– Señor Gilabert, no se lo tome usted mal, pero creo que para avanzar un poco, lo ideal sería que trazáramos un mapa que nos permitiera visualizar con cierta claridad a los personajes, que nos posibilitara definirlos, progresar…
– Desde luego, pero sin que ello nos limitase en la posibilidad de hacer bruscos cambios arguméntales. No quiero pensar en unos personajes o en un argumento demasiado definidos, porque ello nos llevaría a algo excesivamente rígido y estático. Prefiero pensar en múltiples caracteres que, en realidad, sean el mismo, en varios argumentos que, en realidad, sean desdoblamientos de un único argumento; es decir, que las formas de la trama superen la propia trama tanto en intensidad como en fuerza literaria, dejando en el lector un efecto de lucidez que le haga dudar de su propia condición de realidad, que le cree una incertidumbre que le implique en la novela, transformándole en un personaje capaz de salir y entrar, de escribir y ser escrito, de tocarse el mentón y fruncir el ceño…
– Usted quiere hacer una novela enteramente metaliteraria, una novela en la que la literatura esté dentro de la literatura el máximo número de veces.
– En efecto, que lleve los posibles desdoblamientos de la ficción y la realidad hasta sus últimas consecuencias. De hecho, inicialmente, yo había pensado en un personaje que escribe sobre otro escritor, que escribe, a su vez, una obra sobre otro escritor. Como en diferentes estratos de realidad, cada uno de esos escritores podría tener una pequeña historia y diferentes motivaciones que le impulsan a escribir pensando en otro escritor. Cada uno sería escrito por el escritor que le antecede, formando una cadena de escritores escritos por otros. El personaje que muriera o dejara de ser escrito daría fin a toda la cadena, porque el segundo dejaría de escribir al tercero y el tercero al cuarto y así sucesivamente. [13]
– Sería como un cuadro que estuviera dentro de otro y de otro, hasta que sólo viéramos los infinitos marcos que se pierden en un centro que terminaría siendo un punto apenas visible y conceptualmente infinito.
– El problema, Beatriz, es que es muy difícil escribir una novela con un argumento en el que se entrecruzan tantas realidades; ese tipo de idea es más sugerible que realizable, es más propicia para un relato breve, para un cuento.
– Bueno, de momento tenemos una historia que reproduce un poco la nuestra, la que tenemos usted y yo, porque la relación que tiene Antonio con Teresa Gálvez -ella ayudándole a plantear una novela a él- refleja un poco la nuestra. ¿No?
– Desde luego, aunque nosotros no tenemos una relación amorosa.
– No, señor Gilabert, eso está claro… por cierto, ¿qué relación tiene Antonio con la estudiante?
– Creo que podría ser algo clandestina. Podrían reunirse en el despacho de Antonio y dejarse notas en sus respectivos buzones de la facultad, creando nuevos textos que aparecerían como otros textos dentro del texto general de la novela y que, junto a las cartas, los graffitis que lee Antonio en los lavabos, las citas de Borges, las pequeñas reseñas de prensa y demás, crearían otros planos metaliterarios, otros textos que participarían en la intertextualidad general. Claro que la idea de que Teresa tuviera un buzón nos obligaría a elevarle el rango a profesora ayudante, porque una simple estudiante de doctorado no tendría un buzón con su nombre en una facultad.
– ¿Cómo ve usted a Silvia, la mujer de Antonio?
– Bueno, Silvia tiene una mentalidad de pija. De pija que ha estudiado piano durante años en el salón de su casa sin pasar de primer curso, sin pasar de tocar el piano en las propias clases de piano, frente a resignadas profesoras que escuchan la misma pieza cada semana sin ninguna mejoría. Creo que las pijas de Barcelona han creado una nueva estirpe de profesoras de piano; una estirpe que asume, con una sonrisa cómplice, que en sus alumnas no va a haber ningún progreso, ningún avance; que les pagan para eso, para no enfadarse, para silenciar un verdadero escándalo de ineptitud artística, para guardar las apariencias sociales necesarias y para poder afirmar en el Palau o en una fiesta cualquiera de Pedralbes que la niña toca muy bien y que «pronto nos sorprenderá interpretando a Rachmaninov». Creo que se podría pensar en una novela que reflejase ese ambiente peculiar de la ciudad; una novela que se podría titular Las alegres comadres de Pedralbes. [14]
– «Pija» es una palabra muy local y pasajera que se utiliza en España para referirse a personas en realidad muy diferentes; es preferible caracterizar a Silvia a través de lo que ella diga o haga, ¿no?
– Tienes razón… Pero ahora no puedo pensar en Silvia ni en su pijez porque se me acaba de ocurrir una idea, y si no te la cuento la olvidaré en cuestión de segundos. Se me ocurre que la novela podría comenzar de tres formas distintas.
– ¿Qué quiere usted decir?
– Que al principio que cuenta cómo salen Silvia y Antonio de su casa para ir a la cena del premio se podrían añadir otros dos principios en los que ocurren distintos acontecimientos alternativos. Por ejemplo, un segundo principio de la novela podría narrarse desde la perspectiva de Silvia, que es la que se retrasa con sus cosméticos y piensa que Antonio es un hombre del todo insensible a la música y a la buena literatura. También podría ser ella la que muere atropellada por un camión que la arrolla en la acera cuando Antonio ha ido a buscar el coche al parking. En un tercer principio llegarían puntuales y no moriría nadie. El lector podría deducir cuál de los tres principios es el que elige el autor al verlo continuar en el siguiente capítulo. Toda la novela podría articularse por bloques en los que siempre se presentan tres senderos que se bifurcan. Sólo uno de ellos continuaría en uno de los tres siguientes y así sucesivamente. ¿Se entiende?
– Usted quiere construir un laberinto, quiere rizar el rizo y organizar un bucle que permita entrar y salir en la realidad y en la ficción hasta un punto en el que el lector se pierda y se desoriente.
– Sí, aunque insisto en que en una novela existe el riesgo de que el lector se harte de esa propuesta, de que no esté dispuesto a participar en ese juego que acabaría minimizando el posible y, en todo caso, leve argumento.
– Bueno, no se preocupe ahora, ya lo haremos avanzar. ¿Cómo es Antonio?
– Lo imagino como un hombre patológicamente narcisista, que ha convertido el narcisismo en una forma de vida, en un universo hermético en el que todo gira en torno a su ego insaciable de gloria y de grandeza. Su imaginación se canaliza de forma inconsciente en esa dirección, no cesa nunca en el empeño que le hace soñar con aplausos, con ovaciones multitudinarias, con galardones y reconocimientos de la academia sueca puesta en pie. Sueña que sería el primer joven de la historia en recibir el premio Nobel por una sola novela diestra y definitiva como la luz del sol, por una sola novela que le llevara a estar todo el día recibiendo a reverenciales periodistas de la prensa internacional, que propagarían su foto y su nombre por todos los rincones del planeta, hasta convertirle en un símbolo reconocible parecido a Homero o Shakespeare. Por eso es para él tan importante su novela, porque ha internalizado hasta tal punto el delirio de su megalomanía, que ya no le caben apenas dudas de que su obra se convertirá en una especie de continuación y hasta de superación del Ulises de Joyce. Este narcisismo enfermizo podría aparecer solapadamente en su diario, junto a otros momentos en los que duda de sí mismo, en los que se derrumba hasta la desesperación más terrible.
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