Rosa Regàs - Viaje a la luz del Cham

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“De la claridad de sus desiertos, del rumor de las aguas milenarias, de la hospitalidad de sus gentes, del descubrimiento de sus mundos recoletos, en una palabra, de lo que busqué, vi y encontré en Siria, trata este libro”, dice Rosa Regàs en el Preludio. En ese viaje de dos meses, la escritora reivindica la aventura que reside en una peculiar y personal forma de ver, de mirar y de descubrir que nada tiene que ver con el exotismo y el turismo cultural. Las calles de Damasco, los olores penetrantes de sus zocos, la forma de convivir con sus gentes, la extraña luminosidad de los atardeceres del Levante, los mágicos encuentros, se suceden e intercalan con los viajes por el país: el valle del Orontes, el vallle del Eúfrates, Palmira, Mari, Ugarit, Afamia, la otra cara del Mediterráneo, la blanca Alepo, los altos del Golán, los poblados drusos del sur, los desiertos y los míticos beduinos. En el texto se alterna la crónica de esos viajes con la reflexión sobre la situación en que se encuentra el país, su actitud frente a Occidente y frente al integrismo, el papel que desempeñan los fieles al régimen y sus opositores, la condición de las mujeres y de los niños en el mundo del trabajo, de la familia, de la religión, salpicados de pequeñas anécdotas de la vida cotidiana. Un texto rigurosamente fiel a esa mirada sugerente y sensual que recupera para el placer y la experiencia imágenes robadas al tiempo, a la distancia, a la banalización y a la manipulación. Un texto en que la autora se suma a la forma de narrar de los autores de libros de viaje que la precedieron y brinda su compañía al lector para que, paso a paso, se convierta a su vez en un viajero que avanza por ese mundo desconocido y revive y redescubre los lugares donde nació su propia civilización, morosamente descritos con sorpresa, ironía y ternura.

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El hijo del sultán Al Atrach.

Durante la Primera Guerra Mundial, los sirios, entonces bajo el dominio turco, lucharon junto al rey árabe Faysal en favor de los aliados, porque creían que los ingleses iban a cumplir su palabra y les concederían la independencia como en su nombre les había prometido su representante, conocido con el nombre de Lawrence de Arabia.

Sin embargo los ingleses, tan caballeros siempre, no cumplieron con la palabra que habían dado y dividieron el territorio quedándose ellos con Jordania y Palestina, y entregando a los franceses el Líbano y la actual Siria. En realidad fue Francia la que, contra la voluntad de los sirios, obtuvo de la Sociedad de Naciones un Mandato cuya misión era “llevar a Siria a la independencia lo antes posible y proteger su integridad territorial”. Directrices que los franceses olvidaron casi en el mismo momento de recibirlas para dedicarse a dividir el país, con la creación del Líbano, y más tarde la entrega de un territorio del norte de Siria a los turcos. Es decir, los franceses actuaron como habían hecho en el norte de África, tomaron Siria como una colonia a la que había que avasallar. Así lo demostró el general francés Gorod, que tras haber destruido el día anterior la incipiente resistencia con una ferocidad y brutalidad difíciles de olvidar, entró victorioso en Damasco el 25 de julio de 1920, se fue directo a la tumba de Saladino, el gran vencedor de los francos, y para que le oyeran los vivos y los muertos gritó: ‘Saladin, nous voilá’. [9]

Esa actuación de un gusto tan teatral y tan francés sólo podía entenderse como una revancha, un deseo de venganza latente aún por la humillación a la que se vieron sometidos aquellos lejanos francos que jamás lograron conquistar Damasco. La brutalidad de la represión, las divisiones administrativas que no hicieron sino trocear los territorios de Levante, el desprecio por las costumbres y creencias de sus habitantes, la cesión en 1939 de una parte del territorio a Turquía, en una palabra la ‘pax francorum’, provocaron tales odios, revueltas y desafueros que la saña de los franceses no se detuvo ni con los colaboracionistas de Pètain ni al final de la Segunda Guerra Mundial con los partidarios de De Gaulle. Ante la exasperación de los sirios y sus exigencias cada vez más apremiantes y violentas de que finalizara el Mandato y les fuera concedida la independencia, las autoridades francesas dieron la orden de bombardear Damasco a finales de junio de 1945. Y por esas ironías de la historia difíciles de explicar, fueron los ingleses los que tuvieron que acudir en ayuda de los sirios y los que acompañaron al ejército francés a la frontera, una humillación que nuestros vecinos no han olvidado excepto cuando se trata de redactar la historia o una simple guía turística.

No me fue difícil encontrar la casa que buscaba. Estaba en la entrada misma de la aldea, tenía la puerta abierta y un hombre vestido a la usanza de los drusos me acogió con la hospitalidad característica de este país, me hizo pasar a la gran sala que daba sobre la plaza y pidió que nos sirvieran café: era Mansur Al Atrach, el hijo del sultán que se había enfrentado a los franceses. Me mostró el mausoleo de su padre y el museo histórico de la revolución siria. Y sólo entonces, accedió a hablar como me había prometido al llegar. Y lo hizo en un excelente francés, con tal calma, con tan medidas palabras que casi podía copiarlas al dictado. Ésta es la transcripción exacta de lo que dijo:

– Soy un campesino, soy un campesino y un político. En mi familia éramos tres chicos y siete chicas. Mi padre sólo tuvo una mujer.

Los drusos tenemos unos preceptos muy estrictos. ¿Conoce usted los principios de nuestra religión? -me preguntó consciente de que si no los conocía me sería muy difícil comprender lo que me iba a contar.

– No -respondí-, apenas sé unas pocas reglas básicas.

Entonces inició un nuevo discurso:

– La religión drusa es una rama del Islam chiíta, que en el siglo XI implantaron en Siria unos misioneros llegados de Egipto, seguidores del califa fatimida Hakim. La mayoría de los miembros de la comunidad drusa viven ahora en las montañas del Líbano y en los Altos del Golán, o en algunas pequeñas ciudades cerca de la frontera con Jordania, como ésta.

Nuestras creencias han permanecido intactas a través de los siglos gracias al secreto que las envuelve. No sólo nos está prohibido convertirnos a otras religiones, sino que también lo está que personas de otras religiones se conviertan a la nuestra, y sólo una elite llamada ‘uqql’, los que saben, tiene acceso a la doctrina religiosa.

Según nuestro código, un creyente que viva entre cristianos puede conformarse a la fe cristiana en lo que se refiere a su vida exterior y seguir siendo druso al mismo tiempo en su corazón.

– ¿Su Dios es el de Abraham?

– Para nosotros Dios es demasiado santo para darle un nombre y estamos persuadidos de que Él no tiene forma y de que volverá al mundo bajo otras encarnaciones.

Respetamos las Sagradas Escrituras y el Corán pero tenemos nuestros propios libros santos en los ‘Jalwas’, templos, donde los fieles se reúnen todos los jueves del año.

Se detuvo un instante y me preguntó:

– ¿Lo comprende ahora un poco mejor?

– Sí, gracias -respondí.

– Entonces puedo continuar si usted me lo permite. Mi padre era el sultán, el ‘cheij’, y estaba al mando de 60.000 hombres, aunque no más de 3.000 tenían armas. Mi padre tenía carácter de líder. Había luchado con Hussein en las batallas de liberación durante la Primera Guerra Mundial, y fue el primero que entró en Damasco en 1918 con sus caballeros tras oponerse a la última resistencia de alemanes y turcos. Porque Damasco fue el último bastión de los turcos. Todos los que habían luchado con los aliados lo hicieron porque se les había prometido la independencia, pero por esas trampas de los occidentales, en lugar de esto nuestra Gran Siria fue dividida y repartidas sus partes entre ingleses y franceses. El territorio druso al sur de Damasco correspondió al llamado Mandato francés, de triste y trágica memoria, y comenzó entonces la resistencia de los sirios.

·En 1923 se produjo un levantamiento contra la presencia francesa porque había injerencia en los asuntos de las comunidades. Los franceses no respetaban nuestras costumbres: en cierta ocasión detuvieron a un hombre, Adam Yauyar, del sur del Líbano acusado de disparar contra el general Gorod y los demás jefes. Mató a un oficial pero el atentado fracasó, así que Adam huyó y vino a refugiarse aquí, a la casa de mi padre. Y un día, mientras daba de beber a su caballo en el abrevadero del pueblo, lo detuvieron y lo llevaron a Sueida. Cuando se enteró mi padre fue a pedir al gobierno francés que le devolviera a su huésped. Pero al gobierno francés, que ni entendía ni quería entender a los árabes, de ningún modo le pareció conveniente devolver a un preso sólo porque fuera el huésped del sultán.

·Los caballeros rodearon la ciudadela y a la policía. Una columna de blindados, es decir, tres blindados, vino de Sueida para llevarse a Damasco al hombre y juzgarlo. Los caballeros atacaron y destruyeron dos blindados y el tercero huyó.

·Esto ocurrió en enero de 1924. Mi padre se organizó entonces, por así decirlo, en guerrilla, y los franceses en represalia dinamitaron nuestra casa. Ésta es posterior, de 1938. Nuestra casa ancestral donde había vivido la familia durante generaciones fue destruida. Volar una casa es querer volar nuestro paso por la tierra, nuestros orígenes, y eso sí lo comprendieron los franceses. En abril hubo una amnistía y mi padre volvió a casa con sus hombres. Pero la calma no duró: el 23 de julio de 1925 se produjo en Cafer el primer encuentro entre los soldados del Mandato y los caballeros drusos. Fue una batalla rápida, una columna de trescientos soldados con metralletas sucumbió al ataque en el que también perecieron cincuenta y dos caballeros, los mártires les llamamos. Y así se continuó durante dos años. El 2 o 3 de agosto de 1925 se dio la gran batalla de Mazrá en la que el moderno ejército de los franceses fue destruido y no pudo recuperarse hasta que le llegaron refuerzos de ultramar. Entonces los caballeros no tuvieron más remedio que retirarse a Transjordania, que estaba bajo mandato británico. Pero en virtud del Tratado de Seiskik y de la partición de la herencia turca, es decir, de nuestro país, Inglaterra hizo presión en los Mirabdalá y obligaron a irse del país a todos los insurrectos, incluido mi padre, que se refugiaron en el desierto de Arabia. Allí vivieron de 1927 a 1937, en que hubo una nueva amnistía y un proyecto de Tratado entre Siria y Francia que reconocía los derechos de los sirios. Entonces fue cuando volvió mi padre y construyó esta casa, y luego comenzó la Segunda Guerra Mundial. Conocimos a los dos bandos franceses, el de Vichy y el de De Gaulle. Fue una época de suspicacias pero no de persecución de los nacionalistas, tal vez por no tener que luchar en más frentes.

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