Fernando Schwartz - Al sur de Cartago
Здесь есть возможность читать онлайн «Fernando Schwartz - Al sur de Cartago» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Al sur de Cartago
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Al sur de Cartago: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Al sur de Cartago»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Al sur de Cartago — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Al sur de Cartago», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Claro que, bien pensado, lo único que había conseguido era llegar a Costa Rica en una sola pieza. No tenía la menor duda de que mi presencia acabaría siendo notada. Con mi tamaño y mi bastón, no suelo pasar inadvertido.
Nunca había estado en Costa Rica. Tres días antes había llegado a bordo de un pequeño bimotor, fletado en Panamá. Sólo me había costado setenta y dos horas localizar a Paola. No está mal para una persona que no conoce el lugar.
Cuando se llega volando, se accede al valle rozando la cresta del Irazú, el volcán sombrío y amenazante, agrisado por la lava y el polvo. Repentinamente, se abre ante los ojos del viajero, no la selva cerrada que se espera, sino el valle rico y casi llano, salpicado de montículos y rodeado por un impresionante anfiteatro de montañas. La luz es deslumbrante y los azules del cielo se componen de centenares de reflejos líquidos, cuya riqueza casi pastosa tiene el calor de una acuarela barroca y recargada. En febrero, el color dominante es el amarillo: no ha llovido aún y la sabana está reseca. Y, sin embargo, a medida que el avión va perdiendo altura y que la tierra cobra fijeza y dimensión, saltan a la vista grandes parches de vegetación tropical. El paisaje, que unas millas antes había sido ocre, tiene, aquí y allá, una densidad verdinegra, casi en sombras: es como una espesa barrera unidimensional de la que apenas si sobresalen algunas copas de árboles y el abanico familiar de alguna palmera. Cuando se está a punto de aterrizar, el cielo, repentinamente descolorido por el calor del mediodía, contrasta con una vegetación que tiene el matiz fotográfico de un claroscuro espeso y sin relieve.
A lo lejos, en una cortada que se abre y se pierde sobre la falda de una montaña, crece una vegetación rica, de plantas, de apiñados arbustos, de árboles gigantescos, unidos entre sí por hojarasca y lianas como la trama de una gruesa tela de algodón. Aquí y allá hay un grupo de casas de madera y caña cubiertas por tejados de cinc, pintados de color ladrillo mate. Más allá, entre palmeras y árboles corpulentos, se adivinan otras casas más pulcramente pintadas de blanco, con pequeños jardines delante; sólo los tejados son iguales a los de las casas más pobres y destartaladas.
Pero lo que me dejó maravillado, por todo lo que me recordaba a Puerto Rico, fue la calidad vegetal del colorido increíble y lujuriante de aquellos parches de fronda tropical. Todas las tonalidades imaginables de verde están ahí: desde el triguero y amarillento de algunos arbustos salvajes cuajados de flores hasta el casi índigo de las hojas del cocobolo; desde el tono mate de la hierba hasta los mil matices irisados y jugosos de las lianas y los cauchos. Las enormes hojas de los bananos se mecen suavemente en la brisa del mediodía, mientras que en los cafetales jaspean grises verdinegros. Cascadas de buganvillas rojas, violetas y anaranjadas se desploman por todos sitios. Un espectáculo asombroso de una naturaleza casi descompuesta a fuerza de riqueza.
Por primera vez en meses, sentí que estaba profundamente vivo y, por un instante, no quise acordame de Nina o Dennis.
Hubiera deseado con verdadera angustia tener a Marta a mi lado.
El bimotor se detuvo ante el edificio terminal del aeropuerto. Di un par de palmadas de agradecimiento en el hombro del piloto, y me contestó levantando el pulgar y deseándome suerte. La iba a necesitar. Recogí mi bolsa de cuero y me bajé del avión.
Un policía vestido de uniforme caqui me esperaba al pie de la escalerilla y me pidió que le acompañara. Con un pasaporte yanqui, en Costa Rica se tarda en entrar aproximadamente un minuto y medio. Tomé un taxi y le pedí que me llevara a un hotel céntrico, cualquiera que estuviera bien.
– Ay, don, más céntrico que el Gran Hotel Costa Rica, no lo va a encontrar.
– Pues lléveme allá.
El taxi era un viejo Toyota naranja y destartalado y tardó casi media hora en recorrer los quince kilómetros de autopista que separan al aeropuerto de la ciduad. Observaba al taxista fijamente mientras me explicaba las cosas que íbamos viendo. Me pareció que San José era una ciudad tropical, abierta y fea, como todas las de la región, pero con edificios modernos y, al menos, una ancha avenida, graciosa y llena de luz, bordeada de palmeras y pequeños chalés. Aprendí un montón de cosas inútiles durante el recorrido: que las distancias y las direcciones se dan en varas ("Mi casa, don, está a doscientas cincuenta varas ¿al norte de la pulpería La Luz", ¿qué cosa?, "Pulpería, don, una tienda de comestibles", ah), que la moneda se llama el colón, pero en realidad le dicen peso, y que mi taxista era heredero de una inmensa fortuna, dejada por un virrey del Perú a sus descendientes de la séptima generación, que resultaba ser la suya. No le hice ni caso.
Cuando desembocamos en la plaza en que se encuentra el Gran Hotel Costa Rica, me quedé boquiabierto. El hotel tiene delante un jardincillo y, a su izquierda, hay un bellísimo teatro de piedra y tejadillos de cinc.
– ¿Y eso qué es? -pregunté al taxista.
– Eso, don, es el Teatro Nacional. Lo hicieron calcadito de uno que dicen que hay en Europa y lo pagaron los cafetaleros, regalando cinco centavos por saco vendido de café. Las maderas son de aquí, ¿sabe? -añadió con orgullo-. Como hay mucha, hasta los suelos son de caoba y cocobolo… Los cristales y las lámparas y los mármoles los subieron a lomos de mulo desde Puerto Limón. -Rió.
Le faltaban todos los dientes delanteros.
– ¿De cuándo es?
– Ay, 1898… me parece. Dicen que lo estrenó don Jacinto Benavente, que vino por aquí de cómico. -No me pareció oportuno señalarle que no sabía quién era Jacinto Benavente. Yo, de teatro español, sé bastante poco.
Se detuvo ante la puerta del hotel. Le miré especulativamente durante unos segundos más y decidí que no era mi hombre: hablaba demasiado. Le pagué y le dejé una generosa propina, tanta, que el hombre se bajó a abrirme la puerta.
No tuve dificultad en conseguir una habitación grande y cómoda, con un ventanal que daba a la plazoleta. El botones que se empeñó en subirme la bolsa a la habitación era un muchacho joven, pequeñito y con aire despierto. Me abrió la puerta de la habitación y le dije:
– Espera un momento.
Me rebusqué en los bolsillos, saqué un billete de veinte dólares y se lo di. Me miró. Tenía los ojos pillos y la expresión experimentada de alguien mucho mayor.
Se quedó de pie, sin decir nada. Una persona a la que regalan veinte dólares por nada y se queda quieta y sin pronunciar palabra, es una persona más lista que un rayo, porque sabe que hay algo más.
Me di la vuelta y fui hacia la ventana.
– En todas las ciudades del mundo -dije-, y especialmente en las pequeñas, existe siempre una gente que lo sabe todo. Saben a quién ha detenido la Policía, dónde se encuentran cosas de contrabando, quién puede conseguir una pistola. Saben a quién hay que sobornar para obtener algo que es imposible de conseguir, saben por dónde llega la droga, quién la controla, saben quiénes son los espías… -El botones seguía sin decir nada. Giré la cabeza y levanté una ceja -. ¿Sabes lo que quiero decir?
– Sí, señor.
– Pues quiero hablar con él.
– Sí, señor. -Sonrió.
Tenía la tez oscura y los dientes blanquísimos.
– Te daré cien dólares más.
– Sí, señor. Que tenga una estancia feliz en Costa Rica, señor. Cerró cuidadosamente la puerta.
Me desnudé y me di una larga ducha. Luego me puse una camisa limpia y unos pantalones de gabardina y bajé a la calle.
Inmediatamente, me encontré sumergido en un mundo que conocía bien porque era el mismo de San Juan: la gente apiñada en las aceras; los vendedores ambulantes ofreciendo su mercancía a gritos, pina y coco y garrapiñadas; las mujeres, vestidas con la ropa más estrafalaria imaginable; las niñas, con minifalda recogida con un imperdible debajo del trasero para que se les marcara más el movimiento ondulante de las caderas; un par de indios tumbados en la hierba de una plaza, dormitando. Me detuve ante un puesto callejero y tomé un café recién colado. Estaba buenísimo. Deambulando lentamente, me encontré ante el mercado central. No pude resistir la tentación: entré y me asaltaron todos los olores de mi niñez; a plátano y banana, a guava y a aguacate, a papaya y a zapote. Aquí, una tienda de especias; más allá, un puesto de limas y naranjas verdes. Y en toda esa mezcla de sensaciones, agudas en un sitio, demasiado perfumadas en otro, flotaba, como un catalizador, un ambiente espeso y fuerte, húmedo y polvoriento. Salí del mercado sonriendo como un tonto.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Al sur de Cartago»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Al sur de Cartago» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Al sur de Cartago» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.