– Te adoro, Ignacio. Te amo. Eres el hombre más generoso del mundo.
Zoe dice eso y lo piensa de veras. No deja de sorprenderle la generosidad de su marido, los gestos inesperados de nobleza que tiene con ella.
– Anda pensando en qué vas a gastarte la plata -sugiere él.
– Lo pensaré en el gimnasio. Me has hecho muy feliz. Gracias, mi principito.
Cuando Zoe está contenta, lo llama así, mi príncipe, mi principito. A Ignacio le encanta que ella le diga esas cosas. Corta el teléfono y se siente un hombre feliz. Gracias, Señor, por estar en mi corazón y darme amor para que yo pueda hacer felices a los que más quiero, piensa.
Lejos de esa iglesia, Zoe camina por los jardines de su casa, rumbo al gimnasio. Es una mañana despejada. En esa zona apacible de la ciudad, apenas si se oye rara vez el motor de un auto, el paso raudo de algún avión quebrando el silencio que ella atesora. Piensa que su marido es, después de todo, un hombre bueno. Piensa que ese dinero, ya en camino a una de sus cuentas personales, es un regalo estupendo. Se pregunta cómo quisiera gastarlo. Mejor no te cuento cómo me gustaría gastarme tu regalo, Ignacio. Te daría un infarto. Me quitarías la plata. Porque lo único que se me ocurre es invitar a Gonzalo a una playa exótica, muy lejos de acá, y gozar con él como no gocé contigo en nuestra luna de miel.
Creo que estoy borracho, piensa Gonzalo, al entrar en su taller. Mira el reloj, son pasadas las nueve de la noche. Viene de uno de sus bares favoritos, en el corazón del barrio bohemio, donde ha bebido vino sin medida, se ha reunido con Laura, ha discutido acaloradamente con ella y se ha marchado con brusquedad. Sabe que no debe tomar más de tres copas de vino, porque entonces pierde el control y se torna irascible y en ocasiones violento, pero esa noche ha ignorado los límites que le conoce a su cuerpo, bebiendo más alcohol del que la prudencia aconsejaba, y por eso ha peleado con Laura. Como siempre cuando bebe en exceso, Gonzalo ha actuado de un modo tosco y precipitado, irritándose con ella por tonterías y tratándola con una violencia de la que ahora, a solas en su casa, se arrepiente, pero no al punto de llamarla y pedirle disculpas. De todos modos, sigue pareciéndole absurdo que Laura insistiera en que debían vivir juntos y pensar en casarse más adelante, como le parece inexplicable su terquedad en enrostrarle que si no está dispuesto a casarse con ella en una ceremonia religiosa, según manda la tradición, entonces no deberían seguir juntos como amantes, pues la relación carece de futuro.
– Yo no puedo vivir con alguien -le ha dicho Gonzalo-. Yo necesito vivir solo.
– Entonces no me quieres -ha dicho Laura en el bar, más furiosa que apenada.
– Sí te quiero y tú lo sabes, no digas tonterías. Pero también quiero seguir pintando, necesito pintar para estar bien, y cuando alguien invade mi casa y rompe mi rutina, dejo de pintar.
– ¿Me estás diciendo que no podrías pintar si yo viviera contigo?
– Te estoy diciendo que, hasta ahora, sólo he podido pintar cuando he estado solo.
– Si me quisieras de verdad, tratarías de vivir conmigo y seguir pintando. No creo que sea imposible.
– No. Yo tampoco creo que sea imposible. Pero no me provoca. Quiero pintar tranquilo durante el día, sin los problemas domésticos que trae la convivencia con una mujer, y verte todas las noches, estar juntos. ¿Cuál es el problema?
– El problema es que no me quieres lo suficiente, Gonzalo -ha dicho Laura, la voz quebrada, esforzándose para no llorar.
– No. El problema es que tú quieres que seamos una pareja perfecta, según las jodidas reglas de la sociedad. Que estemos casaditos por la religión, viviendo juntos, con un gato y un perro, y tu cepillo de dientes en un vasito rosado y el mío en uno celeste. ¡Son idioteces, Laura! Me importan tres carajos las formalidades. Yo puedo querer mucho a una mujer y, sin embargo, seguir viviendo solo. Si no puedes entender eso, ¡no entiendes nada!
– Lo entiendo perfectamente, Gonzalo -se repliega ella-. Entiendo que nunca te vas a casar conmigo y que no me quieres todo lo que yo necesito para estar bien. Me quieres a tu manera, sin comprometerte, dejando siempre la puerta abierta por si te aburres, por si te provoca escapar. Y así no puedo ser feliz. Yo pienso en nuestro futuro como pa-reja, en formar una familia. Tú, no.
Si bien hablan con virulencia, no alcanzan a gritar, discuten de un modo que pretende ser civilizado, acercando sus rostros para hacerse oír, moviendo las manos con cierta crispación. Nadie parece prestarles atención en medio del barullo que reina en ese bar pequeño, atestado de gente, animado por el estruendo de una música de moda.
– No me jodas con el futuro. El futuro es una mierda. El futuro es una abstracción. No existe. Todo lo que existe es hoy, ahora, este momento. Y tú estás jodiendo este momento porque te empeñas en construir tu pequeño mundo feliz del futuro. ¡Al carajo el futuro!
– Eres un irresponsable -dice Laura con cierto desdén en la mirada-. Un irresponsable y un egoísta. Sólo piensas en ti.
Gonzalo ha creído oír a su hermano mayor, le duelen las palabras de Laura porque las ha escuchado antes, advierte en el rostro de ella una expresión circunspecta, de superioridad moral, que evoca, muy a su pesar, el aire arrogante de Ignacio cuando le ha dado sermones, y por eso golpea la mesa y levanta la voz:
– ¿Por qué soy un irresponsable? ¿Porque quiero seguir pinttndo? ¿Porque me gusta vivir solo? ¿Porque no quiero casarme ni tener hijos? ¿Porque me da miedo tener una familia, dejar de pintar y ser un hombre miserable? ¿Por eso soy un irresponsable y un egoísta?
– Sí, por eso -se atreve a desafiarlo Laura-. Porque sólo piensas en ti. Porque no me quieres ni la mitad de lo que te quieres a ti.
– Eres una necia. No puedo creer que seas tan necia.
– No me insultes. Si me vas a insultar, mejor vete.
– Yo quería tirar contigo esta noche. Eso es el futuro para mí: ¡esta noche! Pero tú prefieres pelear, discutir, mandar todo a la mierda, porque mi visión del futuro no coincide con la tuya.
– ¡Yo no quiero seguir tirando contigo! ¡Yo quiero hacer el amor contigo! ¡Yo quiero acostarme con un hombre que me ama y quiere vivir conmigo el resto de su vida!
Ahora Laura se cubre el rostro con las manos y solloza, pero él no la consuela y se abochorna de protagonizar esa escena desbordada en medio de aquel bar donde tanta gente los conoce.
– Si quieres a un hombre perfecto, búscalo en internet -dice Gonzalo, y luego se pone de pie, se dirige a la caja, paga la cuenta y se marcha sin despedirse de ella, dejándola sola en una esquina del bar.
Esa frase ha resonado en su cabeza mientras caminaba los veinte o treinta minutos que le ha demorado volver a su casa, todavía ofuscado. No ha querido tomar un taxi porque pensó que le haría bien caminar, respirando aire fresco y recobrando la calma. Puedo ser un canalla cuando estoy medio borracho, ha pensado. He sido cruel con Laura. En el fondo, tiene razón. No la quiero lo suficiente. Me gusta, me excita, pero es una aventura más y ella, que no es tonta, lo sospecha. No quiero vivir con ella porque sé que me aburriré, que luego tendré que sacarla de mi casa, y no quiero pasar por ese trance tan desagradable. Debería dejar de verla. Es una buena chica. No merece sufrir por mí. Estoy haciéndole daño. Soy un cabrón. Pero no puedo dejar de ser quien soy. Ella me gusta, está buenísima y es normal que quiera seguir llevándomela a la cama. En todo caso, no le he mentido. Si Laura sólo está dispuesta a tirar conmigo a cambio de que le prometa que nos casaremos, entonces que se busque otro amante, porque yo no estoy dispuesto a mentirle. Y yo no quiero una mujer que haga el amor conmigo. Quiero a una mujer que tire conmigo, que tire salvajemente, que tire como un animalito en celo, que tire por el solo placer de estar tirando, y no por el futuro y la familia feliz. Jódete, Laura. Yo no voy a cambiar. Quiero seguir siendo un pintor, un hombre libre. Si me caso contigo y tenemos hijos, mi vida como pintor habrá acabado. Seré el hombre más miserable de esta ciudad, una ciudad que sólo soporto porque me permite pintar. Y me volvería loco, te culparía de mi desgracia, cualquier día te estrangularía. Si no puedes entender que yo enloquecería si dejara de pintar, entonces búscate un amante en internet. Que te mande su foto desnudo -que seguramente será trucada- y, si te gusta, buena suerte. A mí no me jodas más.
Читать дальше