Soledad Puértolas - La Rosa De Plata
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Una novela de aventuras para todos los publicos que se adentra en el maravilloso mundo de lo legendario y lo mítico.
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Describir una por una todas las noches del largo viaje del caballero dorado hasta el castillo de La Beale Regard sería tarea tan imposible como tediosa. Una noche se sucedía a otra, mientras los días prácticamente se perdían, porque el caballero dorado necesitaba descansar y cada vez hacía recorridos más cortos. Jamás hubiera imaginado que hubiese tanto castillo y tanta dama necesitada de compañía y placeres. Perdió la cuenta de los castillos que le habían servido de albergue, de las damas y reinas solícitas que le habían acogido en su lecho, de los días, de las noches, del transcurrir del tiempo. Ya creía, si es que se ponía a reflexionar, que ese trayecto nunca acabaría, y durante mucho tiempo -los primeros años, quizá- le pareció bien, pero luego tenía accesos de melancolía, como si ese girar continuo de la rueda pudiera aplastarlo, sin darle la oportunidad de ser él quien la empujara.
Se quedó muy sorprendido cuando, al cabo de muchos años, de muchos valles, colinas, lagos, ríos y hasta mares atravesados, divisó un castillo a lo lejos, y un leñador que andaba por ahí le dijo que ése era el castillo de La Beale Regard, habitado desde hacía años por Morgana, quien se lo había tomado a la fuerza a una prima suya.
– Yo ya creía que ese castillo no existía, que era una invención -dijo el caballero, repentinamente vencido por una gran fatiga-. He entrado en tantos castillos… -musitó, dejándose caer al suelo.
Y allí mismo se quedó dormido, a la intemperie, por primera vez en todo su largo viaje. Aquella noche, la primera que dormía solo desde que había salido victorioso en el torneo de Camelot y se había comprometido al rescate de la doncella más orgullosa, tuvo muchos sueños, extraños, interminables, complicados. Al amanecer, abrió los ojos y ya no sabía distinguir sus recuerdos de todos aquellos sueños que aún le llenaban, confundiéndole. Sólo había algo que sentía con cierta claridad: que ya no podía acometer el rescate de la doncella más orgullosa, porque, a lo largo del viaje, se había convertido en un caballero sin orgullo, un caballero mil veces seducido, y ya no era digno de ella. En su interior, sólo veía un cansancio y un desengaño infinitos.
XIII
Después de que el caballero bermejo, con la inestimable ayuda de Seleno, el guardián, consiguiera el rescate de Bess, la doncella de la alegría perpetua, Morgana se dijo que era ya inútil luchar contra Merlín, puesto que veía la mano del mago en todos los rescates. Tenía que cambiar de táctica. Estaba claro que Merlín aún la aventajaba, por muy debilitados que estuvieran, según se decía, sus poderes, y que los encantamientos a que eran sometidos los caballeros, tarde o temprano, eran rotos y luego los caballeros vencían siempre a sus oponentes y se llevaban con ellos a la doncella en cuestión. Ni un encantamiento más, se planteó Morgana. Porque así eran las reglas de los encantamientos: no había hechizo que no se pudiera deshacer. Había que pensar en otra cosa, algo mucho más seguro y duradero, algo que calara en el espíritu de los caballeros y los desbaratara e hiciera que luego renunciasen a sus planes. El caballero dorado, recién obtenida la victoria, ya se había puesto en camino, y Morgana, con sus extraordinarias capacidades, lo observaba, preguntándose por el modo de vencerlo y apartarlo de su meta.
«Esta vez voy a ir más despacio -se dijo-, voy a seguir al caballero hasta conocerlo un poco, a ver si encuentro alguna clave en la que apoyarme para idear un plan.»
Y eso fue lo que hizo, sólo seguirle y observarle. Así, vio cómo entró el caballero en el castillo de la dama solitaria y cómo fue agasajado por ella y lo dichoso que fue entonces el caballero. Vio también que el caballero abandonó el castillo de la dama solitaria a media mañana, por lo que ese día el trayecto hacia La Beale Regard fue más corto que el día anterior. Pero Morgana pensó que aún había que observarle más. Vio entonces cómo esa noche entró el caballero en el castillo del rey Agrestes, que estaba ausente, y cómo fue recibido por la joven reina Camelia. El caballero abandonó ese castillo a primeras horas de la tarde. Y Morgana comprendió que aún debía observarle más. De manera que esa noche vio cómo ascendía el caballero por una escala de cuerda hasta la habitación de la torre donde estaba confinada la hija del rey Folio, y vio que pasó la noche con él, y que descendió, por la misma escala de cuerda, casi al anochecer del día siguiente. Y Morgana se dijo que ya había visto bastante.
Sólo había que llenar de castillos y de damas solícitas la ruta hacia La Beale Regard. El resto era cosa del caballero. «Ahora sé -se dijo Morgana- que estoy actuando sobre seguro, porque mi plan se basa en las cualidades del caballero, de manera que no puede fallar ni puede enmendarse.»
Cuando, al cabo del tiempo, vio al caballero desanimado y agotado, a las mismas puertas del castillo de La Beale Regard, renunciando ya al rescate de la doncella más orgullosa, Morgana creyó que esta vez la victoria era suya y que todo el poder de Merlín no serviría de nada, porque no había encanto ni magia que vencer. El caballero se había destruido a sí mismo. Lo único que había hecho ella había sido facilitarle la tarea.
Merlín, desde luego, estaba al tanto de la suerte del caballero dorado, pero fue Nimué quien decidió tomar cartas en el asunto.
– Lo que ha hecho Morgana con el caballero dorado es una infamia -le dijo a Merlín-. El pobre caballero ya no tiene fuerzas ni ilusiones, todas las damas le parecen iguales, no distingue ya entre un lecho y otro, entre un castillo y otro… Que le haya tenido que pasar esto precisamente al caballero encargado del rescate de la orgullosa Delia, a quien conozco bien, ya es una buena ironía del destino, y yo no lo lamento del todo. Pero no es conveniente que Morgana se salga con la suya. Creo, Merlín, que debes intervenir y, si es preciso, recurrir a un encantamiento. ¿No me habías hablado alguna vez de una pócima que tenía el poder de borrar toda memoria del alma de quien la ingiriese? Mira si eres capaz de recordar los ingredientes y proporciones de la fórmula, que yo me encargaré luego de dársela a beber al caballero dorado.
Y tanto insistió Nimué que finalmente Merlín accedió, y le fue dictando a Nimué los ingredientes y proporciones de la fórmula, y salieron los dos al bosque en busca de lo que necesitaban. Hicieron después en el laboratorio muchas pruebas y, al cabo, Merlín parecía bastante satisfecho, aunque sólo podía saberse si servía bien a sus propósitos cuando alguien la probara, pero Merlín se negó a dársela a nadie, a no ser al caballero dorado, cuya cabeza estaba llena de un espantoso caos de noches, castillos y damas solícitas, y le hizo prometer a Nimué que sólo él tomaría la pócima, porque no convenía jugar con los asuntos de la memoria ni hacer experimentos arriesgados.
Nimué lo prometió y salió a la búsqueda del caballero dorado, que seguía, confuso y desanimado, a la intemperie, a unos pasos del castillo de La Beale Regard. Cuando vio ante sí a la bella Nimué, le dijo:
– Dime, encantadora dama, si eres dueña de un castillo y si estás sola y desvalida. Con todo dolor, debo decirte que, si es así, yo no puedo ayudarte ni procurarte ninguna compañía ni placer alguno, y créeme que son muchas las damas solitarias que han recibido mi consuelo y creo yo que ellas hablarán bien de mí, pues con muchas lágrimas me despidieron, pero se me han acabado las fuerzas. La cabeza me arde y ya no estoy para nadie. Yo había tomado sobre mí la empresa de rescatar a la doncella más orgullosa, que está presa en el castillo de Morgana, pero estoy desfallecido y completamente desanimado.
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