»Comunicarse a través del móvil se ha convertido en una necesidad primaria.
»Y a todo el mundo le parece bien. A nosotros, a las empresas del sector y a los Estados. Puedes controlarlos a todos. Puedes interceptarlos a todos. Puedes saber la posición geográfica de todos. Aunque el móvil esté apagado. ¿Te das cuenta? ¡Incluso si está apagado! Hoy, la mayoría de los crímenes se resuelven estudiando las llamadas realizadas por los sospechosos, los lugares desde donde se han hecho, el contenido de las conversaciones.
– Pensándolo bien, lo que dices es cierto. Cuando lees los periódicos te das cuenta de que todas las investigaciones empiezan con la lectura del registro de llamadas -comentó Julia.
La azafata pasó para volver a llenar las copas y preguntar rápidamente qué querían para cenar.
Andreas siguió hablando.
– ¡Y la gente es feliz! Ni siquiera recuerdan cómo vivían hace sólo quince años.
– Si lo piensas es sorprendente, usábamos aquellas fichas telefónicas -confirmó Julia.
– Y nos poníamos contentos cuando escuchábamos los mensajes del contestador al volver a casa -recordó Andreas-. Pero, volviendo a las investigaciones, la financiación es escasa, existen enormes intereses en contra y la tecnología avanza a un ritmo tan vertiginoso que los estudios no consiguen llegar hasta el fondo de cada innovación.
»En la época en que se hicieron los primeros estudios, la gente todavía no usaba los móviles continuamente.
»Las tarifas eran caras, no existían los sms, y ya no te hablo de descargar los correos electrónicos. Servía para hablar unos pocos minutos.
– Sí, ya me acuerdo. Era carísimo.
– Exacto, cada minuto costaba el equivalente a dos euros. Hoy, con las tarifas «todo incluido», el uso se ha hecho ilimitado.
»No hace muchos años, cuando se realizaron gran parte de los estudios, había que ir con cuidado de a quién se llamaba y durante cuánto tiempo.
»Ahora, al disponer de mil minutos o más, se llama por cualquier tontería.
»Mil minutos son algo más de media hora al día. Parece poco, pero representan diecisiete horas al mes.
»Doscientas horas al año.
»En diez años son dos mil horas. Si tienes en cuenta que una jornada laboral tiene ocho horas, a este ritmo en diez años pasas doscientos cincuenta días laborables al teléfono.
»Todo un año de trabajo de cada diez hablando por el móvil.
– Visto así es tremendo. Un año entero al teléfono. Y me parece que hay mucha gente que se pasa media hora al día hablando. Creo que yo también formo parte de ese grupo, ahora que lo pienso -reflexionó Julia.
– Sí, son muchos, y hay gente que telefonea mucho más que la media. Los ves por todas partes: llaman para decir que llegarán a casa al cabo de dos minutos, pero ¿de qué sirve? Estarás en casa dentro de dos minutos. Todo el mundo llama para decir cosas irrelevantes, qué tiempo hace, dónde estás. Pero ¿qué cambia si no lo sabes?
– Probablemente nada -Julia esbozó una sonrisa.
– Y los operadores nos empujan a hacerlo. Si hace diez años te gastabas cincuenta euros en veinte minutos de llamadas, hoy, con la misma cantidad, tienes mil minutos, y debes usarlos todos.
– Y ¿por qué no? Total, ya los has pagado, ¿no es así?
– Claro, y los operadores pretenden que el cliente genere otros beneficios, por ejemplo, descargando aplicaciones o utilizando servicios que no están incluidos en la tarifa que tiene contratada. ¿Sabes cómo miden su éxito los operadores?
– ¿Con el número de abonados? -aventuró Julia.
– Sí. Pero además del número de clientes, calculan el beneficio que obtienen de cada usuario. Este índice se llama ARPU, Average Return Per User , es decir, ingresos medios por usuario.
»Si los precios por minuto bajan, para mantener el mismo ARPU debe aumentar el uso. Parece que el sistema funciona: cuanto más barato parece que es llamar, más se llama y se supera el límite máximo, pagando caros los minutos extra. La India es el país del mundo donde cuesta menos llamar, porque la gente es pobre. Pero las tarifas son tan bajas que para la población media es una ganga: se pasan horas al teléfono; total, cuesta poco, casi nada.
»Las modalidades de consumo han cambiado radicalmente en los últimos años, lo que puede tener importantes consecuencias, incluso físicas, para los consumidores.
– No comprendo vuestro cometido, entonces. ¿No tendríais que formar parte de la garantía que deberían tener los consumidores? -Los discursos de Andreas empezaban a poner nerviosa a Julia.
– Te repito que hoy en día la investigación discurre por detrás de la tecnología y de su uso intensivo, no al revés.
– Pero ¿qué se sabe a ciencia cierta? -insistió ella.
– Poco. Las comprobaciones se realizan con células in vitro. Se exponen algunas células a radiaciones constantes y se ve el efecto que tienen, simplificando mucho lo que es la realidad fisiológica. Se han descubierto modificaciones en la estructura de las células, pero estas evidencias tampoco sirven de nada. Como ves, ni siquiera es obligatorio usar el auricular. El único caso que recuerdo tuvo lugar en Inglaterra, donde se desaconsejó el uso de móviles a los menores de una determinada edad, creo que era a los catorce años.
– No debes de ser el único de tu sector que tenga dudas, ¿no? -preguntó Julia, cada vez más molesta.
– No, pero ¿qué esperabas? ¿Cuánto tiempo hace que se sabe que los gases de escape son nocivos para el medio ambiente? Y no han limitado su utilización. Lo mismo ocurre con el tabaco. Y con el alcohol.
– Pero no es lo mismo -intervino Julia una vez más.
– Es verdad, aquí nos encontramos frente a algo distinto. No podemos comparar el consumo de alcohol y tabaco con el uso del móvil. Hoy en día se sabe que fumar y beber en exceso perjudica la salud, y cada uno decide responsablemente. Los móviles, en cambio, se han convertido en indispensables y no se consideran peligrosos a pesar de su uso indiscriminado. Ésa es la diferencia.
– ¿Qué es lo que intentas decirme? ¿Que aunque los datos del ordenador confirmaran tus sospechas, no cambiaría nada? Entonces, ¿qué sentido tiene seguir adelante?
Andreas reflexionó durante unos segundos antes de responder.
– Si se demostrara que el uso del móvil es irreversiblemente nocivo a largo plazo, significaría que nos enfrentamos al riesgo de sufrir una pandemia.
»Para detenerla, habría que adoptar medidas extremadamente drásticas inmediatamente. Pero la experiencia nos dice que el progreso no se detiene, a menos que el coste financiero sea insostenible.
»En nuestro caso, el coste financiero serán los tratamientos médicos necesarios para aquella franja de población que enferme con los años. Es muy probable que sea el progreso médico y tecnológico el que tenga que poner remedio a la imprudencia de nuestra época.
»La solución no reside en dejar de utilizar las máquinas, sino en crear máquinas «limpias».
»Así que tu pregunta de si vale la pena seguir adelante no es correcta. Cualquier cosa que haga progresar el conocimiento vale un sacrificio.
»La verdadera cuestión es que el estudio debería demostrar totalmente, de manera irrefutable, una clara relación causa-efecto entre uso y enfermedad. En caso contrario serían necesarias largas y laboriosas comprobaciones que retrasarían mucho el reconocimiento internacional del peligro.
– Así pues, ¿qué piensas hacer? -le preguntó Julia.
– Intentaré echarle un vistazo al ordenador, si me lo permiten. No hablaré de ello con nadie, ni siquiera con Ulrike, y tú debes hacer lo mismo.
Andreas distinguió en seguida la mirada de su mujer. Había ido a recogerlo al aeropuerto y lo esperaba en la puerta de llegadas. Habían hablado un par de veces por teléfono en los últimos dos días, pero parecía que hubieran pasado semanas sin verse.
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