– ¿Por qué se ha decidido el cambio?
– Ahora mismo no interesa liquidar a Lloris. No me preguntes por qué. La cuestión es que ha surgido un problema, el irlandés no quiere saber nada.
– Ha cobrado la mitad, ¿no?
– Quiere cobrarlo todo.
– Ya te advertí que era un profesional riguroso.
– En efecto. Yo soy el primero en lamentar el cambio, pero soy un mandado. Para vosotros es un encargo sencillo, sin complicaciones policiales. A nadie le importará la desaparición de un asesino a sueldo.
– No me gusta.
– ¿Hubieras preferido encargarte de matar a Lloris? -Gil hablaba con Gérard omitiendo la presencia de Jean-Luc-. Podría haberte obligado a hacerlo, pero acaté la sugerencia del irlandés. En cierto modo, este problema lo has causado tú y tú tendrás que solucionarlo. Si hubieras aceptado la propuesta, ahora todo estaría resuelto.
– Todo menos el dossier. Siempre me tendrás bien cogido.
– Comprometo mi palabra: cuando le liquides, lo destruiré.
Gérard y Jean-Luc sabían del valor de la palabra de un tipo como Gil. Gérard miró a su socio. Se conocían desde hacía tantos años que le entendía incluso con el leve movimiento de una ceja.
– Lo haremos -dijo Gérard.
– Tiene que ser pronto, muy pronto.
– Nos llevará unos días dar con él.
– Se hospeda en el hotel Astoria.
– ¿Te has reunido con él allí?
– Sí, en su habitación.
– Pues allí no le encontraremos.
– ¿Dónde, pues?
– Eso es asunto nuestro. ¿Cuál es vuestro medio de contacto?
– El móvil.
– Dámelo.
Gérard se anotó el número directamente en su móvil. Llamaron a la reja metálica del pub. Quizá fuesen los camareros o clientes impacientes, esperando ante la puerta. Gérard se disculpó con Gil señalando la esfera de su reloj. Tenían que abrir el local. Salió de la barra no tanto para acompañarle como para que se fuera.
– Hazlo deprisa y quizá incluso el propio Lloris te recompense.
– Lo hago para que me dejes en paz.
– Tienes mi palabra. Cuando todo acabe, te entregaré el dossier. Sé que no te fías de mí, crees que me guardaré copias. Pero todo eso también me disgusta. Has hecho lo que te he pedido y seré legal contigo. Te diré algo, Gérard: creo que podremos ser amigos. Eres un tipo interesante. Me caes bien.
– Tú también me entusiasmas.
Sonriendo, Manuel Gil le tendió la mano. Gérard se dio la vuelta y regresó a la barra. Afuera, los dos camareros y un cliente esperaban. Jean-Luc observó a Gil irse en su coche. Cuando volvió a la barra, Gérard subía al despacho. Él también lo hizo.
– ¿Por qué has aceptado?
– No he aceptado nada. Sólo pretendía ganar algo de tiempo.
– ¿Nos vamos de esta ciudad?
– No.
– ¿Entonces?
– Contactaré con Belfast. Ellos harán el trabajo por nosotros.
– ¿Después de tantos años, la organización aún quiere liquidarle?
– El IRA no, pero algunos de sus miembros sí. Incluso pagarían por saber dónde está. Les facilitaré esa información. Cuando vengan lo tendrán todo listo. Nos encargaremos de la logística.
– Buena idea.
– Aún tengo otra. Con el irlandés muerto, liquidaremos a Gil.
– ¿Lo has pensado bien? El dossier…
– A quienes querían liquidar a Lloris no les importa el dossier… ni Gil. Ellos quizá tengan el dossier, pero nosotros sabemos lo de Lloris. Además, Gil es un testigo que no les interesa. Lo ha coordinado todo y podría chantajearles.
– Creo que es el plan perfecto.
La perfección es un camino lleno de errores, pensó Gérard, consciente de que ese tipo de planes sufren alteraciones en todo momento por su inherente complejidad. Pero necesitaba a un Jean-Luc optimista. Ante situaciones complicadas era un hombre frágil, pese a sus excelencias como asesino.
La actitud en principio conciliadora y más tarde severa de Higinio Pernón obligó a Juan Lloris a negociar enseguida con Francesc Petit. El consorcio representado por Higinio mostraba su preocupación porque se dilatase el acuerdo político. Asimismo, el intermediario aconsejó a Lloris que aceptara las reivindicaciones del ex secretario general del Front en lo referente a las compensaciones económicas para su nuevo partido. Sin embargo, la exigencia del candidato de prescindir de Júlia Aleixandre no fue atendida. El consorcio valoraba los conocimientos que de la situación política valenciana tenía la asesora. Pese a todo, a Juan Lloris le dejaban un generoso margen de actuación como muestra de confianza.
Lloris y Petit se vieron en el despacho del candidato justo después de la clase de historia de Miquel Pons, que enseguida informó del encuentro a Albert. Aunque Petit había pedido que Júlia estuviera presente en la reunión, Lloris no lo consintió. No obstante, matizó la negativa amparándose en que ambos ya habían mantenido reuniones preliminares (Lloris, con ironía). Ahora les correspondía a ellos, los primeros espadas, reafirmar los puntos tratados.
– Entonces -dijo Petit-, ¿estás de acuerdo con mis demandas?
– No.
– Pues no entiendo de qué han servido las conversaciones entre Júlia y yo.
– Algo habrás sacado.
– Explícate, porque no lo capto.
A Lloris le sobrevino el ramalazo de decirle en qué habían consistido sus reuniones. Le sacaba de quicio que le tomaran por idiota, pero entonces Petit habría sabido que vigilaba a Júlia y, además, recordó la severidad del consorcio, los intereses del Parc Central y la sociedad compartida con ellos en Gibraltar.
– Hay algo en que no quiero transigir.
– Discutámoslo.
– La confección de la lista.
– No renunciaré al segundo puesto.
– Te pertenece, pero situar a todos tus hombres en puestos de salida es algo que no acepto. Entre los tuyos y los de ella podéis embaucarme.
– Nosotros sólo seremos cuatro. Tendrás el poder de decisión si los demás son tuyos.
– Aun así, si quisieras quitarme la alcaldía, podrías hacerlo con tus concejales.
– Si quisiera ir junto a conservadores y socialistas ya lo habría hecho. De los conservadores me separa la ideología, y de los socialistas Horaci Guardiola.
– En cuatro años de legislatura las cosas cambian.
– Tienes razón. Te entiendo, pero si no sitúo bien a los míos, me abandonarán. Entonces ya no será mi partido, Democracia Valenciana, quien se coaliga con «Valencians, Unim-nos», sino Francesc Petit quien, por intereses personales, se alía con Joan Lloris. ¿Entiendes el argumento?
– Sí.
– Pues actúa en consecuencia.
– Lo haré: quiero un acuerdo firmado que diga claramente que durante los cuatro años no me joderás la alcaldía para dársela a conservadores o socialistas.
– Tú mismo me has recordado que durante una legislatura las cosas pueden cambiar. ¿Y si llevas una política inexplicable para mi electorado?
– Muy sencillo: abandonáis las concejalías pero me mantenéis como alcalde. Así te conservarás puro.
– Eso es contradictorio.
– En absoluto. Echáis por tierra algunos de mis proyectos puntuales. En cambio, hay otros que me causa muchísima ilusión sacar adelante.
– ¿Por ejemplo?
– El Parc Central.
– ¿Por intereses personales o políticos?
– Exclusivamente personales. -Petit se sorprendió ante la sinceridad de Lloris-. El Parc Central es la mayor obra que un alcalde pueda hacer por su ciudad. Será una transformación que quedará en el tiempo. Un orgullo y una satisfacción a los que no quiero renunciar. Quizá te resulte chocante mi vanidad, pero quiero dejar mi sello, un proyecto que a lo largo de los años recuerde a los ciudadanos que Juan Lloris fue alcalde y fue capaz de construir lo que nadie más pudo.
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