Iain Banks - Pasos sobre cristal

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Pasos sobre cristal: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia de
, son tres historias en realidad. En la primera tenemos a Graham, un joven artista que se dirige a casa de su amiga Sarah, acompañado de una carpeta con varios dibujos de ella. En segundo lugar está Steven Grout, un tipo verdaderamente extraño, que acaba de renunciar a su puesto de trabajo y que siempre va con casco, huyendo de sus Atormentadores. Y por último tenemos a Quiss y Ajayi, un hombre y una mujer, respectivamente, ya mayores, que están encerrados en un extraño castillo, algunas de cuyas paredes son de cristal, detrás de las cuáles hay peces luminiscentes, y donde pasan los días jugando a estrambóticos juegos de mesa con el fin de poder obtener la opción de responder a un acertijo, y así poder salir libres.

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—Hay que estar loco —dijo Quiss, con la boca tapada por su abrigo.

—¿Cómo? —dijo el ayudante, poniéndose aún más rígido y a continuación se irguió en toda su, si bien modesta, altura. Quiss tosió nuevamente.

—Nada. ¿De qué hacéis los números? ¿Qué es ese material gris?

—Yeso de Salt Lake City [18] Salt Lake City: ciudad de los E.U.A. —dijo el pequeño ayudante, como si sólo un idiota pudiera hacer semejante pregunta. Quiss le miró con el ceño fruncido.

—¿Qué diablos es eso?

—Es como el yeso de París [19] Yeso de París es una traducción literal de plaster of París: yeso blanco. , salvo que más obscuro —dijo el pequeño subordinado y a continuación dio media vuelta y escapó a toda prisa por entre la niebla de polvo gris. Sacudiendo su cabeza, Quiss tosió, soltando luego la puerta de plástico que mantenía abierta.

Ajayi todavía continuaba reflexionando sobre sus dos últimas teselas, sin decidirse con cuál de ellas iba a jugar. Apoyando los codos sobre sus rodillas y la cabeza entre sus manos, cerró los ojos con aire pensativo.

La nieve se posaba sobre su fino cabello entrecano, pero ella aún no se había dado cuenta de que nevaba. Su expresión de concentración se intensificó. Casi habían acabado.

El Scrabble Chino se jugaba sobre un tablero cuadriculado, parecido a una pequeña porción del tablero del Estratego al cual habían jugado hacía más de cien días atrás, pero en el Scrabble Chino uno debía colocar pequeñas teselas con pictogramas en las casillas que formaban las líneas de la cuadrícula y no pequeñas piedras sobre los intersticios. Esta vez no había tenido necesidad de complicarse con cosas como las piezas infinitamente largas, pero el problema residía en la elección de los pictogramas que le tocaban a cada uno al comienzo del juego. Aparte de esto, tuvieron que aprender un idioma llamado chino.

Solamente eso les había llevado más de setecientos días. Quiss estuvo varias veces a punto de abandonar, pero de algún modo Ajayi logró convencerle de que siguiera adelante; aquel nuevo idioma le apasionaba. Era como una clave, decía. Incluso ahora podía leer mucho más.

Ajayi volvió a abrir los ojos y examinó el tablero.

Los significados y posibilidades de los pictogramas que tenía frente a ella le ocupaban sus pensamientos, mientras trataba de encajar las dos últimas teselas en alguna parte de aquella trama de líneas asimétricas que ella y Quiss habían creado encima del pequeño tablero.

El chino era un idioma difícil, incluso mucho más difícil que aquel que había comenzado a estudiar y que llamaban inglés, pero ambos merecían el esfuerzo. Incluso valían el esfuerzo de tener que arrastrar a Quiss por el mismo camino educativo. Ella le había ayudado, persuadido, incitado, gritado e insultado hasta que él logró captar el idioma en el cual tenían que jugar las partidas, e incluso una vez dominados los elementos básicos ella aún tuvo que continuar ayudándole a seguir adelante; Ajayi había sido capaz de deducir aproximadamente qué teselas le quedaban a Quiss en la etapa final del juego, en parte la más difícil, e intencionalmente dejó unas aperturas fáciles de completar para que Quiss no se viera imposibilitado de deshacerse de las últimas teselas debido a su conocimiento imperfecto del idioma. El resultado era que ahora ella se encontraba atascada, incapaz de ver en dónde podría ubicar los dos últimos pictogramas que le quedaban. Si no lograba encasillarlas en algún lugar, formar uno o más nuevos significados, entonces tendrían que comenzar todo de nuevo. La siguiente partida no les tomaría tanto tiempo como ésta, la cual llevaban jugando desde hacía treinta días, pero a Ajayi le preocupaba que Quiss perdiese la paciencia. Ya varias veces le había recriminado entre gruñidos que ella no le había enseñado debidamente el idioma.

Pero para Ajayi aquel idioma era un maravilloso y mágico regalo. Para ser capaces de jugar correctamente, debían por supuesto comprender el chino, un idioma del planeta del Súbdito del castillo, el planeta cuyo nombre todos los libros parecían querer mantener en el anonimato. Por consiguiente, el senescal les proveyó de un diccionario con pictogramas chinos y su equivalente en uno de los idiomas comunes a ambos bandos de las Guerras Terapéuticas, un antiguo código de batalla descifrado hacía tiempo, tan refinado que le permitió seguir siendo útil como lenguaje mucho después de haber dejado de ser secreto.

Con esta llave Ajayi podía acceder a cualquiera de los idiomas originales del innominado globo. En pocos días encontró un diccionario chino-inglés y después de eso comenzó a leer con mucha mayor soltura. Aprendió el chino para jugar y el inglés para leer, junto con algunos otros idiomas, llegando a comprender con relativa fluidez el sistema indoeuropeo mucho antes que las demás complicadas lenguas orientales.

Era como si todo el ruinoso y gigantesco castillo se hubiera vuelto de pronto transparente; ahora tenía la posibilidad de leer y disfrutar una infinidad de libros; delante de ella se desplegaba toda una cultura y una civilización entera, para que ella la estudiase a su antojo. Ya había comenzado a aprender francés, alemán, ruso y latín. Pronto pasaría al griego y con los conocimientos de latín el italiano no representaría una gran dificultad (su inglés ya le servía para acceder al antiguo idioma romano). El castillo había dejado de ser la prisión que anteriormente era; ahora lo veía como una biblioteca, como un museo de literatura, de alfabetismo, de idiomas. La única cosa que todavía le inquietaba era que no había forma de traducir las inscripciones de las pizarras. Aquellos símbolos crípticos y sepultados seguían sin querer decir nada. Ajayi había registrado pared tras pared de libros, pero jamás encontró mención alguna sobre aquellas extrañas y sencillas inscripciones que por alguna razón estaban grabadas en la cara interna de la piedra veteada.

Pero se trataba de una preocupación menor en comparación a la inmensa satisfacción que sentía con su descubrimiento de la clave de las lenguas originales del castillo. Había comenzado a leer metódicamente todos los clásicos del pasado del planeta innominado, después de haber hallado un libro orientativo sobre la literatura de ese mundo. Aparte de alguna ocasional incursión —para despertar su apetito— era bastante estricta con ella misma en cuanto a seguir un orden cronológico en las lecturas de los libros que había descubierto en sus habitaciones. Ahora estaba comenzando, a la par que finalizaban aquella primera y —eso esperaba— última partida de Scrabble Chino, con los dramaturgos de la época isabelina en Inglaterra, hallándose bastante excitada con la perspectiva de leer a Shakespeare, el cual esperaba con ansia que no defraudase sus expectativas creadas por las exageradas alabanzas leídas en los últimos ensayos críticos.

Aunque había adelantado bastante, todavía se le escapaban muchas cosas; había libros que aún no había encontrado, o que tenía que leer, una vez que terminase de leer de cabo a rabo hasta el último periodo en que se siguieron publicando los libros (o hasta donde habían registrado los archivos del castillo; Ajayi no sabía qué podía haber sucedido; ¿había sido el mundo destruido por algún cataclismo, pasaron a otra forma de comunicación, o acaso el castillo tan sólo albergaba las obras producidas hasta cierto periodo histórico del mundo?).

—Vamos, Ajayi —dijo Quiss suspirando—. He terminado hace siglos. ¿Qué es lo que te retrasa tanto?

Ajayi miró al anciano de cabello moteado, con sus mejillas afeitadas y el amplio rostro lleno de arrugas. Ella arqueó una ceja, pero no dijo nada. Le hubiera gustado pensar que su compañero estaba bromeando, pero temía que hablara en serio.

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