Nativel Preciado - Llegó el tiempo de las cerezas
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Los soviéticos, por otra parte, habían aplastado con sus tanques la Primavera de Praga, un acto reprobable que les convirtió en represores de los movimientos contraculturales que se propagaban entre los universitarios estadounidenses y europeos. El izquierdismo, según el diagnóstico de Daniel Cohn-Bendit, era el remedio contra la enfermedad senil del comunismo. Tuvieron que pasar algunos años para salir de aquel embrollo y rechazar por igual toda forma de totalitarismo, aunque hubiera formado parte de la iconografía de la época.
El caso es que la canción de amor de las cerezas es el único himno que no conmemora, como la Marsellesa, hazañas sangrientas, sino que evoca el espíritu libertario de la Comuna, la resistencia frente a la opresión, el tiempo fugaz que todos soñamos vivir algún día.
Cien caminos centenarios
«Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra».
JAIME Gil de BlEDMA, «No volveré a ser joven»,
Poemas póstumos
Los sueños de juventud me llevan indefectiblemente a calcular lo poco que me queda para entrar de lleno en la vejez. Lo que me aterra verdaderamente es padecer alguna enfermedad que me afecte a la cabeza. Hace tiempo que anunciaron la aparición de una píldora para prevenir la amnesia, pero los avances científicos trascienden con demasiada antelación y crean falsas expectativas. No existe, hasta el momento, un medicamento que actúe de modo eficiente contra la pérdida de memoria, a pesar de que un afamado neurólogo neoyorquino declaró que había aplicado un remedio para el cerebro de unos ratones afectados por una enfermedad neurodegenerativa. Los laboratorios farmacéuticos calculaban que, tras el éxito de la fase experimental, habría que esperar cinco años para comercializar el producto, pero del invento nunca más se supo.
Soy adicta a la revista Nature y, a propósito de adicciones, también he seguido, infructuosamente, el rastro de otro presunto descubrimiento, según el cual, en determinada zona del cerebro tenemos un grupo de neuronas que reacciona cuando somos conscientes de haber cometido un error. También en este caso llevaban muy avanzada la experimentación con simios. El hallazgo sería muy útil para evitar los desórdenes obsesivo-compulsivos que tanto me afectan últimamente. De todos modos, por el momento, debo olvidarme de tanta promesa científica.
Mi única terapia para evitar el pánico que tengo a la ofuscación y a la desmemoria consiste en recordar a ancianos insignes y venerables como la escritora Doris Lessing, la científica Rita Levi o mi antiguo vecino Miguel. Hace tiempo que la juventud se vende en bruto como si fuera el tesoro más valioso, y ese afán por sobrevalorar algo tan fugaz, que se pierde inexorablemente con los años, nos lleva a realizar esfuerzos patéticos para mantener una apariencia juvenil.
Es imposible disimular el paso del tiempo por más que luzcas una hermosa melena, vayas enfundada en un traje primoroso, con la dentadura completamente blanca y reluciente, y el ánimo esforzado al que se enfrentan algunas mujeres retocadas, solo para escuchar que se conservan bastante bien para su edad. Cometo una grave discriminación al referirme solo a las mujeres, pero es que somos nosotras las que nos entregamos con ardor a la tortura de la eterna juventud. Una vez más, para animarme, repasaré la lista de mis sexagenarias míticas: Jane Fonda, Susan Sarandon, Meryl Streep, Glenn Close, Dominique Sanda y Jessica Lange. A ninguna he tenido el placer de doblarlas. Todas ellas hablan del poder liberador de la edad y de cómo el paso del tiempo, a pesar de los surcos que va dejando en el rostro, les redime de la esclavitud, aunque acaban confesando que se han hecho algún retoque, mediante anestesia o sin ella, con avanzados tratamientos de estética.
Como a mí no me lo exige el guión, soy incapaz de mantenerme como ellas. Aun así, quiero reivindicar los valores de la senectud y soñar con la posibilidad de ser una vieja alegre y satisfecha y, por encima de todo, que no se me encoja más el cerebro aunque mi cara se convierta en una pasa. Sigo buscando obsesivamente los avances científicos que prometen píldoras para prevenir la amnesia. El cerebro decrece progresivamente cuando entramos en la cincuentena y, a partir de ese momento, cada año que cumplimos, su volumen disminuye un uno por ciento y aparecen a una velocidad galopante síntomas avanzados de la desmemoria. Me inquieta todavía más saber que el cerebro encierra enigmas psicoanalíticos que no se han logrado descifrar a lo largo de los siglos. Nadie sabe dónde situar físicamente la fuerza de ciertas ideas que no tienen proyección espacial, ni referente empírico, no se pueden ver, medir o pesar, pero dirigen los conceptos. Por eso en la ciencia existen grandes márgenes de error. Surge, de repente, un elemento caótico que desbarata todos los razonamientos. La teoría del caos es la única explicación para entender las cosas absurdas que nos suceden.
¿Qué me impulsa a creer que la vida merece la pena, cuando hace una semana estaba al borde de la derrota? ¿Dónde nace la ilusión? Rita Levi-Montalcini (Turín 1909) neuróloga, premio Nobel de Medicina, sostiene que la razón es hija de la imperfección. «En los invertebrados todo está programado: son perfectos. Nosotros, no. Y, al ser imperfectos, hemos recurrido a la razón, a los valores éticos: discernir entre el bien y el mal es el más alto grado de la evolución darwiniana».
A raíz de los homenajes que le ofrecieron para celebrar sus inminentes cien años de vida dijo que mantenía la misma ilusión y capacidad de cuando tenía veinte años, y debe de ser cierto, porque aún sigue pensando y trabajando cada día. «Mi cerebro no conoce la senilidad -respondía en una entrevista publicada en La Vanguardia en diciembre de 2005-, el cuerpo se me arruga, es inevitable, pero no el cerebro. Gozamos de gran plasticidad neuronal: aunque mueran neuronas, las restantes se reorganizan para mantener las mismas funciones. Por eso conviene estimularlas. Mantén tu cerebro ilusionado, activo, hazlo funcionar, y nunca se degenerará. Vivirás mejor los años que vivas. Eso es lo interesante. La clave es mantener curiosidades y tener pasiones».
Se expresa de un modo tan elemental y con tanta humildad que nadie diría que esta mujer centenaria ha dedicado su vida precisamente a investigar cómo crecen y se renuevan las células. En 1947 trabajó como neuróloga en la Universidad Washington de San Luis (EEUU), donde descubrió la proteína NGF, estimuladora del crecimiento de las fibras nerviosas. Tuvo que esperar varias décadas hasta que se reconociera la validez de su hallazgo y, al fin, en 1986 le concedieron el premio Nobel.
Dicen los brahmanes que cuando el hombre pone el pie sobre la tierra pisa cien caminos. Solo los sabios saben elegir el más conveniente. Cuenta Rita Levi que de niña se empeñó en estudiar, aunque su padre quería que se casara y, como todas las mujeres, fuera una buena esposa y una buena madre. Se negó a casarse y a tener hijos, porque entró en la jungla del sistema nervioso y quedó tan fascinada por su belleza que le entregó todo el tiempo de su vida. Cuando Mussolini emprendió la persecución de los judíos en Italia, Rita Levi tuvo que ocultarse para evitar la deportación, pero no dejó de investigar. Montó su laboratorio en la misma habitación donde permaneció escondida y allí inició la investigación que le llevó a descubrir la aptosis, la muerte programada de las células. Durante la guerra trabajó como médica para la Resistencia y las tropas aliadas. Su teoría es que existen muchos premios Nobel entre los judíos porque la persecución nazi fomentó en ellos el trabajo intelectual; podían prohibirles todo, menos pensar. La necesidad de superarse fue para ella un estímulo y, sobre todo, el ejemplo del doctor Albert Schweitzer, que dedicó todos sus esfuerzos y conocimientos a curar la lepra en África.
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