– No me llevaría mucho tiempo.
– ¿Me estás diciendo que no has escrito nada?
– Todavía no.
El intercomunicador hizo un clic.
– ¿Jared?
– ¿Qué?
– No encuentro al agente de Dylan.
– Pensaba que te tenía dicho que consiguieras información de todos los contactos. ¿Lo recuerdas?
– Es culpa mía -murmuré, tratando de proteger a Mike.
Jared soltó el intercomunicador.
– No me van los jueguecitos.
– A mí tampoco. Déjame que llame a mi agente, ¿de acuerdo? -No tenía agente, ni la más remota idea de dónde podría encontrar uno-. No está muy al tanto de toda esta historia.
– Si crees que voy a dejarte salir de este despacho con la película en tu cabeza, estás loco. Necesito que me des algo, Dylan. No me jodas, tío. Es mi película. Lo presiento.
– Estupendo -dije, levantando ambas manos con la esperanza de atemperar aquella locura-. Los dos estamos muy nerviosos. A ver, dime, ¿qué debería pasar a continuación?
– Que llames a tu agente desde aquí.
– ¿Qué?
Alzó las dos manos.
– Siéntate a mi mesa. Te prometo que no escucharé. Saldré al pasillo. -Se paseaba como un loco-. Siéntate y llámale desde aquí.
– Yo…
– Te estoy ofreciendo mi despacho, tío. Adelante. Siéntate.
No había modo de rechazar su oferta. Me senté en su silla. Él se encerró en la antecámara de Mike, pero antes de marcharse me señaló con el dedo por la puerta entreabierta.
– Dile que te tengo retenido hasta que me entregues algo que pueda presentar en una reunión.
– De acuerdo.
Cuando cerró la puerta marqué el número de mi casa. Por supuesto, saltó el contestador. Abby estaba en clase. Colgué sin dejar ningún mensaje, luego saqué la agenda y llamé a Randolph Treadwell al Weekly . Le encontré.
– Ayuda -dije.
– ¿Has ido a la reunión?
– Estoy en ella. Me ha dejado solo para que llamara a mi agente, solo que no tengo agente. Estoy tras su mesa.
– Interesante. -La voz de Randolph sonaba neutra.
– ¿Jared es siempre tan… hum… volátil?
– No le conozco demasiado. ¿Por qué?
– Da la impresión de que cree que vamos a ser padres. Que tendremos un bebé de oro macizo.
– Así son las cosas -dijo Randolph, sin dejarse impresionar-. Es como un grifo. Si está abierto, el agua sale a chorros. Ahora tienes que mantenerlo abierto.
– Gracias por el consejo.
– ¿Quieres pasarte por aquí cuando salgas? ¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad?
– Tengo que ir a ver a mi padre a Anaheim.
– ¿Qué hace en Anaheim?
Jared entró como una bala.
– Tengo que dejarte. -Colgué.
– ¿Cómo acaba? -preguntó Jared.
– ¿Perdona?
– Estaba intentando contárselo a Mike, todo, lo de los negros, la cárcel, Elvis. Y se me ha olvidado si me habías contado el final.
– Eh… Creo que no hemos llegado al final -dije con cautela.
– ¿Y?
– Bueno, Johnny Bragg entra y sale de la cárcel un par de veces más, creo. Sigue componiendo siempre que puede. Pero no consigue más éxitos.
– ¿Y los Prisonaires?
– Creo que mueren.
– ¿Podríamos incluir un regreso triunfal?
Me encogí de hombros. ¿Por qué no? Aunque no conseguí decirlo con palabras. ¿Quedaba algún aspecto de la historia de Johnny Bragg que no hubiera deshonrado ya? ¿Qué daño podía hacerle un pequeño regreso triunfal? ¿O un gran regreso triunfal?
– ¿Y qué pasa con Elvis? Elvis es importantísimo para la historia. La escena de Elvis es estupenda, la visita a la cárcel cuando te has echado a llorar, ¿recuerdas?
Tal vez Elvis podía volver a darle un puñetazo al alcaide en la mandíbula y después liberar a Bragg de la prisión. O podían encadenar a los dos juntos por los tobillos, a Bragg y Presley, y enviarlos a partir rocas. En cualquier caso, las canciones serían estupendas.
– Bueno, en realidad la historia no tiene un gran final -dije-. Sigue más o menos igual. Estoy seguro de que podremos buscarle un buen final. Quizá Johnny Bragg cruzando por última vez las verjas de la prisión, convertido por fin en hombre libre.
– Tiene que ser bueno.
– Puede serlo.
– ¿Atrapan a los tipos que lo hicieron?
– ¿Que hicieron qué?
– Ya sabes, las mujeres asesinadas.
– No hay ninguna muerta. No hubo ningún gran enfrentamiento legal ni nada. Al final el tipo envejeció y dejaron de meterse con él, supongo.
– ¿Qué edad tenía?
Me había preguntado cuánto tardaría en salir la cuestión.
– Es posible que siga vivo -dije.
Cuando leí la nota de Colin Escott, hacía nueve años, Johnny Bragg seguía con vida y concedía entrevistas. Sus anécdotas configuraban la mitad de mi exposición. Llevaba años planeando viajar a Memphis para intentar entrevistarlo. La visita, como tantos otros proyectos, había tenido que esperar a que una entidad como Dreamworks la financiara. Al menos, esa era mi excusa.
– ¿Vivo?
– Es posible.
– ¿Posible?
Tenía ganas de chillar: «¡Sí! ¡Vivo! ¡Posible!».
– Tendrá unos setenta y pico años.
– ¿No lo sabes?
– Me enteraré.
– Pues tenemos un problema grave, Dylan. -Jared se pasó la mano por el pelo y frunció el ceño, víctima de una tensión que yo no lograba entender-. ¿Te importa devolverme mi mesa, por favor?
– ¿Qué quieres que haga? -pregunté al cambiar de sitio.
Jared, sin dejar de fruncir el ceño, volvió a sentarse, cruzó las piernas y con un par de dedos se masajeó el puente de la nariz y la periferia de la mandíbula. Parecía en fase de recuperación de una juerga, de relajación tras un orgasmo o un chute de crack. Me pregunté con cuánta frecuencia se los permitiría.
– Entras aquí y me sueltas la historia de una vida, de una persona viva -dijo, no enfadado pero sí con hondo pesar-. Bueno, tendremos que pelearnos por los derechos. Y puede ponerse bastante peliagudo.
– Él querrá que contemos su historia -sugerí.
– Sí, sí, por supuesto. Aunque no sé lo del final, Dylan. No me acaba de gustar.
El tipo hablaba como si Los prisioneros ya estuviera rodada y montada y acabara de ver el primer pase y le hubiera decepcionado. Ahora nos encontrábamos con la triste tarea de minimizar el desastre y tratar de recortar pérdidas.
– Es demasiado vago, sale, entra, el grupo nunca vuelve a reunirse. Y sigo esperando a que ocurra algo con esa mujer, la que está entre el público, ¿sabes quién? La que llora.
Inevitable, absurdamente, adopté el mismo tono que él.
– Supongo que podría acabar antes. Después de la primera libertad condicional.
– Dudo que funcionara.
– De acuerdo -dije, impotente.
– Mira, no quiero… No voy a contarle nada a nadie de esto hasta que atemos todos los cabos. Tiene que ser perfecto. Tenemos que dar en el clavo. Los dos juntos vamos a tener que dejarnos la piel con los problemas que presenta el tercer acto, y no vamos a hacer nada hasta que los soluciones. Si subo el proyecto quiero que esté a prueba de todo, ¿comprendes?
– Tiene sentido.
– ¿Has hablado con tu agente?
– Esto… hum… él opina lo mismo.
– Por supuesto. El tipo sabe cómo funcionan las cosas.
– Bueno… -Estaba perplejo-. ¿Y ahora qué?
– La cuestión es qué vas a hacer tú. El proyecto está en tus manos.
– Eh… vale.
– No es fácil desanimarme. Confío en ti.
– Gracias.
– A propósito, no pasa nada por que te tomes tu tiempo. Esto no va a ninguna parte. Ocurrirá cuando tenga que ocurrir.
– Vale.
– Así que ¿tienes coche? Porque necesito que salgas de mi despacho.
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