– ¿Cómo ha ido todo estas últimas semanas? -preguntó a los Alter, mientras sonreía a Carmen, que acababa de traerle el Bloody Mary en un vaso alto y ancho, con una rodaja de limón y un tallo de apio. Tuvo que hacer un esfuerzo para no bebérselo de un trago-. ¿Mucho trabajo, como siempre?
– Sí, ¡no puedo imaginar cómo lo hacéis para mantener ese ritmo! -intervino Cynthia, en un volumen un poco más fuerte de lo aconsejable-. Brooke me ha dicho cuántas… ejem… intervenciones hacéis en un día. ¡Y claro, eso cansaría a cualquiera! En el colegio, cuando tenemos un brote de anginas, yo estoy al borde del colapso. ¡Pero vosotros…! ¡Cielos, Louise, lo vuestro debe de ser una locura!
El rostro de Elizabeth Alter se quebró en una ancha sonrisa condescendiente.
– Sí, bueno, nos las arreglamos para estar siempre ocupados. Pero ¿no es aburrido hablar de nosotros? Prefiero oír a los chicos. ¿Julian? ¿Brooke?
Cynthia volvió a recostarse en el sofá, desanimada y consciente de la reprimenda. La pobre mujer estaba atravesando un campo minado y no tenía referencias para orientarse. Se frotó la frente con una expresión ausente, y de pronto pareció estar inmensamente cansada.
– Sí, claro. ¿Qué tal os va a vosotros dos?
Brooke sabía que no merecía la pena contar nada de su nuevo empleo. Aunque era su suegra la que le había conseguido la entrevista de trabajo en Huntley, lo había hecho solamente después de asegurarse de que Brooke no estaba dispuesta a considerar una carrera en la prensa, ni en la moda, ni en las casas de subastas, ni en las relaciones públicas. Si su nuera tenía que usar forzosamente el título de nutricionista, no acababa de entender por qué no podía ser asesora de Vogue o abrir una consulta privada para su legión de amigas del Upper East Side, o cualquier otra cosa con un poco más de glamour que «un deprimente servicio de urgencias, con borrachos y vagabundos sin techo», según sus propias palabras.
Julian notó que había llegado el momento de salvarla.
– Bueno, a decir verdad, tengo algo que anunciar -dijo con una tosecita.
De pronto, aunque Brooke estaba tan emocionada por Julian que casi no podía contenerse, sintió que la recorría una oleada de pánico. Se sorprendió rezando para que no dijera nada de la presentación, porque estaba segura de que la reacción de sus padres lo defraudaría y no quería verlo pasar por algo así. Nadie provocaba tanto en ella ese instinto protector como los padres de Julian; la sola idea de lo que iban a decir inspiraba en Brooke el deseo de rodearlo con sus brazos y llevárselo directamente a casa, donde estaría protegido de su mezquindad y, peor aún, de su indiferencia.
Todos esperaron un momento, mientras Carmen llevaba otra jarra de zumo de pomelo recién exprimido, y entonces volvieron a prestar atención a Julian.
– Me ha dicho… eh… mi nuevo representante, Leo, que Sony quiere organizarme una presentación esta semana. El jueves, concretamente.
Hubo un momento de silencio, en el que todos esperaron a que alguien dijera algo, pero finalmente fue el padre de Brooke el primero en hablar.
– Bueno, aunque no sé muy bien qué significa eso de la presentación, parece una buena noticia. ¡Enhorabuena, hijo! -dijo, inclinándose por encima de Cynthia para palmotearle la espalda a Julian.
Aparentemente irritado por el uso de la palabra «hijo», el doctor Alter hizo una mueca en dirección a la taza de café, antes de volverse hacia Julian:
– ¿Por qué no nos explicas a los legos lo que quiere decir eso? -preguntó.
– Sí, por favor. ¿Significa que por fin alguien va a escuchar tu música? -intervino la madre de Julian, sonriendo a su hijo, con las piernas recogidas bajo el cuerpo como una chica joven.
Los demás prefirieron pasar por alto el énfasis en ese «por fin»; todos, excepto Julian, cuya expresión reflejó el golpe, y Brooke, que lo notó.
Después de todos esos años, Brooke estaba más que acostumbrada a oír a los padres de Julian diciendo toda clase de cosas horribles, pero no por eso los detestaba menos. Cuando empezó a salir con Julian, él le fue revelando poco a poco hasta qué punto desaprobaban sus padres la vida que había elegido. Brooke había sido testigo de la oposición de los padres de Julian a la sencilla alianza de oro que él insistió en regalarle para su compromiso, en lugar de la «joya del patrimonio familiar de los Alter» que su madre pretendía darle. Incluso cuando Brooke y Julian accedieron a casarse en la casa de la familia en los Hamptons, sus padres habían digerido mal la insistencia de la pareja en celebrar una fiesta con pocos invitados, discreta y fuera de temporada. Después de su boda y en los años transcurridos desde entonces, cuando los Alter empezaron a comportarse con más libertad delante de ella, Brooke había observado en incontables cenas, almuerzos y celebraciones lo insidiosos que podían llegar a ser.
– Significa básicamente que se han dado cuenta de que el álbum está casi terminado y que de momento están satisfechos. Van a organizar una presentación con gente del mundo de la música, para que me conozcan en una actuación privada, y ver cómo reaccionan.
Julian, que normalmente era tan modesto que ni siquiera le contaba a Brooke cuando había tenido un buen día en el estudio, estaba henchido de orgullo. Ella habría querido besarlo allí mismo.
– No sé mucho de la industria de la música, pero lo que cuentas me parece un enorme voto de confianza por su parte -dijo el padre de Brooke, alzando la copa.
Julian no pudo reprimir una sonrisa.
– Y lo es -replicó, orgulloso-. Probablemente es lo mejor que podía pasarme en este momento, y espero que…
Se interrumpió, porque sonó el teléfono y su madre de inmediato empezó a mirar a su alrededor, buscando el aparato.
– ¿Dónde estará ese maldito teléfono? Seguro que llaman de L'Olivier, para confirmar la hora de mañana. Espera un momento con eso que estás contando, cariño. Si no las reservo ahora, no tendré flores para la cena de mañana.
Y a continuación, desplegó las piernas para levantarse del sofá y desapareció en la cocina.
– Ya sabes cómo es tu madre con las flores -dijo el doctor Alter. Dio un sorbo al café, sin que quedara claro si había prestado atención o no al anuncio de Julian-. Mañana recibimos a los Bennett y a los Kamen, y tu madre está en un continuo frenesí con los preparativos. ¡Cielo santo! Cualquiera diría que la decisión entre el lenguado relleno y las costillas braseadas es un asunto vital para la seguridad nacional. ¡Y las flores! Estuvo media tarde hablando con esos mariposones, el fin de semana pasado, y todavía está dudando. Se lo he dicho un millón de veces: nadie se fija en las flores, a nadie le importan. Todo el mundo organiza bodas fastuosas y se gasta decenas de miles de dólares en montañas de orquídeas o de las flores que estén de moda en cada momento, ¿y quién se detiene a mirarlas? ¡Un despilfarro colosal, si queréis saber mi opinión! Es mucho mejor gastar el dinero en buena comida y buena bebida. ¡Con eso disfruta la gente! -Bebió otro sorbo, miró a su alrededor y entrecerró los ojos, como forzando la vista-. ¿Qué estábamos diciendo?
Cynthia intervino amablemente y suavizó la tensión del momento.
– ¡Es una de las mejores noticias que hemos tenido en los últimos tiempos! -exclamó con exagerado entusiasmo, mientras el padre de Brooke asentía alborozado-. ¿Dónde será la actuación? ¿A cuánta gente han invitado? ¿Has decidido ya lo que vas a tocar?
Cynthia lo acribilló a preguntas y, por una vez, Brooke no encontró exasperante el interrogatorio. Eran todas las preguntas que habrían debido hacer pero nunca harían los padres de Julian, y era evidente que él estaba encantado de ser el centro de tanto interés.
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