Santa Montefiore - A la sombra del ombú

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Hija de un hacendado argentino y una católica irlandesa, Sofía jamás pensó en que habría un momento que tendría que abandonar los campos de Santa Catalina. O quizás, simplemente, ante tanta ilusión y belleza, nunca pudo imaginar que su fuerte carácter la llevaría a cometer los errores más grandes de su vida y que esos errores la alejarían para siempre de su tierra.
Pero ahora Sofía ha vuelto y, con su regreso, el pasado parece cobrar vida. Pero ¿podrá ser hoy lo que no pudo ser tantos años atrás? Quizás sólo con ese viaje podrá Sofía recuperar la paz y cerrar el círculo de su existencia.

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– Desde luego, Maggie. Hoy en día la gente es tan aburrida. Lo único que quieren son reflejos. ¡Reflejos! ¿Qué tienen de especial los reflejos?

– Bueno, ¿cómo estás, cariño? Dolorida, supongo. Me sorprende que puedas sentarte -dijo Maggie con una mueca de compasión-. Hace veinte años que tuve a Lucien y todavía no me he recuperado del todo. Eso es lo triste del asunto. Viv me adoraba por mi cuerpo hasta que tuve a Lucien. Entonces empezó a buscar a alguien que tuviera los lugares adecuados más firmes y tersos. Dicen que eres como un elástico que vuelve a su estado original. No sé, a mí eso no me pasó. Mi cuerpo no tiene nada de elástico. Antes podía tocarme los pies con la punta de los dedos, ahora ni siquiera puedo verlos. No sabría decirte dónde están. Es culpa del embarazo. Sí, Eva tiene la culpa. Si hubiera sido ese cobarde de Adán quien hubiera comido la manzana del árbol de Dios, ahora no estaríamos gordas y blandengues, ¿no?

– Habla por ti, Maggie. Sofía está perfecta -dijo Daisy, mirando a su amiga con una amplia sonrisa en los labios-. ¿Cómo estás? ¿Es tan terrible como dice Maggie?

– Maggie siempre exagera -dijo Sofía, sonriendo a Maggie-. En realidad, el parto fue muy fácil. A David le ha quedado la mano un poco destrozada, pero aparte de eso está feliz y se siente orgullosísimo. Yo también.

– ¿Dónde está ese encanto de marido tuyo? -dijo Antón con la voz pastosa-. Siempre he sentido una especial predilección por los hombres casados. -Miró a Marcello, que no se había movido desde que había entrado.

– Vendrá más tarde. Pobrecito, está destrozado -respondió Sofía.

– Es un cielo -intervino Daisy, volviendo a mirar dentro de la cuna-. La niña es como un ratoncito.

– Querida, no deberías hablar así del bebé. Las madres siempre piensan que sus bebés son preciosos -la reprendió Maggie-. Yo pensaba que Lucien era preciosa hasta que creció.

– Si vas a compararla con un animal, intenta ser un poco más imaginativa, nenita. Los ratones son de lo más vulgar -dijo Antón, retirándose un poco para admirar su trabajo.

En ese preciso instante se abrió la puerta, dando paso a Elizabeth Harrison. Sus ojos hundidos recorrieron la habitación, buscando a Sofía entre los presentes, mientras su escuálido cuello se bamboleaba como el de un pavo bajo su prominente barbilla.

– ¿Es esta la habitación de la señora Harrison? -ladró-. ¿Quién es toda esta gente?

Sofía miró a Maggie, que estaba soplándole las uñas para secarlas.

– Es la bruja mala del Norte -susurró.

Maggie levantó la mirada.

– ¿Estás segura? Parece más uno de los amigos de Antón disfrazado de drag-queen.

– He venido a ver a mi nieta -dijo la mujer sin saludar a su nuera. Cruzó la habitación visiblemente enojada-. Esto es un hospital, no una asquerosa peluquería -soltó con una mueca de desaprobación.

– Pues a ti no te vendría mal un corte de pelo, bonita -dijo Antón, hundiendo las mejillas cuando ella pasó junto a él-. Llevas un look muy passé. No te ayuda a disimular la edad.

– Madre de Dios, ¿quién eres tú? -preguntó ella retrocediendo-. ¿Quién es esta gente?

– Son mis amigos, Elizabeth. Antón, Daisy, Maggie y… bueno, mejor que dejemos a Marcello en paz, no le gusta que le digan nada, sólo quiere que le admiren -dijo, riéndose por lo bajo-. Esta es mi suegra, Elizabeth Harrison.

Elizabeth pasó junto a Marcello, dejando el mayor espacio posible entre ella y la silla en la que él estaba sentado, tarea harto difícil en una habitación de esas dimensiones. Se inclinó sobre la cuna.

– ¿Qué es?

– Es niña -respondió Sofía, acercando la cuna hacia ella con ademán protector. No quería que su suegra se acercara demasiado al bebé, podía traerle mala suerte a la pequeña.

– ¿Nombre?

– Honor -respondió Sofía, sonriente y llena de júbilo.

– ¿Honor? -repitió Elizabeth visiblemente disgustada-. Qué nombre tan horrible. Honor.

– Es un nombre precioso. La hemos llamado así en honor de la abuela de David, su suegra. Me ha dicho que la quería mucho.

– Honor es nombre de actriz o de cantante, ¿no crees, Antón? -dijo Maggie con malicia.

– Sin duda, Maggie, nombre de artista -añadió Antón para redondear la faena.

– ¿Dónde está David? -exigió saber la señora Harrison.

– Ha salido -replicó Sofía con frialdad. Probablemente sabía que vendrías, vieja bruja, pensó.

– Bueno, dile que he venido -dijo antes de posar sus ojos saltones sobre Sofía. Se quedó pensando unos segundos antes de hablar.

– David es mi único hijo -dijo con su voz profunda, carraspeando a causa de una mucosidad que se le había quedado trabada en los pulmones-, y esta niña es mi única nieta. Hubiera preferido que se casara con alguien de su clase y de su país. Ariella era perfecta, pero David fue incapaz de darse cuenta, el muy idiota…, igual que su padre. Pero tú le has dado un hijo. Habría preferido un niño, pero el próximo será un niño, un niño que conservará el apellido de la familia. No me gustas, y aún me gustan menos tus amigos, pero le has dado un hijo a David, así que al menos tienes algo a tu favor. Dile a David que he venido -repitió antes de salir de la habitación. Segundos después, cuando ya todos estaban a punto empezar a comentar su visita, la puerta se abrió de golpe y Elizabeth apareció de nuevo.

– ¡Huy, ha olvidado la escoba! -dijo Antón.

– O quizá haya olvidado echarnos un maleficio -añadió Sofía.

– Dile también a David que no pienso llamar Honor a la niña. Tendrá que pensar en otro nombre.

Acto seguido la puerta se cerró tras ella.

– Qué mujer tan agradable -dijo Daisy sarcástica.

– Qué podría hacer yo con ese pelo -murmuró Antón.

– Yo que tú no me preocuparía -dijo Maggie-. No tardará mucho en morirse.

En ese momento, para sorpresa de todos, Marcello se movió.

– ¡ Porca miseria! -dijo sin alterarse-. Hace años que está muerta.

Cuando horas más tarde David entró en la habitación, Sofía estaba dando de mamar al bebé. Él se quedó mirándola a los pies de la cama. Se sonrieron con absoluta complicidad. No había palabras que pudieran expresar la profunda reverencia que David sentía ante el poder de la naturaleza, y no quería decir nada que pudiera estropear el momento y quitarle la magia a la escena que tenía ante sus ojos. Así que siguió allí, con una irreprimible expresión de ternura en la cara, casi de melancolía, observando el lazo misterioso que unía a madre e hija. Sofía miraba la carita de su bebé, disfrutando de cada uno de sus movimientos, maravillada ante la exquisita perfección de sus rasgos.

Cuando Honor hubo terminado de mamar, Sofía la arropó y volvió a ponerla con cuidado en la cuna para que durmiera.

– No sabes lo que me cuesta separarme de ella -murmuró, pasando el dedo por la cabeza aterciopelada de la pequeña.

– Tengo noticias sorprendentes -dijo David, sentándose en la cama junto a ella y besándola.

– Yo también -dijo Sofía-. Pero tú primero.

– Bien. No vas a creer lo que voy a contarte. Zaza ha dejado a Tony y se ha ido a Provenza con Ariella.

– Tenías razón. No me lo puedo creer -balbuceó Sofía, atónita-. ¿Sabes?, oí discutir a Zaza y a Tony en su habitación el fin de semana pasado, pero no llegué a entender lo que decían. Ahora lo entiendo todo. ¿Estás seguro?

– Tony acaba de llamarme para contármelo.

– ¿Qué te ha dicho?

– Que se han ido juntas. Dice que Zaza estará de vuelta antes de un mes, cuando Ariella haya encontrado algo nuevo con lo que divertirse.

– ¿Estaba enfadado?

– No, más bien irritado. Dice que Angela está destrozada y furiosa porque su madre se le ha adelantado. Ha reconocido que en realidad no está enamorada de Mandy, sino de un chico llamado Charlie. Por el contrario, Nick parece habérselo tomado bien.

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