Maruja Torres - Esperadme en el cielo

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Premio Nadal 2009
Un cuento para adultos sobre la felicidad de no rendirse jamás.
La narradora y protagonista se reúne en el Más Allá con sus amigos Terenci Moix y Manolo Vázquez Montalbán. Juntos pueden volver al pasado y revisitar los escenarios de su educación sentimental, así como desplazarse instantáneamente a cualquier punto que deseen.
Esperadme en el cielo es un libro gozoso con el que Maruja Torres consagra su talento de narradora haciendo un uso fascinante de la libertad de géneros.

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– ¿Y qué te importa? Lo único que nos pertenece es el aquí y el ahora -sentenció-. Puro budismo zen.

Cavilé. Quizá no era una mala idea compartir mis cuitas con el Ángel Caído.

– Llámame Lucy -ordenó.

– ¿Por Lucifer?

– Va a ser por Lucille Ball, tonta. ¿Crees que también yo soy un gay aficionado a las variedades?

– No te ofendas, Lucy. Uf, espero que no seas homófobo, porque en este caso mis principios me obligarían a abandonar la conversación y dejarte plantado.

– Para que lo sepas, pequeña terrestre extra, mi ser vagabundea por encima del Bien y del Mal y por debajo de cualquier opción sexual posible. Francamente, querida, a estas alturas el sexo me es indiferente. Llevo un montón de tiempo con esta puta serpiente cubriéndome las partes para que no se escandalice el pueblo llano, y ya no me las noto. El papa tendría que repartir sierpes entre sus milicianos para que se conserven castos, pero el Vaticano ya es en sí mismo una merienda de cobras.

– No divagues. ¿Es el Diablo pro o anti-gay? He de saberlo. También me interesa conocer tu postura respecto al feminismo, la poligamia, la violencia doméstica y…

– Te responderé con énfasis y sólo a la primera cuestión. Creo que no se trata de estar a favor ni en contra, que hay que hacer una propuesta más radical: negar el sexo como signo de identidad. El sexo no tiene trascendencia, ni peso moral. La intención de otorgárselo es reaccionaria.

– ¡Te pillé! -Le señalé con el índice-. Esas palabras no son tuyas, sino de Manuel Puig. Las repetía a menudo. Yo misma se las escuché en una Feria del Libro.

¿Era casual aquella referencia al autor argentino más incomprendido y ninguneado por la ortodoxia machista literaria? ¿Sabía mi interlocutor que mis amigos estaban reunidos con él?

– Tienes razón -concedió-. Puig, que era una persona bondadosa y vulnerable, esperaba del género humano y del futuro más que nosotros. Por fortuna, no vivió lo suficiente para comprobar que Wikipedia acabó hace tiempo con su aspiración de que las personas no sean identificadas por sus actos sexuales. Pero vayamos a lo nuestro. ¿Algún cotilleo, alguna solicitud para el consultorio gratuito de Lucy?

Recapacité. Al fin, con sensatez de Wendy, expuse la siguiente petición:

– Si es bondad que puedo recibir de ti, y perdona si te ofende la palabra, me gustaría que charláramos en un plano de igualdad, de lo contrario no podré concentrarme. Entre la majestad que emanas y semejante tortícolis atacándome de tanto mirar a lo alto, difícilmente podré traficar contigo sobre el destino de mi alma inmortal.

Reconocerán que, aquella mañana, parecía una acertada decisión para salir del atolladero: venderme, a cambio de vivir. Que el Ángel Caído, con sus mañas, anulara la ejecución de mi testamento. Tiempo habría para ir al Infierno. Si es que existía.

Pero la vida, y no digamos la vejez, ¿no son el infierno mismo? Un embrollo.

Lucy se dejó caer a mi lado con festivo porte y las mismas hechuras de su estatua, pero en carne

y hueso. Había abandonado a la serpiente que le tapaba la pudenda y bien dotada zona, y en su rostro no se reflejaba ya aquella mueca de aflicción y abandono, la desesperación de quien se ve privado de amor, confianza y privilegios, y que mantiene las pupilas fijas en el inalcanzable Paraíso. Me observaba con guasa. Imaginé que la posibilidad de hacerse con mi alma imperecedera le ponía de buen humor.

– Tú siempre tan errada. -Me acarició la mejilla con su mano de largas uñas, en un tierno gesto.

Se puso bien las alas, que al caer se le habían doblado contra el respaldo del banco, cruzó las piernas -no sería gay, pero tenía estilo- y preguntó:

– ¿Cuál es el problema?

Le hice un resumen de mi situación: mi estado de salud, el encuentro con los amigos, el testamento, la intervención de Paula, nuestros temores, mi indecisión. Me escuchó con atención, pero sentí que estaba al cabo de la calle, y que su interés no era más que una añagaza para conocerme mejor, para obtener mi perfil psicológico mientras permitía que me desahogara. También advertí que, bajo los cuernecillos rojizos, su mente ardía a toda candela, porque fruncía y desfruncía las cejas a gran velocidad y sus pupilas de esmeralda lanzaban rayitos a juego con la graciosa cornamenta.

– Y aquí me tienes, amigo Lucy -concluí-. En ciernes de tomar una decisión-decisión. Hecha un océano de dudas.

Se rascó la barbilla.

– Tal como lo veo, el tuyo es un dilema entre la cobardía y el valor.

– O entre la razón y la insensatez -rebatí-. ¿No sería más razonable permanecer en el Otro Mundo, desdeñando el abismo terrenal que se abre a mis pies, el temblor de la vulnerabilidad, la pesadez del ser? Tú, que tantas veces compraste almas de ancianos que anhelaban beber en la fuente de la juventud, tentados por Margarita, o Daisy, dime si semejante sacrificio merece la pena. ¡Con lo bien que me va entre mis amigos muertos!

– No tan bien. Si así fuera no mantendríamos esta improbable conversación. -El Diablo volvió a sonreír.

– Según tu experiencia… Espera, esta parte me gustaría plantearla mientras doy unas zancadas delante de ti… Me ayuda a pensar y me apetece tener el Infierno a mi servicio. ¿Puedo?

Lucy estiró las alas y los brazos a la vez, en un gesto doblemente complaciente.

– Como te sea más fácil. Es repugnante esa costumbre sacerdotal de arrodillar a los fieles para extraerles una sumisa confesión. Help yourself!

Un hombre de mundo, pensé.

– Bien -me lancé, estimulada por su actitud-, a esos vejetes con cuyas frágiles almas te hiciste a cambio de que recuperaran su juventud y se enamoraran como becerros de una muchacha rubia con trenzas… ¿les compensó? Lo sé, la literatura nos asegura lo contrario, hubo arrepentimiento

final y crujir de dientes, pero me temo que es sólo moral burguesa o morbosa inclinación estética hacia el fracaso. Me refiero a si la intensidad de lo vivido… no hablo del amor, o no sólo del amor, sino de los sentimientos intensos, de aquellos que exigen compromisos profundos… Te lo pregunto a ti, que has corrido tanto. He de saber si, a pesar de perder, porque siempre perdemos, porque no hay otro final que el de la pérdida, merece la pena embarrarse de nuevo en la lucha de vivir… De vivir, digo, no de vegetar como mis amigos denuncian que yo hacía últimamente, y he de reconocer que tienen razón… Te pregunto si regresar allá abajo, o aquí abajo, me lío con tanto imperio sobre la locomoción… No quiero ser más joven, no te pido eso. Mis amigos me han ayudado a comprender que deseo volver, con la edad que tenía, eso no importa. Lo que sí cuenta es dar. Dar lo que hasta ahora no he sabido, es decir, proporcionarle a mi vejez el ímpetu con que atravesé anteriores etapas de mi vida, idéntica pasión por el riesgo… A cara o cruz… Si arrojo sobre el tapete mis dados y obedezco al destino sin red protectora…

Me detuve, jadeante:

– Uf, nada cansa tanto en un soliloquio como los puntos suspensivos…

Lucifer seguía con expresión risueña. Con una mano se masajeaba la mandíbula, que debía de do-lerle, dada su postura en el obelisco. Con la otra se abanicaba. Tardé en verificar que, para ello, utilizaba una de sus alas.

– ¿Se te ha roto? -me preocupé.

– Son portátiles, lo que facilita su limpieza. Abultan demasiado, no resultan prácticas. Me las saco cuando nadie me mira. ¿Te importa?

– Pierdes majestuosidad, pero da igual. ¿Qué es un ala más o menos, en comparación con mi dilema? Si debo venderte mi alma inmortal para aprovechar los años que me faltan hasta el desenlace-desenlace, viviendo, entre tanto, sometida a los tormentos que acechan a una mujer aventurada…

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