Lauren Weisberger - El Diablo Viste De Prada

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La insistente voz de Miranda Priestly persigue a Andrea hasta en sueños: «¿An-dre-aaa?. ¡An-dre-aaa!».¿Es este el trabajo con el que soñaba al salir de la universidad? ¿Es este el trabajo por el cual tiene que estar agradecida y sentirse tan afortunada?
Sí, es la nueva asistente personal de Miranda, la legendaria editora de la revista femenina más glamurosa de Nueva York. Ella dicta la moda en el mundo entero. Millones de lectoras siguen fielmente sus recomendaciones; sus empleados y colaboradores la consideran un genio; los grandes creadores la temen.
Todos, sin excepción, la veneran. Todos, menos Andrea, que no se deja engañar por este escaparate de diseño y frivolidad tras el que se agazapa un diablo que viste un traje de chaqueta de Prada exclusivo, por supuesto, calza unos Manolo Blahnik y siempre luce un pañuelo blanco de Hermes.
Una novela hilarante que da un nuevo sentido a esas quejas que a veces circulan sobre un jefe que es el diablo en persona. Narrada por la voz fresca, joven, inteligente, rebelde y desarmante de Andre, El diablo viste de Prada nos descubre el lado profundo, oscuro y diabólico el lado profundo, oscuro y diabólico de la vida en las oficinas del gran imperio que es el mundo de la moda.

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– Veamos, en todo el tiempo libre que he tenido me han hecho media docena de masajes, dos limpiezas de cutis y algunas manicuras. Miranda y yo nos hemos unido mucho en el balneario, es genial. Se está esforzando por no ser demasiado exigente, quiere que disfrute de París porque es una ciudad maravillosa y tengo la suerte de estar aquí. Por lo tanto, básicamente salimos juntas, nos divertimos, bebemos buen vino, vamos de compras, ya sabes, lo de siempre.

– ¡Andrea, no tiene gracia! Ahora cuéntame qué demonios está pasando.

Mi humor mejoraba a medida que la irritación de Emily aumentaba.

– Emily, no sé muy bien qué contarte. ¿Qué quieres oír? ¿Cómo ha ido todo hasta ahora? Verás, me paso el rato buscando la forma de dormir en compañía de un teléfono que no para de sonar y al tiempo que engullo suficiente comida entre las dos de la noche y las seis de la madrugada para poder aguantar las siguientes veinte horas. Joder, esto parece el Ramadán, Em, nadie come durante el día. Yo en tu lugar estaría muy triste por estar perdiéndote todo esto.

La luz de la otra línea empezó a parpadear y puse a Emily en espera. Cada vez que sonaba el teléfono, pensaba automáticamente en Alex y me preguntaba si llamaría para decirme que todo iba a salir bien. Le había telefoneado dos veces desde mi llegada a París y él había contestado en ambas ocasiones, pero yo había colgado nada más oír su voz. Era la primera vez que pasábamos tanto tiempo seguido sin hablar y quería saber cómo estaba, si bien sentía que la vida era mucho más sencilla, en cuanto a discusiones y sentimientos de culpa, desde que habíamos decidido darnos un descanso. Aun así, contuve la respiración hasta que oí la voz de Miranda.

– An-dre-aaa, ¿cuándo está previsto que llegue Lucía?

– Hola, Miranda. Deja que consulte su horario. Veamos, aquí dice que hoy vuela directamente a París desde el reportaje de Estocolmo. En principio debería estar en el hotel.

– Pásamela.

– Sí, Miranda, un momento.

La puse en espera y volví a Emily.

– Era ella, tengo que colgar. Espero que te mejores. ¿Miranda? Ya tengo el teléfono de Lucía, ahora mismo te la paso.

– Espera, An-dre-aaa. Saldré del hotel dentro de veinte minutos y no volveré en todo el día. Necesitaré algunos pañuelos antes de mi regreso y un cocinero nuevo. Ha de tener una experiencia mínima de diez años en restaurantes principalmente franceses y estar disponible para cenas familiares cuatro noches a la semana y para fiestas sociales dos veces al mes. Ahora, pásame con Lucía.

Sabía que hubiera debido quedarme sin habla ante el hecho de que Miranda quisiera que le contratara un cocinero para Nueva York desde París, pero solo podía pensar en que iba a marcharse del hotel sin mí y que estaría fuera todo el día. Llamé a Emily y le conté que Miranda necesitaba un nuevo cocinero.

– Déjamelo a mí, Andy -dijo mientras tosía-. Haré una selección preliminar y luego tú hablarás con los finalistas. Pregunta a Miranda si quiere esperar a regresar a casa para conocerlos o si prefiere que le envíe un par de ellos a París.

– No hablas en serio.

– Por supuesto que sí. Miranda contrató a Erika el año pasado cuando se encontraba en Marbella. Su última niñera acababa de despedirse y me ordenó que le enviara a tres finalistas en avión para que pudiera escoger a una. Pregúntaselo, ¿de acuerdo?

– Sí, sí-murmuré-. Y gracias.

Después de telefonear a la oficina de Briget para solicitar que uno de sus empleados fuera a Hermés a recoger los pañuelos de Miranda, me quedé sola. Hablar de los masajes me había proporcionado tanto placer que decidí reservarme uno. No pudieron darme hora hasta la tarde, de modo que llamé al servicio de habitaciones y pedí un desayuno completo. Cuando el camarero llegó, yo ya lucía uno de los lujosos albornoces con zapatillas a juego, lista para disfrutar de la tortilla, los cruasanes, las madalenas, las patatas, los cereales y las crepés que desprendían un delicioso aroma. Tras devorarlo todo junto con dos tazas de expreso, volví a la cama, en la que todavía no había dormido debidamente, y me dormí con tal rapidez que me pregunté si alguien había puesto algo en el zumo de naranja.

El masaje fue la guinda de un día maravillosamente relajado. El resto de la gente estaba haciendo el trabajo por mí y Miranda solo me había despertado una vez -¡una vez!- para pedirme que le reservara una mesa para la comida del día siguiente. Esto no está tan mal, pensé mientras las fuertes y hábiles manos de la mujer amasaban los tensos y desdichados músculos de mi cuello. Justo cuando volvía a adormecerme, el móvil que de mala gana llevaba conmigo empezó a sonar.

– ¿Diga? -Mi voz sonó enérgica, como si no estuviera tumbada en cueros sobre una mesa, cubierta de aceite y amodorrada.

– An-dre-aaa, cambia la cita con el peluquero y el maquillador, y comunica a la gente de Ungaro que esta noche no podré ir. Asistiré a una fiesta y espero que me acompañes. Te quiero lista dentro de una hora.

– Claro… claro -tartamudeé, y colgué mientras intentaba asimilar el hecho de que iba a salir con Miranda.

Recordé el día anterior -cuando me dijo en el último momento que debía acompañarla- y temí que me diera un soponcio. Di las gracias a la mujer, cargué el masaje a la habitación aunque solo había durado diez minutos y subí a toda prisa para decidir la manera de sortear ese nuevo obstáculo. Empezaba a estar harta.

Apenas tardé unos minutos en dar con el peluquero y el maquillador de Miranda (dicho sea de paso, no eran los míos. A mí me había tocado una mujer gruñona cuya mirada de desesperación la primera vez que me vio todavía me perseguía. Miranda, en cambio, tenía un par de gays que parecían recién salidos de las páginas de Maxim) y cambiarles la hora.

– Muy bien -aulló Julien con un fuerte acento francés-. Estaremos allí… ¿cómo decís?, en menos que canta un gallo. Hemos despejado nuestras agendas para esta semana por si madame Priestly nos necesita a horas diferentes.

Localicé de nuevo a Briget y le pedí que hablara con la gente de Ungaro. Había llegado el momento de atacar el ropero. La libreta con los diferentes «estilos» descansaba en un lugar destacado sobre la mesita de noche, a la espera de que una ignorante de la moda como yo la abriera en busca de orientación espiritual. Leí el título de los apartados y subapartados con la esperanza de entenderlos.

Desfiles

1. Día

2. Noche

Comidas

1. Desayuno

2. Comida

a. Informal (hotel o cafetería)

b. Formal (The Espadón, en el Ritz)

3. Cena

a. Informal (cafetería, servicio de habitaciones)

b. Intermedio (restaurante, cena informal)

c. Formal (restaurante Le Grand Vefour, cena formal)

Fiestas

1. Informal (desayunos con champán, té por la tarde)

2. Semielegante (cócteles de gente poco importante, fiestas literarias, copas)

3. Elegante (cócteles de gente importante, fiestas en museos o galerías, fiestas posdesfile del equipo del diseñador)

Miscelánea

1. Hasta y desde el aeropuerto

2. Acontecimientos deportivos (lecciones, torneos, etc.)

3. Compras

4. Recados

a. A salones de alta costura

b. A tiendas y boutiques de diseño

c. A supermercado y/o gimnasio y salón de belleza locales.

No había consejo alguno sobre qué ponerse cuando desconocías el grado de importancia de los anfitriones. Corría el riesgo de cometer un gran error. Podía catalogar el acto en el apartado de Fiestas, lo cual ya era algo, pero a partir de ahí la cosa se complicaba. ¿Era esa fiesta una «b», con lo que elegiría algo simplemente chic, o una «c», en cuyo caso debía decantarme por algo más elegante? No había instrucciones para los casos ambiguos, si bien alguien había escrito una nota de última hora debajo del índice que rezaba: «Cuando no estés segura (aunque siempre deberías estarlo), mejor vestir informal con algo fabuloso que elegante con algo fabuloso». Eso significaba que mi caso pertenecía a la categoría Fiesta y la subcategoría Semielegante. Consulté los seis conjuntos que Jocelyn me había dibujado en ese apartado y traté de imaginar con cuál me vería menos ridicula.

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