Se abrazaron y se estrecharon como hacía mucho que no lo hacían.
– Me alegro de verte, cariño. ¿Cómo estás?
– Bastante bien. Contento de estar en casa. Vamos a recoger el coche -sugirió Andreas.
– ¿Y Julia?
– Julia ha sido muy fuerte. En el depósito fue horrible. Pobre Jan, qué muerte tan espantosa. Cuando ella le habló, prometiéndole que nunca les contaría a sus hijos en qué estado lo había encontrado, empecé a sentirme mal. Por suerte no has tenido que verlo, fue desgarrador.
Ulrike buscó un pañuelo en el bolso.
– Toma, tesoro, éste está limpio -dijo Andreas, y le tendió uno de los kleenex que llevaba en el bolsillo. La cogió del brazo y se dirigieron a los ascensores que llevaban al parking cubierto.
– Todo esto es tan injusto, tan triste. ¿Cuándo será el funeral? -preguntó Ulrike.
– La urna con las cenizas tendría que llegar mañana a Milán. Julia ya nos dirá la fecha. ¿Quieres que conduzca yo, cariño? Estoy bien.
– No, ya lo cojo yo, gracias.
El Golf negro estaba aparcado en la tercera planta. Andreas se sentó al lado de su esposa, que ya había puesto el motor en marcha.
– ¿Estás segura de que quieres conducir?
– Sí, sí, no te preocupes. Los niños todavía no lo saben, ¿verdad? -preguntó Ulrike cuando salieron del aparcamiento.
– Julia se lo dirá hoy o mañana.
– Todavía me acuerdo de las palabras de mi madre cuando me dijo que papá había muerto. Yo también era pequeña cuando ocurrió, cómo lloré. Estaba desesperada.
Ulrike se internó en la autopista, era el camino más rápido.
– Fue un tumor en el hígado, ¿verdad? -recordó Andreas.
– Sí, fulminante. Murió dos semanas después de que le dieran el diagnóstico. ¿Qué ocurre? -Ulrike redujo bruscamente la velocidad.
Dos coches de la policía advertían que se circulara con precaución un poco más adelante. Tuvieron que detenerse, el tráfico estaba bloqueado.
– Será un accidente. ¿También estaba así cuando has venido? -preguntó Andreas.
– Creo que no, no me he dado cuenta desde el otro carril, si no hubiera cogido la nacional.
Instintivamente Andreas se volvió. Siempre tenía miedo, en esas situaciones, de que algún coche por detrás no frenara a tiempo. Lo que vio le dio un susto de muerte. Conduciendo el Mercedes que tenían a su espalda vio a un joven chino. No podía ser una coincidencia. Debía de estar allí por él. Jasmine había mentido, no le iba a dar tres días, ni siquiera uno.
Ulrike notó que algo no iba bien.
– ¿Qué pasa, Andreas?, ¿no te encuentras bien?
– Nada, estaba pensando en los niños de Jan, me gustaría contribuir a su educación con un fondo -mintió.
– Me parece una idea estupenda, cariño. Yo también había pensado en algo parecido.
Andreas estaba intentando saber qué hacer. Al principio pensaba volver a casa, descansar un poco y luego ir a la oficina para trabajar en el ordenador. Pero tenía que cambiar los planes. No tenía tiempo. Debía ponerse a trabajar en seguida.
– Ulrike, ¿puedes dejarme en la oficina, por favor?
– ¿Cómo? ¿No quieres ir a casa a descansar? Después de todo lo que has pasado, ¿quieres ir a la oficina? -preguntó incrédula su mujer.
– Preferiría no tener que ir, tesoro, pero debo acabar un proyecto para la semana que viene, no tengo elección. Es mejor que me ponga en seguida. Después quiero dedicarme a Julia y a los niños sin tener que preocuparme de nada. No estoy muy cansado, he dormido bastante en el avión -mintió Andreas por segunda vez.
– Muy bien, pero también tienes que pensar en tu salud. ¿No hay nadie en el despacho que pueda hacerlo en tu lugar?
– No, es un tema que he llevado personalmente desde el principio, no tengo alternativa.
El tráfico empezó a ser fluido, pasaron al lado de una ambulancia: había habido un accidente, un coche destrozado estaba arrimado a la mediana.
– ¿Por qué no vas a casa al menos para darte una ducha? -Ulrike intentó convencer a su marido, pero sin éxito.
Cuando estuvieron cerca de la salida de Allianz Arena, él le pidió que dejara la autopista.
– ¿Por qué? ¿No querías ir al despacho? -preguntó sorprendida Ulrike-. ¿Por dónde quieres ir?
– Tengo la impresión de que alguien nos está siguiendo. Coge la próxima salida, por favor -replicó Andreas.
– ¿Quién nos sigue? ¿Has bebido en el avión? ¿Por qué iban a seguirnos? -preguntó ella, incrédula.
– Porque hay mucha gente interesada en el proyecto que quiero terminar. Es un poco complicado, ya te lo contaré más tarde.
– Pero ¿qué estás diciendo?
– Mira, cariño, es un encargo del gobierno, no puedo hablar de ello. No es la primera vez que ocurre. Tú también conoces las cláusulas que hay que firmar para obtener trabajos de esa clase. Mañana te lo cuento todo, como siempre hago, ahora no tenemos suficiente tiempo -sentenció Andreas.
Ulrike cogió la salida, seguida a distancia por otros dos coches que hicieron la misma maniobra. Empezó a sentir cierta inquietud.
– ¿Quieres asegurarte? Déjame a mí, conozco un par de caminos que llevan a la ciudad. Los usa poca gente y sólo cuando la autopista está congestionada. Si alguien nos sigue, lo veremos en seguida.
Ulrike se conocía la zona y giró en una carretera secundaria. Pocos kilómetros después, desembocó en un camino rural que pasaba cerca de una hilera de típicas casas bávaras. No pasaba nadie, excepto ellos y, a distancia, los dos coches que habían tomado la misma salida de la autopista.
– ¿Qué coches son? -preguntó Ulrike.
– Me parecen un BMW y un Volkswagen Touareg -contestó Andreas, que ya estaba más tranquilo porque no veía ningún Mercedes detrás de ellos.
Al siguiente cruce, el BMW giró a la izquierda.
– Bueno, al menos uno no nos estaba siguiendo -comentó Ulrike.
– Parece que no.
– Pero ¿por qué no llamas a la policía si crees que tu estudio puede estar en peligro? Quizá puedan ayudarte.
– Los llamaría si estuviera seguro, pero no lo estoy. A ver si el Volkswagen nos sigue hasta mi despacho. En ese caso, llamamos a la policía.
Sin embargo, en la siguiente rotonda, el Touareg se metió por otra calle.
– Mejor así, ¿no? Me has dado un susto de muerte. Al menos ahora estarás tranquilo -dijo Ulrike.
– Sí, gracias. Perdona por hacerte desviar y por mi paranoia. Han ocurrido demasiadas cosas últimamente.
– Te entiendo, cariño, no te preocupes.
Veinte minutos después llegaron frente a la oficina de Andreas.
– ¿Quieres que venga a recogerte más tarde? -preguntó ella.
– Ulrike, mira, no creo que vuelva antes de mañana por la tarde. Tengo que terminar de analizar unos datos y escribir el informe final.
– Pero ¿estás loco? ¿Mañana por la tarde? No te aguantas de pie, antes tienes que dormir.
– Si veo que estoy demasiado cansado dormiré un par de horas en el despacho. Te lo ruego, cariño, es lo mejor. Tenemos que ir a Milán dentro de poco para el funeral.
Ulrike sabía cuándo no le quedaba otra opción que seguir las indicaciones de su marido. Si quería acabar el trabajo para dedicarse a Julia y a los niños, no habría modo de hacerlo cambiar de opinión. Sin embargo, no estaba tranquila.
– Andreas, me preocupas.
– No tienes por qué preocuparte, tesoro, todo está bajo control. Déjame terminar este estudio, luego me tomaré dos semanas de vacaciones. Confía en mí. Te llamo cuando haya acabado. Me encerraré en la sala de servidores, allí no hay cobertura. -Le dio un beso y bajó del coche.
Pero no entró directamente en la oficina. Esperó a que Ulrike girara en el semáforo del final de la calle.
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