Soledad Puértolas - La Rosa De Plata

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El hada Morgana mantiene secuestrados en las mazmorras de su castillo a siete doncellas que deberán ser rescatadas por los siete caballeros más valientes del reino. Las justas del rey Arturo, el desdichado amor entre la reina Ginebra y Lanzarote configuran el telón de fondo de estas aventuras.
Una novela de aventuras para todos los publicos que se adentra en el maravilloso mundo de lo legendario y lo mítico.

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Nimué se inclinó hacia al caballero y lo miró atentamente, y vio que aún era apuesto y tenía muchos encantos.

– No soy dueña de ningún castillo, caballero -respondió-, pero tengo algo que creo vale mucho más para ti que todos los castillos del mundo, de los que estás, como acabas de decirme, hastiado. Deja que te ayude a desembarazarte de la armadura y que te lave bien y te dé luego algo de beber que te hará dormir y recuperar las fuerzas y mañana hablaremos de ese rescate, si aún lo recuerdas.

El caballero dorado se abandonó, aliviado, a los cuidados de Nimué, se dejó quitar la armadura, lavar y perfumar y tomó luego la pócima mágica e, inmediatamente, se quedó dormido.

Nimué, mientras velaba el sueño del caballero, se preguntaba cómo saldría la prueba. Había seguido punto por punto todas las indicaciones de Merlín, y le había dado una pequeña cantidad de la pócima, mezclada, además, con otras yerbas, para que sólo desaparecieran de la memoria del caballero los días inacabables, llenos de aventuras, del trayecto hacia La Beale Regard, pero eso era muy difícil de lograr, había prevenido Merlín, y bien podía suceder que el caballero dorado se quedara convertido en un hombre vacío, totalmente desmemoriado, un caballero que podía hacer pareja, más que con la orgullosa Delia, con Findia, la doncella que no tenía memoria.

Pasó la noche, y el caballero dorado se despertó.

– ¿Quién eres tú que duermes a mi lado? -le preguntó a Nimué, muy sorprendido.

– No duermo -repuso Nimué-, sólo descanso. Me he pasado la noche velando tu sueño.

– Pues te lo agradezco mucho -dijo el caballero, incorporándose- pero no sé por qué lo has hecho y debo decirte que no puedo pagarte, pues estoy comprometido en una empresa muy importante. Mi dama, la orgullosa y bellísima Delia, está aguardando mi llegada al castillo de Morgana, y yo soy el caballero que ha jurado rescatarla.

– Déjame acompañarte -dijo Nimué, muy satisfecha del excelente resultado de la prueba-. Tengo mucha curiosidad por conocer el castillo de Morgana. Me voy a disfrazar de mozo y me puedes presentar como tu escudero. Es lo único que te pido.

El caballero dorado accedió y luego se dejó ayudar por Nimué que, en su disfraz de escudero, parecía el más atento y servicial que hubiera tenido nunca caballero alguno. Y el caballero dorado, que había recobrado su natural orgulloso y altanero, no se extrañó de ser tratado con tanta deferencia y cuidado. Y así, caballero y escudero, se encaminaron hacia la puerta del castillo.

XIV

EL RESCATE DE LA DONCELLA MÁS ORGULLOSA

El caballero dorado mandó a su escudero que hiciera sonar el cuerno que colgaba ante la puerta del castillo e, inmediatamente, una voz muy poderosa, que no se sabía de dónde salía, preguntó por la demanda del caballero, a lo cual éste repuso con toda solemnidad:

– Vengo a luchar por mi dama, la orgullosa Delia, y os conviene abrirme, de lo contrario no respondo de mis actos, y juro por Dios que mataré a todos los habitantes de este castillo, sean tantos como fueren, aunque ahora no puedo saber nada de eso, ni siquiera puedo ver tu rostro, voz que acabas de hablarme, lo cual ya denota bastante cobardía.

– Guarda tu petulancia para mejor ocasión -repuso la voz-, porque tengo órdenes de abrir esta puerta a todos los caballeros que vengan hasta aquí a luchar por su dama. Cuida tu lengua, caballero, que la dueña de este castillo no tiene de momento nada contra ti, pero podría tenerlo si te escuchara, y es mejor dejar las cosas como están.

Y con gran estruendo, las pesadas hojas de la puerta se abrieron, con lo que el caballero ya no dijo palabra, sino que, seguido de su escudero, entró en el castillo. Un hombre joven, más o menos vestido de paje, les condujo luego hasta una amplia estancia de la que partía una escalera hacia arriba y otra hacia abajo, y dijo al escudero que tomara la escalera que bajaba, por donde llegaría a las cocinas y otros lugares propios de los sirvientes, y pidió al caballero que tomara la escalera que subía, que conducía a los aposentos de Morgana, y que la esperara allí el tiempo que hiciera falta, porque Morgana estaba ocupada en otras cosas, pero que había mandado recado de que se reuniría con el caballero en cuanto acabara con ellas.

El caballero dorado subió las escaleras y se encontró luego con unas damas que cuidaron de él hasta que Morgana hizo su aparición. En ese momento, las damas se levantaron y se fueron, casi se diría que volaron. Morgana, después de saludar al caballero, le preguntó:

– ¿Cómo a un caballero tan orgulloso como tú le ha llevado tanto tiempo, caballero dorado, llegar hasta aquí? Más aún, cuando quien te aguarda es una doncella que tiene fama de ser la más orgullosa del reino. La verdad es que no te has dado mucha prisa, ¿acaso has tenido muchas peripecias?

El caballero dorado, que había recuperado la arrogancia y que gracias a la pócima de Merlín no recordaba nada de lo sucedido en el camino, repuso con voz firme, casi irónica:

– Señora, no importa lo largo que sea el viaje si se alcanza al fin la meta.

Y por mucho que Morgana insistió, no sacó nada del caballero y se dijo para sus adentros que la magia de Merlín había aventajado a sus tretas. Abandonó la estancia y subió a la torre, pensativa.

«Este caballero dorado es un pobre idiota -se decía- y no voy a sacar nada de él, pero lo cierto es que, una vez que ha llegado hasta aquí, la liberación de Delia ya es cosa hecha.»

Y eso, en sí, no le preocupaba; lo que la desanimaba y humillaba era la derrota. Merlín, su viejo maestro, tenía más recursos que ella. Sin embargo, Morgana había avanzado mucho por su cuenta, y no se resignaba.

«Encontraré el modo de vencerte, viejo Merlín», se decía.

Recordó de pronto que le habían dicho que este caballero dorado había llegado al castillo acompañado de un escudero muy joven y muy hermoso y mandó que lo trajeran a su presencia.

Así, Nimué, disfrazada de escudero, conoció a Morgana. Las dos mujeres se miraron con curiosidad, una, Morgana, sin saber quién era la otra, pero llena de vagas sospechas.

– Dime, Eumín, ya que me han dicho que éste es tu nombre -empezó Morgana-, ¿llevas mucho tiempo al servicio del caballero dorado?

– No sé medir el tiempo, señora -repuso Eumín-, pero creo que no ha transcurrido mucho. Sí puedo decirte que es la primera vez que le acompaño en sus empresas y quizá por eso se ha hecho todo muy corto, pues desde mi más tierna infancia no he deseado otra cosa que deambular con los caballeros.

Nimué, mientras respondía a Morgana, la observaba llena de intriga. Morgana había recibido las enseñanzas de Merlín sin necesidad de dar nada a cambio. Por ser quien era, hermana del futuro rey, Merlín le había tratado de forma excepcional y única, sin ninguna cautela, y ahora era una de las mujeres más sabias del reino y, según se decía, la más egoísta y malévola.

– Señora -dijo entonces Eumín-, me siento muy honrado de poderte saludar, tu fama es inmensa, y jamás hubiera imaginado que iba a conocerte en persona.

Morgana sonrió.

– Eres un joven muy hermoso y delicado, Eumín -dijo-, y creo que el caballero dorado es muy afortunado por tenerte a su servicio, si bien me ha parecido que tu caballero es un poco desmemoriado y quizá sea, por tanto, desagradecido.

Ahora fue Nimué quien sonrió.

– Yo le sirvo de grado, señora -dijo-, y no espero ninguna recompensa, porque tengo de sobra con acompañarle en sus aventuras y conocer el mundo que mi caballero recorre.

– Muy discreto eres, y hasta ingenioso -dijo Morgana, atravesándolo con la mirada.

Y así se estuvieron un rato conversando, midiéndose mutuamente, admirándose la una a la otra, sospechando Morgana, Nimué sabiendo, las dos complacidas, llenas de curiosidad. Al fin, Morgana despidió al escudero, y se quedó pensando en cómo desentrañar y desbaratar el juego de Merlín.

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