Chris Stewart - Entre limones. Historia de un optimista

Здесь есть возможность читать онлайн «Chris Stewart - Entre limones. Historia de un optimista» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Entre limones. Historia de un optimista: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Entre limones. Historia de un optimista»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El cortijo de El Valero está enclavado en un punto especialmente bello y privilegiado de Las Alpujarras, en las estribaciones de Sierra Nevada, entre ríos y bancales, y suficientemente alejado de la carretera como para que se parezca bastante al lugar soñado por Chris para retirarse de la vida que hasta ahora había llevado. A primera vista todo le parece demasiado bonito, suposición que le lleva a pensar en un precio prohibitivo, excesivo como para plantearse siquiera la posibilidad de comprarlo. Por eso no acaba de creerse que, después de comer algo de jamón regado con abundante vino y compartido con la agente inmobiliaria y el inefable Pedro Romero, actual propietario de la finca, acabe convirtiéndose, entre brumas etílicas y casi sin proponérselo, en el flamante dueño de la misma por un precio casi irrisorio, según sus británicos cálculos.
A partir de entonces, y una vez su mujer Ana se traslada con él a sus recién estrenadas posesiones andaluzas, empieza para ellos dos una nueva etapa, en la que poco de lo que hasta ahora daban por supuesto les sirve para algo: urge aprender a desenvolverse en un entorno donde necesitarán construir casas y puentes, conocer las plantas, lidiar con todo tipo de animales, tratar con sus vecinos alpujarreños, y asumir, mal que les pese, que el Chris que conocían de toda la vida ha dejado paso, de una vez por todas, a Cristóbal.

Entre limones. Historia de un optimista — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Entre limones. Historia de un optimista», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Lo encontré sentado en su «tinao», o terraza, con su primo Antonio, tallando ambos diligentemente con sus navajas pequeñas maquetas de arados, absortos en su tarea. Era una idea bastante extraña que se le había ocurrido a Domingo para ganar un poco de dinero. Un amigo suyo que tenía un bar en las montañas le había prometido exponerlos en la pared y venderlos. Desordenados por el suelo, entre los gatos y las patatas, había marañas de hilo de cobre, tuercas, tornillos y un gran bote de barniz. La «estación de trabajo» de Antonio estaba alimentada por una botella de costa casi vacía que este último atacaba con fruición.

– Tiene ese vicio -explicó Domingo, soplando las virutas de una diminuta cuña que acababa de tallar-. No vale para nada cuando no bebe… pero tampoco vale para mucho cuando bebe. ¡Mira esto, hombre! ¿Cómo carajo vas a arar con una cosa así? Mira, está torcido, se iría para un lado… -Cogió la maqueta en la que estaba trabajando Antonio, agitándola desdeñosamente en el aire en dirección hacia mí.

Antonio sonrió afablemente y me estrechó la mano.

– Encantado -dijo a modo de saludo, volviendo a quitarle a Domingo el diminuto arado y colocándolo cuidadosamente en el montón de maquetas acabadas-. No creo que nadie vaya a arar con él, primo: ¡es demasiado pequeño con mucho! -añadió dirigiéndose a Domingo mientras apuraba su vaso de costa.

Finalmente, le expliqué la razón de mi visita a Domingo, que inmediatamente ofreció su ayuda y la de Antonio («si es que está sobrio», añadió) para limpiar mi acequia, proponiendo que comenzáramos la semana siguiente.

Sentía cierto recelo ante la perspectiva de contratar a Antonio, pero no tenía muchas posibilidades de elegir en este asunto y, en cualquier caso, mis dudas demostraron carecer de fundamento. Aun medio borracho, Antonio demostró ser un hombre que trabajaba con la capacidad de una excavadora mecánica, siempre alegre y hablando de la vida en comentarios aparte de tipo filosófico. El único problema era mantenerle sobrio durante varios días seguidos, ya que, lejos de la vigilancia de Domingo, Antonio se iba de parranda y se ponía como una cuba.

Cuando ambos se presentaron el lunes por la mañana que habíamos acordado, Domingo me hizo una severa advertencia sobre el contrato de trabajo de su primo.

– No le pagues nada -me ordenó-. En cuanto le des dinero se largará y ya no le volveremos a ver más ni tú ni yo.

– Pero tendré que pagarle al hombre -protesté-. No puedo tenerle trabajando sin cobrar.

– Pues guárdate el dinero y págale cuando acabe el trabajo. Y no se lo des todo de golpe tampoco.

Eran unos consejos caritativos, aunque había en ellos también un atisbo de interés personal. Domingo me contó cómo una y otra vez se había encontrado a Antonio desplomado en una alcantarilla en uno de los pueblos de las montañas, a menudo malherido por haber caído pesadamente sobre los adoquines, y cómo entonces lo metía en su coche, empapado de vino y de orina, para llevárselo a La Colmena y cuidar de él hasta que estuviera más o menos repuesto. Antonio le devolvía el favor ayudándole con los trabajos del cortijo. Y de pronto un día se largaba por la mañana temprano para iniciar el ascenso de cuatro horas hasta su pueblo, Bubión, deteniéndose a mitad de camino en Las Cañadillas para disfrutar de un litro o dos de vino con otro primo que tenía unas pocas cabras y a quien le gustaba fomentar las malas costumbres de Antonio.

Domingo y Antonio se presentaron armados de picos, palas, azadones y hoces para trabajar en la acequia, acompañados de dos peones más: Manolo, un joven arriero del pueblo con una pelambrera de color negro azabache y una sonrisa encantadora, y Paquito, cuyo aire soñador me hizo dudar de que estuviera realmente con nosotros en este mundo. Pero me aseguraron que con una hoz en la mano rendiría de una manera espectacular.

Subimos al cerro de detrás de la casa y desde allí bajamos al barranco que conduce hasta el túnel. Paquito y Antonio se pusieron enseguida manos a la obra con sus hoces, despejando la maraña de vegetación que obstruía la acequia. En cuanto a mí, me abrí paso con esfuerzo unos metros acequia arriba, hasta donde había una zona de maleza de aspecto particularmente feo. Cogiendo con mi mano enguantada un puñado de púas y espinas, me puse a dar golpes de hoz, enredándome en una sucesión de plantas hostiles. Primero me agarraron las zarzas, después las trompetas trepadoras, y mientras me debatía para intentar escapar de sus pavorosos zarcillos, una rama de granado se doblaba hacia delante y se me metía por el ojo, o bien un carrizo me dejaba un limpio corte en el cuello. No había ni una sola planta benigna entre toda aquella retorcida maraña. Dado que no conseguía avanzar nada, abandoné la tarea de limpieza y, cogiendo la pala, me puse a la cola de la cuadrilla.

Manolo y Paquito parecían no tener ninguno de estos problemas con la jungla de plantas y, a un ritmo constante, iban desapareciendo en la distancia dejando tras sí las orillas cuidadosamente recortadas. Domingo y Antonio iban detrás de ellos quitando el lodo y volviendo a excavar el cauce del canal, mientras yo sudaba y me esforzaba por detrás, quitando los escombros con la pala. Con la excepción del paleador, que pronto empezó a perder terreno, el equipo avanzaba a un paso normal desahogado.

El mirarlos constituía toda una lección de humildad. Cada cinco minutos más o menos, me enderezaba para calmar el fuerte dolor de espalda y secarme el sudor que me caía por los ojos, mientras los otros seguían avanzando inclinados. Al final de la jornada regresamos tranquilamente al cortijo por la suave concavidad que habíamos creado.

– ¿De verdad hemos limpiado todo esto? -me pregunté sin dar crédito a mis ojos a medida que a la vuelta de cada curva iba apareciendo una vista tras otra del canal tan perfectamente despejado que parecía el bien cuidado sendero de un parque.

El segundo día resultó más lento, ya que había que meditar sobre cómo íbamos a sortear el terrible tramo que discurría por debajo de El Avispero, una carrera de obstáculos con zarzas asesinas y zonas de desprendimientos cubiertas de escombros. Pero de algún modo los superamos, y a la caída de la tarde nos encontrábamos avanzando relajadamente por la tierra más blanda y la vegetación más tierna del Barranco del Pino. Para el mediodía del tercer día ya habíamos salido al pasillo de chopos de debajo de la presa.

Ya sólo quedaba abrir el dique de contención para que el agua saliera fluyendo a raudales por el recién despejado canal y se abriera camino hasta nuestro cortijo. Domingo calculaba que tardaría cinco horas en llegar hasta allí, lo que nos dejaba tiempo suficiente para almorzar y limpiar todos los canales del propio cortijo antes de que llegara. Me eligieron para caminar con el agua y asegurarme de que las ramitas y hojas cortadas y caídas de la maleza no atascaran los túneles.

Aunque otras tareas caen en la monotonía cuando se repiten constantemente, el caminar con el agua nunca deja de deleitarme. Me adelanto sigilosamente a su curso y me siento para chupar una brizna de hierba y disfrutar de la paz, vigilando el cauce seco de la acequia y manteniéndome atento al suave murmullo de lo que al principio no se reconoce como el sonido del agua. Ésta aparece en forma de un susurrante mosaico de hojas secas, pétalos, cagadillas y ramitas. De color rosa, blanco y marrón, va avanzando en silencio, precipitándose suavemente para llenar las depresiones y amainando el paso para devorar poco a poco las zonas más altas. Aquel primer día resultó emocionante observar cómo el agua se acumulaba y crecía y cómo iba saturando la tierra reseca. Lentamente iba subiendo de nivel por los bordes, entrando a raudales en los hormigueros y en las toperas, y poco a poco se iba convirtiendo en un auténtico riachuelo. Al verlo, me salpicaba de agua hasta la cabeza y corría hasta la curva siguiente para ponerme a esperar el milagro una vez más.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Entre limones. Historia de un optimista»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Entre limones. Historia de un optimista» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Entre limones. Historia de un optimista»

Обсуждение, отзывы о книге «Entre limones. Historia de un optimista» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x