Obedecí a esta mujer como a un superior e hice lo que me indicaba. Luego, al entrar en la habitación, encontré un gran baúl abierto en el suelo. Sin duda era el que había ocultado a Khamurjee. Pero ¿dónde estaba el niño? Registramos rápidamente la habitación principal pero no encontramos rastro alguno de nuestro espía. Empujé la puerta del cuarto de baño, que estaba medio abierta. El lugar estaba sumergido en tinieblas, pero mis ojos, que ya se habían habituado a la oscuridad, vieron enseguida un cuerpo inanimado tendido sobre el enlosado. Mi corazón se aceleró y solté un grito, pero cuando ya me precipitaba hacia Khamurjee, la voz de madame de Réault resonó a mi espalda con tal dureza que me detuve instantáneamente.
– ¡Sobre todo no se mueva, Tewp! ¡O es hombre muerto!
La voz había adoptado un tono súbitamente amenazador, casi hostil. Sin comprender a qué se debía aquella patente agresividad, me volví lentamente hacia ella. Madame de Réault sostenía su Lepage en la mano y lo apuntaba contra mí. Yo no entendía nada.
– ¡Salga de la habitación tan despacio como pueda, Tewp, y nada de movimientos bruscos!
Dudé sobre la conducta a seguir. ¿Realmente Garance de Réault me estaba amenazando con su arma?
– ¡Salga de esta habitación, oficial! ¡Sé cómo arreglármelas con estas bestezuelas, pero tiene que dejarme el campo libre!
¿De qué bestezuela estaba hablando? Muy a mi pesar, eché una ojeada a Khamurjee. Y entonces vi cómo, sobre su pecho, se desenrollaba una larga criatura con múltiples anillos que se deslizaba hacia el suelo… ¡Era una serpiente, enorme, un animal de pesadilla que se desplegaba y se dirigía directamente hacia mí!
Réault me sujetó de la manga y, con una fuerza extraordinaria, me echó del cuarto de baño. Desequilibrado, caí pesadamente detrás de ella, mientras la mujer avanzaba, resuelta, cargando contra el monstruo, una cobra de casi cuatro pies de largo que acababa de erguirse y escupía hacia ella como un gato furioso. Sin preocuparse de la amenaza, Réault cogió una toalla del lavabo, la enrolló burdamente en torno al tambor de su arma y disparó dos veces sobre la serpiente, que se derrumbó, decapitada por las descargas. Las detonaciones, amortiguadas por la toalla, apenas habían provocado más ruido que una tos ronca.
– ¡El secreto del éxito es la determinación! -dijo Réault apartando a la bestia con el pie e inclinándose sobre el cuerpecito tendido en el suelo.
Me levanté, abrumado por la sangre fría de que había dado muestras esta mujer, y yo también me acerqué a Khamurjee. El color de su piel había palidecido y no veía que su pecho se elevara.
– No está muerto -murmuró la francesa después de haberle palpado la garganta-. Su cuerpo está atiborrado de veneno, pero aún resiste. ¡Tenemos que sacarlo de aquí cuanto antes!
Mientras yo cogía al chiquillo en brazos y percibía con terror la frialdad de su piel, Réault se arrodilló junto a la bañera y hundió la mano en la trampilla, ya abierta. Vi cómo tanteaba un instante y luego sacaba la caja que yo mismo había descubierto en mi primera venida. Con evidente triunfo, la sujetó bajo el brazo y me precedió para verificar si el camino estaba libre. De nuevo me felicité por haber venido acompañado por esta mujer. Si ella no hubiera tenido la presencia de ánimo necesaria para pensar en el vult, el pánico que me había dominado al contemplar el cuerpo inanimado de Khamurjee me hubiera hecho olvidar por qué estábamos corriendo todos estos riesgos. Sin demasiadas dificultades, transportamos al chiquillo a la habitación del cuarto piso, donde lo deposité sobre la cama mientras Réault verificaba que la caja contenía efectivamente el cráneo.
– Todo está aquí, oficial Tewp. ¡Lo hemos conseguido!
En ese instante, poco me importaba haber recuperado este objeto infernal. Todos mis pensamientos se concentraban en el niño y hubiera dado cualquier cosa por salvarle la vida. Por desgracia, me parecía que ya no había nada que hacer, porque su pulso era extremadamente débil.
– Necesitamos a un médico -dije-. ¡Iré a buscar al doctor Nicol!
– ¡Mala idea, Tewp! Nicol es un buen médico, pero su ciencia tiene sus límites. Necesitamos a alguien más competente. ¡Y seré yo quien vaya a buscarlo! ¡Confíe en mí, no se mueva y sobre todo no toque el cráneo!
La perspectiva de quedarme solo en esta habitación de hotel con el niño moribundo me aterrorizó.
– ¿Y si Keller vuelve y nos encuentra? -pregunté azorado.
– ¡Abátala! -me dijo Réault mirándome directamente a los ojos y colocándome su Lepage en la palma de la mano.
El arma aún estaba caliente y olía a pólvora.
Réault se había reunido con Swamy en el exterior del hotel y había salido disparada con él hacia no sé qué barrio de Calcuta. La espera se me hacía eterna, y temía que en cualquier momento Khamurjee dejara de respirar del todo.
– Sobre todo no le caliente de ningún modo -me había prevenido la francesa antes de partir-. Ni baño ni mantas. Dilataría sus vasos sanguíneos y ayudaría al veneno a que se difundiera aún más. Déjelo como está. ¡Si ha sobrevivido hasta ahora, es que es capaz de seguir aguantando!
Faltaba una hora para la medianoche y nuestro plan se encaminaba al desastre. Cierto que teníamos el vult , pero ¿a qué precio? Furioso contra mí mismo, me retorcía las manos y lloraba casi de rabia al pensar que había enviado a un chiquillo a primera línea de combate. ¡Qué egoísmo haberle lanzado a una aventura semejante! Hubiera debido de ser consciente de que Keller era un ser temible y perverso. Seguramente la mujer se había dado cuenta de que habían registrado su habitación. Sí, esto parecía coherente: ofuscado por las palabras de Gillespie sobre la debilidad de la joven, cegado asimismo por la excesiva seguridad en mis propias capacidades, había entrado por efracción en la 511, pero a pesar de mis precauciones, sin duda había dejado huellas de mi paso. Alarmada, Keller había colocado esta serpiente como guardián en el hueco de la bañera, ¡y el chiquillo la había liberado al introducir su mano! ¡Keller! ¡Decididamente esa mujer era la culpable de todo! Mis dedos se cerraron convulsivamente sobre el Lepage. Impotente, sin poder hacer nada que no fuera ver morir a este niño ante mis ojos, me cegó la ira, y a todo correr subí al quinto piso por la escalera de servicio. Si la austríaca había vuelto, tenía la firme intención de saldar cuentas con ella inmediatamente, sin hacerle preguntas, sin tratar de averiguar siquiera las razones de su presencia en Calcuta. Avancé por el pasillo. ¡Se filtraba luz bajo la puerta! Con el revólver apretado en el puño, pegué la oreja al batiente, tratando de adivinar en qué parte de la suite se encontraba, pero no percibí ningún sonido. De pronto sentí el contacto de un tubo de metal frío sobre mi nuca. Me puse rígido y giré lentamente los ojos para descubrir el rostro de mi agresor.
– ¡Intervengo en el instante en que iba a poner en ejecución una pésima idea, teniente Tewp!
El que había susurrado esta frase era un hombre de unos cuarenta años, esbelto, de mi misma estatura. Llevaba un traje claro cortado en la mejor de las telas y no se había sacado su panamá. Con un gesto, el desconocido me invitó a retroceder, y después de quitarme el Lepage de las manos, me invitó a avanzar hasta el fondo del pasillo. Una pareja salió de una habitación y por un instante pensé en aprovechar la ocasión, pero como si leyera mis pensamientos, el hombre me advirtió en voz alta de que todo movimiento brusco por mi parte recibiría un castigo inmediato.
– ¿Adonde vamos? -pregunté.
– Al lugar de donde viene, habitación 434.
Su tono no admitía discusión. El individuo iba armado y al parecer sabía muchas cosas sobre mí. De momento no tenía otra opción que obedecerle. Volvimos a bajar las escaleras y entramos de nuevo en la habitación, donde Khamurjee, felizmente, todavía respiraba. El hombre me indicó con un gesto que me sentara en un sillón, cerca de la cama, y luego, con la espalda apoyada contra la puerta, frotó una cerilla y se llevó un cigarrillo a los labios.
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