– Me recuerda a algo.
– Probablemente a «Singing in the Rain».
– Claro, es verdad. ¿De quién es?
– Es otra canción.
– Vale, a ver si lo entiendo: no debería estar en la cárcel. ¿Cuáles son los cargos?
– Bueno, seis delitos de violación. Seis condenas de noventa y nueve años, sin posibilidad de libertad condicional.
– Aj.
– La poli le tendió una trampa. Era un chaval arrogante, guapetón, y se la tenían jurada. Le colgaron varias violaciones por resolver.
– Brad Pitt, Matthew McConaughey.
– He olvidado comentar que es negro.
– ¿Son todos negros?
– Sí.
– Vale. -Jared agitó las manos, echando de mala gana a Pitt de la sala-. Vuelta a empezar, pero con negros. ¿Cómo escapa de la prisión?
– Bueno, no se escapa. Es decir, más adelante sí sale de la prisión, pero no de entrada. Monta un grupo en la cárcel, en prisión, los Prisonaires. Esa es la gracia, que siguen en prisión. Les dejan salir para las grabaciones y los conciertos.
– No lo entiendo. ¿Están dentro o fuera?
– En eso consiste la película. Los Prisonaires eran tan famosos en Tennessee que el gobernador recibió presiones en ambos sentidos: para liberarlos y para mantenerlos entre rejas y dar ejemplo. Algunos consiguieron el indulto, pero Bragg no. Es una gran historia, plagada de altibajos emocionales.
– Me estás confundiendo.
– ¿Sí?
– Porque nosotros no hacemos películas con fuertes altibajos emocionales.
– ¿Cómo?
– Es broma, tío.
Empezaba a parecerme posible que acabara saltando el espacio que separaba nuestros confidentes para estrangular a Jared.
– Mira, si pudiera contártela sin interrupciones creo que la entenderías.
– Dylan, eso no ha sido muy amable.
– Es que… me muero de ganas de contarte la historia.
– Me gustas, sí señor.
Esperé hasta que quedó claro que Jared no tenía nada más que añadir y entonces contesté:
– Gracias.
– Cinco minutos. -Abrió la mano para mostrarme los cinco dedos, luego se recostó y volvió a cerrar los ojos.
– La de los Prisonaires es una de las grandes historias desconocidas de la historia de la cultura pop. -Las palabras se me morían en la lengua, pero seguí farfullando-. Cinco negros en prisión en la década de mil novecientos cincuenta, algunos de ellos con condenas de cien años, otros con menos; todos víctimas de los prejuicios y la injusticia económica del Sur segregacionista. Cinco delincuentes que forman un grupo musical solo por amor a la música. Pero son tan buenos que consiguen una audición. El guarda les concede unos pases especiales para que puedan ir a Sun Studios: es mil novecientos cincuenta y tres, el mismo año en que un chavalín llamado Elvis Presley se pasea por Sun intentando conseguir una sesión. Pero la estrella de la película es Johnny Bragg, el cantante principal, el líder de los Prisonaires. Cuando Bragg tenía dieciséis años lo condenaron injustamente: una mujer que le guardaba una rencilla, tal vez celosa porque él tonteaba con otras, avisó a la policía. Le acusó de violación. Y los polis blancos le colgaron seis solo para quitarse los casos de encima. Seis casos pendientes resueltos de golpe. A Johnny Bragg le caen seiscientos años de prisión. -Casi todo lo que estaba diciendo lo había sacado de las notas de Colin Escott que acompañaban al cedé de los Prisonaires o lo había elaborado a partir de mis propias cavilaciones sobre un puñado de recortes de prensa que había descubierto. Pero bastaba. Estaba empezando a inspirarme, a recordar lo que tenía en mente cuando empecé, el guión para el que debería haberme pasado el año previo investigando y escribiendo-. En el trayecto de autobús hacia Sun Studios, a primera hora de la mañana, Johnny Bragg mira por la ventanilla y ve un autocine vacío y dice: «Vaya, qué locura de cementerio». Tiene veintiséis años y lleva diez en prisión.
– Mala cosa -musitó Jared.
– Así que graban el disco. Un sencillo con dos temas. Elvis Presley está allí. En el estudio. Es solo un chaval que dejan estar por allí. Se hace amigo de Bragg. Por cierto, todo esto es verdad. Y nos proporciona una gran oportunidad para alguna aparición estelar, como cuando Val Kilmer interpreta a Elvis en Mystery Train .
– No la he visto.
– No pasa nada, no es para tanto. En fin, Bragg y los Prisonaires graban el disco y vuelven a prisión. Fin de la historia, ¿no? Solo que la canción «Just Walkin’ in the Rain» se convierte en un éxito. Un gran éxito, la gente la pide a las emisoras de radio. Mientras, los Prisonaires siguen en la cárcel. Ellos no tienen radio, así que no saben lo que pasa, pero empiezan a recibir cartas de desconocidos. Se están convirtiendo en estrellas. Y los agentes de prisiones empiezan a implicarse. El alcaide llama por teléfono al gobernador, todo el mundo trata de buscar una solución, el modo de animar la historia.
Jared asintió y se balanceó levemente, como aprobando la historia, imaginando quizá a los actores blancos secundarios: Gene Hackman, Martin Landau, Geoffrey Rush.
– Las autoridades deciden tomar el camino más liberal y reconocer a los Prisonaires como un ejemplo de rehabilitación. Empiezan a dejarles salir para ir a la radio, dar conciertos y grabar más temas en Sun. La cosa despierta una avalancha de sentimientos y la gente empieza a pedir los indultos. Los Prisonaires no se quedan atrás y graban un tema ensalzando al gobernador titulado «Frank Clement, He’s a Mighty Man». En esencia, es una petición de clemencia. Aunque no todo el mundo está contento. Para empezar, los matones que encarcelaron a Bragg no le han olvidado. Están esperando su momento, un tropiezo de los Prisonaires. Cuando el gobernador se enfrenta a la reelección la cosa se pone aún más interesante. Los Prisonaires son un tema recurrente. Es fácil imaginar todas las cuestiones de política racial implicadas.
– Se me ocurre el KKK, sin ir más lejos.
– Eh… sí. Más o menos. El problema con el Tennessee de los años cincuenta es que el Klan no necesariamente iba con capuchas. -Estaba improvisando. Pero no iba mal. Siempre había que tergiversar un poco la realidad para hacer una película. Es lo que estaba haciendo en aquel despacho: adaptar los hechos al oído de Hollywood-. De modo que el gobernador está siendo presionado en ambos sentidos, puesto que ha apoyado a los chicos, les ha animado a crearse esperanzas. Empieza a planear liberarlos, hablando sobre ellos en la radio, explotando la cuestión para obtener publicidad. Y su oponente republicano trabaja en sentido contrario, convirtiendo el caso en una historia de terror. «Los buenos ciudadanos de Tennessee tendrán la esperanza de que no todos los asesinos convictos canten bien…» Esas cosas.
– Vaya. Muy buen material.
– Déjame que te describa una escena. La considero el eje de la película. Existen fotografías de un concierto de los Prisonaires anterior a los primeros indultos: recuerda que estos tipos tenían familia, habían dejado fuera una mujer, y solo salían para actuar. No podían estar con la gente. Probablemente había guardias armados al pie del escenario y esas cosas. Debería haberte traído las fotos, te iban a emocionar, Jared. -A fuerza de voluntad, estaba poniendo la realidad de los Prisonaires, sus sudores, penas y amores, al nivel del pálido despacho, de la pálida mente de Jared. La clavaría en ese lugar donde no había nada clavado. Había comprendido que había nacido para esto. Solo me hacía falta que me dejaran entrar en el despacho-. Es como los Beatles en el estadio Shea, Jared. O Elvis. Mujeres que lloran, destrozadas. Pero no son solo un puñado de adolescentes. Son las madres, las abuelas, las tías, las novias de los Prisonaires con sus hijos en brazos. Se están viniendo abajo, rasgando pañuelos, arrastrándose por los suelos mientras los chicos cantan. La música es tan bonita que llega al corazón de la gente. Hasta podría incluirse a la chica que denunció a Johnny Bragg, seguro que también estaba allí. Que lamenta lo que hizo y todavía está enamorada de él. Y está entre la multitud de mujeres, hecha polvo.
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