Javier Moro - El sari rojo
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Y su voz se oye cada vez más alta y clara en el Parlamento: rebate invariablemente los logros de los que el Gobierno hace gala. Si ha vuelto la paz a los territorios del noreste, no es por la acción del gobierno, sino por los esfuerzos de Rajiv para fraguar un acuerdo de paz que ha permitido que los líderes separatistas, que antaño eran insurgentes en las selvas, hoy se hayan convertido en respetables políticos elegidos por el pueblo. Si la situación se ha calmado en el Punjab, tampoco es por este gobierno, sino por los «acuerdos del Punjab» que fueron obra de Rajiv. Si los nacionalistas moderados sijs se han dado cuenta de las ventajas que comporta pertenecer a la Unión India y han regresado al sendero de la democracia, es gracias a su marido.
Pero el momento cumbre de sus intervenciones ocurre en marzo de 2002. De pronto surge una líder que habla sin miedo y sin complejos, con la contundencia que le da el convencimiento profundo de sus opiniones. Sonia acusa directamente al gobierno de haber fomentado un nuevo brote de violencia religiosa que ha vuelto a poner el país al borde del abismo. Es un acto más en la tragedia de Ayodhya, iniciada por miembros de ese mismo gobierno hoy en el poder. Después de la destrucción de la mezquita, los fundamentalistas hindúes se toparon con el rechazo de las autoridades judiciales a cualquier intento de construir en ese emplazamiento un templo al dios Rama, precisamente para no añadir más leña al fuego. Pero los militantes no se dieron por vencidos y varios grupos pertenecientes a organizaciones afines al gobierno siguieron viajando periódicamente a Ayodhya para insistir en su reivindicación. «¿No estaba inscrita en el programa del gobierno del BJP?», preguntaban. Al regresar de uno de esos viajes, ocurrió un altercado entre uno de esos grupos de manifestantes hinduistas y unos vendedores ambulantes musulmanes en la estación de Godhra, en el estado de Gujarat. Los vendedores se negaron a cantar canciones a la gloria del dios Rama, como les conminaban los militantes hindúes de modo que éstos empezaron a insultarlos y a tirarles de las barbas. En seguida se corrió la voz y jóvenes musulmanes que trabajaban en los alrededores de la estación corrieron en defensa de sus correligionarios agredidos. Los militantes hindúes se subieron al tren, que arrancó bajo una lluvia de piedras. Unos kilómetros más allá, el convoy se detuvo. Una columna de humo negro se alzaba en el cielo. Un incendio se declaró a bordo con el resultado de cincuenta y ocho personas carbonizadas, la mayoría militantes hinduistas.
Aunque posteriores investigaciones determinarían que el fuego fue provocado por la explosión accidental de un hornillo de gas, los extremistas hindúes no dudaron en acusar a los musulmanes de haberlo provocado. La noticia de que unos hinduistas fueron quemados vivos desató la venganza de la población. El jefe de gobierno de Gujarat, el fundamentalista hindú Narendra Modi, aliado del gobierno y archienemigo de Sonia, declaró el 28 de febrero un día de luto para que los funerales de los pasajeros pudiesen celebrarse por las calles de la ciudad. Era una clara invitación a la violencia. Los barrios musulmanes se convirtieron en ratoneras. Miles de hindúes enfurecidos la emprendieron contra comercios y oficinas e incendiaron las mezquitas. En lugar de actuar contundentemente para aplacar la violencia, Narendra Modi declaró: «A cada acción corresponde una reacción.» Esas palabras, interpretadas por los extremistas hindúes como un aval de su líder para justificar la venganza, marcaron el principio de una orgía de violencia comparable a la de los acontecimientos trágicos de la Partición. Pero esta vez, gracias a la televisión, todo el país es testigo de imágenes atroces de mujeres maltratadas y violadas por militantes enfurecidos, y después forzadas a beber queroseno frente a sus maridos e hijos, a los que obligan a ver cómo les prenden fuego, antes de ser a su vez asesinados. Todo ha ocurrido ante la impasibilidad de la gente, que parece celebrar esa venganza que simboliza el incendio del tren de Godhra. Los periodistas que han cubierto las matanzas están convencidos de que no han sido espontáneas, como pretendía el gobierno local, sino que han sido planificadas. Han visto a extremistas hindúes, con censos electorales bajo el brazo, señalando casas y chozas habitadas por musulmanes en los barrios mixtos. Les han visto señalar comercios propiedad de musulmanes que han tomado la precaución de adoptar un nombre hindú. La eficacia en la persecución y en los asesinatos hacen pensar que ha habido cierto grado de planificación. En total, más de dos mil musulmanes han sido asesinados y más de doscientos mil se han quedado sin hogar.
Sonia es la voz que más ardientemente denuncia los hechos. En el Parlamento, llega a acusar al gobierno de fomentar el genocidio. «Señora, no use palabras tan fuertes», le replica el primer ministro. Pero Sonia no calla. Denuncia la turbia actuación de la policía. «En ciertos casos, se sabe que hasta han ayudado a los militantes a encontrar las direcciones que buscaban.» Cita en su apoyo informes de las investigaciones de grupos de defensa de los derechos humanos que demuestran que la policía había recibido órdenes de no interferir. «Lo que esta masacre ha sacado a relucir, señor primer ministro -le dice Sonia-, es el rostro sectario y horroroso de su partido, el BJP, que usted ha tenido tanto cuidado en disimular durante sus años en el poder, pero que ahora salta a la vista… Además ¿cómo es posible que usted no se haya dignado visitar los lugares devastados por la violencia inmediatamente? ¿Por qué ha esperado un mes para hacerlo? Ya sabemos que el señor Narendra Modi está detrás de estas matanzas, ¡Y mucho nos tememos que el gobierno central también lo esté!» Por primera vez, Sonia da la talla de gran política, denunciando al gobierno con auténtica y sentida pasión, sacudiendo al primer ministro con sus invectivas, no dejando títere con cabeza. Las atrocidades que ha visto en la televisión la han escandalizado: «Eso no es la India. Eso no representa a mi país», declara. Sus intervenciones hacen que los valores inherentes al Congress resalten más que nunca. La pretensión del partido más viejo de la India de representar a indios de todas las castas y religiones no sólo se ve como algo atractivo, sino como algo indispensable. La decencia de los principios del Congress se solapan en el imaginario popular con la imagen y la voz de esta política accidental que habla con el corazón en la mano.
Pero el primer ministro no consigue que dimita su compañero de partido Narendra Modi, una medida pensada para pacificar el país. Los demás no le dejan. Mejor esperar a que decida el pueblo, le dicen. La gran sorpresa es que en las elecciones estatales de Gujarat, que tienen lugar dos meses después de los sangrientos disturbios, el temible Narendra Madi vuelve a arrasar. La razón es que ese estado es mayoritariamente hindú. Su campaña, que se ha basado en un solo principio, el odio a los musulmanes, parece confirmar la vieja creencia del BJP: los disturbios basados en el odio religioso, si están bien orquestados, se convierten en votos. Madi ha revelado ser un mago prestidigitador en este arte. Se ha aprovechado de que Gujarat hace frontera con Pakistán, lo que favorece la política del miedo al enemigo islámico.
Después de las esperanzas suscitadas por Sonia, llega ahora el momento de una decepción masiva. En la sede del Congress, el ceño fruncido y las gafas puestas, Sonia lee el informe del secretario general de su partido sobre las elecciones en Gujarat. El ambiente es sombrío. «El Congress no ha ganado un solo escaño en un radio de cien kilómetros alrededor de Godhra, donde un vagón de tren ha sido incendiado, matando a medio centenar de personas. El Congress ha perdido todos los escaños en las zonas próximas al estado de Madhya Pradesh y Rajastán…» La conclusión es que, ahora como cuando la destrucción del templo en Ayodhya, la política de enfrentamientos comunales está dando dividendos. Los hindúes, la gran mayoría, ceden al miedo y al racismo. ¿Cómo evitar que ese modelo avance en otras partes de la India? Nadie tiene la respuesta.
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