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Manuel Rivas: El lápiz del carpintero

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Manuel Rivas El lápiz del carpintero

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En la cárcel de Santiago de Compostela, en plena Guerra Civil, un pintor dibuja el Pórtico de la Gloria con un lápiz de carpintero, reflejando los rostros… y aun más, las desesperación de sus compañeros de presidio. Un guardián, su futuro asesino, lo observa todo. A partir de aquí se dibuja una historia donde el amor logra vencer a la desesperación.

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Fue después de las elecciones de febrero de 1936, cuando ganó el Frente Popular. El sargento Landesa reunió en secreto a un grupo de hombres de su confianza y lo primero que les dijo fue que aquella reunión nunca había tenido lugar. Grábense bien esto en la cabeza. Lo que aquí se hable, nunca se ha hablado. No hay órdenes, no hay instrucciones, no hay jefes. No hay nada. Sólo existo yo, y yo soy el Espíritu Santo. No quiero cagadas. A partir de ahora, ustedes son sombras, y las sombras no cagan, o cagan blanco como las gaviotas. Quiero que me escriban una novela sobre cada uno de estos elementos. Quiero saberlo todo.

Cuando desplegó la lista con los objetivos que teníamos que marcar de cerca, nombres de personas públicas y otras desconocidas, el guardia Herbal notó una sensación picante en la lengua. Uno de los que figuraban era el doctor Da Barca. Yo podría encargarme de ese hombre, sargento. Tengo la pista. Pero ¿él lo conoce a usted? No, no sabe ni que existo.

Recuerde que esto no es una cuestión personal, sólo se requiere información.

No hay nada personal, sargento, mintió Herbal. Seré invisible. No se me dan las letras, pero le escribiré una novela sobre ese tipo.

Tengo entendido que es un buen predicador.

Como una mecha prendida, sargento.

Pues adelante.

De aquella reunión que nunca tuvo lugar, Herbal recordaría, pasado el tiempo, y de nuevo en su memoria aquel rumor de la fuente donde se lavaban las tripas, el instante en que alguien habló del pintor. No es pintor de brocha gorda, informó el sargento Landesa al agente finalmente encargado de su vigilancia. Éste pinta ideas. Vive en casa de la Tumbona. Y todos rieron. Todos menos Herbal, que no sabía el porqué, ni lo preguntó. Años después lo entendería por boca del propio difunto. Una tumbona era la puta vieja que les enseñaba el oficio a las jovencitas. Les enseñaba, sobre todo, cómo soportar durante el menor tiempo posible el peso del hombre sobre el cuerpo de una, y la regla de oro de cobrar antes del servicio. De vez en cuando, le contaría el difunto, aún llamaban a su puerta. Padres y madres que venían con una muchachita preguntando por la Tumbona. Mi mujer se mordía la lengua, les decía que allí ya no había ninguna tumbona. Y después lloraba. Lloraba por cada una de ellas. Y tenía razón. Muy cerca de allí, en la calle del Pombal, encontrarían la tumbona que buscaban.

Cuatro meses después de la reunión, a finales de junio, Herbal entregó el informe sobre el doctor Da Barca. El sargento lo valoró al peso. Pues sí que parece una novela. Era una carpeta con un montón de notas, escritas a mano con una grafía tortuosa. Los abundantes borrones de tinta, cicatrizados con papel secante, parecían vestigios de una fatigosa pelea. De no ser azules, se diría que eran gotas de sangre caídas de la frente del escribano. En un mismo párrafo, los palos de las letras altas tenían distinta inclinación, hacia la derecha o la izquierda, como ideogramas de una flota embestida por el viento.

El sargento Landesa empezó a leer una hoja al azar. ¿Qué dice aquí? ¡Lección de autonomía con un cadáver!, exclamó mordaz. Anatomía, Herbal, anatomía.

Ya le advertí que no se me daban las letras, atajó ofendido el guardia.

Otra nota: «Lección de agonía. Aplausos». ¿Y esto qué es?

Eso fue un catedrático, señor. El jefe de Da Barca. Se tumbó en una mesa e imitó cómo respiran los muertos antes de morir, que es en dos tiempos. Habló de una cosa que les da a algunos agónicos, una especie de alucinación que les ayuda a irse en sosiego. Dijo que el cuerpo era muy sabio. Y quedó muerto como en el teatro. Le aplaudieron mucho.

Habrá que ir a verlo, comentó con sarcasmo el sargento. Y luego preguntó con mucha extrañeza: ¿Y aquí qué pone? Leyó con dificultad: Doctor Da Barca. La belleza, la belleza… ¿La belleza física?

Déjeme ver, dijo Herbal, acercándose a él para leer por encima de su hombro. La voz le tembló al reconocer la frase que él mismo había escrito. La belleza tísica, señor.

Él, el doctor Da Barca, reconoció ante los estudiantes a una muchachita enferma, de las de la Beneficencia. Primero le hizo pregun tas. Que cómo se llamaba y de dónde era. Lucinda, de Valdemar. Y le decía qué nombre más bonito, y qué sitio más lindo. Después la cogió por el pulso y la miró a los ojos. Les dijo a los estudiantes que los ojos eran las ventanas del cerebro. Luego le hizo la cosa esa de ir percutiendo con los dedos.

Herbal calló por un instante, con la mirada perdida. Estaba recreando de nuevo aquella escena que lo había perturbado y maravilla do a la vez. La muchacha con aquel camisón tan fino. Aquella sensación como de haberla visto antes, peinándose ante una ventana. El doctor colocando con delicadeza dos dedos de la mano izquierda y repicando con el corazón derecho. Que no se mueva el codo. Apreciad la pureza del sonido. Así. Mate. Mate. Hummm. Ni mate ni timpánico. Y después con aquel aparato, el de los oídos, con el mismo recorrido. En los pulmones. Hummm. Gracias, Lucinda, ya te puedes ir a vestir. Hace algo de frío. Todo irá bien, ya verás. Y una vez que ella se fue, él les dice a los estudiantes: Es el sonido de una olla cascada. Pero, en realidad, no haría falta nada de esto. El rostro delgado y pálido, ligeramente teñido en las mejillas. El barniz del sudor en esta aula fría. La melancolía de la mirada. Esa belleza tísica.

¡La tuberculosis, doctor!, exclama un estudiante de la primera fila.

Exacto. Y añadió, con un deje de amargura: El bacilo de Koch sembrando tubérculos en el jardín rosado.

Herbal sintió el tentáculo frío del fonendo en su pecho. Una voz exclamaba: ¡Es el sonido de una olla cascada!

La belleza tísica. Me llamó la atención esa frase, sargento. Por eso la apunté.

¿No fue una imprudencia ir a la Facultad?

Me mezclé con un grupo de estudiantes portugueses que venían de visita. Quería saber si adoctrinaba en clase.

El sargento ya no volvió a levantar la mirada de aquellos papeles hasta completar la lectura. Parecía hechizado por lo que allí se contaba y de vez en cuando murmuraba sobre la marcha. ¿Así que es cubano? Sí, señor, hijo de emigrantes retornados. Viste elegante, ¿eh? De galán. Pero sólo debe de tener un traje, sargento, y dos pajaritas. Y nunca lleva gabán ni sombrero. ¿Sólo tiene veinticuatro años? Aparenta más, señor. A veces deja crecer la barba. Aquí dice que los mancos levantan el muñón como un puño. Debe de hablar bien el tipo este. Mejor que un cura, señor. Parece interesante esta señorita Marisa Mallo. Herbal calló.

¿Está buena o no?

Es muy guapa, sí, pero ella no tiene nada que ver.

¿Con qué?

Con las cosas de él, señor.

El sargento hojeó unos recortes de papel de prensa incorporados por Herbal al informe. «El substrátum del alma y la realidad inteligente.» «Los ataúdes infantiles en los tiempos de Charles Dickens.» «La pintura de Millet, las manos de las lavanderas y la invisibilidad de la mujer.» «El infierno en Dante, el cuadro de La loca Kate y el manicomio de Conxo.» «El problema del Estado, la confianza básica y el poema A xustiza pola man de Rosalía de Castro.» «El engrama del paisaje y el sentimiento de morriña.» «El horror que viene: la biología genética, el deseo de estar sanos y el concepto de vidas lastre .» El sargento miró circunspecto la misma firma en todos los artículos. D. Barkowsky.

Así que Barkowsky, ¿eh? Por lo visto, dijo, tu hombre no para. Médico en la Beneficencia Municipal. Auxiliar en la Facultad de Medicina. Y además panfletista, conferenciante, mitinero. Va del Hospital al Centro Republicano y aún tiene tiempo de llevar a la novia al cinematógrafo del Teatro Principal. Es íntimo del pintor, ese galleguista, el de los carteles. Anda con republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas, pero ¿qué carajo es este tipo?

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