José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento
Здесь есть возможность читать онлайн «José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Muerte Por Fusilamiento
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Muerte Por Fusilamiento: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muerte Por Fusilamiento»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Muerte Por Fusilamiento — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muerte Por Fusilamiento», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Yo me quedaré. Tú sí, tú debes marchar. ¿Para qué has venido? Yo no te había llamado. Suelo pensar que ahora, a veces, te sientas ahí enfrente para mirarme y escucharme… Como si tuvieras miedo de mí.
– Sí -dijo Angulo,
– ¿Tienes miedo?
– Sí. De que hables.
– ¿De que me detengan y fuercen a hablar?
– Exactamente. Lo siento, pero no debes ofenderte.
Te veo con poca fe, con pocas defensas… No sabes para qué luchas y te horroriza el daño físico.
– No es eso… No saber por qué lucho… Ocurre, sencillamente, que no lucho, que he dejado de luchar. ¿Y sabes por qué? Porque no merecía la pena.
– No, te engañas… No luchas porque tienes miedo.
– Por supuesto que tengo miedo. Miedo de esos perros. Pero te aseguro que he perdido la fe… No podremos jamás cambiar las cosas… Nos falta fuerza. Somos solamente destructivos. Echaremos abajo al Dictador, pero… ¿y luego? ¿Qué tenemos en su lugar? ¿Otro Dictador?
– Salvano no es un Dictador.
– No lo entiendes, Avelino… Estás ciego. Salvano no vendrá nunca.
– Sí, vendrá. Debe venir, alguna vez. Aunque no sea en esta ocasión. Nuestro país necesita a Salvano.
– No, no es cierto. Nuestro país está sumido en el caos. Y Salvano es un pacifista. Hará falta otro Dictador. Un pueblo es un organismo, y este organismo pide una Dictadura, como un mal necesario e irremediable. Tal vez, mucho más tarde… Pero habrán de pasar años, el momento no ha llegado todavía.
Guardaron silencio. El viejo indio cloqueaba, y la niña estaba en silencio. Antoine hizo un gesto de cansancio, casi de asco.
– Vete, por favor. No quiero seguir hablando de esto, no quiero destrozar tu fe. Te hará falta mucha para lo que vas a hacer…
Angulo no se movió.
– Te lo ruego -pidió Antoine-. Es que esto me aburre ¿no te das cuenta? Me ocurre la cosa más triste de todas: no me interesa esto. No deseo seguir hablando, el tema me cansa. En mi interior, he dejado ya de querer a este país.
– ¿Estás seguro de lo que dices?
– ¿Pero por qué no puedes darte cuenta de…? ¿Por qué te empeñas en considerar que tengo aún cosas dignas?
Por favor, abandona tus altos pensamientos de redención… Odio América, te lo juro. Odio América. Odio América.
Angulo se levantó.
– Me marcho -dijo. No sentía ningún rencor.
– Sí -asintió Antoine-. Mejor así.
Y no elevó la mirada, cuando su amigo salió del bar. Pensaba: "Si, por lo menos, me sintiera heroico o despreciable…". Una corriente de aire frío a sus espaldas, y Angulo ya no estaba allí. Le tocaron el hombro. Se volvió. El viejo indio estaba a su lado, y le preguntó:
– Oiga ¿por qué odia usted América?
Antoine no dijo nada. Pero quedó medio vuelto, como sí aún aguardara algo. Y, efectivamente, esperó que la niña volviera los ojos para mirarle.
– América -dijo el indio, sentencioso-, es el país del porvenir. ¿No lo sabía?
– No, no lo sabía.
– Todos lo dicen. ¿Qué le ha hecho a usted América?
La niña levantó los ojos.
– Nada.
– Entonces ¿por qué la odia?
– No lo sé. Por odiar algo, supongo.
– América es mi patria -dijo el indio, levantando su vaso. El dueño le miró con escaso interés-. Moriré aquí, y seré enterrado en nuestra fértil tierra.
– Oiga, ¿por qué lleva siempre a la niña?
La niña le miraba sin expresión.
– Oh, la niña -el indio hizo un gesto ampuloso-. Usted pensará que es mi hija, o mi nieta, o algo así… Pues no. Le aseguro que no tiene ningún parentesco conmigo.
– ¿Por qué la lleva?
– Me sigue. Trota detrás, como un perrito.
– ¿Cuántos años tienes? -preguntó Antoine a la niña.
– No lo sé -dijo ella.
– ¿Trece, catorce?
– No lo sé.
– Me sigue como un perrito, y yo la llevo. Así es todo. Y a veces, si tengo ganas de conversar, le hablo. Ella escucha siempre.
– ¿Cómo te llamas? -preguntó Antoine.
– María -dijo ella.
– Vamos, por lo menos di el nombre entero -dijo el indio.
– María -repitió ella.
– No es cierto. Se llama María de los Desamparados.
– Está muy delgada -dijo Antoine.
– Seguro. Apenas come. Hace falta mucho dinero para alimentar a una de estas niñas… Tal vez usted, si lleva algo encima, nos pueda ayudar. Nosotros le quedaríamos muy agradecidos y bendeciríamos su nombre para siempre, Jesús. Amén.
Antoine se levantó. La fijeza de los ojos de la niña le alteraba. Además, estaba bien borracho. Dijo al indio:
– Usted me da asco. No lo puedo remediar.
– Asco, claro… Usted no sabe lo dura que es mi vida, no se hace idea.
– Asco -repitió Antoine, sintiendo que estaba completamente mareado-. No lo puedo evitar.
VEINTISIETE
Hola, muchacho -dijo Martín-. ¿Te importa que me siente?
– Ah, tenga cuidado- y Alijo Carvajo señaló un rincón-. Esto apesta, pero no han querido sacarlo de aquí.
Pero el policía de la Prisión permanecía en el umbral de la celda, contemplándoles con mirada de simpleza. Era una mala persona, Martín lo sabía. Una vez tuvo que reconocer su cuerpo y comprobó que era impotente. El médico se volvió y le dijo:
– ¿Qué haces ahí?
– Me quedo -dijo Monserrate, con obstinación-. Tengo instrucciones.
– Vete -ordenó Martín.
– Tengo instrucciones.
– No quiero enfadarme, Monserrate. Acuérdate de la última vez.
Monserrate cerró la puerta, desapareció con gesto de rencor. Al doctor no llegaba a odiarle. Le temía, solamente.
– ¿Te han hecho algo? -preguntó Martín.
– ¿Ellos? -dijo Carvajo-. No… Todavía no. Aún no se han decidido a maltratarme. Tengo demasiadas visitas, y hasta creo que el mismo Subsecretario se ha interesado por mí… Están inquietos. No saben lo que quiere decir todo eso.
– Pero luego va a ser peor.
– Claro. Ya me lo imaginaba. ¿Se ha firmado ya la sentencia?
– Hace dos días. Pero aún falta el consentimiento del Presidente de la República…
– Un mero trámite, supongo.
– Por regla general, sí.
– Usted ha venido para prevenirme, tal vez, de que la sentencia ha sido firmada. ¿No es eso?
– Sí… Así es.
– ¿Qué clase de ejecución es, exactamente?
– Áh, lo de siempre: muerte por fusilamiento.
– Al amanecer ¿verdad? Cuando el piquete es algo impreciso… Una vez empecé a escribir una novela… Hablaba de una ejecución. Decía algo así: "El piquete es una mancha imprecisa, llena de fusiles". Era una mala novela, pero me hubiera gustado ser un escritor. ¿Y el día? ¿En qué día va a ser?
– La semana próxima. El día no se ha fijado aún.
– Bien, eso importa poco. Pero yo no he visto a ningún abogado, a ninguno. ¿Ni siquiera se han molestado en hacer un sumarísimo?
– Bueno, no lo sé. Creo que algo hicieron. Un Tribunal Militar, me parece…
– Pero no me han preguntado nada, no me han…
– No.
– Y, sin embargo, en los textos todo está previsto -dijo Carvajo, con amargura-. El reo es un ser lleno de garantías, casi un intocable… Resulta curioso…
– Sí.
– Tal vez hagan algo, más adelante. Una apariencia, al menos. Pero no, ya no lo creo. ¿Es seguro que el Presidente no ha firmado todavía?
– Tengo noticias de que no le han presentado aún el expediente.
– El Presidente firmará todos los días muchas cosas, infinidad de cosas… Seguro que lo único que busca en cada papel es el lugar donde debe estampar su firma, y que luego le retiran el papel, y se lo secan, y el Presidente no sabe si ha concedido una medalla o una ejecución…
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Muerte Por Fusilamiento» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.