, asimismo residente en Boston. Después de graduarse en Smith College, Nadia Orlov fue admitida en la Juilliard School of Music de Manhattan, donde cursa estudios de tercer año. Domicilio actual: 16-62 Ocean Avenue # 30-N, Brighton Beach, Brooklyn. Comparte piso con Zadie Stewart, subdirectora ejecutiva de promoción publicitaria de Leichliter Associates.
DATOS ADICIONALES: La sujeto observada trabaja tres días a la semana (lunes, martes y jueves) en los archivos de música de la Biblioteca Pública sita en el Lincoln Center, de 3 a 6 de la tarde (de 5 a 8 los martes). Los sábados y domingos trabaja de camarera en el New Bedford Bistro, en el número 164 de la Avenida N, en Brooklyn. Carece de antecedentes policiales. Durante los días de observación no se hallaron indicios de que mantenga ninguna relación sentimental. Actividades del fín de semana: llegó al restaurante a las cinco de la tarde y se fue pasada la medianoche. Regresó a Brighton Beach en taxi. Nada relevante en su rutina: compras, una visita a la oficina de correos local; un concierto en el Carnegie Hall, el sábado por la tarde; un paseo por Coney Island, el domingo por la mañana, sola. Su compañera de piso, Zadie Stewart, no apareció por el apartamento en todo el fin de semana…
Buenos días, Ackerman. Carberry entra en su despacho y cierra la puerta. Disculpe que le haya hecho esperar. Bueno, al menos así le ha dado tiempo a echar un vistazo al informe.
Hago ademán de levantarme, pero Carberry me pide que no me mueva y a continuación me da la mano. Lleva el cigarrillo de plástico en la boca, lo que le impide vocalizar con claridad.
No se lo tome a mal, dice, acodado en el escritorio, pero probablemente éste sea el caso más anodino que he tenido entre manos en todo lo que va de año. Ya se lo había advertido, pero en fin, cada uno hace lo que le da la gana con su dinero. La única circunstancia levemente atípica es la edad de la observada. Es un tipo de encargo que se da con mayor frecuencia en matrimonios de cierta edad, cuando uno de los cónyuges, de puro aburrimiento, tiene celos infundados. Es una manera de tirar el dinero como otra cualquiera, ya le digo, aunque por lo general funciona: cuando los clientes leen el informe se suelen quedar tranquilos, cosa que no siempre sucede cuando optan por ir al psiquiatra. En fin, como ha podido comprobar, no hay nada oculto en la vida de esa chica.
Guardo el escueto informe preparado por Carberry en un sobre de color gris.
También saqué unas cuantas fotos, sigue diciendo, dejando de mordisquear la boquilla mentolada. Por entretenerme, más que nada. Desde el punto de vista profesional, son completamente irrelevantes, aunque si me puedo permitir un comentario frívolo, no se puede negar que la observada es una mujer atractiva.
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