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Soledad Puértolas: La Rosa De Plata

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Soledad Puértolas La Rosa De Plata

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El hada Morgana mantiene secuestrados en las mazmorras de su castillo a siete doncellas que deberán ser rescatadas por los siete caballeros más valientes del reino. Las justas del rey Arturo, el desdichado amor entre la reina Ginebra y Lanzarote configuran el telón de fondo de estas aventuras. Una novela de aventuras para todos los publicos que se adentra en el maravilloso mundo de lo legendario y lo mítico.

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El hada Iris, conmovida por las palabras de Naromí, se puso a pensar de qué manera podría liberar al caballero blanco del encantamiento en que lo tenía la ninfa del lago, obedeciendo a la voluntad de Morgana. Y, tras algunos días de reflexión, porque el hada Iris pensaba muy despacio, recordó que todos los castillos que había en el fondo de los lagos estaban comunicados por túneles y pasadizos. Acudió entonces a su amiga Indiga, que le debía un favor, y le pidió que le dejara transitar por sus pasadizos, ya que Indiga estaba al cuidado de los pasos subterráneos que iban y venían del fondo de los lagos.

Indiga no era persona de conceder muchos favores. La vida bajo tierra le había ido enmoheciendo, amargando. Es verdad que hay mucha vida bajo las aguas, un trasiego enorme, y crecen allí, en humedales y fosos, multitud de criaturas, algunas de ellas ciertamente pintorescas, pero Indiga, que amaba el sol y la luz sobre todas las cosas, nunca hubiera imaginado que su destino iba a ser aquel y finalmente había sucumbido al desánimo. Dijo, malhumorada, a Iris:

– No sé qué se te ha perdido a ti en este asunto. Tú ya cumpliste tu parte, Iris, y bastante privilegio es para Naromí poder dormir hasta hartarse, muchas personas darían todo lo que tienen por dormir, aunque sólo fuera durante las noches. Y si el caballero blanco también está dormido, pues todos felices. Tú velas sus sueños, Iris, ése es tu dominio, y ya sabes lo peligroso que es salirse de los propios dominios. Te aseguro que los míos están llenos de obstáculos y dificultades, en los pasadizos te resbalas por menos de nada, porque no ves lo que pisas, Iris, aunque vayas colmada de velas. Ya sabes la extraña luz que arrojan las velas en un túnel. Aparecen sombras gigantes, deformadas, que te encogen el corazón, y se mueven, se escurren, tienen vida propia esas sombras. Y lo malo es que ahora ni siquiera puedo proveerte de unos guías que te conduzcan por estos pasos tan peligrosos, porque se han ido todos de viaje a la boda de uno de ellos, y estoy sola. Son tercos y alborotadores todos ellos, pero al menos se conocen los pasadizos al dedillo. No vayas, Iris, deja las cosas como están, que no están tan mal, y no arriesgues en vano tu propia vida.

– Si te hiciera caso -repuso Iris-, si dejara de acudir en ayuda de Naromí y no hiciera nada por liberarla de las prisiones de Morgana, ya no podría dormir tranquila, yo, la reina del sueño, fíjate qué incongruencia. En los últimos tiempos, habida cuenta de las guerras y de las epidemias que nos asolan sin piedad, he perdido a muchos de mis protegidos y ahijados y había ido poniendo toda mi ilusión en Naromí, y hasta se me ha pasado por la cabeza la idea de debilitarle un poco el don que le otorgué en la cuna, porque creo que ha abusado de él, y así no ha resultado tan bueno como parecía, porque, al estar tanto tiempo dormida, Naromí es en muchos sentidos una niña y no ha alcanzado la plenitud. Te confieso, Indiga, que sólo esta meta me tiene ahora en pie, porque estoy muy desanimada, y aunque me asusta adentrarme por esos túneles resbaladizos y, más aún, sin guía alguna, todavía me reconcome más quedarme cruzada de brazos, de forma, Indiga, que, te lo pido por favor, condúceme cuanto antes a la puerta de tus laberintos.

Indiga, en su fuero interno, se asombró de que la reina de los sueños fuera tan infeliz. Los sueños vagaban por el aire, los sueños flotaban, el universo de Iris era etéreo, ¿de qué podía quejarse? Mucho peor era su vida, precisamente todo lo contrario a la de Iris, ella estaba condenada a habitar en el mundo viscoso y subterráneo que se extendía bajo los lagos, no podía quedarse en la superficie disfrutando de la frescura del aire por mucho tiempo, porque las intrigas que tenía que dominar allí abajo eran constantes, así que no podía entender del todo la pesadumbre de Iris.

«Bueno -se dijo-, si Iris quiere sufrir, es asunto suyo. Le abriré la puerta.»

De manera que Indiga condujo al fin a Iris a la puerta de los pasadizos y entraron en una gran cueva llena de ecos y resonancias. En el último momento, Indiga se compadeció de Iris y le dio un talismán, una piedra amarilla que le colgó del cuello.

– Por nada del mundo le des a nadie esta piedra -le dijo a Iris-; si la conservas es probable que encuentres la puerta del castillo donde está encerrado el caballero blanco. Pero que no quede oculta entre tu ropaje -le aconsejó- Por el contrario, la piedra debe ser bien visible para todos, porque todos la desearán y es así, por medio del deseo que suscita esta piedra, como llegarás a tu destino.

Indiga se despidió entonces de Iris, que, con sumo cuidado, fue adentrándose por uno de los múltiples pasadizos que se abrían en la húmeda cueva.

Duendes, brujas y otros seres encantados salían constantemente a su paso y le pedían que les diera la piedra amarilla que colgaba de su cuello a cambio, decían, de guiarla hacia el castillo donde estaba encerrado el caballero blanco. Pero Iris, siguiendo el consejo de Indiga, se negaba a realizar el trato. Así anduvo un buen rato desorientada y temerosa, hasta que se le ocurrió decir al duende que en ese momento le pedía la piedra que se la daría en cuanto llegaran al castillo y, asombrosamente, el duende accedió y en seguida la condujo al castillo de la ninfa Alganar y llegaron hasta la cámara donde dormía el caballero blanco. Allí Iris se desprendió de la piedra y despertó al caballero blanco y le contó por qué había venido a liberarlo.

Después de llorar de culpa y emoción, el caballero blanco pidió al duende, que ya se había colgado la piedra amarilla del cuello, que los ayudara a salir del castillo de Alganar, y le prometió muchas piedras amarillas como ésa, que en su reino, dijo, eran abundantes y se encontraban por doquier.

El duende, cuyo nombre era Taran, llevó entonces al caballero blanco y al hada Iris hasta un lago cercano al castillo de Morgana, y volvió luego a sus dominios, no sin antes recordar al caballero su promesa y asegurarle que, en cuanto la doncella del sueño infinito fuera liberada, volvería ante el caballero blanco para que le diera las prometidas piedras amarillas.

IV

EL RESCATE DE LA DONCELLA DEL SUEÑO INFINITO

En seguida corrió la voz de que el caballero blanco había logrado escapar de las redes de la ninfa Alganar y que ya se encontraba a las puertas del mismo castillo de La Beale Regard, por lo que Morgana se asomó a la ventana mientras maquinaba la forma de tenderle una trampa y vencerle.

El hada Iris, entre tanto, se había hecho casi transparente, y dormitaba bajo la copa de un nogal, a la espera de volver a ejercer sus poderes porque, una vez liberada Naromí, tenía el propósito de debilitar su capacidad de sueño infinito.

Lloviznaba ligeramente, y Morgana, que tenía vista de lince, contempló la figura bien proporcionada del caballero blanco y admiró su apostura. El caballero, en ese preciso momento, se disponía a descolgar el cuerno de los avisos para pedir que le abrieran las puertas del castillo. La voz de Morgana detuvo su brazo en el aire.

– ¡Caballero blanco! -gritó Morgana-. Deja el cuerno en paz y no metas barullo, que ya sé quién eres y a lo que has venido, y es mejor que te procures una entrada discreta en el castillo.

El caballero blanco miró a Morgana, que era una mujer muy hermosa, además de tener el dominio de muchas ciencias.

– ¿Quién eres tú, bella señora, y por qué me hablas así? -preguntó-. Yo busco una contienda limpia y no tengo por qué entrar de tapadillo en esta fortaleza en la cual mi dama está presa.

– Me parece que eres un joven muy inexperto y no conoces las habilidades de Morgana. A ella eso de las peleas limpias le traen al fresco, así que no hagas más tonterías y espera que baje a abrirte una puerta secreta por la que vayas lo más rápido que puedas a reunirte con tu dama.

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