Muriel Barbery - La elegancia del erizo

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En el número 7 de la Rue Grenelle, un inmueble burgués de París, nada es lo que parece. Paloma, una solitaria niña de doce años, y Renée, la inteligente portera, esconden un secreto. La llegada de un hombre misterioso propiciará el encuentro de estas dos almas gemelas. Juntas, descubrirán la belleza de las pequeñas cosas, invocarán la magia de los placeres efímeros e inventarán un mundo mejor. La elegancia del erizo es una novela optimista, un pequeño tesoro que nos revela como sobrevivir gracias a la amistad, el amor y el arte. Mientras pasamos las páginas con una sonrisa, las voces de Renée y Paloma tejen, con un lenguaje melodioso, un cautivador himno a la vida.

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Y he aquí una escena extraordinaria.

El padre, interpretado por Chishu Ryu, actor fetiche de Ozu, hilo de Ariadna de su obra, hombre maravilloso que irradia calidez y humildad, el padre, como digo, al que le queda poco de vida, conversa con su hija Setsuko acerca del paseo que acaban de dar por Kyoto. Beben sake.

EL PADRE: ¡Y ese templo del Musgo! La luz realzaba aún más el musgo.

SETSUKO: Y también esa camelia que había encima.

EL PADRE: Ah, ¿te habías fijado? ¡Cuán hermoso era! ( Pausa ) En el Japón antiguo hay cosas hermosas. ( Pausa. ) Esta manera de decretar que todo eso es malo me parece excesiva.

La película avanza y, al final del todo, está esta última escena, en un parque, cuando Setsuko, la mayor, charla con Mariko, su antojadiza hermana menor.

SETSUKO ( con expresión radiante ): Dime, Mariko, ¿porqué son violetas los montes de Kyoto?

MARIKO ( traviesa ): Es verdad. Parecen un flan de azuki.

SETSUKO, sonriente : Es un color bien bonito.

La película trata de mal de amores, de matrimonios arreglados, de la familia, de hermandad, de la muerte del padre, del antiguo y el nuevo Japón y también del alcohol y la violencia de los hombres.

Pero sobre todo trata de algo que se nos escapa, a nosotros occidentales, y sobre lo que sólo la cultura japonesa arroja algo de luz. ¿Por qué esas dos escenas breves y sin explicación, que nada en la intriga motiva, suscitan una emoción tan poderosa y sostienen la película entera entre sus inefables paréntesis? Y he aquí la clave de la película.

SETSUKO: La verdadera novedad es lo que no envejece, pese al tiempo.

La camelia sobre el musgo del templo, el violeta de los montes de Kyoto, una taza de porcelana azul, esta eclosión de la belleza en el corazón mismo de las pasiones efímeras, ¿no es acaso a lo que todos aspiramos? ¿Y lo que nosotros, civilizaciones occidentales, no sabemos alcanzar?

La contemplación de la eternidad en el movimiento mismo de la vida.

Diario del movimiento del mundo n.°3

¡Pero vamos, alcánzala!

¡Cuando pienso que hay gente que no tiene televisión! Pero ¿cómo es posible, cómo se las apaña? Yo es que podría pasarme horas enteras viendo la tele. Quito el sonido y miro. Es como si viera las cosas con rayos X. Cuando se quita el sonido viene a ser como quitar el papel de embalaje, el bonito papel de seda que envuelve una tontería que te ha costado dos euros. Si veis así los reportajes de los noticiarios, os daréis cuenta de una cosa: las imágenes no tienen nada que ver unas con otras, lo único que las une entre sí es el comentario, que hace que una sucesión cronológica de imágenes parezca una sucesión real de hechos.

Bueno, resumiendo, que me encanta la tele. Y esta tarde he visto un movimiento del mundo interesante: una competición de saltos de trampolín. En realidad, varias competiciones. Era una retrospectiva del campeonato del mundo de la disciplina. Había saltos individuales con figuras impuestas o figuras libres, saltadores hombres o mujeres, pero sobre todo, lo que más me ha interesado eran los saltos dobles. Además de la proeza individual, con un montón de tirabuzones, giros y piruetas, los saltadores tienen que ser sincrónicos. No tienen que ir más o menos a la vez, no: perfectamente a la vez, no puede haber ni una milésima de segundo de diferencia entre ambos.

Lo más gracioso es cuando los saltadores tienen morfologías muy diferentes: uno bajito y retaco al lado de uno alto y esbelto. Al verlos uno piensa: esto no puede funcionar, en términos físicos, no pueden salir y llegar a la vez; pero sí que lo consiguen, aunque no os lo podáis creer. Lección que hay que sacar de esto: en el universo todo es compensación. Cuando se es menos rápido, se tiene más fuerza. Pero lo que me proporcionó alimento para mi Diario fue cuando dos jóvenes chinitas se presentaron en lo alto del trampolín. Dos esbeltas diosas con trenzas de un negro brillante y que podrían haber sido gemelas por lo mucho que se parecían, pero el comentarista precisó que ni siquiera eran hermanas. Bueno, total, que llegaron a lo alto del trampolín, y creo que todo el mundo debió de hacer como yo: contener el aliento.

Tras varios impulsos gráciles, saltaron. Las primeras mieras de segundo, fue perfecto. Sentí esa perfección en mi propio cuerpo; según parece es una historia de «neuronas espejo»: cuando se mira a alguien hacer una acción, las mismas neuronas que activa esta persona para hacer lo que está haciendo se activan a su vez en nuestra cabeza, sin que nosotros movamos un dedo. Un salto acrobático sin moverse del sofá y comiendo patatas fritas: por eso a la gente le gusta ver deporte por televisión. Bueno, total, que las dos gracias chinas saltan y, al principio del todo, éxtasis total. Y luego, ¡horror! De repente el espectador tiene la impresión de que hay un ligerísimo desfase entre ambas. Uno escudriña la pantalla, con el corazón en un puño: sin lugar a dudas, hay un desfase. Sé que parece absurdo contar esto así cuando en total el salto no debe de durar más de tres segundos, pero justamente porque sólo dura tres segundos, uno mira todas las fases como si duraran un siglo. Y resulta ya evidente, ya no cabe ponerse una venda en los ojos: ¡están desfasadas! ¡Una va a entrar en el agua antes que la otra! ¡Es horrible!

De repente me vi a mí misma gritando ante el televisor: ¡pero alcánzala, vamos, alcánzala! Sentí una rabia increíble contra la que se había rezagado. Me hundí en el sofá, asqueada. Bueno, entonces, ¿qué? ¿Es esto el movimiento del mundo? ¿Un ínfimo desfase que arruina para siempre la posibilidad de la perfección? Me tiré al menos treinta minutos de un humor de perros. Y de pronto me pregunté: pero ¿por qué querría uno a toda costa que la alcanzase? ¿Por qué duele tanto cuando el movimiento no está sincronizado? No es muy difícil adivinarlo: todas estas cosas que pasan, que fallamos por poco y malogramos ya para siempre, eternamente… Todas estas palabras que deberíamos haber dicho, estos gestos que deberíamos haber hecho, estos kairos fulgurantes que surgieron un día, que no supimos aprovechar y que se sumieron para siempre en la nada… El fracaso por un margen tan pequeño… Pero sobre todo se me vino a la mente otra idea, por lo de las «neuronas espejo». Una idea perturbadora, de hecho, y vagamente proustiana (lo cual me pone nerviosa). ¿Y si la literatura no fuera sino una televisión que uno mira para activar sus neuronas espejo y para proporcionarse a bajo coste los escalofríos de la acción? ¿Y si, peor aún, la literatura fuera una televisión que nos muestra todo aquello en lo que fracasamos?

¡Vaya un movimiento del mundo! Podría haber sido la perfección pero es el desastre. Debería vivirse de verdad pero es siempre un disfrute por poderes.

Entonces os pregunto: ¿por qué permanecer en este mundo?

14

Entonces, el Japón antiguo

A la mañana siguiente, Chabrot llama a mi puerta. Parece haberse recuperado, ya no le tiembla la voz y su nariz está seca y con buen color. Pero parece un fantasma.

– Pierre ha muerto -me dice con voz metálica.

– Lo siento mucho -le contesto.

Y de verdad lo siento sinceramente por él, porque si Pierre Arthens ya no sufre, Chabrot tendrá que aprender a vivir estando como muerto.

– Las pompas fúnebres llegarán de un momento a otro -añade Chabrot con su tono espectral-. Le agradecería mucho que hiciera el favor de acompañar a estos señores hasta la casa del señor Arthens.

– Descuide -le digo.

– Volveré dentro de dos horas, para ocuparme de Anna.

Me mira un momento en silencio.

– Gracias -dice (por segunda vez en veinte años).

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