– Sandrita, estás realmente guapísima; mucho más todavía que hace diez años.
A continuación Gilabert comenzó a hablarle, como hacía casi siempre, de los progresos de su novela. Ella opinó que la Silvia que él le había descrito otras veces era un personaje demasiado poco atractivo como para que Luis se enamorara de ella.
– Lo más razonable -dijo, con su encantador acento caribeño- es que Luis se vaya directamente con la otra, con la Teresa, que es la que realmente es atractiva y se deje de vainas.
– Sabes, Sandrita, he pensado que uno de los personajes de mi novela podrías ser tú.
– ¿Yo?
– Bueno, podría haber una mujer que se dedicara a lo que tú te dedicas y que fuera un encanto como tú.
– Pero ¿y qué pinto yo con todo lo otro del Antonio y la Teresa Gálvez y…?
– Podrías verte, como nosotros, una vez a la semana con alguno de los personajes masculinos. Tengo que pensar con quién.
– Con Antonio.
– Sí, por ejemplo, aunque tendría que ser antes de conocer a Teresa, porque a partir de que la conoce sólo piensa en ella.
– ¿Me vas a poner con mi nombre?
– Si tú quieres.
– Preferiría que no.
– Bueno, pues te podría introducir con otro: Mercedes, Esther, Katia; podrías ser, por ejemplo, una amiga de Bernardo, el gigoló vecino de Antonio.
– ¿Pero por qué quieres que aparezca yo?
– Porque podrías dar mucho juego; podrías contar tus experiencias con los hombres que vienen por aquí; lo que me contaste del tipo aquel que te hacía romper bolígrafos Bic con los tacones mientras se masturbaba sin apenas tocarte.
– A ése no lo he vuelto a ver más. Estaba mal de la cabeza.
– También podría meter en algún sitio una descripción del efecto que produce en el orgasmo el frasquito que me diste a probar. ¿Cómo se llamaba?
– Popper .
– Ah, sí, me parece maravilloso porque aumenta la sensación hasta un punto increíble; es como un tobogán directo hacia el placer. Creo que cualquier persona que lo probase repetiría. Aunque me dijiste que va muy mal para el corazón. Por eso yo no debo abusar.
Sin dejar de escucharle, pero siguiendo el ritmo de la música con un movimiento que implicaba a todo su cuerpo, Sandra se levantó y comenzó a desvestirse y a llevarle hacia la habitación, tirándole levemente de la corbata como a un perrito al que se le conduce a hacer pipí. Al llegar a la cama, ella retiró la colcha de seda haciéndola inflarse y volar hacia el suelo. Luego siguió desvistiéndose sin que su cuerpo cimbreante perdiera un solo contrapunto del ritmo musical.
– Espera -dijo él, en un tono que quería imponer una cierta autoridad-, no te quites todavía el sostén ni las bragas.
Cumplió la orden con dócil sumisión y siguió bailando mientras Gilabert no dejaba de parlotear ni por un instante de su novela.
– He pensado que podríamos ir al Caribe tú y yo -dijo, aflojándose la corbata con lentitud-, así podríamos tomar notas de detalles para que alguna de las parejas pudiera fugarse en romántica peregrinación…
– Claro, podrían ser Antonio y Teresa, o Luis y Silvia.
Le dijo que también se dejara puestos los pendientes. Luego se tendió en la cama y ella hizo lo mismo. Ahora ya estaba como se la había imaginado la noche anterior: reclinada sobre su pecho, luciendo el regalo entre la melena negra, acariciándole y mirándole con sus ojos fulgurantes.
– ¿Cuándo nos vamos?
– ¿Adonde?
– Al Caribe.
– Ah, ¿pero lo dices en serio?
– Sí, claro.
– Es que como todo el rato hablas de cosas que sólo pasan en la novela, y como dices que hay un personaje que se llama como tú y que me vas a meter a mí también, me hago un lío.
– En este caso me refiero a nosotros, a las personas de carne y hueso que somos nosotros. Si me dices que sí, mañana mismo llamaré a mi agencia de viajes y reservaré los billetes.
– Hombre, así, de repente… Pero bueno, sí, me encantaría; podríamos ir a Puerto Rico, así vería a mi familia; ya hace tres años que no los veo.
– Me parece muy bien, nos podemos ir la semana que viene.
– ¿Y qué le dirás a tu mujer?
– Pues nada, que me han invitado a un congreso de editores en Puerto Rico y que tengo que ir.
Gilabert se incorporó y quedó sentado en la cama. Se dio cuenta de que no tenía ganas de seguir ahora hacia el acto sexual; de repente, a la sucesión de imágenes que le había producido la mulata en el Caribe se habían agregado el informe de Flores y la fiebre de su nieta, formando una espesa nube que derivaba hacia la angustia y la ansiedad. Cerró los ojos y apoyó la frente sobre su mano derecha, como restableciéndose de un gran esfuerzo intelectual.
– ¿Qué te pasa? -dijo ella, al notar su intranquilidad.
– Estoy muy cansado; esta noche me la he pasado escribiendo y pensando.
Desde el salón comenzó a sonar el pitido agudo del teléfono móvil y Gilabert, en calzoncillos, se apresuró a responder.
– Gustavo, soy yo, la niña tiene casi cuarenta de fiebre. He llamado al médico, a Palacios, y me ha dicho que la lleve a la consulta porque no puede venir; dice que allí la podrán ver con aparatos. Me tendrías que acompañar.
– Bueno, pues termino en diez minutos la reunión y voy para allá…
Al colgar, maldijo esta moda que han impuesto los médicos actuales de no visitar a domicilio a sus pacientes. Luego, mientras se vestía a toda velocidad, le explicó la urgencia y le dijo que la llamaría con los billetes cerrados para el viaje. Sandra, además del de Gilabert, sólo tenía otros pocos compromisos semanales, con lo que llamando por teléfono los podría cancelar y dejar para más adelante.
– Me parece un sueño que vayamos juntos a Puerto Rico. Te llevaré a la casa donde nací y al colegio donde fui de pequeñita; te enseñaré las mejores playas y te presentaré a mis hermanas y a mis padres, te gustarán.
– Teresa Gálvez podría tener un novio.
– Yo había pensado que saliese con alguien, pero sin demasiada convicción; es decir, que Antonio la sedujera realmente y que ella se viera atraída hasta dejar al otro por él.
– Parecería lógico que si Teresa y Antonio se enamoran y se encuentran bien juntos, él pensase en separarse definitivamente de Silvia.
– Lo pensará muchas veces pero no terminará de decidirse. Esta permanente indecisión llegará a exasperar a Teresa, que le presionará para que se comprometa más, para que dé el paso de separarse de Silvia. También le sugerirá hacer un viaje, un viaje que les permitiera convivir unos días juntos fuera de Barcelona, pero él, muy paranoico, no se atreverá, temiendo que las sospechas de Silvia o una prueba definitiva acelerasen su separación y le obligasen a cambiar demasiado bruscamente de vida. Esta permanente sensación de ser espiado por Silvia, le introducirá en una angustia que terminará en impotencia sexual.
– Podría incluso desarrollar una cierta paranoia por salir a la calle, una paranoia que le obligase a verla tan sólo en el apartamento donde escribe.
– Sí, la somete así a una reclusión que la lleva a cuestionarse su relación con él, a pensar incluso en dejarle. Pero ella está enamorada y eso la retiene día tras día, tarde tras tarde, aguantando sumisamente sus miedos, sus irrealidades, sus imaginaciones absurdas, su fracaso; hasta cimentar un resentimiento contra la situación, contra ese desequilibrio que la mantiene bloqueada y anónima. Por eso, de forma un tanto inconsciente, cuando ella le robe el disco del ordenador con el diario, cuando ella lo presente al premio y lo titule a su antojo, se estará rebelando, se estará lanzando a publicar su relación a los cuatro vientos, a explicarla, a contarla.
Читать дальше