No quería estar con Frida, así que me arreglé un poco y puse la moto en marcha. Puede que me encontrara circunstancialmente con Julián por el pueblo o puede que me diese un paseo por la playa. Pero cuando iba a arrancar apareció Frida. Se había hecho dos pequeñas trenzas a los lados y llevaba puestos los guantes de fregar.
– No puedes irte -me dijo.
Me quedé mirando su cara de pan. Me la quedé mirando a los ojos.
– Tienes que quedarte hasta que vuelvan, quieren hablar contigo sobre algo importante.
Noté una chispa maligna cruzando en esos ojos azules como el cielo, que serían capaces de aguantarme la mirada dos o tres horas.
– Gracias -dije volviendo dentro.
Caí desplomada en el sofá y cogí la bolsa de terciopelo con las agujas y el pequeño jersey que parecía condenado a no tener mangas ni cuello. Me puse a hacer punto. Hacía punto y tosía, tosía y hacía punto. Me quité el anorak, ¿qué querrían decirme Fred y Karin? La cara de Frida había sido demoníacamente impenetrable. Con los guantes de fregar puestos daba más miedo aún, podría hacerme pedazos y luego quitárselos y tirarlos a la basura junto con mis restos.
Bebí agua porque la tos me irritaba la garganta y me puse otra vez el anorak, tenía calor y frío. No tenía ganas de hacer punto, no tenía ganas de nada, no había nada allí que lograra que me sintiera en un hogar donde apetece tumbarse en el sofá y leer una revista. Pero tampoco estaba allí para eso, tampoco estaba pasando estas angustias para tirarme en el sofá y leer una revista. Tenía una misión, un trabajo que hacer. Frida y yo estábamos luchando en el mismo terreno, aunque no con las mismas armas, yo no tenía armas.
Me subí a mi cuarto a hacer tiempo, la cama estaba revuelta, Frida en cuanto me levantaba un poco tarde ya no me limpiaba el cuarto, era su manera de castigarme por perezosa, no me soportaba. La había pillado observándome de reojo cuando me veía echada a la bartola en una tumbona o en el sofá o bostezando por la casa. No soportaba a las personas como yo, seguramente personas parásitas a su entender. Frida lo tenía todo tan claro quedaba envidia y miedo.
Vi por la ventana cómo entraba el Mercedes en el garaje. Qué curioso, no se habían llevado el todoterreno, se habían llevado el coche que usaban cuando querían impresionar o parecer más formales. Casi siempre que visitaban a Alice y a Otto llevaban el Mercedes. Se conocían de sobra y sabían qué propiedades tenía cada uno y aun así no querían ceder terreno en cuanto a presencia y poderío, así que se podrían haber acercado por casa de Alice o por otro lugar parecido. Quizá habrían ido a solucionar algún papeleo o simplemente al banco. Al entrar oí frases, luego distinguí que eran en alemán y finalmente capté la voz de brida entre las de ellos. La situación no me daba buena espina y me tumbé en la cama deshecha a pensar.
No entendía qué podría haber pasado, pero todo apuntaba a que tenía que ver conmigo. ¿Sería por lo del hotel? ¿Me habrían visto entrar en el hotel de Julián mientras Karin estaba en la peluquería? Siempre podría decir que había llegado hasta allí tratando de aparcar y que había tenido ganas de ir al baño. Ya estaban más o menos acostumbrados a mis idas y venidas al baño. Podrían haberme visto con Julián en el Faro, en el pueblo. Podría ser por tantas cosas… Pero… ¡ ay, Dios!, también podrían haber descubierto lo de las jeringuillas, era eso. Me defendería diciendo que no sabía de qué me hablaban, ¿qué era eso de dos jeringuillas usadas? Seguramente alguien las habría tirado a la basura, y la basura a un contenedor. Les diría que si pensaban esas cosas de mí, ¿cómo iba a entrar en la Hermandad? ¿Por qué querrían que entrase en la Hermandad alguien a quien creían capaz de robar de una papelera dos jeringuillas usadas? ¿Para qué querría yo dos jeringuillas usadas?, ¿o acaso pensaban que era una drogadicta y que las había usado para inyectarme heroína?
Oí unas leves pisadas que se acercaban a mi puerta. No eran las enormes y pesadas de Fred, lentas y macizas. Y no eran las que arrastraba Karin. Éstas parecía que apenas rozaban el suelo, eran como viento rasante, como grandes hojas de otoño cayendo una detrás de otra. Eran como las pisadas de un hada, o de una bruja.
Tocó o más bien rozó la puerta con los nudillos y abrió antes de que yo respondiera. Frida estaba haciéndome una declaración de guerra, algo que me irritó, me asustó y me haría la vida mucho más difícil. Me sorprendió tirada en la cama sin apenas tiempo para reaccionar.
– Baja -dijo-. Quieren verte.
– ¿Por qué no has llamado a la puerta 2-pregunté para rehacerme.
– Sí, he llamado pero no lo has oído, estarías durmiendo.
Noté en el tono de su voz el desprecio que me tenía y que me haría todo el daño de que fuese capaz. Y quizá sus sentimientos hacia Alberto tuvieran algo que ver en esto, y si era así me alegraba mucho.
– ¿Por qué dices que estaba durmiendo? ¿Es que me ves por un agujero? -dije incorporándome y hablando lo más alto que podía. Algo me decía que debía rebelarme contra Frida y dejar constancia ante Fred y Karin de que no nos llevábamos bien.
– No te va a valer de nada que te pongas así -dijo sin levantar la voz para que nada más la oyese yo.
En ese momento me entró un ataque de tos. Desde lo de la peluquería no paraba de toser, pero ahora con el nerviosismo la garganta empezó a picarme y el pecho me dolía y me lloraban los ojos y apenas podía hilar una frase.
– Desde que llegué… a esta casa… me la…
Iba a decir, me la tienes jurada, pero en ese momento salió y cerré la puerta con un portazo. La tos me ahogaba. Oí el chorro de agua del baño, que estaba en el pasillo frente a mi habitación. Frida debía de haber ido a traerme un vaso de agua. Me tumbé boca abajo en la cama para toser mejor. Más pasos subiendo por la escalera. Necesitaba el vaso de agua, pero no lo tomaría de manos de ella.
– ¿Podemos entrar? -dijo Karin.
– Está abierto -dije, lo que era absolutamente cierto porque ésta era la única habitación de la casa que no tenía pestillo.
Karin le arrebató el vaso de agua a Frida y me lo puso en los labios. Me bebí medio de un trago y me alivió. Me sequé las lágrimas. Estaba cansada y sudaba.
– Tranquilízate -dijo Fred-. Seguro que todo tiene una explicación.
– Tiene que tenerla -dijo Frida.
– Cállate, por favor -dijo Karin sentándose en mi cama.
Me levanté, no quería que mi cama se convirtiera en una cama redonda de monstruos. Aunque durmiese bajo el mismo techo, necesitaba tener un espacio lo más alejado posible de sus cuerpos y sus espíritus.
– Ya estoy mejor -dije dirigiéndome a la puerta.
Ellos me siguieron. Los pasos pesados y los arrastrados y los de goma fueron tras de mí escaleras abajo, en comparación con todos ellos los míos eran normales. Escuché mis pasos, algo que nunca había hecho antes, y eran más parecidos a los de la gente corriente que los de ellos.
Pasé a la cocina, a un terreno un poco más neutral que mi propia habitación y me puse un gran vaso de agua fresca. Vinieron detrás, no hablaban. Sólo Frida dijo algo en alemán y nadie le contestó. Juraría que estaba diciendo que yo exageraba para dar pena y que era puro teatro y en cierto modo tendría razón, quería distraerles de lo que fuera en que me hubiesen pillado. No quería sentirme como una condenada esperando la sentencia.
Me senté para beber, y ellos también se sentaron, menos Frida.
– Seguro que tiene una explicación -repitió Fred.
Frida miró el reloj. Karin miró a Fred. Yo volví a beber.
– Falta una ampolla de la caja que trajisteis de casa de Alice -dijo Fred.
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