Gioconda Belli - El país de las mujeres

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Premio de Novela La otra orilla
Un jurado compuesto por Santiago Roncagliolo (Perú), Mario Mendoza (Colombia) y Pere Sureda (España) otorgó por unanimidad el VI Premio de Novela La otra orilla 2010 -dotado con 100.000 dólares y en el que participaron 615 manuscritos- a El país de las mujeres. La obra fue presentada bajo el seudónimo Viviana Sansón, que resultó corresponder a Gioconda Belli
El Partido de la Izquierda Erótica (PIE) ha ganado las elecciones en Faguas, una pequeña nación latinoamericana: es hora de que ellas gobiernen para que haya un verdadero y perdurable cambio. Viviana Sansón y sus ministras tendrán que emplearse a fondo para expulsar de la administración a todos los hombres. Pero pronto llegarán los enemigos (y enemigas…)

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Tocaron la puerta. Oyó la voz de Juana de Arco al otro lado.

– Ya podés salir. Ya desalojamos a los curiosos.

(Materiales históricos)

REFORMAS DEMOCRÁTICAS

1. Reformaremos nuestra democracia de manera que se asemeje más al modelo sobre la que fue creada.

En primer lugar:

a. Se establece una lotería que, con base en el censo de población, escogerá 150.000 votantes masculinos y 150.000 votantes femeninas (300.000 en total), o sea el 10% de la población de Faguas. Esos 300.000 votantes se llamarán votantes calificados. Las personas seleccionadas tendrán un período de tres meses para presentar razones justificadas en caso de que no pudiesen asumir esa responsabilidad, que será de obligatorio cumplimiento. Cada uno de ellos sabrá leer y escribir al momento de la votación (se les enseñará si no saben). Los votantes calificados recibirán cursos especiales de derechos y deberes ciudadanos y de funcionamiento del Estado, así como dos seminarios-talleres anuales sobre los principales problemas del país. El voto de los votantes calificados valdrá por dos votos en las votaciones presidenciales.

b. En las discusiones y aprobaciones de leyes tipo A (que afecten directamente la vida de la población) en la Asamblea Nacional, el voto de los votantes calificados se recogerá de forma electrónica. La Asamblea tomará en cuenta el resultado, pero podrá no acatarlo por voto de la mayoría.

c. Para votar, tanto los votantes calificados como los regulares mayores de 25 años tendrán que presentar su certificado de pago o de exención de impuestos.

d. Podrán votar todos los habitantes que hayan cumplido 18 años.

El complot

Después de que las mujeres llegaron al poder, Emiliano Montero pasó meses sin poder dormir toda la noche de un tirón. Era el presidente del partido que, él no dudaba, habría ganado las elecciones de no aparecer el pie en el panorama y de no haber el Mitre disminuido la virilidad de sus partidarios. Tenía que admitir, al menos en su fuero interno, que había actuado con arrogancia descalificadora al descartar el impacto del volcán y la preocupación de su equipo de campaña de que su ventaja en las encuestas se esfumara. Según él, lo había calculado todo como un juego perfecto. Ningún escrúpulo lo detuvo. Hizo cuanto fue necesario -y bien sabía él lo que eso significaba- para asegurar su triunfo. La verdad fue que nunca imaginó que un partido con un nombre como Partido de la Izquierda Erótica tuviese la más mínima posibilidad de ganarle. Su esposa incluso, que era clarividente y leía las cartas, lo tranquilizó asegurándole que todos los arcanos indicaban que sería él quien tomaría el poder. Bien que se había equivocado, y ni que reclamarle: no había parado de llorar la noche de la derrota. A las tres de la mañana salió al patio, furiosa, a prenderles fuego a todas las estampas, los sahumerios, los amuletos y hechizos que simpatizantes de todo el país, conocedores de su debilidad por la magia, le mandaron a lo largo de la campaña como testimonio de su adhesión. Pena le daba la pobre, pero para suerte suya, no se arredraba. Además conocía muy bien los entretejidos de la mente femenina. Estaba decidida a encontrar las debilidades de las eróticas, cortarles el aliento y ponerle fin a aquella farsa.

Por esos días llamó a sus amigos de siempre, los que consuetudinariamente estaban de acuerdo con él y trataban sus palabras con reverencia. Tendrían que reagruparse y pensar, les dijo. Ese gobierno no terminaría su período sin que ellos demostraran su beligerancia. Para desgracia suya, el asunto de los niveles de testosterona no se remediaba con charlas iracundas. El remedió medianamente el suyo con suplementos que pedía por Internet, pero impedido de actuar, también entró en un letargo de días repetidos que se le fueron pasando como papeles descartados y en blanco. Las cosas mejoraron con el tiempo. Poco a poco la apatía se disipó, se reanudaron las discusiones. Su mujer ganó de peso, su semblante se recompuso.

Emiliano tenía la costumbre de salir por las tardes a dar vueltas por la ciudad. Con el ronroneo del motor lograba al fin conciliar el sueño. Marvin, su chofer, que sabía que su jefe se dormía en el carro, seguía la misma ruta todos los días. Pasaba por la fuente del centro, bajaba por una larga avenida en cuyas rotondas se alzaban disparatadas estatuas erigidas por diversos alcaldes: efigies de la Virgen de la Inmaculada Concepción, un Cristo al estilo del de Río de Janeiro, una sirena. Las imágenes religiosas eran la cosecha de un alcalde obsesionado con el infierno; la sirena era legado de otro más bien aficionado a la mitología. En el camino de regreso, tomaba la avenida que serpenteaba por la mancha esmeralda de Tilapa, una laguna hundida en el cráter que dejara miles de años atrás alguna violenta explosión volcánica.

– Toda su vida mi mujer ha estado tratando de hacer bien las cosas, ¿sabes Marvin?

El chofer no se había enterado de que su jefe estaba despierto.

– Sí señor, claro que lo sé.

Por asomarse al espejo retrovisor, Marvin no vio la moto que se les cruzó en el camino. Un chirrido de frenos precedió el impacto. El motociclista voló por los aires y se estrelló contra el parabrisas del coche.

Asustados, pero ilesos, chofer y pasajero salieron del carro. Se revisaron, caminaron alrededor del vehículo desorientados. Ya la gente se acumulaba alrededor del accidente. El motociclista yacía tirado en la carretera, rodeado de curiosos. Se agarraba con las manos el casco y tenía una expresión de dolor en el rostro.

– ¿Cómo te sentís, hombre? -se acercó Emiliano, inclinándose apenas.

Marvin en cambio se arrodilló a su lado. El hombre empezaba a sangrar por la nariz.

Movía la cabeza de un lado al otro.

– Jefe, creo que mejor lo llevamos al hospital.

– Dale. Montalo adelante.

Ayudado por los curiosos, Marvin ayudó al herido a levantarse. Le quitó el casco. Menos mal que no tenía heridas en la cabeza, pensó el chofer, aunque se quejara de dolor en el hombro y mareo.

Con el parabrisas roto, manejaron hasta la entrada de emergencia del hospital más cercano.

El accidentado se llamaba Dionisio.

Meses después Emiliano Montero comentaría con su mujer:

– ¿Te das cuenta? Fue Dios. Dios lo puso en mi camino.

Leticia Montero

La esposa de Emiliano se pasea nerviosa, retornando a su viejo hábito de comerse las uñas. No teme que el actor material de delito, de ser capturado, denuncie a nadie. Lo que le preocupa es que, oficialmente, nadie ha anunciado la muerte de Viviana.

– Te aseguro que no es cosa mía. No fui yo, te repito. Pero no importa quién haya disparado, seguro está muerta. No lo han dicho para ganar tiempo, ¡mujer de poca fe!, le espetó el marido cuando salió con el chofer a dar vueltas por las calles como era su costumbre.

Esta vez iría bien despierto, pensó ella, querría ver con sus propios ojos el silencio funesto que, según comentarios de las amistades que los llamaron por teléfono, estaba posado como una pesada y tóxica atmósfera sobre la ciudad. Las avenidas lucían desalojadas de transeúntes, los bares de parroquianos y los restaurantes de comensales. Como si hubiera caído una bomba de neutrones y quedaron solo los edificios, había dicho Rita -le pareció que lloraba en el auricular-, y eso que su amiga detestaba -al menos hasta esa mañana- aquel reinado por decreto con que las eróticas , envalentonadas por su Presidenta, habían en pocos meses trastocado las costumbres y convertido el Estado en un ejecutor de políticas a cual más disparatadas. "Agua gratis para los barrios que se mantengan limpios y mantengan limpios a sus niños", la inauguración, con gran bombo y platillos de la carrera de Maternidad (para hombres y mujeres) en la universidad y en las escuelas secundarias, la alfabetización obligatoria para las mujeres analfabetas del campo y la ciudad; los talleres de "respeto y poder" para las parejas víctimas de violencia doméstica, las ministras "invitadas": mujeres feministas que llegaron de todo el mundo a hacerse cargo de carteras ministeriales y a poner en práctica los sueños que en sus propios países nadie les daba permiso de llevar a cabo. ¡Y las flores, por Dios! Ese invento de Viviana Sansón de exportar flores, de fertilizar grandes extensiones con mierda para después sembrar enormes plantíos de flores y hacerle competencia a los proveedores de flores de todo el mundo. Cinco aviones de carga había importado; aviones refrigerados para poder suplir la demanda con abundancia y nunca fallar un pedido. Pero lo peor de las eróticas era su falta de moralidad. La ley que permitía el "aborto inevitable" y el hecho de que lograran engatusar a las del movimiento por la vida, habían colmado para ella la copa de la iniquidad.

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