– Sí, claro. Tiene sin duda un poco del aire meloso de Hollywood (ya sabes, cuando parece que todos son amables sólo porque quieren conseguir algo), pero me gusta la confianza que transmite.
Julian vació la botella de vino, repartiendo a partes iguales lo que quedaba entre las dos copas, y se sentó en su sillón.
– ¿Cómo va todo en el hospital? ¿Ha sido un día de locos?
– ¡Sí, pero adivina lo que ha pasado! He recibido las mejores evaluaciones de los pacientes, de todo el equipo, y ahora van a darme más turnos en pediatría.
Bebió otro sorbo de vino; no le importaba que le doliera la cabeza a la mañana siguiente.
Julian le dedicó una sonrisa enorme.
– ¡Qué bien, Rook! ¡No es ninguna sorpresa, pero es fantástico! Estoy muy orgulloso de ti. -Se inclinó sobre la mesa y la besó.
Brooke lavó los platos y después se dio un baño, mientras Julian terminaba de hacer unos ajustes en la web que se estaba diseñando. Finalmente, volvieron a encontrarse en el sofá, los dos en camiseta y pantalones de pijama.
Julian extendió la manta de viaje sobre las piernas de ambos y cogió el mando a distancia.
– ¿Una peli? -preguntó.
Ella consultó el reloj del aparato de vídeo: las diez y cuarto.
– Es un poco tarde para empezar una película, pero ¿qué tal «Anatomía de Grey»?
Él la miró con expresión horrorizada.
– ¿En serio? ¿Serías capaz de hacerme ver eso, cuando te he cocinado la cena?
Brooke sonrió y negó con la cabeza.
– No creo que «cocinar» sea la palabra exacta, pero tienes razón. Tú eliges esta noche.
Julian consultó la lista del aparato de vídeo y seleccionó un episodio reciente de «CSI».
– Ven aquí. Te haré un masaje en los pies mientras vemos la tele.
Brooke cambió de posición para ponerle los pies sobre las rodillas. Habría podido ronronear de felicidad.
En la televisión, unos detectives examinaban el cadáver mutilado de una presunta prostituta hallado en un vertedero en las afueras de Las Vegas, y Julian miraba la pantalla con fascinada atención. A ella no le gustaban tanto como a él las series policíacas con laboratorios y un montón de dispositivos científicos (Julian habría podido pasar la noche entera viendo cómo descubrían asesinos con sus escáneres, sus láseres y sus aparatos rastreadores), pero aquella noche no le importaba verlas. Se sentía feliz de estar sentada tranquilamente junto a su marido, concentrada en la deliciosa sensación del masaje en los pies.
– Te quiero -dijo, mientras reclinaba la cabeza sobre el apoyabrazos y cerraba los ojos.
– Yo también te quiero, Brooke. Ahora calla y déjame ver la tele.
Pero ella ya se había quedado dormida.
No había terminado de vestirse, cuando Julian entró en el dormitorio. Aunque era domingo, parecía muy nervioso.
– Tenemos que salir ahora mismo, o llegaremos tarde -dijo, mientras sacaba un par de zapatillas de deporte del vestidor que compartían-. Ya sabes cómo detesta mi madre los retrasos.
– Ya lo sé. Casi estoy lista -respondió ella, tratando de pasar por alto el hecho de que aún estaba sudando por los cinco kilómetros que había corrido una hora antes. Empujó a Julian fuera del dormitorio, aceptó el abrigo de lana que le tendía y lo siguió hasta la calle.
– Todavía no he entendido muy bien por qué están hoy en la ciudad tu padre y Cynthia -dijo Julian, mientras avanzaban medio corriendo y medio andando, desde su casa hasta la estación de metro de Times Square. El tren lanzadera hizo su entrada en cuanto pisaron el andén.
– Es su aniversario -replicó Brooke, encogiéndose de hombros.
Hacía un frío poco habitual para una mañana de marzo y a ella le hubiera encantado tomar una taza de té en el bar de la esquina, pero no tenían ni un segundo que perder.
– ¿Y han decidido venir aquí? ¿Un día helado de invierno?
Brooke suspiró.
– Supongo que es más interesante que Filadelfia. Parece ser que Cynthia no ha visto nunca El rey León y mi padre pensó que sería una buena excusa para visitarnos. Yo me alegro, porque de este modo podrás darles la noticia personalmente.
Le lanzó una mirada furtiva a Julian y lo vio esbozar una pequeña sonrisa. Era normal que se sintiera orgulloso, pensó. Acababa de recibir una de las mejores noticias de su carrera y se lo merecía.
– Bueno, sí, me parece prudente asumir que mis padres no destacarán mucho en el departamento del entusiasmo, pero quizá los tuyos lo entiendan -dijo.
– Mi padre ya va diciendo a todo el que quiera oírlo que tienes el talento de Bob Dylan para componer canciones y una voz que los hará llorar -replicó ella entre risas-. No cabrá en sí de entusiasmo, te lo garantizo.
Julian le apretó la mano. Su alborozo era palpable.
Brooke no pudo reprimir una sonrisa incómoda mientras hacían el transbordo a la línea 6.
– ¿Algún problema? -preguntó Julian.
– No, ninguno. Estoy tan emocionada por lo que vas a contarles que no veo el momento de llegar. Por otro lado, me da un poco de miedo tener a las dos parejas de padres en una misma habitación.
– ¿En serio piensas que será tan malo? ¡Pero si ya se han visto antes!
Brooke suspiró.
– Ya lo sé, pero sólo han coincidido en grupos grandes: en nuestra boda, en fiestas… Nunca cara a cara, como hoy. A mi padre sólo le interesa hablar de la próxima temporada de los Eagles. Cynthia está emocionada porque va a ver El rey León, ¡por Dios santo!, y cree que ningún viaje a Nueva York estaría completo sin un almuerzo en el Russian Tea Room. Por otro lado, tenemos a tus padres, dos neoyorquinos de pura cepa, los más intimidantes que he conocido en mi vida, que no ven un musical desde los años sesenta, no comen nada a menos que lo haya preparado un cocinero famoso y probablemente piensan que la NFL es una ONG francesa. Ya me dirás tú de qué van a hablar.
Julian le puso la mano en el cuello.
– Es sólo un brunch, cariño. Un poco de café, unos bollos y fuera. Todo irá bien, ya lo verás.
– Sí, seguro, con mi padre y Cynthia parloteando sin parar, a su manera alegre y frenética, mientras tus padres los juzgan en silencio, como dos estatuas de piedra. Sí, será una deliciosa mañana de domingo.
– Cynthia y mis padres pueden hablar de asuntos profesionales -propuso Julian sin mucho convencimiento. Al ver su cara de «ni siquiera yo me lo creo», Brooke se echó a reír.
– ¡Dime que no lo has dicho en serio! -exclamó ella, mientras los ojos empezaban a llenársele de lágrimas por la risa. Salieron a la superficie en la calle Setenta y Siete con Lexington, y emprendieron el camino hacia Park Avenue.
– ¡Pero es verdad!
– Eres un cielo, ¿lo sabías? -preguntó Brooke, acercándose a él para darle un beso en la mejilla-. Cynthia es enfermera en un colegio. Mira si los niños tienen amigdalitis y les aplica linimento para los calambres. Jamás sabría decir si el bótox es mejor o no que el ácido hialurónico para suavizar las líneas de la sonrisa. No creo que sus experiencias profesionales tengan mucho en común.
Julian puso cara de fingida ofensa.
– Me parece que se te ha olvidado que mi madre ha sido elegida como una de las mejores especialistas del país en la extirpación de venas varicosas -dijo con una sonrisa-. Sabes lo importante que fue aquello.
– Sí, claro. Importantísimo.
– Vale, vale, ya te entiendo. Pero mi padre puede hablar con cualquiera; ya sabes lo adaptable que es. Cynthia se quedará encantada con él.
– Es un tipo fantástico -convino Brooke, antes de cogerlo de la mano mientras se acercaban al edificio de los Alter-, pero es un especialista de fama mundial en cirugía de aumento de mama. Es natural que las mujeres piensen que les sopesa mentalmente las tetas y que las encuentra inadecuadas.
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