hernando de baeza -que formaba parte del cuerpo de mis traductores en la alhambra, y que fue amigo mío y mi cronista- siempre aprobó que yo escribiera. pero me conminaba -ésa es la palabra- a escribir lo que sólo yo sabía. yme sublevaba que fuese el hecho de ser yo rey lo que a él le atraía; no mi corazón, ni los sentimientos provocados por nacer en un trono en el ocaso, ni los resentimientos que el entorno, marchito como la rosa de antes, producía en mí. se me ha injuriado como perdedor del reino; sin embargo, nadie se ha ocupado de averiguar cómo fui de veras, ni si luché con todas mis fuerzas, que no eran muchas ciertamente. anadie se le ha ocurrido que acaso fuese yo -y no por rey- la mejor personificación de un pueblo condenado a abandonar el paraíso… he sido más tiempo súbdito que rey, exiliado más que coronado. hace más de treinta años que entregué las llaves de mi casa: una reproducción, porque las verdaderas acompañarán, para vosotros, este manuscrito, cuyo prestigio consiste en provenir de alguien que, cuando os llegue, no será, y de que apenas es mientras os lo dedica.
acaso contenga lo que jamás un hijo debe saber de un padre; pero he ejercido tan poco tiempo de ello… el mayor de vosotros aún no tenía dos años cuando fue empleado como rescate mío. apenas hemos vivido juntos. os fuisteis en seguida de fez. para vosotros, como para los demás, seré el traidor tan sólo. por otra parte, ¿quién dice lo que un hijo debe saber o no de un padre? ¿ no os han contado ya, y de peor modo, lo peor? ¿ no han sido inicuos conmigo, en favor suyo, los cronistas?
no intento defenderme; también es tarde para eso. soy un viejo, y a los viejos se nos niega la épica tanto como la lírica. en la batalla próxima estaré al lado de quien me acogió (ni ahora ni nunca fui yo el que decidió las batallas): ya no queda en el mundo nadie al que le deba más que a este sultán de fez, si no es quizá a vosotros, a quienes, imposibilitado de devolveros lo perdido, os obsequio con el relato de su pérdida. no intento siquiera con él poner el punto sobre las íes. sólo que esta arca, donde guardo lo que aún permanece del jardín -el arca de la novia:
“ si tú quisieras, granada, contigo me casaría,”
como cantó el romance de los castellanos-, logre alcanzar, ya que yo no, manos andaluzas. y, de ellas, siguen las vuestras siendo las más significativas y las menos manchadas. no espero nada de vosotros: ni un retorno, ni una correspondencia, ni la reivindicación; pero lleváis aún sangre nazarí, la única sangre nazarí incontaminada que hay ya sobre la tierra. mis antepasados hicieron granada, y la deshice yo; leed sin prisa estos papeles para que sepáis cómo. pero si os cogen desganados, arrojadlos al mar, o arrojadlos al fuego: dará igual; no se perderá nada. aunque debéis saber que en ellos sólo relato lo que fue; de lo que será, nada sabemos. el todopoderoso dirá a su hora la palabra que quiera. una historia -no lo echéis en olvido- no puede contarse bien hasta que concluye. comienza, por lo tanto, el turno vuestro. el mío se agotó:
“ Lo que temí perder yo lo he perdido; lo que esperé ganar ya no lo espero”.
mi esperanza se ha muerto antes que yo; la que me queda es muy humilde: que este legado no testifique contra mí.
“ no te levantes tú, corazón, en mi contra también.
una vez muerto, no te levantes, corazón: descansa.”
debo irme ya. he de armarme -procuraré hacerlo solo- para acudir a la batalla. no retornaré de ella: ni vivo, ni muerto. deseo entregarme a las aguas del río, como aliatar en la derrota de lucena; que no pueda encontrar nadie los restos del que fui, ni mis armas reales. saldré sin despertar a amín ni a amina. estarán juntos, idénticos y amantes, rezumantes de vida sobre la misma cama. ¿ para qué despedirme de nada ni de nadie? todo está concluido.
dios a sí mismo se interpreta; pero yo dudo que le haya dado a ningún rey un salario peor que el que me ha dado a mí.
me encomiendo, antes de comenzar, a dios -honrado y ensalzado sea-, si nos mira y si nuestra vida no es en vano. ya mahoma, el profeta, sello de los profetas anteriores y señor de la estirpe de adnam.
alabado sea dios, señor del universo, el clemente, el misericordioso, el dueño del día del juicio. a ti te adoramos, a ti te suplicamos. guíanos por el camino recto. por el camino de aquéllos a quienes concediste gracia, y no por el de los que te airaron, ni por el de los que se extraviaron.
mi nombre y tú ya estáis a salvo en el jardín: fuera del tiempo, su maleficio no os perturbará.
boabdil
de lo poco que aprendo en la madraza, fundada por mi antecesor yusuf i, y de los encanecidos maestros, fríos y desdeñosos con los jóvenes, una sola cosa es la base de todas las demás: no somos libres. nuestro destino se nos adjudica al nacer; se nos entrega, igual que la tablilla en que estudiamos de niños las primeras letras y sus combinaciones. puede borrarse lo que en ella dibujamos, pero la tablilla permanece imperturbable; luego, cuando aprendamos a escribir y a leer, se nos regalará como recuerdo, y la conservaremos, enternecidos y altaneros, toda la vida. el texto de nuestro destino está desde el principio escrito; lo único que podemos hacer, si somos bastante osados, es transcribirlo con nuestra mano y nuestra letra, es decir, aportar la caligrafía que alguien nos enseñó.
yo de mí puedo jurar que jamás he elegido. sólo lo secundario o lo accesorio: una comida, un color, la manera de pasar una tarde. la libertad no existe. representamos un papel ya inventado y concreto, al que nunca añadimos nada que sorprenda esencialmente al resto de los representantes. en mí nadie se fijaría si no fuese el primogénito de abul hasán, rey de granada.
aquí lo primero que aprende un príncipe a decir -antes aún que ‘padre’ o ‘madre’- es ‘no abdicaré’, para saberlo repetir con naturalidad desde el día de su coronación. apesar de eso, nunca se está seguro de que la abdicación no se producirá, aun en el caso de que la coronación sí se produzca.
somos distintos unos de otros, y eso nos induce a creer que somos libres; pero estamos prefigurados de antemano: nuestras determinaciones dimanan de nuestros jugos gástricos y de nuestros razonamientos, o sea, de nuestro estómago y de nuestro cerebro, que son intransformables. nos parece, por ejemplo, que elegimos a la persona amada; no es cierto: sólo dos o tres posibilidades nos son -y apenas- ofrecidas. no la elegimos: nos resignamos a ella; nuestro sexo, que con el estómago y la cabeza nos perfila, es otro portavoz. el destino es quien manda; por eso respeto y comprendo a quienes lo cumplen sin rebelarse. ellos son los que están más próximos a alcanzar la felicidad, si existe, que no creo: quienes se desenvuelven y se acaban en el lugar y en la dirección en que nacieron. pero no comprendo ni respeto a quienes se rebelan. pienso en almanzor, el suplantador de los omeyas, que -con la ambición del que quiere reinar sin haber nacido en las gradas del trono, con su desastrosa ambición de rábula que no repara en barrastrastornó las páginas del libro de su vida al probar a los súbditos que contra el poder cabe el desprecio. está escrito el destino: la dificultad reside en saberlo leer. hay quienes, mientras aspiran a superar el suyo, son sólo el arma del de los otros: se erigen en dueños del azar, y, a fuerza de combatir desde su vulgar sino, se transforman en los apoderados del ajeno, y juegan al ajedrez en nombre de la historia, derrocándolo todo, pieza a pieza, hasta inundar de sangre los tableros. qué irreversible consternación para un hombre comprobar, al final, a la entrada de su medinaceli, que, cuando resolvía en aparente libertad, estaba siendo utilizado.
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