– Pasar a la historia, vamos.
– En efecto.
– No estoy en contra de ese proyecto, sino del modo de ejecutarlo.
– Respetaré tus sugerencias.
– Me gustaría que un treinta por ciento de la edificación fuera de protección oficial.
– Son muchas viviendas en una zona tan céntrica.
– Nos ganaríamos el voto de los jóvenes. Demostraríamos que también tenemos un programa social. Mira, Lloris, cuando nuestro pacto se haga público, algo que retrasaremos por estrategia política, personalmente daré la impresión de ser un arribista, de haber traicionado mi ideario. Conservadores y socialistas, y especialmente mis antiguos compañeros, me atacarán con dureza. Necesito fomentar un programa de contenido social y valencianista que desmonte la campaña que organizarán en mi contra.
– Lo consideraré.
– No firmaré el acuerdo si no figura esa cláusula.
– Déjame pensarlo.
– Hay tiempo. ¿Qué me dices de mis otras peticiones?
– ¿Las económicas?
– Sí.
– Desde que te conozco prefiero no calcular cuánto dinero me has sacado, primero como secretario del Front y ahora con tu nuevo partido.
– Recuerda que te hice presidente del Valencia C. F. y que actualmente puedo hacerte alcalde. Un proyecto como el Parc Central vale la pena.
La última ironía fue de Francesc Petit.
* * *
Considerado uno de los más completos de Europa, con treinta mil metros cuadrados de superficie, el club social de la Calderona era el lugar ideal para pasar dos días de reposo. Contaba con todo tipo de servicios, como pistas de tenis, minigolf, pádel, un extenso y bien dotado gimnasio, squash… Pero Liam acabó eligiéndolo por la información que había leído sobre el spa (con sauna, piscina de agua fría y caliente, baño turco, templos de ducha, piscina térmica…), la clínica especializada en dolores de espalda, el restaurante y el hotel. Los paseos por las instalaciones o fuera de ellas, a campo abierto, ocupaban con Maria el resto de las horas. Largas conversaciones que evidenciaban el cambio de vida que anhelaba Liam, como si de repente lo tuviera al alcance, como si el destino que pretendía controlar, antes tan inaprensible, se transformara en una posibilidad real. No en vano él había elegido a conciencia un lugar en el que Maria se sintiera cómoda y así pudiera acrecentarse la confianza que entre ambos se había iniciado en la intimidad de sus últimas noches. También él necesitaba conocerla más a fondo. A veces suele ocurrir que una relación incipiente pero intensa da lugar a un deseo de compartirlo todo, que en otras circunstancias reivindicaría más tiempo.
Si de nuevo le planteaba la propuesta quería estar seguro de obtener una reacción positiva. Incluso estaba dispuesto a cuestionarse el encargo que le había llevado a Valencia, aunque a medida que pasaban los días, y la decisión de Maria se retrasara, tendría que cumplirlo. No le preocupaba en exceso porque estaba seguro de que se trataba de un trabajo sencillo. Eran la desaparición de Lloris y el posterior revuelo en los medios (había constatado el apasionamiento de la prensa local con los sucesos) lo que volvía su tarea más acuciante. Por eso, en aquellos dos días de intensa relación Liam buscaba el convencimiento de Maria, borrar lo que de oferta había tenido su propuesta de irse, corregir la precipitación con que la había formulado. Aunque ella se sentía feliz a su lado, todo estaba pasando demasiado deprisa; se le acumulaban las dudas, como si estuviera en un concurso en el que, con un margen de tiempo reducido, tuviera que dar con la respuesta. Un extranjero había llegado a su vida y la había vuelto patas arriba. Más que un turista de paso, le daba la sensación de que Liam era alguien que huía de un pasado.
– ¿Qué te parece Valencia? -le preguntó en uno de los plácidos paseos que la primera tarde daban por los alrededores de la Calderona.
– Es bonita.
– Quizá también sea un buen lugar para vivir.
– No me gustan las ciudades.
Con la pregunta de Maria, Liam había obtenido la mitad de la respuesta. Ella no rechazaba su propuesta, pero necesitaba meditarla. Si Liam se quedara unos meses quizá Maria tendría el tiempo que necesitaba para decidirse. Entonces todo sería distinto. Quedarse, en efecto, era una posibilidad. Instalarse fuera de la ciudad, en un pueblecito del interior. La pregunta de Maria también era una oferta, una invitación a reflexionar que Liam no desdeñaba. Devolvería el dinero adelantado del encargo. Se ocultaría unos meses bajo el pretexto de que no le apetecía vivir en la ciudad y esperaría a que ella aclarase sus dudas. Pensó que aún tenía el destino en sus manos. Pero las cosas no eran tan fáciles. Renunciar al encargo acarrearía problemas a los franceses, que seguramente recibirían la orden de matarle. ¿Convencería a Gérard el hecho de que nunca le hubiera denunciado por las atrocidades africanas? No. Si habían acudido a los franceses era porque alguien conocía el pasado de ambos, un dossier que los amenazaba. Liam estaba al corriente de la metodología. ¿Hacer venir a un extranjero cuando disponían de dos profesionales en casa? Era evidente que Gérard había desistido a cambio de ofrecer una alternativa a su nombre. Tenía una vida establecida aquí y prefería, pese a la buena recompensa económica, no complicarse el porvenir. Sin embargo, si Liam decidiera abandonar, los franceses se verían obligados no sólo a liquidar al candidato, sino también a deshacerse de él, un testigo molesto que en última instancia, y sin ninguna explicación convincente, se había echado atrás.
Fue aquella tarde, de nuevo en la habitación de hotel, mientras Maria se duchaba, cuando Liam revisó sus mensajes de correo electrónico. Tenía uno de la Escuela de Acogida de Lima, agradeciéndole, con algo de retraso, una reforma de obras que habían efectuado en el centro, los regalos de cumpleaños de Rubén. El segundo era de Manuel Gil. Pocas palabras: el encargo se suspende. Miró la fecha, era de la noche anterior. A Liam le pareció extraño que no se añadiera explicación alguna. Un trabajo de importancia, del que había cobrado la mitad de lo establecido, se zanjaba con pocas palabras. Entonces conectó el móvil provisional. Tenía cuatro llamadas de un número desconocido. El contestador le comunicó el mensaje de Lluís Lloris. Primero, el hijo del candidato se presentaba como su cliente. Luego revocaba la orden que había recibido por correo electrónico. Había sido un error que necesitaba, con urgencia, de un encuentro entre ellos. Liam salió al corredor y marcó el número de Lluís. Sin apenas dejar que le contase nada, el irlandés le convocó dos días más tarde, a las nueve de la mañana, media hora después de que Maria entrase a trabajar. Lluís insistió en verle «hoy mismo», pero Liam insistió en la hora y el día indicados. Bajo ningún concepto renunciaría a sus dos días con Maria. Además, no sabría cómo explicárselo.
* * *
Seis horas de vigilancia ante la empresa de Manuel Gil sin sacar nada en claro hicieron que Tordera y Butxana decidieran retirarse. Quedaron con Albert en el VIPS de la Gran Vía. El periodista había obtenido un resultado similar, por una negligencia que ni el ex comisario, ni el detective, ni el propio Albert conocían. Manuel Gil había entrado en su piso a las nueve y media de la mañana, hora a la que Albert salía de casa para ir, en primer lugar, a la redacción. A mediodía, sobre las doce y cuarto, Gil volvía a salir a la calle, pero Albert, escribiendo unos apuntes sobre la novedad del encuentro entre Lloris y Petit -información que había recibido de Miquel Pons mientras estaba en la sede del periódico-, tampoco le veía. Para no hacer enfadar a Butxana, Albert mintió asegurando que a las ocho y media de la mañana ya hacía guardia ante el portal de la finca de Gil.
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