– Dale el antitérmico y, si no le baja, llama al médico. Ya sabes que a mí siempre me puedes localizar en el teléfono móvil, aunque hoy es viernes y por la tarde tengo reunión; o sea, que no me llames si no es por algo urgente.
Dos horas después, Gilabert bajaba con su elegante Jaguar de color verde por la avenida de Pedralbes. Cuando se detuvo frente al semáforo anterior a la Diagonal, volvió a abrir su maletín para comprobar que no se había dejado el regalo de Sandra. También encontró algunas de las hojas sueltas en las que había garabateado las notas de la noche anterior. Ahora, al llegar al despacho, las discutiría con su directora literaria. Pensó que la idea de que Luis y Silvia se enamorasen y decidieran adoptar un hijo del tercer mundo no estaba mal, aunque resultaba un poco increíble. Sin embargo, por otra parte, si al final Luis iba a terminar con Teresa Gálvez -para seguir el esquema amoroso de su hermano Antonio-, el hecho de una implicación sentimental y ética con el tercer mundo podría dar consistencia dramática al desenlace.
Al llegar al despacho saludó a su secretaria y le preguntó si ya había llegado Beatriz. La secretaria le respondió que no y le comunicó que Flores quería hablar con él. Ordenó que le avisaran y que le hicieran pasar a su despacho.
A los pocos minutos entró el asesor financiero y, con su habitual gravedad, le comunicó que ya tenía los datos de la cuenta de explotación de febrero.
– Señor Gilabert, en el mes de febrero los resultados arrojan pérdidas considerables. Estoy preocupado y quería decirle que me parece que así no podemos continuar.
Flores desplegó una gran hoja formateada para el ordenador y la extendió sobre la mesa al mismo tiempo que con su dedo oscurecido por el tabaco le indicaba unos números redondeados en rojo.
– En febrero se han perdido cinco millones seiscientas mil. Uno de los conceptos negativos más importantes es el derivado del libro sobre los castillos de Cataluña; el de los excursionistas del Montseny y el del billar también nos han producido pérdidas.
– Pero a mí me dijo Gonzalo Duduar que se estaban vendiendo bien.
– Pues no, señor Gilabert, desgraciadamente no se están vendiendo nada bien. Si me permite mi opinión, creo que tenemos que reducir gastos y la única forma que veo consistiría en despedir a algunos trabajadores improductivos. Con la caída de ventas que hemos sufrido en lo que va de año no podemos hacer frente a los costes fijos de personal. Piense que también tenemos que pagar cada mes la hipoteca que pedimos a la Caixa.
Después de observar los números, Gilabert pensó que la tendencia era, en efecto, algo inquietante pero sin llegar a ser alarmante. Por un momento, se sintió frente a Flores como si estuviera recibiendo una bronca por haber arruinado la empresa. Parecía como si se hubieran intercambiado los papeles, como si Flores fuera ahora el empresario que iba a despedir al empleado Gilabert.
– Señor Gilabert, ya sabe usted que yo siempre le he dicho lo que pienso y, en este caso, no voy a hacer lo contrario. Todos sabemos que usted está escribiendo una novela con la señorita Beatriz.
– Bueno -repuso Gilabert frunciendo el ceño-, ¿y qué tiene que ver eso con los problemas de la empresa? Además, lo que dices no es cierto, el que escribirá la novela soy yo; ella sólo me está ayudando a estructurarla durante unos días.
– ¿Y por cuánto tiempo cree usted que va a seguir la señorita Beatriz ayudándole a estructurar? -dijo «estructurar» con un deje irónico.
– Flores, no hace falta que seas sarcástico conmigo, yo…
– No, señor Gilabert, no soy sarcástico, sólo le estoy transmitiendo mi inquietud con toda la sinceridad de la que soy capaz.
– Bueno, van a ser dos semanas más y luego volveremos a lo de siempre. Pero ¿hay algún problema con Gonzalo Duduar? Parece que este chico lo estaba haciendo bien, ¿no?
En ese momento entró la secretaria y anunció que Beatriz Lobato había llegado ya. Gilabert dijo que le comunicaran que estaría con ella al cabo de unos minutos, tiempo que utilizó para explicar a Flores que la deuda tampoco era tan grave, que todavía disponían de reservas y que todo se debía a las fluctuaciones del mercado y al desacierto específico en la elección de tres títulos.
– Flores, ya verás cómo en primavera nos recuperamos -le dijo al final, dándole una palmadita en el hombro como para animarle-, la enciclopedia de Taylor va a ser un avión, y luego vendrá mi novela, que, aunque no te lo creas ahora, verás cómo también funciona.
La reunión con Beatriz fue tan intensa que decidieron comer juntos. Gilabert salió del despacho con una euforia inusual y todos sus empleados pudieron verle pasar diciéndole a su directora literaria:
– Es genial, es genial, es el desenlace que estaba buscando. El tío se va con la otra al Caribe y manda todo a la mierda, es buenísimo.
A Beatriz no le parecía del todo mal la idea de que Luis y Silvia se enamorasen, pero objetó que lo del niño tercermundista metería la novela en un proceso demasiado complicado y que, además, podría resultar un recurso sentimental algo peligroso. Propuso como idea alternativa que Silvia padeciera un cáncer de mama. Gilabert se apresuró a decir que esa solución le parecía algo tópica, aunque no la descartaba como idea complementaria a la de la adopción del niño, para intensificar aún más el proceso dramático del final. Posiblemente, la solución estaría en sintetizar las dos ideas: el niño tercermundista podría contraer una enfermedad mortal.
– Claro -dijo Gilabert en el restaurante, después de restregarse la servilleta por la boca y beber un poco de vino blanco del Penedés-, cuando el niño enferma, Silvia se ve inmersa en un nuevo infierno del que Luis escapa, sólo a veces, con el alcohol y con sus escarceos amorosos con Teresa. Luis termina escribiendo una novela que narra ese infierno y la presenta al premio que ganó su hermano. La novela gana el premio y se convierte en un segundo éxito de ventas descomunal. Las dos novelas de Antonio y de Luis pasan a venderse en un mismo paquete, en paperback , con una banda roja en la que se lee algo así como «El doble éxito de los hermanos López en el Gracián (5ª edición)». ¿Qué te parece? ¿Cojonudo, no?
Después de comer y de beber algo más de la cuenta, Gilabert enfiló su Jaguar hacia el apartamento de Sandra, en la esquina de Consejo de Ciento y Rambla de Cataluña. Como el tráfico no era demasiado denso, llegó unos minutos antes de lo previsto y ella lo recibió vestida con un traje largo de pliegues muy ligeros, y con unos tacones altos que realzaban, todavía más, su esbeltez natural. Al andar, el traje se abría por debajo dejando entrever las piernas que pronto podría abrazar y besar. Sintió ganas de pedirle que se quitara la ropa allí mismo, pero se contuvo para permitir que la ceremonia siguiera su curso habitual.
Poco después de perderse por el pasillo que iba a la cocina, la bella mulata llegó con dos dry martinis, los depositó en una mesilla pequeña del salón y se dirigió hacia el tocadiscos para poner el «Toca mi timbal» de Tito Puente. La música, a pesar de ser latina, tenía también mucho swing y, en los solos de trompeta y piano, los fraseados evocaban claramente el jazz. Cuando Gilabert le entregó los pendientes, ella los contempló durante unos instantes y luego comenzó a dibujar con sus brazos unos aspavientos que parecían condensar toda la felicidad del mundo. Se lanzó sobre él y empezó a besarle hasta verter todo su dry martini sobre la alfombra.
– Eres un sol, un encanto, son preciosos… No, no te preocupes por la copa, ahora mismo te traigo otra.
Desapareció hacia la cocina y al poco tiempo volvió -silueteada previamente por su sombra contra la pared del fondo- con los pendientes puestos, portando una nueva copita perfectamente transparente y triangular. Dejó la bebida sobre la mesilla, recogió la copa anterior -que no se había roto por el espesor de la alfombra- y con paso firme, al ritmo de la música, llegó hasta él y se sentó a su lado, cruzando las piernas con un movimiento lento pero sin pausas. Sonrió, estaba preciosa.
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