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Clara Sánchez: PresentimientoS

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Clara Sánchez PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño? Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida. Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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– ¿Quieres tomar algo? -le dijo.

En este mismo instante Julia supo que tenía sed. Hasta ahora había estado demasiado ocupada como para darse cuenta.

– Tengo sed -dijo.

Él, sin preguntar más, se acercó a la barra y volvió con dos vasos altos, en cuyo interior se formaban olas de mercurio.

Dio un trago largo. Tenía más sed de la que imaginaba. Un gran frescor le recorrió la garganta y los pulmones, y le quedó un sabor algo amargo que pedía otro trago.

– ¿Cómo te llamas? -preguntó él.

La música estaba demasiado alta y había que hablarse al oído con el aliento rozando la cara.

Dijo que se llamaba Julia y cuando le iba a preguntar a él por el suyo tuvo el presentimiento de que se llamaba Marcus.

– Yo me llamo Marcus -dijo él.

Julia se quedó desconcertada, no comprendía cómo había podido adivinar el nombre. Aunque puede que con la noche que llevaba y al beber con el estómago vacío le hubiera parecido pensar esto, pero que en el fondo no lo hubiese pensado. Lo que era seguro es que Marcus no se podía ni imaginar que ella no había ido allí para divertirse ni la extraña situación por la que estaba pasando.

– ¿Estás de vacaciones? -preguntó Marcus acercando ya completamente la cara a la suya.

Notó la aspereza de la barba y el olor algo denso que desprendía a colonia y alcohol. A continuación él la abrazó y ella se asustó porque le gustó y deseó que la besara. Jamás se habría imaginado esto, jamás se había llegado a considerar un monstruo semejante. Durante unos segundos la angustia que sentía por no encontrar el apartamento y por que Félix estuviese preocupado y sin comida para Tito había cedido con el abrazo de este absoluto desconocido. Sería entonces verdad eso que dicen de que uno nunca llega a conocerse del todo.

Se despegó de él.

– ¿Qué te pasa? -preguntó en un tono demasiado íntimo, como si se hubiesen acostado juntos mil veces.

Tanta confianza le hizo sentirse bastante incómoda, le resultaba obscena. Tuvo la amarga sensación de que estaba engañando a Félix. Y el caso era que no le parecía una sensación nueva y que además sabía mucho sobre Marcus de forma natural, como si hubiese nacido sabiéndolo. Sabía que era zurdo y que venía de los Balcanes y también sabía de qué sitio de los Balcanes venía, pero ahora no se acordaba, estaba cansada. Se fijó en la mano con que cogía el vaso, la izquierda. Claro que también podría haberlo visto antes sin darse cuenta, del mismo modo que podía haber notado que era de los Balcanes por el acento y por su aspecto de Europa del Este. Era de Croacia.

– ¿Puedes prestarme un momento el móvil? Tengo que hacer una llamada urgente.

Marcus la miró sopesando la situación. No querría pasarse en gastos con ella, ya la había invitado a una copa.

– ¿Dónde quieres llamar?

– Necesito saber cómo está mi hijo.

Se separó dos pasos de ella. Un hijo. Pareció pensarlo mejor. Volvió a acercarse.

– ¿Y después?

– Después, me quedaré tranquila.

Venía de Zagreb. Estaba segura. Sabía que en España intentaba empezar una nueva vida y olvidar algo de la guerra. Julia no se lo estaba inventando, lo estaba recordando. Y era imposible recordar algo que no se supiese. Tal vez había sido uno de esos clientes del hotel que te cuentan la vida mientras se toman whisky tras whisky.

La condujo cerca de la salida y sacó el móvil del bolsillo. Era plateado, con solapa, de los que dan un chasquido al cerrarse. Bajo la atenta mirada de Marcus marcó el número de Félix. Saltó el buzón de voz, y ella dejó un mensaje. «Estoy bien, estoy tratando de encontrar el apartamento, ya tengo la leche, no te preocupes.» No le dijo que le habían robado, para qué si él no podría hacer nada. Tampoco creía probable que saliera en su busca con Tito hambriento y sin coche y con la posible contrariedad de dejar a Julia con la puerta cerrada. Félix analizaría la situación y pensaría que lo más razonable sería esperar y tratar de calmar al niño como pudiera. Aún no estaba alarmado, pensó aliviada, puesto que tenía el móvil apagado.

– No responden. Volveré a llamar dentro de diez minutos.

Marcus se lo guardó en el bolsillo y la cogió del brazo con decisión. A ella no le desagradó esta manera de cogerla y, sobre todo, dependía del móvil de Marcus. Consideró que el esfuerzo invertido en el dueño de ese teléfono era por una causa más que justificada y vital. Puestos a pensar como Félix, sería más provechoso rentabilizar el tiempo pasado con Marcus que buscar otra alternativa parecida. Se dejó abrazar de nuevo. Estaban bailando. Y el cuerpo de Marcus no le resultaba extraño. Dime una cosa, le preguntó al oído, ¿vienes de Zagreb? Marcus despegó la cabeza de la suya y la miró un instante con esos ojos entre grises y azules bastante bonitos. El pelo lo llevaba muy corto y era castaño claro y los surcos a los lados de la boca y en la frente hacían pensar en una vida dura. Luego volvió a la posición de antes sin contestar. Ahora Julia recordó otra cosa más, sabía que a Marcus no le gustaban las preguntas y que tenía por norma no contestarlas. Durante el cuarto de hora que permanecieron así estuvo tratando de averiguar dónde lo había conocido, hasta que sintió la blusa empapada de sudor y que no le repugnaba estar con él entre tanta gente intensamente bronceada y despreocupada. Menos mal que oyó un pequeño timbrazo, un timbrazo que al parecer sólo había escuchado ella. Más que timbrazo había sonado como la alarma de un reloj. Julia no llevaba reloj así que podría proceder del reloj de Marcus, lo curioso es que daba la impresión de que lo había escuchado junto al oído. El caso es que sonó a tiempo para devolverla a la realidad y que se preguntase seriamente qué estaba haciendo. No era normal que se olvidase durante minutos enteros de Tito y Félix en estas circunstancias tan preocupantes.

– Tengo que volver a llamar por teléfono. Estoy inquieta por mi hijo.

Él pareció salir de una ensoñación. La besó en la boca.

Julia pensó que puesto que habían llegado a este punto no sería nada del otro mundo meterle la mano en el bolsillo del pantalón y sacar el móvil. Pero Marcus le agarró la muñeca con fuerza y se lo arrebató con la otra mano.

– Aún no ha llegado el momento -dijo Marcus guardándose el teléfono-. No vuelvas a hacerlo.

Seguramente para Marcus lo que hacía no era grave, puede que se lo tomase como un juego, al fin y al cabo estaban en una discoteca bailando y pasándolo bien y no podía adivinar lo que le ocurría a Julia. Sin embargo ella, a pesar de que le comprendiese, tenía el presentimiento de que era mejor alejarse de él.

– Voy al baño un momento -le dijo al oído como siempre.

Las puertas de los aseos no cerraban, los rollos de papel higiénico rodaban por el suelo encharcado. Fue muy desagradable orinar en estas condiciones, prácticamente a la vista de otras mujeres que se pintaban los labios frente al espejo y que casi no podían evitar verla.

– Por favor -dijo mientras se lavaba las manos-, ¿alguien podría prestarme un móvil? Estoy buscando a mi marido y a mi hijo.

Durante unas milésimas de segundo detuvieron las barras de labios y los peines para observarla. Luego le dijeron que lamentablemente allí dentro no había cobertura.

Al salir del baño localizó con la vista a Marcus junto a la barra y procuró escabullirse hacia la puerta. Era absurdo tener que escapar, pero ya no podía esperar nada más allí dentro y además algo le decía que era el momento de separarse de este desconocido, aunque no desconocido del todo.

Le dolía la cabeza. Le dolía bastante. Seguramente era la tensión, pensó mientras abría el coche. El coche otra vez, el volante, la oscuridad de la noche recortada por la luna. Necesitaba descansar, tal vez si durmiese un poco encontraría una solución a este callejón sin salida. De todos modos, no se encontraba a gusto quedándose a dormir junto a La Felicidad, había demasiado movimiento. Prefería un lugar más discreto y silencioso.

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