– ¿Cómo?
– La vagina de una cubana púber es capaz de fumar un cigarro sin inmutarse. Pero esa habilidad muscular se les pasa a los veintidós o veintitrés años. -Y estalló de nuevo en una incontenible carcajada.
Al principio, Beth lo miró con severidad, pero poco a poco se fue sumando a su hilaridad y acabaron ambos rodando por la cama.
– Dame un puro ahora mismo -exigió Beth y no paró hasta que se hizo la prueba.
– En fin -dijo Tono-, que allí estaba la Beth instalada con su niña en El Mirador, adoptando… bueno, empezando a adoptar estos aires de princesa… Quiero decir que aunque con nosotros no había cambiado y seguía siendo la Beth de siempre…
– ¿Cómo iba a cambiar? -dijo la Pepi-. Todos la conocíamos desde siempre… A nosotros no nos iba a contar milongas. Sabíamos quién era y cómo vivía. Qué aires de princesa ni qué historias. Lo que pasa es que -se encogió de hombros-, en el pueblo cada cual hacía lo que le venía en gana. Hombre, te criticaban y tal… aquí, en el fondo, se vivía del rumor, pero a la hora de la verdad hacías lo que querías y te dejaban en paz.
– Bueno, pues eso, que vivía como en dos planos. Y a Love le iba a pasar lo mismo -añadió, pensativo-. Dos planos, sí. Sólo que el de la imaginación iba ganándole poco a poco la partida al de la realidad y entonces se le hacía a Beth cada día más difícil compaginar las dos vidas, compaginarla… ¿entiendes lo que te quiero decir?…
– … la onírica con la everyday.
– Venga, Juan Carlos -dijo Carmen, resoplando con irritación.
– … compaginar las dos vidas, aunque sólo fuera para no olvidar a quién le decía una mentira y a quién, otra… muy difícil, sí.
– Mi madre solía decir que la mentira tiene patas muy cortas -sentenció Francisca.
– Vaya. Beth en eso tenía la ayuda técnica de Augustus, que se divertía como un loco y que la iba ayudando, mira, Beth, no te olvides, esto a éste y esto otro se lo tienes que decir a este otro… como un director de escena, organizándole los pasitos, uno detrás de otro, -precisó Juan Carlos.
– Ya. -Tono guardó silencio durante un instante. Después se inclinó hacia adelante y se rascó una ceja-. Pero, fíjaos: a medida que pasaban los años, este juego se le iba haciendo a Beth más complicado de sostener…
– ¿Por qué?
– ¡Porque se lo empezó a creer! -exclamó la Pepi.
– Sí, ella misma se lo empezó a creer… Y los diversos planos en los que se movía empezaron a confundírsele, yo creo que igual que le pasaba con los amantes.
– Bueno -dijo Juan Carlos con condescendencia-, Augustus, Dan el sueco y Hans musculillos, que fueron los amantes principales, podrían ser descritos en esta comedia…
– ¿Comedia? -dijo Tono.
– … vaya, bueno, melodrama si quieres… aquellos tres podrían ser descritos como los chevaliers servants de Beth…
– Tu manía de explicármelo todo en francés me va a llevar a la tumba -dijo Carmen. Juan Carlos sonrió y encendió un nuevo cigarrillo con su mechero de oro. Los fumaba poco, apenas tres o cuatro caladas y en seguida los apagaba. «Es por el enfisema», solía decir con una media risilla ladeada.
– El caso es que, mientras Beth iba tomando estos aires principescos que no engañaban a nadie pero que sin duda a ella le servían para lo que fuere, Love en verano, cada verano, desaparecía e iba a pasar temporadas a América, a Inglaterra, a Suiza…
– Ya lo creo -dijo la Pepi-. Volvía en setiembre y nos contaba unas historias increíbles. Que había estado en casa del duque de Westminster, pasando unos días con sus hijos, o que había navegado con Richard Burton y Elisabeth Taylor y los hijos de ella en Grecia o había pasado unas semanas con los Kennedy en Martha's Vineyard… bueno, unas historias…
– Nos las tomábamos a risa -dijo Carmen.
– Te las tomarías tú… Yo -dijo la Pepi-, y ésta -por Francisca-, y éste -por Guillem-, nos las creíamos a pies juntillas.
– Y yo también -añadió Tono-. Eran tan verosímiles que no había más remedio que creérselas.
– A mí me encantaban -dijo Juan Carlos-. Alimentaban nuestro sentido del cuento de hadas. Y quién no quiere vivir cerca de un cuento de hadas, lleno de princesas y reyes y condes con palacios y carrozas y grandes bailes…
– Todo eso está muy bien -interrumpió Tono-, sólo que nunca vimos reyes y carrozas y grandes bailes…
– ¿Cómo que no? -dijo la Pepi-, ¿y la fiesta de inauguración de El Mirador?
– Bueno, sí, tal vez… -dijo Tono con aire dubitativo-, sí, no sé.
– No entendéis. -Juan Carlos apagó el cigarrillo con gestos parsimoniosos hasta que no quedó brasa encendida-. Para todos nosotros era como estar en las carrozas y en los grandes yates. Igual. Recibíamos los efluvios por delegación. Love era nuestra representante y eso nos bastaba. Y si luego nos contaba algo de todo ese mundo tan esnob, mejor que mejor, nos parecía que nosotros también lo estábamos viviendo.
– Bueno. -Tono se frotó las manos con impaciencia-. El caso es que, cuando Love tendría dieciséis o diecisiete años hizo amistad en el colegio de Palma con esta niña que era nieta o biznieta, más bien biznieta, de una princesa rusa, de una gran duquesa sobrina del último zar, que se llamaba Catalina Romanovna. Nunca se supo de quién era viuda esta gran duquesa pero era viuda. Llegó a Palma huyendo de la Rusia revolucionaria en el 18 o el 19 y aquí se instaló en un palacio del casco antiguo, al lado de la catedral. Con ella venía una hija de gran belleza…-… y llena de duros -dijo Carmen-, que tenían una colección de joyas maravillosa, llena de huevos de Fabergé y collares de diamantes y esmeraldas.
– Bueno, sí. Tenían mucho dinero, es verdad. Bien, pues la hija, que era guapísima, se acabó casando con uno de los nobles, de las grandes familias de aquí…
– … tenían una finca fantástica cerca de Muro, en el centro de la isla, con un palacio fabuloso en medio y mucha agua…
– No me interrumpas, Carmen. Tuvieron varios hijos. Todos andan aún por aquí, los Genovés, condes de no sé qué…
– … de Alfayar-aclaró Juan Carlos.
– … Vale. Condes de Alfayar. Pues estos Genovés han hecho mucho dinero con el turismo. Tienen hoteles y cosas así. Bueno, pues una de las hijas se lió con un tipo argentino que vivía aquí. Hasta ahí va bien. Lo malo es que este argentino estaba ya casado y tenía varios hijos, con lo que el escándalo en Palma fue mayúsculo. Imagínate lo que era esta sociedad isleña en los años cuarenta y tantos… Un escandalazo, sí.
– Tan escandalazo -dijo Carmen-, que tuvieron que escapar a Argentina… bueno, escapar, irse… y desaparecieron allá. Él tenía en la Pampa un campo con reses y caballos. Debió de irles bastante bien porque durante años no se supo nada de ellos…
– ¡Qué romántico! -exclamó Francisca.
– Sí, bueno, mucho, sí. En fin, que treinta años después, el argentino enfermó, me parece que era cáncer de próstata…
– … le está bien empleado, por adúltero -dijo la Pepi-. Estas cosas se pagan.
– … enfermó y la Genovés, María se llamaba, de pronto se encontró sola cuidando a este enfermo a mil leguas de su propia familia y decidió volver a Palma. Llegaron aquí, con el argentino moribundo y supongo que con ganas de ver a sus hijos y despedirse de ellos…
– Sí -dijo Tono-, y llegaron con una niña que tendría la misma edad que Love. Monísima era. Un cañón. Luisa Genovés. Llevaba el apellido de la madre porque entonces en España los hijos ilegítimos sólo podían llevar el nombre de la madre. Estando casado el padre, ni siquiera si reconocía al hijo ilegítimo podía darle el apellido. Con Franco no había hijos fuera del matrimonio, ilegítimos, vamos. De modo que esta niña, Luisa, trabó amistad con Love. Era la niña más mona que se ha podido ver en Mallorca. No me olvidaré nunca, cuando salía por la noche al Rodeíto, que era el sitio en el que nos reuníamos toda la juventud, y ella llevaba un vestidito mini plateado, ceñido, con tirantes, que nos tenía a todos bebiendo los vientos. Llegaban las dos, Love y ella, y arrasaban. Bueno, esto ocurría un poco más tarde de lo que estoy contando, pero os da idea: la una, rubia, casi transparente, delicada y ya guapísima; la otra, morena, sexy, tostada, enseñándolo todo. Vaya, eran un espectáculo cuando llegaban a bailar al Rodeíto. A mí me tocaba hacer de carabina, casi como un hermano mayor, y la verdad es que lo sentí más de una vez.
Читать дальше