Lauren Weisberger - La última noche en Los Ángeles

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La última noche en Los Ángeles: краткое содержание, описание и аннотация

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A Brooke le encantaba leer revistas de cotilleos hasta que fue su matrimonio el que empezó a ocupar los titulares semanales…
Casados desde hace más de cinco años, Brooke y Julian forman una pareja feliz y comprometida. Él es un gran músico que toca en pequeños bares a la espera de una oportunidad y ella, a fin de ayudar a su marido a hacerse un hueco en el competitivo mundo de la música, tiene dos empleos para sufragar la economía familiar. Brooke cree en Julian y está dispuesta a sacrificar su carrera para que él haga realidad su sueño. Todo cambia el día en el que reciben una llamada de teléfono y Julian se convierte, de la noche a la mañana, en una estrella.
Al principio la fama resulta divertida, ¿quién no querría dormir en hoteles de cinco estrellas, conocer a los famosos y vivir rodeado de lujo? Pero la fama tiene un precio, Julian está cada vez más ausente, más ocupado y constantemente de viaje… Cuando aparecen en las revistas los primeros rumores sobre una posible crisis entre ellos, Brooke empezará a cuestionar la verdad de su matrimonio y deberá aprender a distinguir entre lo que cree desear y lo que de verdad necesita.

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– Será en un local céntrico, pequeño y muy íntimo y mi agente ha dicho que van a invitar a unas cincuenta personas de ese entorno profesional: productores de radio y televisión, ejecutivos discográficos, gente de la MTV y ese tipo de cosas. Lo más probable es que no salga nada demasiado interesante de todo esto, pero es una buena señal que la compañía esté contenta con mi álbum.

– No suelen hacerlo con los artistas debutantes -anunció Brooke con orgullo-. En realidad, Julian es demasiado modesto. Esto es algo muy grande.

– Bueno, ¡por fin una buena noticia! -dijo la madre de Julian, mientras volvía a ocupar su lugar en el sofá.

Julian apretó los labios y se le crisparon los puños a ambos lados del cuerpo.

– Mamá, están siendo muy positivos desde hace meses con el rumbo que está tomando mi álbum. Es cierto que al principio me presionaron para que me concentrara más en la guitarra, pero desde entonces me han apoyado mucho. No sé por qué tienes que decirlo de ese modo.

Elizabeth Alter miró a su hijo y por un momento pareció desconcertada.

– ¡No, cariño, estaba hablando de L'Olivier! La buena noticia es que tienen suficientes lirios de agua y que el diseñador que más me gusta estará libre y podrá venir a instalarlos. No seas tan susceptible.

El padre de Brooke miró a su hija con una expresión que decía: «Pero ¿quién es esta mujer?» Brooke se encogió de hombros. Ella, al igual que Julian, tenía asumido que sus suegros no iban a cambiar nunca. Por eso había apoyado incondicionalmente a Julian cuando él rechazó la oferta de sus padres de comprar a los recién casados un piso cerca del suyo en el Upper East Side. Por eso había preferido tener dos empleos, antes que aceptar la «asignación mensual» que les habían propuesto, porque imaginaba las condiciones que conllevaría.

Cuando Carmen anunció que el brunch estaba listo, Julian ya se había encerrado en sí mismo (se había «entortugado», como decía Brooke), y Cynthia parecía desarreglada y exhausta en su traje de poliéster.

Hasta el padre de Brooke, que aún buscaba valerosamente temas neutrales de conversación («¿Os podéis creer este invierno tan brutal que estamos teniendo?», o «¿Te gusta el béisbol, William? Supongo que serás de los Yankees, aunque el equipo que a uno le gusta no siempre viene determinado por el lugar donde nació…»), parecía derrotado. En circunstancias normales, Brooke se habría sentido responsable del mal rato que estaban pasando todos (después de todo, si estaban ahí era por culpa de ella y de Julian, ¿no?), pero esta vez no. «Si lo pasa mal uno, que lo pasen mal todos», pensó, mientras se excusaba para ir al lavabo, aunque en realidad pasó de largo y fue directamente a la cocina.

– ¿Cómo va todo ahí fuera, corazón? -preguntó Carmen, mientras llenaba un cuenco de plata con mermelada de albaricoque.

Brooke le tendió el vaso de Bloody Mary vacío con mirada suplicante.

– ¿Tan mal? -Carmen rió y le hizo un gesto a Brooke para que sacara el vodka del frigorífico, mientras ella preparaba el zumo de tomate y el tabasco-. ¿Cómo se están portando tus suegros? Cynthia parece una señora muy agradable.

– Sí, es un encanto. Pero son mayores de edad y ellos mismos han tomado la estúpida decisión de venir de visita. Quien me preocupa es Julian.

– Esto no es nada nuevo para él. Julian sabe cómo tratarlos.

– Ya lo sé -suspiró Brooke-; pero después, la depresión le dura varios días.

Carmen metió un tronco de apio en el espeso Bloody Mary de Brooke y se lo dio.

– Para que tengas fuerza -le dijo, antes de darle un beso en la frente-. Y ahora vuelve ahí fuera y protege a tu hombre.

La parte del brunch que transcurrió en el comedor no fue ni la mitad de mala que la hora del cóctel. La madre de Julian tuvo una pequeña crisis de histeria por el relleno de las creps (aunque a todos les parecían deliciosas las creps de Carmen, Elizabeth opinaba que eran demasiado calóricas para formar parte de una comida), y el doctor Alter desapareció un buen rato en su estudio; pero como resultado, los dos estuvieron más de una hora sin insultar a su hijo. Las despedidas fueron agradablemente indoloras; sin embargo, cuando ella y Julian dejaron a su padre y a Cynthia en un taxi, Brooke notó que Julian estaba huraño y disgustado.

– ¿Estás bien, cariño? ¡Mi padre y Cynthia estaban tan entusiasmados! ¡Y yo estoy deseando…!

– No me apetece hablar de eso, ¿de acuerdo?

Anduvieron unos minutos en silencio.

– ¡Eh, tenemos todo el resto del día libre, y no tenemos absolutamente nada que hacer! ¿Quieres ir a algún museo, ya que estamos aquí? -preguntó Brooke, cogiéndolo de la mano y apoyándose suavemente contra su brazo, mientras caminaban hacia el metro.

– No, no me apetecen las aglomeraciones del domingo.

Brooke se puso a pensar.

– ¿Y aquella película del IMAX en 3D que querías ver? No me importaría ir contigo -mintió. Los momentos críticos exigían medidas desesperadas.

– Estoy bien, Brooke, en serio -replicó Julian en tono pausado, mientras se envolvía el cuello con la bufanda de lana. Ella sabía que ahora el que mentía era él.

– ¿Puedo invitar a Nola a la presentación? Parece que será fabulosa y ya sabes que a Nola le encanta todo lo fabuloso.

– Supongo que estará bien, sí, pero Leo ha dicho que será algo muy íntimo, y yo ya he invitado a Trent. Sólo se quedará un par de semanas más en Nueva York y ha estado trabajando como un loco. He pensado que le iría bien salir una noche.

Hablaron un poco más de la presentación, de lo que iban a ponerse y de los temas que Julian iba a tocar y en qué orden. Brooke se alegró de haberlo animado un poco, y, cuando llegaron a casa, Julian ya casi volvía a ser el de siempre.

– ¿Te he dicho que estoy muy orgullosa de ti? -le preguntó Brooke cuando entraron en el ascensor, los dos claramente felices de estar de vuelta.

– Sí -dijo Julian con una sonrisa.

– Entonces entra, cariño -dijo Brooke, arrastrándolo de una mano por el pasillo-, porque creo que ya va siendo hora de que te lo demuestre.

3 Hace que John Mayer parezca un aficionado

– ¿Dónde estamos? -refunfuñó Brooke, mientras salía del taxi y estudiaba a su alrededor la calle oscura y desierta de West Chelsea. Las botas negras altas que había encontrado en unas rebajas de fin de temporada le resbalaban continuamente por los muslos.

– En el corazón del distrito de las galenas de arte, Brooke. Avenue y 1 OAK están aquí al lado.

– Debería saber a qué te refieres, ¿verdad?

Nola meneó la cabeza.

– Bueno, al menos estás guapa. Julian se sentirá orgulloso de estar casado con una mujer así de atractiva.

Brooke sabía que su amiga sólo estaba siendo amable. La que estaba despampanante era Nola, como siempre. Había metido la chaqueta de la oficina y los discretos zapatos de tacón en el gigantesco bolso Louis Vuitton y los había reemplazado por un enorme collar de un millón de vueltas y unos taconazos de Loubutin a medio camino entre el botín y la sandalia, en un estilo que aproximadamente seis mujeres en todo el planeta habrían podido llevar sin arriesgarse a ser confundidas con dominatrices profesionales. Cosas que habrían parecido directamente baratas si se las hubiera puesto cualquier otra mujer (pintalabios color escarlata, medias de rejilla color carne y sujetador de encaje negro asomando bajo la camiseta sin mangas), parecían atrevidas y originales cuando se las ponía Nola. Su falda de tubo, que al ser la mitad de un traje caro resultaba perfectamente apropiada para uno de los entornos de trabajo más conservadores de Wall Street, hacía resaltar ahora su firme trasero y sus piernas perfectas. Si Nola hubiera sido cualquier otra mujer, Brooke la habría odiado profundamente.

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