Lauren Weisberger - El Diablo Viste De Prada

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El Diablo Viste De Prada: краткое содержание, описание и аннотация

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La insistente voz de Miranda Priestly persigue a Andrea hasta en sueños: «¿An-dre-aaa?. ¡An-dre-aaa!».¿Es este el trabajo con el que soñaba al salir de la universidad? ¿Es este el trabajo por el cual tiene que estar agradecida y sentirse tan afortunada?
Sí, es la nueva asistente personal de Miranda, la legendaria editora de la revista femenina más glamurosa de Nueva York. Ella dicta la moda en el mundo entero. Millones de lectoras siguen fielmente sus recomendaciones; sus empleados y colaboradores la consideran un genio; los grandes creadores la temen.
Todos, sin excepción, la veneran. Todos, menos Andrea, que no se deja engañar por este escaparate de diseño y frivolidad tras el que se agazapa un diablo que viste un traje de chaqueta de Prada exclusivo, por supuesto, calza unos Manolo Blahnik y siempre luce un pañuelo blanco de Hermes.
Una novela hilarante que da un nuevo sentido a esas quejas que a veces circulan sobre un jefe que es el diablo en persona. Narrada por la voz fresca, joven, inteligente, rebelde y desarmante de Andre, El diablo viste de Prada nos descubre el lado profundo, oscuro y diabólico el lado profundo, oscuro y diabólico de la vida en las oficinas del gran imperio que es el mundo de la moda.

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Me desvestí lentamente, decidida a saborear cada minuto de esa noche, recordando una y otra vez la forma en que Christian me había llevado de habitación en habitación y guiado por la pista de baile, la forma en que me había mirado a través de esos párpados entrecerrados con el insistente rizo, la forma en que Miranda había asentido imperceptiblemente cuando le dije que lo que de verdad quería era escribir. Una noche realmente gloriosa, pensé, una de las mejores en los últimos tiempos. Eran las tres y media en París, o sea, las nueve y media de la noche en Nueva York, una hora perfecta para pillar a Lily antes de que saliera. Aunque hubiera debido marcar el número antes de tener en cuenta la lucecita intermitente que me anunciaba -sorpresa, sorpresa- que tenía mensajes, cogí un bloc del Ritz y me dispuse a transcribirlos. Seguro que serían largas listas de peticiones irritantes de gente irritante, pero nada podía robarme mi noche de Cenicienta.

Los tres primeros eran de monsieur Renuad y sus ayudantes para confirmar los chóferes y las citas del día siguiente. Siempre se acordaban de desearme buenas noches, como si yo fuera una persona en lugar de una esclava, lo cual era de agradecer. Entre el tercer y el cuarto mensaje me descubrí deseando y no deseando que uno de ellos fuera de Alex, así que me alegré y me inquieté cuando oí su voz.

«Hola, Andy, soy yo, Alex. Oye, lamento molestarte porque imagino que estás muy ocupada, pero tengo que hablar contigo, así que, por favor, llámame al móvil en cuanto recibas este mensaje. No importa la hora, llámame sin falta, ¿de acuerdo? Adiós.»

Qué extraño que no hubiera dicho que me quería, añoraba o estaba deseando que volviera, aunque supongo que esas cosas pertenecen a la categoría de «inadecuadas» cuando dos personas deciden «darse un descanso». Borré el mensaje y decidí, arbitrariamente, que la falta de urgencia en su voz significaba que mi respuesta podía esperar hasta el día siguiente. No podía afrontar una larga conversación sobre «el estado de nuestra relación» a las tres de la madrugada después de la maravillosa velada que había tenido.

El último mensaje era de mi madre, y también me pareció extraño y ambiguo. «Hola, cariño, soy mamá. Aquí son las ocho, ignoro qué hora es para ti. Oye, no te inquietes, todo va bien, pero me gustaría que nos llamaras en cuanto oigas esto. Papá y yo todavía estaremos levantados un buen rato, así que puedes llamarnos cuando quieras, pero mucho mejor esta noche que mañana. Ambos esperamos que lo estés pasando de maravilla. Hablaremos más tarde. ¡Te queremos!»

Qué extraño. Alex y mi madre me habían telefoneado a París antes de que yo hubiera tenido la oportunidad de llamarles, y ambos me pedían que me pusiera en contacto con ellos a la hora que fuera. Teniendo en cuenta que para mis padres trasnochar significaba estar despiertos para el monólogo inicial de Letterman, supe que había ocurrido algo. Por otro lado, no parecían nerviosos ni preocupados. Lo mejor sería que me diera un baño de burbujas con algunos de los productos del Ritz y reuniera energías para telefonearlos. La noche había sido demasiado agradable para estropearla hablando con mi madre de alguna nimiedad o con Alex de «nuestra situación».

El baño fue tan caliente y lujoso como cabía esperar de la suite menor contigua a la suite Coco Chanel del Ritz de París, y dediqué unos minutos más a untarme la aromática crema hidratante del tocador por todo el cuerpo. Finalmente, envuelta en el albornoz más suave que había tocado en mi vida, me senté junto al teléfono. De manera instintiva llamé primero a mi madre, lo cual fue probablemente un error: hasta su «diga» sonó preocupado.

– Hola, soy yo. ¿Va todo bien? Pensaba llamaros mañana porque no he tenido ni un minuto libre, ¡pero espera a que te cuente la noche de hoy!

Tenía previsto omitir todo comentario romántico referido a Christian porque aún no les había hablado de mi situación con Alex, pero sabía que les encantaría oír que Miranda había reaccionado bien cuando saqué el tema del New Yorker.

– Cariño, lamento interrumpirte, pero ha ocurrido algo. Nos han llamado del hospital Lenox Hill, que está en la calle Setenta y siete, creo. Por lo visto Lily ha tenido un accidente.

Aunque sea una expresión estereotipada, el corazón se me paró.

– ¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Qué clase de accidente?

Mamá procuraba emplear un tono tranquilo y un discurso lógico, siguiendo sin duda el consejo de mi padre de que me transmitiera una sensación de calma y control.

– Un accidente de coche, cariño, me temo que bastante grave. Lily iba al volante y le acompañaba un compañero de universidad. Por lo visto giró por una calle de dirección contraría y chocó contra un taxi a casi ochenta kilómetros por hora. El agente de policía con el que hablé dijo que era un milagro que estuviera viva.

– ¿Cuándo ocurrió? ¿Se pondrá bien? -Había empezado a llorar, pues, por mucha serenidad que intentara transmitirme mi madre, percibía la gravedad de la situación en la cuidada selección de sus palabras-. Mamá, ¿dónde está ahora mismo Lily? ¿Se pondrá bien?

Fue en ese momento cuando me percaté de que ella también estaba llorando.

– Andy, te paso a papá. Habló hace poco con los médicos. Te quiero, cariño. -Esto último sonó como un aullido.

– Hola, cariño, ¿cómo estás? Lamento tener que llamarte con una noticia como esta.

La voz de mi padre era profunda y tranquilizadora, y tuve la fugaz impresión de que todo saldría bien. Seguro que iba a decirme que Lily se había roto una pierna, quizá un par de costillas, y que habían avisado a un buen cirujano plástico para que le tratara algunos arañazos en la cara. Seguro que se pondría bien.

– Papá, cuéntame qué ha ocurrido exactamente, por favor. Mamá dice que Lily estaba conduciendo a mucha velocidad y chocó contra un taxi. No entiendo nada. Lily no tiene coche y no le gusta conducir, jamás se pasearía por Manhattan al volante. ¿Cómo os enterasteis? ¿Quién os llamó? ¿Y cómo se encuentra?

Estaba al borde de la histeria. En cambio, la voz de papá volvió a sonar firme y serena.

– Respira hondo y te contaré todo lo que sé. El accidente ocurrió ayer, pero no nos hemos enterado hasta hoy.

– ¡Ayer! ¿Cómo es posible que ocurriera ayer y nadie me llamara? ¿Ayer?

– Cariño, te llamaron. El médico me contó que Lily te había puesto en su agenda como contacto en casos de urgencia, dado que su abuela está delicada. Supongo que los del hospital te llamaron a casa y al móvil pero, lógicamente, no te encontraron y dejaron un mensaje. En vista de que habían pasado veinticuatro horas sin que nadie se pusiera en contacto con ellos, consultaron la agenda de Lily y se dieron cuenta de que nosotros teníamos el mismo apellido que tú, de modo que nos llamaron para ver si sabíamos cómo dar contigo. Mamá y yo no recordábamos el nombre de tu hotel y telefoneamos a Alex para que nos lo dijera.

– Dios mío, ha pasado un día entero. ¿Ha estado sola todo este tiempo? ¿Sigue en el hospital?

No paraba de hacer preguntas, pero tenía la sensación de que no recibía ninguna respuesta. Lo único que sabía era que Lily me había elegido como la persona primordial en su vida, el contacto para casos de urgencia que anotas en la agenda pero nunca te tomas en serio. Y justo cuando me había necesitado -de hecho, no tenía a nadie más- yo no había estado localizable. El llanto había amainado, pero las lágrimas continuaban rodando con rabia por mis mejillas y sentía la garganta como si la hubieran raspado con una piedra pómez.

– Sí, sigue en el hospital. Seré muy sincero contigo, Andy. No estoy seguro de que vaya a salir de esta.

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