Antonio Tabucchi - Sostiene Pereira

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Lisboa, 1938. La opresiva dictadura de Salazar, el furor de la guerra civil española llamando a la puerta, al fondo el fascismo italiano. En esta Europa recorrida por el virulento fantasma de los totalitarismos, Pereira, un periodista dedicado durante toda su vida a la sección de sucesos, recibe el encargo de dirigir la página cultural de un mediocre periódico, el Lisboa.

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Pereira se abrochó la chaqueta y entró. El director estaba bronceado, muy bronceado, evidentemente había tomado el sol en el parque de las termas. Aquí me tiene, señor director, dijo Pereira, estoy a su disposición, dígame lo que desea. No será poco, Pereira, dijo el director, hace más de un mes que no nos vemos. Nos vimos en las termas, dijo Pereira, y usted parecía estar satisfecho. Las vacaciones son las vacaciones, dijo secamente el director, no hablemos de las vacaciones. Pereira se sentó en la silla que estaba frente al escritorio. El director cogió un lápiz y empezó a hacerlo girar sobre la superficie de la mesa. Señor Pereira, dijo, me gustaría tutearle, si usted me lo permite. Como usted desee, respondió Pereira. Escucha, Pereira, dijo el director, nos conocemos desde hace poco, desde que este periódico fue fundado, pero sé que eres un buen periodista, has trabajado cerca de treinta años como cronista, sabes lo que es la vida y estoy seguro de que me comprenderás. Lo intentaré, respondió Pereira. Pues verás, dijo el director, esto último no me lo esperaba. ¿A qué se refiere?, preguntó Pereira. Al panegírico de Francia, dijo el director, ha provocado mucho malestar en los círculos importantes. ¿Qué panegírico de Francia?, preguntó Pereira con aire de sorpresa. ¡Pereira!, exclamó el director, has publicado un cuento de Alphonse Daudet que trata de la guerra contra los alemanes que termina con esta frase: Viva Francia. Es un cuento del siglo XIX, respondió Pereira. Será un cuento del siglo XIX, continuó el director, pero de todos modos habla de una guerra contra Alemania y tú no puedes no saber, Pereira, que Alemania es aliada nuestra. Nuestro gobierno no ha establecido alianzas, objetó Pereira, al menos oficialmente. Vamos, Pereira, dijo el director, intenta razonar, si no hay alianzas al menos hay simpatías, fuertes simpatías, nosotros pensamos como Alemania en política interna y en política externa, y estamos ayudando a los nacionalistas españoles como están haciendo los alemanes. Pero en la censura no pusieron ninguna traba, se defendió Pereira, dejaron pasar el cuento sin objeciones. Los de la censura son unos ineptos, dijo el director, unos analfabetos, el director de la censura es un hombre inteligente, es amigo mío, pero no puede leer personalmente las pruebas de todos los periódicos portugueses, los otros son funcionarios, unos pobres policías a los que se les paga para que no dejen pasar palabras subversivas como socialismo o comunismo, no podían entender un cuento de Daudet que termina con un Viva Francia, somos nosotros quienes debemos estar atentos, quienes debemos ser cautos, nosotros, los periodistas que tenemos experiencia histórica y cultural, somos quienes tenemos que vigilarnos a nosotros mismos. Soy yo quien está siendo vigilado, sostiene haber dicho Pereira, en realidad hay alguien que me está vigilando. Explícate mejor, Pereira, dijo el director, ¿qué quieres decir con eso? Quiero decir que tengo una centralita en la redacción, dijo Pereira, ya no recibo llamadas directas, pasan todas a través de Celeste, la portera del inmueble. Así se hace en todas las redacciones, replicó el director, si tú te ausentas, hay alguien que recibe la llamada y que responde en tu lugar. Sí, dijo Pereira, pero la portera es una confidente de la policía, estoy seguro. Venga, Pereira, dijo el director, la policía nos protege, vela nuestros sueños, tendrías que estar agradecido. Yo no le estoy agradecido a nadie, señor director, respondió Pereira, sólo le estoy agradecido a mi profesionalidad y al recuerdo de mi esposa. Es necesario estar agradecido a los buenos recuerdos, aceptó el director, pero tú, Pereira, cuando prepares la página cultural tienes que dejármela ver a mí primero, eso es lo que te exijo. Pero yo ya le dije que se trataba de un cuento patriótico, insistió Pereira, y usted me tranquilizó asegurándome que en estos momentos hace falta patriotismo. El director encendió un cigarrillo y se rascó la cabeza. De patriotismo portugués, dijo, no sé si me sigues, Pereira, de patriotismo portugués, tú no haces más que publicar cuentos franceses, y los franceses no nos son simpáticos, no sé si me sigues, pero de todos modos escúchame, nuestros lectores necesitan una buena página cultural portuguesa, en Portugal tienes decenas de escritores donde elegir, incluso del siglo XIX, la próxima vez elige un cuento de Eca de Queirós, que conocía bien Portugal, o de Camilo Castelo Branco, que cantó a la pasión y que tuvo una hermosa y agitada vida de amoríos y prisiones, el Lisboa no es un periódico amigo de lo extranjero, y tú necesitas reencontrar tus raíces, regresar a tu tierra, como diría Borrapotas, el crítico. No sé quién es, respondió Pereira. Es un crítico nacionalista, le explicó el director, escribe en un periódico de la competencia, sostiene que los escritores portugueses tienen que regresar a su tierra. Yo no he abandonado nunca mi tierra, dijo Pereira, estoy plantado en la tierra como una cepa. De acuerdo, admitió el director, pero tienes que consultarme cada vez que tomes una iniciativa, no sé si me has entendido. Le he entendido perfectamente, dijo Pereira, y se desabrochó el primer botón de la chaqueta. Bien, concluyó el director, creo que nuestra entrevista ha terminado, me gustaría que hubiera entre nosotros una buena relación. Naturalmente, dijo Pereira, y se despidió.

Cuando salió hacía un fuerte viento que doblaba las copas de los árboles. Pereira echó a andar, después se detuvo para ver si pasaba algún taxi. Por un instante pensó en ir a cenar al Café Orquídea, luego cambió de opinión y decidió al final que lo mejor sería ir a tomarse un café con leche a su casa. Pero, por desgracia, no pasaban taxis y tuvo que esperar al menos una media hora, sostiene.

22

Al día siguiente Pereira permaneció en su casa, sostiene. Se levantó tarde, desayunó y guardó la novela de Bernanos porque ya no iba a publicarse en el Lisboa. Rebuscó en su biblioteca y encontró las obras completas de Camilo Castelo Branco. Escogió una novela corta al azar y empezó a leer la primera página. La encontró deprimente, no tenía la ligereza ni la ironía de los franceses, era una historia oscura, nostálgica, llena de problemas y repleta de tragedias. Pereira se cansó pronto. Hubiera deseado hablar con el retrato de su esposa, pero aplazó la conversación para más tarde. Entonces se hizo una tortilla sin hierbas aromáticas, se la comió entera y fue a acostarse, se durmió rápidamente y tuvo un hermoso sueño. Más tarde se levantó y se sentó en un sillón a mirar las ventanas. Desde las ventanas de su casa se veían las palmeras del cuartel de enfrente y de vez en cuando se oía un toque de corneta. Pereira no sabía descifrar los toques de corneta porque no había hecho el servicio militar, y para él eran mensajes sin sentido. Se puso a mirar las ramas de las palmeras agitadas por el viento y pensó en su infancia. Se pasó una buena parte de aquella tarde así, pensando en su infancia, pero eso es algo de lo que Pereira no quiere hablar, porque no tiene nada que ver con esta historia, sostiene.

Hacia las cuatro de la tarde oyó sonar el timbre. Pereira se agitó en su duermevela, pero no se movió. Encontró extraño que alguien llamara a su timbre, pensó que quizá fuera Piedade que regresaba de Setúbal, tal vez a su hermana la habían operado antes de lo previsto. El timbre sonó de nuevo, insistentemente, dos veces, dos largos timbrazos. Pereira se levantó y tiró de la cuerda que abría la puerta de la calle. Permaneció en el descansillo de la escalera, oyó que la puerta se cerraba lentamente y unos pasos que subían con rapidez. Cuando la persona que había entrado llegó al rellano, Pereira no fue capaz de distinguirla, porque la escalera estaba a oscuras y porque él ya no veía demasiado bien.

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