José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento
Здесь есть возможность читать онлайн «José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Muerte Por Fusilamiento
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Muerte Por Fusilamiento: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muerte Por Fusilamiento»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Muerte Por Fusilamiento — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muerte Por Fusilamiento», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Es una oportunidad.
– Sí, pero él no lo sabe. -Jaramillo miró sus ratones-. Usted deseaba que alguien le dijera lo que tenía que hacer, y ya lo ha conseguido. Ahora, aunque el Presidente no lo sepa, usted descansa en él.
Angulo no dijo nada.
– Tal vez -apuntó Jaramillo- esto no le guste a Salvano.
– No importa. Salvano ha de volver, de un modo u otro. Éste es un camino rápido, más rápido que ningún otro.
– Salvano está preparado -dijo Jaramillo. Era evidente que pensaba en voz alta-. Presumo que el Ejército está con él. ¡Dios lo quiera! Lo que sí es evidente es que la Universidad permanece a su lado. Pero la Universidad no es una fuerza de choque.
– No habrá choque -dijo Angulo-. Salvano ocupará inmediatamente el Poder. Se promulgará, transitoriamente, una ley marcial. Todo eso se nos dijo, el día en que…
– Sí, lo recuerdo. No hay razón para que nada haya variado.
Permanecieron en silencio. Luego, Jaramillo levantó lentamente la cabeza, abandonando la contemplación del rayo de sol, y preguntó:
– ¿Y usted? ¿Qué será de usted?
Angulo miraba fijamente la red que ocultaba los ratones.
– No lo sé -dijo.
– ¿Tiene pensado…?
– No, no tengo pensado nada.
Una hora después, Jaramillo permanecía en la misma postura, contemplando el tibio rayo de sol, que derivaba lentamente hacia la izquierda. Pero hacía ya tiempo que Angulo había marchado. Estuvo tentado varias veces de marcar el número del teléfono del comandante Torres, pero no se decidió nunca a hacerlo. Avelino Angulo era un idealista, un hombre muy singular. Y estaba nervioso.
Pensó que era absolutamente imposible predecir cómo iba a obrar un idealista.
TREINTA Y CUATRO
Tuvo miedo, de repente, porque vio una sombra que antes no estaba en aquel lugar. Todos se habían marchado, ya no había razón para que nadie quedara en la sala de espera. Era un perfil, ahora lo veía, un perfil de alguien que estaba sentado a contraluz, muy derecho, en el extremo de una silla, como si acabara de iniciar una espera y no tuviera la más pequeña prisa.
– ¿Quién está ahí? -preguntó.
Y luego se quedó dudando de si su voz había sido firme o no. Porque ya sabía que era miedoso, ya lo había podido comprobar otras veces. Claro que no era muy probable que nadie viniera a robar a un Hospital. Tal vez fuera algún enfermo rezagado, que se hubiera quedado dormido sin darse cuenta de que los médicos y los enfermos se habían marchado hacía ya tiempo, y sin darse cuenta, también, de que la noche había caído y la ciudad presentaba ahora, bajo la tenue lluvia, su otra cara, la fisonomía perversa de una oscuridad sin gentes y sin niños. Tal vez, incluso, no fuera una persona. A lo mejor, aquello que parecía un perfil humano era cualquier cosa, cualquier silla, cualquier ropa. Pero no, puesto que se movía. Y desaparecían aquellas breves prominencias que había identificado como una nariz y un mentón, puesto que la cara se había vuelto y le estaba mirando. Pero nada se movía ahora, nada, después de aquel pequeño movimiento.
Avanzó y sus dedos buscaron el interruptor. Tardó bastante en encontrarlo recorriendo la fría pared, y además tuvo que acercarse a la persona, tuvo que dar un paso al frente mientras contenía la respiración. Pero ya no tenía por qué temer: estaba allí. Era la muchacha de la última vez, y se le había quedado mirando de una manera muy extraña, muy poco corriente, como si nada de lo que sucediera le interesara lo más mínimo.
– Soy yo, Sabatina -dijo ella.
El enfermero pensó en algo que decir, en algo que evitara aquel absurdo contemplarse, que ya estaba resultando demasiado largo. Pero antes se cercioró de que nadie llegaba por el corredor, ni una enfermera, ni un médico, y no supo muy bien por qué se había querido cerciorar sobre aquello, puesto que él estaba en su trabajo y no tenía ninguna culpa de que la chica hubiera venido por la noche.
– Pero es muy tarde -dijo entonces-. Ya no queda nadie, todos se han marchado.
Y luego, ahora recordaba, se hallaba el asunto de la verja. Porque aquella muchacha tenía que salir en seguida, y la verja se cerraba a las diez en punto de la noche.
– Me dijiste que volviese -dijo ella-. Tengo los siete pesos.
Así que se tuteaban, y seguramente lo hacían porque era de noche, precisamente, y porque estaban solos y era completamente anómala aquella situación.
– Ya no es posible -dijo el enfermero-. Los médicos se han ido. Debiste haber venido antes. ¿Te sigue molestando la cadera?
– He venido antes, pero había mucha gente. Algunos se han marchado sin que les llegara su turno, pero yo he preferido esperarte.
– Pero yo no puedo… Es completamente imposible. ¿Tanto te duele la cadera?
– No puedo dormir. Además, ya estoy sola.
– ¿Sola? No sé de qué me estás hablando.
– Sola, sí. Aquel hombre, el hombre con el que vivía, ya no está a mi lado. Ahora estoy sola; no me gusta nada.
– ¿Te ha dejado?
– No, no: se lo han llevado. La policía.
– La policía… Escucha, ya no quiero líos. No puedo estar aquí hablando contigo expuesto a cualquier cosa, expuesto a que pase alguien y me vea. ¿Por qué le han llevado?
– Luego me enteré. Al principio, sabía que le perseguían, pero no sabía nada, no tenía la menor idea. Dicen que puso una bomba.
– Jesús, una bomba. Santo Cielo, una bomba. ¿Qué quería hacer con esa bomba?
– Matar a alguien. No sé a quién, nadie me lo ha dicho.
– Dios Santo, qué ideas. Matar a alguien con una bomba. No me extraña lo de la cadera, no me puede extrañar. ¿Por qué le quería matar? ¿Sabes eso?
– No, no sé nada. Y estoy sola. Llevo dos días sola. Es horrible, sin tener a nadie al lado. Me aburro de una manera tan grande, tan grande.
– Pero tendrás amigos, amigo. Alguien habrá, alguna persona de la familia. Alguien habrá.
– No hay nadie, no hay nadie. Yo no soy de esta ciudad. Solamente conocía a ese hombre, porque llegué aquí y le conocí y todo el tiempo estaba conmigo. Y no salía para nada, no salía nunca. No me gustaba salir. Por eso he venido.
– Pero yo… No entiendo nada, no sé por qué has venido. Es inútil, a estas horas, porque los médicos no están, y los rayos X no funcionan. Todo está apagado, sólo quedan los turnos de guardia.
– Yo me volveré loca, así. Ya he conseguido siete pesos.
– Pero, Jesús, Jesús… Todo esto es muy raro, yo me juego el puesto. ¿Cómo los has conseguido?
– Me quedé sola y no tenía nada, nada de dinero. Salí a la calle y busqué un bar, un bar al que solía ir él…
Y había un ciego, y le pedí el dinero. Pero no me lo quiso dar, y yo me fui. Pero salió detrás de mí, con mucha prisa, llamándome y parándose luego a escuchar, para saber por dónde iba yo…
– Jesús, qué cosas, qué cosas… Un ciego. ¿Y te lo dio, te dio luego el dinero?
– Me decía que no me podía ver, que era imposible que me diera tanto dinero sin saber tan siquiera si yo le gustaba o no. Pero luego me llevó con él y me dio el dinero.
– Pero todo eso es una locura, una locura. No se puede andar buscando ciegos y pidiéndoles dinero… Es una vergüenza, además. Y ciego, un hombre ciego.
– He venido porque me dolía la cadera, y porque me acordaba de que la última vez…
– ¿Qué? ¿Qué?
– Solamente que, la última vez, al tocarme la cadera, me parecía como si…
– Ah, no. Yo, no. Por supuesto que…
– Solamente me lo pareció, pero me quedé dudando, sin saberlo… Pensé que era mejor reunir los siete pesos, de todas formas.
– Ni pensarlo, ni pensarlo tan siquiera… ¿Yo? Solo que tenía que hacerlo, que tenía que tocarte la cadera para saber si había fractura…
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Muerte Por Fusilamiento» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.