No llegué a sentirme fatigado a pesar de que hice todo lo posible para acabar en tal estado. No hubo intimidad y, por la tarde, tuve que atender a la prensa, posar sonriendo con el director del hotel para que la foto pudiese ser lucida en la revista que se distribuía de forma gratuita por las habitaciones, y agradecer no sé cuántos cientos de buenas intenciones que, una detrás de otra, iban siendo manifestadas sin solución de continuidad. Nadie sabía de dónde venía, todos conocían mi destino y hablaban de mi entereza de ánimo con la convicción que da el hacerlo sobre alguien que se sabe que ya no va a molestar más en poco tiempo. La sociedad se purga a sí misma en la desgracia de alguien que, ella misma o el azar, escogen para inmolar en el ara de los sacrificios incruentos.
En ocasiones la purga se realiza sobre alguien que cayó, tropezó y se hizo daño, que simplemente resultó arañado por un espino que se ofrece, casi invisible, desde los alambres que festonean el camino. En ocasiones tales, el gallinero se alborota y, todos los miembros que lo componen, se lanzan sobre el herido hasta desintegrarlo a picotazos. Se trata de una actitud muy propia de bípedos plumes que ejecutan con mayor frecuencia los implumes; acaso porque las gallinas sean más listas y se lastimen menos, acaso porque los hombres son más gallinas y amigos de la crueldad gratuita y compartida de forma colectiva, el caso es que, como aquéllas, maltratan al herido hasta que lo defuncionan.
En otros momentos la purga es más benigna y parte de la conmiseración. En los anteriores es consecuencia cruel del odio o de la envidia, de los celos o de la incomprensión, ante alguien que se atrevió a hacer o a decir lo que, la mayoría, temió ni siquiera pensar u osó apenas intuir, más allá de la oscura frontera del deseo, porque decidió razonar en voz alta o asumir su propia realidad en una actitud que, a él o a los suyos, la historia le había hasta entonces vedado de forma tajante y categórica y, al hacerlo, se lesionó, o fue herido en el intento; porque las vallas, los muros o los espinos están para algo y es necesario y preciso que así suceda.
Pero otros momentos, si es que aquéllos pueden ser así, y lo son, también pueden ser consecuencia de la piedad que es posible llegar a sentir por quien padece un mal que, en razón de que es padecido por otro, nos aleja a nosotros mismos de su realidad y de su padecimiento en una inconsciente valoración estadística de lo que es el sufrimiento. Algo así como alegrarse, consciente o inconscientemente, de los accidentes aéreos porque, habiendo sucedido, hacen disminuir el número de los probables que pueden suceder en un próximo futuro. Y es en ese futuro próximo, en el que nosotros tenemos dispuesto un viaje.
¿Cuántos directores de orquestas sinfónicas pueden padecer Parkinson al mismo tiempo y dejar de dar la lata a corto plazo? Muy pocos en la historia de la música; luego, aquel al que le tocó la china, aleja el mal del resto de sus colegas y en él los demás exoneran sus culpas, purgan sus males, se liberan del miedo, ahuyentan la angustia.
Sólo la presencia de Xana me libró a mí de la abyección. Saberla a mi lado mientras iba constatando la amarga realidad del ser humano me permitía constatar la otra cara, la amable y deseada, del existir. La vida es eso, ciertamente; ponderar al poeta que escribió un solo y mediocre libro hace cuarenta años y convertirlo en un mito porque en él se ejemplifica la posibilidad de que todos los mediocres, aquellos que estén en situación de escribir poemas en calidad y cantidad semejante, puedan ser exaltados a los altares del culto y hacerlo de forma deliberada porque todos tienen derecho al paraíso y en él cabemos todos. Ponderar la igualdad sin descubrir nunca que lo que realmente se esconde detrás de esa palabra es otra más abyecta porque lo que realmente se busca es la semejanza: el hombre clónico y eso es fascismo. No somos iguales, nunca lo seremos. Tan sólo en el paraíso lo son las almas puras: semejantes en su estado, una igual a otra, un éxtasis igual a otro. Y así nos confundimos. Porque lo cierto es que todos tenemos derecho a sentir el cuerpo de una persona amada abrazado al nuestro cuando la angustia tira de tu alma, o el placer urge al gozo del contacto o la soledad lo llena todo de un silencio excesivo y agobiante que sólo el roce de unas manos pueden mitigar en su aspereza. Pero eso no es semejanza, eso es lo que nos hace iguales; como iguales nos hace el hambre y la necesidad de satisfacerla, y el dolor y la injusticia. Y eso no es igualdad, no es igualdad, eso es derecho a vivir. Así de sencillo.
Quizá esto sea así únicamente para aquellos seres que, como yo, tan sólo tienen pasado, ostentan un presente fugacísimo y carecen totalmente de futuro. Acaso deba ser así para quienes, como yo. Dios es la plenitud de los valores positivos del ser humano; porque ello implica el conocimiento de la apoteosis de los negativos, la consciencia de la barbarie.
No me atreví a proponerle a Xana que cenásemos en las habitaciones y no supe eludir la invitación a hacerlo en un restaurante de lujo, llevados por los amigos que siempre aparecen cuando, deseando verlos, preferirías saber de ellos y de su estado, a través de noticias llegadas por conductos más amenos que los de una presencia que distorsiona aquel deseo inconfesado. Salimos a cenar y llevé con corrección las alusiones a Xana, la observé a ella para constatar su estado de ánimo y me consolé viendo que permanecía inalterable y serena, sonriente y agradable, sabiendo escuchar en silencio aquello que intuía que debería dejar sin respuesta.
Cuando salió el tema recurrente de mi enfermedad y las caras de nuestros contertulios se distendieron, apaciguadas, en su expresión más placentera de conmiseración por el caído, Xana observó en silencio a todos, dejó que le brillasen los ojos y supe que yo también era observado por ella con la imprecisa mirada de quien atisba expectante un campo angular superior al que sus ojos le permiten, en tanto que le ayuda en el empeño algún sentido extraño en el que posiblemente radica la intuición.
Y odié la enfermedad y quise dirigir para ella como nunca nadie hubiese conducido una orquesta. Pero sabía que ya no sería posible.
Nos levantamos una vez que hubimos desayunado en nuestras habitaciones. Sentí a Xana moviéndose por la suya y me incorporé feliz de poder hacerlo cerca de ella. Un taxi nos llevó a Barajas y, un avión de Iberia, nos depositó en el aeropuerto de Linate, cerca de Milán. Allí estaban esperándonos con un coche. Había dormido bien y estaba rebosante de buen humor. No puedo decir que pletórico de facultades, pero sí que, la alternancia de estados de ánimo, tan propia del mal que porto como un estandarte, me había llevado a un día gozoso en el que, la contemplación, si no de la vida en su globalidad, sí del entorno que me circundaba en prácticamente toda ella, era placentera y grata. Me hallaba a mí mismo ocurrente de ideas y ágil de piernas, fuerte de brazos y deseoso de llevar yo mismo alguna de nuestras maletas. No quería desprenderme de una de ellas, en particular, en la que iba una batuta de madera de boj que había construido yo mismo, en el torno de mi lutería, sin saber que iba a ser utilizada en un concierto y tan sólo por el placer de estrenar la máquina y, a la vez, hacer prácticas manuales y de aprendizaje. Era algo tosca de formas, pero se me antojaba ligera de vuelo, sin que por ello dejara de sentirla en el cuenco de mi mano; la sabía de madera y tenía el valor de lo artesanal y de lo puro. Me parecía, incluso, un regalo hermoso para ofrecérselo a Xana, una vez finalizado el concierto, y me preguntaba cómo, en tan pocas horas, aquella mujer se había instalado en mi vida, ocupado mis sentimientos, llenado mis soledades. Me repetía monocordemente que a mis soledades iba, puesto que de mis soledades venía, y no conseguía recordar ningún verso más de los del poema de Lope. Pero no me importaba; de una soledad a otra ¿qué hay? Probablemente lo mismo que de un sueño a otro; puesto que habitar en uno de ellos es espantar la soledad que lo precede y continúa. Soledades y sueños, he ahí la cadena del vivir humano. En la soledad sueñas, lo que realizado, espanta la soledad y, de paso en paso, vas agotando la capacidad de hacerlo. Luego el silencio.
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