Primera carta de mi hermana: Es inconcebible que ni siquiera nos hayas escrito cuatro líneas con motivo de la muerte de papá. Segunda: La cesantía resultó menor pues se debían varias cuotas en el seguro. Tercera: ¿Cómo estás, dónde estás, qué te pasa? Cuarta, de hacía diez días: Como no contestaste mi cable acudí al Ministerio. Debieron de dirigirle un cable al Cónsul pidiéndole que averigüe tu paradero y te despache en el primer avión, si aún tienes el dinero del pasaje. ¡Eres un sinvergüenza y un cínico!
La vida es maravillosa, porque es imprevisible. (Desarrollar este pensamiento más tarde, en el primer capítulo relativo al extraño caso del desfalco en la recaudación de rentas y gabelas de Sevilla. Lo perpetra aquel andaluz que confiaba en que su noble protector lo llevara de secretario a la Corte. En vez de ir a Madrid fue a parar a la cárcel de Cádiz. Le conmutaron la pena por un enrolamiento en la tropa que reclutaban para viajar a las Indias. Se me están ocurriendo centenares de ideas, pero con lo anterior me basta para recordar después…)
La vida es maravillosa porque es imprevisible. Desarrollo en imágenes: Una encrucijada de calles y avenidas. Al dar la vuelta a una esquina, indistintamente puedo tropezar con un ciego que me pide limosna, o con un matón que me rompe las narices, o con un amigo que me andaba buscando para decirme que he ganado la lotería, o con una mujer que insensiblemente va a conducirme a la bebida, la holgazanería, los estupefacientes, la ruina, el hospital, la muerte.
La vida es maravillosa porque es imprevisible. Cuando me había dado con el Cónsul en las narices, me encontré con este ángel de Miguel y tuve una increíble racha de buena suerte. Descubrí, además, el tema de mi novela, cargada de posibilidades no sólo literarias, sino sociológicas. Necesitaré tomar unas notas en la Biblioteca. Por conocer mi debilidad por la buena comida (alguna vez le conté que yo padecía un hambre atrasada de varias generaciones) Miguel me llevó a almorzar a un restaurante del Rond-Point de los Campos Elíseos. Al enterarse de la muerte de mi padre, de mi enfermedad, de mi imposibilidad de conseguir el valor del pasaje que había empleado en gastos explicables y urgentes, me prestó doscientos dólares que le pagaré cuando regrese al país. Me contó que le había vendido al Embajador el automóvil Mercedes que usaban su padre y sus hermanas. El que Miguel tenía, un descapotable que corre a ciento cincuenta kilómetros por hora, quedaría en un garaje de la rue de Ponthieu, pero daría instrucciones para que yo lo sacara de vez en cuando. A un coche de esa clase hay que correrlo como a los caballos del hipódromo. Me dio las llaves, el cheque y tarjetas de presentación para gentes que pueden darme un puesto.
Voy a dialogar otra vez. Relatar me aburre y me fatiga. ¿No estaré dilapidando en novelas un talento teatral que me rezuma, con la tinta, por los picos del estilógrafo?
– Le decías al Cónsul que terminabas tu tesis de grado cuando te enfermaste. ¿Es cierto?
– Tenía que decírselo porque el buen hombre es un funcionario anquilosado por la burocracia y jamás podría entender lo que frente a una carrera consular es una carrera literaria.
O teatral. Tendré que pensar seriamente en aprovechar mi talento dramático. Desde el punto de vista económico, una pieza de éxito puede producir una fortuna.
– Tú tienes una imaginación de novelista y nunca he dudado de tu talento, de tu…, etc.
– Tú en cambio, no eres el tipo del hispanoamericano, sino el arquetipo de lo que éste llegaría a ser dentro de dos generaciones, si la Alianza para el Progreso no fuera una solemne mentira.
Al pobre Miguel se le llenaron los ojos de lágrimas. Yo también estuve a punto de llorar, pues pertenezco, como lo anoté alguna vez, a la categoría de los espectadores que lloran en el cine.
Cuando Dostoyewski perdió en Baden-Baden todos sus recursos, sobre la idea de "El Jugador" consiguió un adelanto de sus editores. Sin que yo pretenda compararme con él, reconozco que se trata de una coincidencia estimulante, ya que a mí se me ocurrió el tema de la novela cuando almorzaba con Miguel. Se me ocurrió al ver la curiosa mezcla de rasgos físicos y perfiles morales que caracterizan a mi amigo. Entre los últimos, pues ya me referí a los primeros, descuellan su sencillez, su vanidad infantil, su generosidad, su credulidad…
– No te vayas por las ramas. Eso está bien en una novela… en una novela proustiana. Yo no me puedo tragar a Proust. Me pierdo, como cuando aprendíamos a jugar al ajedrez.
– Tú no estás hecho para el ajedrez sino para el rugby. Mi idea es tomar tres personajes iniciales: un blanco en el siglo XVI, un indio en el siglo XVI, un negro en el siglo XVIII, los cuales han ido multiplicándose a lo largo de varias generaciones hasta fundirse y confundirse en el siglo XIX, en la época de la independencia. El blanco era un pobre diablo, pícaro y mala persona, que al venir al Nuevo Mundo para escapar a una cárcel en Cádiz por malversación de fondos, se convirtió en encomendero.
– Te equivocas si piensas que todos eran unos pícaros…
– Pícaros, maleantes, ignorantes, analfabetos, ocasionalmente funcionarios de último orden que trataban de tentar fortuna en América. Sólo a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII llegaron burócratas menos despreciables.
– A mediados del siglo XVIII vino a Cartagena de Indias un capitán español, un segundón noble de Extremadura, hijo natural del Duque de Tordesillas… Eso puede servirte. Papá le pagó no sé cuántos miles de pesetas a un heraldista de Sevilla que trabaja en el Archivo de Indias, para que nos siguiera la pista hacia atrás. Has de saber que en el siglo XVIII se tropezó con el Duque. Nosotros no tenemos una gota de sangre negra o indígena.
– Los hispanoamericanos provenimos de ese triple origen racial, lo cual no quiere decir que la mezcla se haya asentado y todos la llevemos en la sangre en proporciones iguales. En América hay blancos puros, recién llegados de Italia o de España, y los puedes ver en Buenos Aires. Hay negros puros de toda mezcla en las costas del Caribe y del Brasil. E indios que inclusive no hablan español sino quechua, en el Ecuador, Bolivia y el Perú. Y hay también -naturalmente no es tu caso- un cuarto abuelo imaginario. Cuando el hispanoamericano adquiere cierta posición social y económica, encuentra al duque siete generaciones atrás. Respecto del negro…
– No lo resisto.
– Al negro lo habían cazado en Guinea o en la Costa de Marfil, arrancándolo brutalmente de su selva y de su raza. Lo vendieron en un mercado de esclavos de Cartagena de Indias o de Bahía de Todos los Santos. El indio, mejor la india, estaba hacía siglos en América cuando llegaron el blanco y el negro.
A Miguel sólo le interesaba el desarrollo de la intriga.
– Al cabo de las generaciones, esos tres seres se entreveran de tal manera que sólo un heraldista como el que siguió hacia atrás la filiación de tu padre, podría desenredar el ovillo. En la época crucial de la independencia americana, el amo era un mestizo, el criado era un mulato, el arrendatario era un zambo. El general era hijo de un blanco y una india, el soldado era un negro cruzado de indio o de blanco, el criollo que luchaba contra los españoles en Arauca, en el Pantano de Vargas, en las faldas del Pichincha, en los desiertos de Piura, en los lagos de Chile, en las pampas del río de la Plata, era ocasionalmente blanco, negro o indio. Pero principalmente mestizo, mulato o zambo. Y aun cuando fuera un blanco de indiscutible ascendencia española, a la sazón ya pensaba y sentía, bailaba y cantaba, vivía y comía como un negro de Santo Domingo o de Bahía de Todos los Santos. Y aun cuando fuera un negro, tenía la insolencia de un blanco; y si era un indio de la cordillera, su respeto por las jerarquías oficiales, su fanatismo político y de neófito cristiano, lo asimilaban a un blanco…
Читать дальше