– Sin duda se abrirá un proceso legal, público, ante el mundo entero, para esclarecer los hechos en la medida de lo posible. Según mis noticias, hay ya una lista de personas declaradas criminales de guerra, que van desde Goering y Von Ribbentrop hasta Himmler, Rudolf Hess, Keitel y demás… Ésos fueron los principales responsables, la punta del iceberg. Luego se buscarán los criminales de guerra digamos inferiores, pero merecedores igualmente de un castigo inapelable. Y serán muchos, por descontado! Serán millares… Sí, la tarea será delicada, pero en muchos casos las pistas que se van encontrando, decumentos, partes, órdenes por escrito, fotografías, etc., facilitarán la labor. Manolo asintió con la cabeza.
– Claro, claro… Es de suponer que su propia soberbia les delatará. Estaban tan convencidos de la victoria que resulta lógico pensar que estampaban tantas firmas como su cometido les exigía. Pese a ello, yo no veo el castigo adecuado para tanta monstruosidad.
Esther parecía haber reaccionado. Pidió otro café. Y encendió un pitillo! Todo un símbolo. Mister Collins la miró con suma simpatía. Sentía por Esther una inclinación especial, por su impermeabilidad ante tanta deformación informativa como tenían que padecer los españoles.
– El castigo adecuado es el que yo apunté: proceso público, filmado por las cámaras; y los culpables, al paredón…
– Y quiénes serán los jueces?
– Me imagino que magistrados de las potencias aliadas. Claro que cada expediente será mucho más voluminoso que los que usted, mi querido amigo Manolo, abre en su despacho.
– Lo ideal -intervino Esther- sería que usted pudiera publicar en Amanecer, o mejor aún en La Vanguardia, una serie de reportajes como los que el padre Melchor Forteza ha publicado sobre las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.
– He leído esos reportajes -dijo mister Collins-. Están muy bien y escritos por una cabeza clara y una pluma culta. Pero echo de menos en ellos algo: una alusión a las monstruosidades que han cometido también los japoneses… -Advirtiendo la aceptación de su tesis añadió-: Los japoneses son también culpables de genocidio y espero que los americanos y los rusos cuidarán de hacérnoslo saber…
La fatiga les venció. Sí, fatigaba hablar de tanta venganza. El tema podía durar siglos y no era cosa de pretender agotarlo después de una apacible cena. El cenicero de Manolo estaba repleto, también el de mister Collins. Todavía quedó un resquicio para comentar que Fierre Laval, entregado por Francia a los aliados, había sido condenado a muerte, que antes intentó suicidarse ingiriendo una dosis insuficiente de cianuro y que fue acribillado por once balazos.
A partir de aquí, se habló de la Navidad. Mister Collins era protestante; consecuentemente, pues, estaba de acuerdo con la presencia de un abeto en el comedor. Sería la primera Navidad de la paz…
El mundo entero la celebraría con júbilo y repique de campanas. En Inglaterra, el Ejército de Salvación se afanaba por recoger donativos para los menesterosos. Porque, una de las secuelas de la guerra era la miseria y contra ella había que luchar. En España, era de suponer que las autoridades se volcarían. Habría turrón? No, no habría? Bueno, algunos se las ingeniarían para que no les faltara en la mesa! "Cómo? Sí, sí, aceptado! Por Navidad volveré a esta casa a comer un poco de turrón…"
La velada se prolongó hasta medianoche. Al oír las doce campanadas, mister Collins se levantó. Era preciso retirarse. Les pedía perdón por la visita macabra, pero supuso que todo aquello les interesaría y él necesitaba comunicárselo a algún "español". Porque, no faltarían los incrédulos, los que se alzarían de hombros y exclamarían: "Y a mí qué me cuentas!". Bien, se sentía mejor que cuando subió la escalera. Ahora daría de nuevo una vuelta por las silenciosas calles de Gerona, aprovechando la paz reinante y la benignidad de aquel invierno.
Le acompañaron hasta la puerta de abajo -la placa dorada decía: "Bufete-Abogados. Manuel Fontana-Ignacio Alvear-, y mister Collins se esfumó en la oscuridad de los soportales de la Rambla. Allí oyó el croc-croc del bastón del sereno y vio su farolillo. Aquella estampa bucólica le recordó Inglaterra, su país natal. Ah, si su mujer viviera! Pasarían la Navidad en la modesta casa que poseían en uno de los barrios periféricos de Londres. No necesitaría el poquito de turrón… Vio abierta la cafetería España y dentro, radiante, a Rogelio, el barman, ex combatiente en la División Azul. Le dieron ganas de sacarse la pistola y disparar contra los cristales. Él mismo se avergonzó de la idea y bifurcó hacia la plaza del Ayuntamiento. Recordó que el gobernador, camarada Montaraz, exhibía en la dentadura varias piezas de oro. De haberlo internado en Dachau, se las hubieran arrancado al extraerlo de la cámara de gas.
* * *
Manolo y Esther cuidaron de repetir a otras personas las palabras del cónsul. Por ejemplo, a Ignacio y Ana María. Y a Moncho y a Eva. Eva! Ésta se puso a llorar. Imaginó que sus padres, judíos, habían terminado en alguna cámara de gas. Su padre, Hans Berstein, tocaba el acordeón. Quién sabe si figuró a la fuerza entre los que debían tocar los Cuentos de Hoffmann o valses de Straus!
En opinión de Eva, la versión dada por mister Collins era correcta. Ella había vivido la persecución nazi contra los judíos ya antes de la guerra. Soñaba con hacer un viaje a Alemania y ver de encontrar alguna pista de sus padres y hermanos. "Debe de haber listas… En alguna parte debe de haber listas". Moncho intentaba quitárselo de la cabeza.
Ignacio y Ana María dieron crédito a las palabras de mister Collins. Por qué iba a mentir? Ni siquiera era necesario oír las emisoras extranjeras o leer los periódicos de fuera. Los propios corresponsales españoles daban a entender la verdad, aunque a veces por mera alusión o utilizando eufemismos. Ignacio, además, se acordaba del episodio de Guernica. Las fuerzas capaces de cometer aquel crimen podían serlo de cualquier otra matanza. Y las fotografías! Pasaban de mano en mano arrancando expresiones de condolencia. Si Jaime, el librero, hubiera podido sacar copias!
Además, se decía que entre las víctimas había muchos españoles de la Resistencia que cayeron prisioneros. Y habían regresado a Gerona algunos trabajadores de los que emigraron a Alemania, y por haber presenciado alguna escena protagonizada por los SS, afirmaban con la cabeza.
Esther, ganada por un súbito entusiasmo expansionista, habló con Charo, con María Fernanda, con Carlota. SuS palabras iban siendo repetidas. Funcionaba el boca-boca. María Fernanda comentó: "Los italianos son incapaces de una cosa así".
Mateo vivía horas azarosas. Quien se encargó de informarle fue Pilar. "Sólo me creo la mitad de la mitad", dijo. Y al ver las fotografías se contuvo, disimuló su desabrida sorpresa y comentó que "haría falta ver las fotografías de los crímenes que cometieron los de la Resistencia ". Sin embargo, el muchacho eludió el tema. En el fondo, recordando la soberbia de los nazis que él conoció gracias a la División Azul les consideraba capaces de cualquier tropelía. No a los simples soldados, pero sí a los jefes. Éstos practicaban de hecho un racismo que clamaba al cielo. "Los españoles éramos enanitos meridionales", le repitió a Pilar. Ésta, con la mejor dulzura de que fue capaz, le dijo que procurara abrir los ojos y vivir de realidades. "Total, dentro de poco en los cines de Gerona podrás ver esos documentales filmados en directo". Mateo, acongojado, no sabía qué replicar y soltó aquello de la leña y el árbol caído.
El camarada Montaraz se enfureció. Dio órdenes de denunciar a quien propagara "bulos". Él no podía olvidar que el Führer les ayudó decisivamente durante la guerra civil. Y había estrechado la mano de Himmler, con motivo del viaje de éste a España! No le pareció un ser "frío", sino todo lo contrario. Una especie de místico de las teorías racistas del III Reich. "Claro, corría el peligro que corren los fanáticos de cualquier religión… Durante siglos la Iglesia católica ha prometido el infierno, infierno eterno, a los herejes. Y ya en vida les sometía a torturas y les cortaba la cabeza. "Leed cualquier libro sobre las Cruzadas!".
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