José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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– Entonces ¿si Dios existe todo queda perfectamente claro? -preguntó otro.

– Tampoco. En este caso falta saber si su hijo fue precisamente Cristo. Porque muchos otros apóstoles o profetas han pretendido serlo: Buda, Mahoma, etc. De ahí que cada religión pretende ser la verdadera.

– ¿Y si el auténtico hijo de Dios fuera Cristo?

– En este caso -insistió David- todavía faltaría demostrar si cuando dijo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi iglesia», y luego: «lo que tú atares en la tierra atado quedará en el cielo» dio verdaderamente carta blanca a Pedro para organizar dicha Iglesia como lo hizo. Todo esto ha sido motivo de grandes discusiones, pues ya sabéis que Cristo, lo mismo que todos aquellos que en aquel tiempo hablaban en público, para hacerse entender usaban metáforas y parábolas.

Hubo un momento de silencio. El mayor de los alumnos preguntó:

– ¿Y lo del alma…?

David se rascó la cabeza.

– Es otro de los campos de batalla, pues no existen signos visibles de ella. Más bien las teorías modernas afirman que todo se desarrolla en el plano físico, incluso actos como el pensar.

– Entonces, si no hay alma, ¿dónde queda lo del cielo y el infierno?

– ¡Ah! Eso entra de lleno en el terreno de lo fabuloso. -Luego añadió, abriendo los brazos-: ¡Lo cual no significa que no sea cierto!

Entonces el maestro se reclinó en el tronco de un árbol.

– Ahora pensaréis: ¿qué necesidad tiene el hombre de montar estos aparatos? ¿Veis…? Este aspecto es más delicado. En primer lugar, dondequiera que se han hallado vestigios de vida humana se han hallado pruebas de que adoraban a Algo. Esto prueba un hecho concreto: que existe en nosotros una tendencia a buscar lo Superior. Claro que el origen de ello puede radicar en el miedo que el hombre siente al enfrentarse con las fuerzas de la naturaleza.

– ¿Y lo de la inmortalidad?

– Pues mira. La momificación, los objetos funerarios, las mismas estatuas, todo demuestra que también deseamos ser inmortales; aunque cabe decir que en realidad ya lo somos, pues al morir nuestra materia se transforma en otra: ceniza, gusanos, viento.

Viendo que nadie preguntaba nada, continuó:

– ¿Ventajas que puede proporcionar la religión? Los católicos afirman no sólo que es el único medio eficaz para consolar al hombre, sino el único que existe capaz de frenar sus pasiones y de inspirar leyes que permitan establecer una sociedad justa.

Hubo un murmullo general.

– Naturalmente, las objeciones que se pueden presentar, las habréis adivinado. En primer lugar, es evidente que ha habido y hay personas sin religión que han frenado sus pasiones y han sido justas. Con más mérito por su parte, pues no esperaban premio eterno. Y en cuanto a inspirar leyes de justicia, parece algo exagerado atribuirse la exclusiva. En el fondo, todas las doctrinas tienden a ser justas y universales, empezando por el anarquismo y terminando por la Sociedad de Naciones. En realidad, en este terreno lo único que importa es la posibilidad de llevar la teoría a la práctica.

Uno de los alumnos preguntó:

– ¿El Catolicismo ha sido un bien, o ha sido un mal?

David se separó del tronco del árbol. Señalando la tierra en el mapa planetario contestó:

– Históricamente encontramos, desde luego, varias influencias que hablan en su favor. Primero, propagó la doctrina de Cristo, lo cual constituyó un evidente progreso, aboliendo la esclavitud. También originó la creación de muchas órdenes religiosas que se han dedicado a la práctica del bien: como en Gerona las Hermanas de la Caridad, las Adoratrices, los Salesianos, etc. Creó misioneros que han ganado para la civilización muchas zonas distantes y difíciles -señaló Asia, América…- Y durante varios siglos los religiosos fueron los «guardadores» de casi la totalidad del saber humano, en las Bibliotecas y Universidades…

– Así, pues, ¿la religión no es un atraso? -inquirió Santi, que llevaba la camisa completamente desabrochada.

– Pues… te diré. La católica -ya que de ella hablamos- ha obtenido conquistas indiscutibles. Como inspiradora del arte, por ejemplo, desde pequeña orfebrería hasta inmensas moles de piedra… Ha llegado incluso a convertir en arte montañas enteras, con monasterios o con capillas de Vía Crucis. Sin hablar de la música litúrgica -el gregoriano es muy sutil- de las campanas. Ha propagado incluso magníficos olores -como el del incienso-, aunque también los haya creado detestables, como el de la cera.

Los chicos parecían asombrados. Entonces David volvió a reclinarse en el tronco del árbol.

– Claro, aspectos negativos los hay… -prosiguió-. Más que positivos, supongo. El Catolicismo… Es curioso que todo sea tan complicado. Por ejemplo, si hay algo sagrado es la vida humana, ¿no? Pues la Iglesia no ha dudado en atravesar a la gente con espadas si le ha parecido necesario. Ya sabéis… la Inquisición, las Cruzadas. Todo lo cual es sorprendente si se piensa que su doctrina se basa en el amor y el perdón. Luego… hay otra cosa sagrada: cumplir una promesa. Pues bien, los Papas… Recuerdo que me impresionó mucho saber que hubo una época en que en Roma todos ellos tenían mujeres y que además… ¡En fin! parece que era gente bastante animada.

– ¿Es cierto que tuvieron hijos? -preguntó uno de los chicos.

– Es un hecho histórico.

– De todos modos…

– Hay otro aspecto de la cuestión… -cortó David- que a mí me parece más negativo aún: el social. Parece ser que si se vendieran todos los tesoros que hay en el Vaticano, en España podríamos vivir varios años sin trabajar.

Hubo otro murmullo.

– Sin contar con lo de los obispados, claro…

– Pero… la religión exalta la pobreza, ¿no? -interrogó uno.

– ¡Ah, desde luego! Ahí está. Por ejemplo: encíclicas y sermones. Todos aconsejando la justicia, la caridad. En cambio, en la práctica no sé lo que les pasa: siempre se han colocado al lado de los… Iba a decir de los ricos; pero no; es más preciso decir de los poderosos.

– ¿Por qué cree usted que lo hacen, señor maestro?

– No sé… Porque son los que les pueden sostener, supongo. Aunque a mí me parece que a la larga salen perdiendo.

– ¿Por qué?

– Porque, aparte los ricos, todo el mundo se va inhibiendo. Y desde luego cuando hay revolución el pueblo se levanta contra la Iglesia, ya lo veis.

El mayor de los chicos volvió a preguntar:

– ¿Cree usted que si ahora hay revolución se quemarán iglesias y se matarán sacerdotes?

David hizo un gesto de ignorancia.

– Eso no lo sé. En todo caso, nosotros continuaremos cultivando nuestra huerta, ¿no os parece?

Todos sonrieron, echándose para atrás.

Santi inquirió:

– Señor maestro. Usted y Olga no creen en nada, ¿verdad?

David contestó:

– ¡No! Nosotros, no. Nunca. Hay muchas cosas que… ¡en fin! que no vemos claras.

– ¿Lo de los milagros?

– ¡Oh! No es precisamente eso. De todos modos, que nosotros no creamos no quiere decir que no estemos equivocados…

Varios se rieron. Uno insinuó:

– ¿Y de ser así…?

– ¿Qué? -cortó David-. ¿El infierno?

– ¡Uuuhhh…! -hizo Santi sorprendentemente animado.

– Basta. Nada de bromas. -David, dirigiéndose al interlocutor, repuso con dignidad-: Si nos hemos equivocado, ¡qué se le va a hacer! Ya somos mayorcitos, ¿no te parece?

Hubo un silencio.

– ¿Veis? -añadió- el método es inteligente: «Si os equivocáis, castigo eterno». No hay mujer que resista a tal argumento.

El de las pecas levantó la mano.

– ¡Señor maestro! ¿Me permite una cosa… que no es de la clase?

– A ver.

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