Ferran Torrent - Juicio Final

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Una novela que retrata el país y sus dirigentes sin disimulos.
Año 2005. Un irlandés llamado Liam Yeats, ex terrorista del IRA y ex agente del Mossad, llega a Valencia con el objetivo de matar al hombre más peligroso de la ciudad: el empresario Juan Lloris, que se dispone a iniciar el asalto definitivo a la Alcaldía. Las sospechas de Lloris sobre su persona de confianza le harán contratar a un investigador que descubrirá algo que dará un vuelco a esta intriga. Mientras tanto, el incombustible F. Petit continuará ejerciendo de funambulista y los partidos mayoritarios establecerán una alianza insólita que sólo se explica por su propia supervivencia.
Una novela de intriga que profundiza sobre la psicología del profesional del crimen y que mantiene la denuncia sobre el escurridizo juego político que se da en Valencia, una ciudad española, tal vez, similar a otras.

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– Que he pagado yo.

– ¿Y Júlia?

– Tenía que pagar la otra mitad.

– Lluís, he venido a decírtelo por amistad. Júlia me dijo que no te contara nada.

– Te compensaré si hablas con él.

– No quiero saber nada de este asunto. Me he metido demasiado a fondo. No me gusta ese tipo. Renuncio a la parte que me correspondía. Es más, desapareceré unos días de la ciudad. Tienes su teléfono. Ponte en contacto con él.

– De acuerdo, pero no se lo digas a Júlia. Te daré algo de dinero, para que te vayas fuera una semana.

– Te lo agradezco, no quiero verme involucrado.

A las nueve de la mañana, Miquel, Albert y el ex comisario Tordera acudieron al piso de Toni Butxana. Antes, el detective se había tomado un café con Núria cerca del lugar de trabajo de ella. Una visita con la idea de tranquilizarla, en previsión de que sus inquietudes pudieran interponerse en las tareas de investigación. Además, el encuentro sirvió para que Butxana pusiera a prueba la relación.

– ¿Sabes, Núria?, si esto sale bien ganaré mucho dinero.

– Me alegro mucho por ti.

– Tienes que alegrarte por ambos. Con ese dinero podemos hacer planes. Hasta ahora no he podido ofrecerte nada que no tuvieras. Pero, cariño, todo cambiará. Yo también podré darte seguridad, una vida sin estrecheces. Es obvio que no seremos millonarios, pero será distinto. Me apetece tener una vida estable. ¿Te gustaría vivir en un pueblecito de montaña?

– Me gustan los pueblecitos.

– Magnífico.

– Toni, tengo dos hijos.

– Vendrán con nosotros.

– Tengo un trabajo en la ciudad.

– No te hará falta.

– Toni…

– Dime, cariño.

Núria miró su reloj. Tenía que fichar y faltaban tres minutos para las ocho y media de la mañana.

– Toni… ya hablaremos. Tenemos tiempo -dijo levantándose deprisa y corriendo.

Le besó de forma rutinaria, con prisas.

– Lo siento, cariño, pero son casi las ocho y media. ¿Cuándo podremos vernos con normalidad?

Había cierta ironía en su petición, aunque la formulaba como un derecho irrenunciable.

– Te llamaré.

Otro beso cotidiano y se fue.

Adiós, Núria, dijo Butxana en voz baja, inaudible para los clientes que había a su alrededor. Basta con dejar ver a quien quiera mirar. Los ojos de Butxana observaban con indulgencia a Núria, sus temores, sus frustraciones. No hacía falta haberla puesto a prueba para saber lo que iba a encontrar. Ni en el fondo ni en la superficie, tampoco él estaba dispuesto a cambiar de vida. Hay trenes que llegan demasiado tarde y entonces es mejor no quedarte esperando en el andén. Además, lo importante no es ser feliz. Aquí hay un error: lo importante es no ser desgraciado. Y quizá aquélla fuese la consigna de las parejas de tres. La conversación entre ellos tendría que haber consistido en pedirle un poco de paciencia, hasta que al cabo de unos días, cuando el encargo estuviera resuelto, las cosas volvieran a lo habitual: ella con su marido y él con ella, algunas tardes, algunas horas. Butxana se ratificó en su determinación. Las excusas de Núria le tranquilizaban. Llegado el momento, él tomaría el rumbo que le interesaba sin tener que dar ese tipo de explicaciones que no hacen más que ocultar la fatiga de la rutina. Sin hacerlo, para preservar la sutileza que cualquier encuentro clandestino exige, ambos participaban en el juego de la sustitución temporal. Pero él ya se había acostumbrado al vacío de Héctor Barrera con la certeza de que una mujer no lo llenaría. Porque es falso que la vida esté hecha de ocasiones perdidas; más bien está repleta de decisiones que no se han tomado.

En el piso, Butxana pidió que le informasen de las novedades de los últimos días, sobre todo Miquel y Albert. El periodista se quejó de que el seguimiento inmóvil en el pub La Escapada no aportaba nada nuevo. Uno de los franceses siempre estaba allí, y del otro apenas podían añadir nada porque aparecía muy poco. En cuanto a Miquel, disponía de la información del encuentro entre Lluís Lloris y Manuel Gil, que había tenido lugar sobre las doce de la noche.

– Estaba esperando a Gil cuando le vi subir al piso y pasados diez minutos bajó. Se vio con el hijo de Lloris en el centro comercial del Saler

– Novedad importante -dijo Butxana-. ¿Y tú? -le preguntó a Tordera.

– Nada. Ya te dije que era muy difícil controlar al individuo que nos interesa en el Astoria. Hay muchos turistas. Ninguno me llama la atención.

– ¿Cuántos van solos?

– Cuatro. Pero uno apenas está algún rato en el hotel.

– Explícate.

– Supongo que tiene una amiguita y pasa las noches en su casa.

– Pues podría ser el hombre que buscamos. Pero vayamos por partes. He dicho que la novedad de Miquel era importante, porque yo, siguiendo a Gil, fui testigo de la reunión entre Júlia y él, en la carretera de Ademuz. Por cierto, Miquel, tú no estabas allí.

– En ese momento no tenía el coche de Albert. Y, ahora que lo dices, tú tampoco seguiste a Gil hasta su casa.

– Después de su encuentro con Júlia lo dejé estar.

– Pues ya ves -dijo el ex comisario-, gracias a Miquel sabemos que Gil se encontró con ambos la misma noche. Interesante, ¿no?

– En efecto. Centrémonos: algo importante está pasando cuando Gil se reúne por separado y la misma noche con ambos.

– Quizá eviten que los vean juntos -dijo Albert.

– Sea como fuere, esa reunión de urgencia, a las horas a las que tuvo lugar, es un indicador de novedades. Mirad -explicó Butxana-, creo que los seguimientos que hacemos son tan dispersos que dan resultados pobres.

– Los planeaste tú -recordó Tordera.

– Hay que cambiar de estrategia. Veamos: si quieren cargarse a Lloris, para descubrir a su ejecutor debemos seguir al candidato.

– ¿Para ser testigos cuando le liquiden? -ironizó Tordera.

– Si quieres cargarte a alguien tendrás que conocer sus horarios y los lugares que frecuenta.

– ¿Y si ya lo ha hecho y sólo espera el día adecuado? -preguntó Miquel.

– No podemos saberlo -replicó Butxana.

– Pues vamos al grano -intervino Tordera.

– ¿A qué grano te refieres?

– Al grano de Lloris. Decirle que van a por él, evitar que le liquiden; impedir, sobre todo, que nos quedemos sin la compensación económica que como agradecimiento nos dará.

– Estoy de acuerdo -aprobó Miquel.

– Yo no. Faltan pruebas -apuntó Albert.

– Exactamente, faltan pruebas -redundó Butxana.

– ¿Quieres pruebas? Yo te las consigo enseguida.

– Pues di cómo -desafió el detective al ex comisario.

– Tienes fotos de Júlia reuniéndose con el hijo de Lloris, también del hijo con Gil, de Gil con los franceses, de Gil con Júlia… Si se las llevas a Lloris, Júlia tendrá problemas.

– Pero eso no demuestra que quieran liquidarle.

– Si esperas a tener la prueba definitiva, le liquidarán antes.

– ¿Y qué propones?

– Muy sencillo: extorsión. Obligar a Júlia a contárnoslo todo a cambio de dejarla al margen. No la implicaremos si nos dice quién es el individuo que llevará a cabo el encargo.

– Por precaución, ella no sabrá quién es.

– Pero Gil sí -dijo Miquel-. Él es el enlace, el coordinador, el hombre que conoce todos los movimientos.

– Eso es otra cosa -dijo Butxana, satisfecho. Se levantó de la mesa de la salita-. En efecto, Gil ha formado parte de todo el proceso. Ha hablado con el hijo de Lloris, con Júlia, y muy probablemente, a través de los franceses, ha contratado al individuo. Es nuestro hombre para acortar pasos. ¿Por qué no se nos ha ocurrido antes?

– Porque nosotros tenemos la deformación profesional de actuar según métodos deductivos. Miquel es matemático y recurre a la suma sencilla para obtener el resultado.

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