Jonathan Lethem - La Fortaleza De La Soledad

Здесь есть возможность читать онлайн «Jonathan Lethem - La Fortaleza De La Soledad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Fortaleza De La Soledad: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Fortaleza De La Soledad»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

«La fortaleza de la soledad ejemplifica, sin necesidad de grandes aspavientos vanguardistas, nuestro paradójico signo de los tiempos», Qué Leer
Esta es la historia de un chico negro y uno blanco: Dylan Ebdus y Mingus Rude, vecinos que comparten sus días y defienden su amistad a capa y espada desde un rincón de Nueva York. Esta es la historia de su infancia en Brooklyn, un barrio habitado mayoritariamente por negros y en el que comienza a emerger una nueva clase blanca. Esta es la historia de la América de los años setenta, cuando las decisiones más intrascendentes -qué música escuchar, qué zona ocupar en el autobús escolar, en qué bar desayunar- desataban conflictos raciales y políticos. Esta es la historia de lo que habría pasado si dos adolescentes obsesionados con superhéroes de cómic hubieran desarrollado poderes similares a los de los personajes de ficción. Esta es la historia que Jonathan Lethem nació para contar. Esta es La fortaleza de la soledad.
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) es una de las voces más inventivas de la ficción contemporánea. Es autor de nueve novelas y depositario de distinguidos galardones, como el Premio Nacional de la Crítica de Estados Unidos.

La Fortaleza De La Soledad — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Fortaleza De La Soledad», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Muerto.

– Los Bar-Kays, parece un nombre feliz pero me dan mala espina, este disco emite malas vibraciones. ¿De qué van los Bar-Kays?

– Bueno, iban en el avión de Otis Redding.

– ¡Muertísimos! -Lo lanzó contra la pared del fondo y aterrizó en la almohada.

– Vale, Abby. -Levanté las manos abiertas, rogando una tregua-. Paz. Me rindo. -Mi cerebro añadió: «¡Sprite! ¡Míster Pibb! ¡Clítoris!».

Abby se detuvo y los dos nos quedamos mirando los restos cristalinos que rodeaban sus pies.

– Tengo música alegre -dije, adaptándome a su discurso como un tonto.

– ¿Como qué?

– Probablemente mi sencillo favorito es «You Sexy Thing». Me gustan muchas cosas de la época disco.

– Menudo asco de ejemplo.

– ¿Por qué?

– Un millón de cantantes quejicas, diez millones de canciones depresivas y por cinco o seis canciones alegres… que encima te recuerdan a cuando tenías trece años y los demás niños te pegaban. Vives del pasado, Dylan. Estoy harta de tus secretos. ¿Te ha preguntado tu padre si iba a acompañarte?

Me sonrojé y no dije nada.

– Y toda esta mierda… ¿Qué es toda esta mierda? -Junto a la caja que ocupaba el estante de encima de los compactos había una serie de objetos que yo nunca había mencionado ni enseñado: el anillo de Aaron X. Doily, el peine afro de Mingus, unos pendientes de Rachel y un librito hecho a mano con fotografías en blanco y negro encabezado por: «Para D. de parte de E.». Las botas sin atar de Abby pisaban ruidosamente los estuches de plástico rotos-. ¿De quién es este relicario? ¿Emily? ¿Elizabeth? Vamos, Dylan, lo has dejado ahí para que lo viera, me debes una explicación.

– No.

– ¿Has estado casado? Ni siquiera lo sabría.

Cogí el anillo del estante y me lo guardé en el bolsillo.

– Son cosas de cuando era crío.

Una simplificación excesiva: E. era la mujer de un amigo de la universidad, y el libro, un regalo por algo que estuvo a punto de pasar y que decidimos que sería mejor que no ocurriera.

Los cómics de Mingus estaban en una caja en el ropero, mezclados con los míos.

Abby cogió el peine para cabellos rizados.

– ¿Ya recopilabas recuerdos de chicas negras cuando eras niño? No creo, Dylan.

– No es de una chica.

– No es de una chica. -Tiró el peine sobre la cama-. ¿Ese es tu modo de decirme algo que prefiero no saber? ¿O lo compraste por internet? ¿Es el peine de Otis Redding, rescatado del accidente? Quizá perteneciera a uno de los componentes de los Bar-Kays. Supongo que lo que te atormenta es que nunca llegarás a saberlo con certeza.

Entonces arremetí.

– Imagino que tengo que aguantar todas estas tonterías porque no te sientes lo bastante negra, Abby. Porque te criaste montando ponis en una urbanización.

– No, tienes que aguantarlas porque crees que todo se reduce a dónde te criaste tú y dónde me crié yo. Escucha lo que dices, Dylan. ¿Qué te pasó? Tu infancia se ha convertido en un santuario privilegiado en el que vives todo el tiempo en lugar de estar aquí conmigo. ¿Piensas que no lo sé?

– A mí no me pasó nada.

– Vale -dijo con gran carga de sarcasmo-. Entonces, ¿por qué estás tan obsesionado con tu infancia?

– Porque… -De verdad quería contestar, no solo para calmarla a ella. Yo mismo quería saber la respuesta.

– ¿Por qué?

– Mi infancia… -dije con cautela, eligiendo cada palabra-. La infancia es la única época de mi vida… hum… no abrumada por la infancia.

Abrumada… ¿O quería decir arruinada?

– Bien. -Y nos quedamos mirándonos un rato largo-. Gracias.

– ¿Gracias?

– Acabas de decirme a qué atenerme, Dylan. -Lo dijo con tristeza, sin preocuparse ya por demostrar nada-. ¿Sabes? La primera noche que pasé en esta casa, ¿no se te ocurrió que subiría a curiosear tus cosas? ¿Crees que no vi ese peine afro en la estantería?

– Solo es un peine. Me gusta la forma.

Abby pasó por alto mi comentario.

– Me dije: «Abby, este hombre te colecciona por el color de tu piel». Me pareció bien, quería que alguien me coleccionara. Me gustaba ser tu negrata, Dylan.

La palabra resonaba entre los dos, impidiéndome replicar. La veía escrita en una fuente típica del estilo graffiti o los cómics, reluciendo con sus adornos chillones, rayos, estrellas, halos. Como con el peine, aprecié la forma. La mayoría de esas palabras se devaluaban, escolares de todos los colores se las escupían a la cara a diario en las calles o amantes como Abigale Ponders y yo nos las susurrábamos en privado. Aunque nuestra relación estaba de vuelta de casi todo, «negrata» era la excepción, un agente antientrópico que se autorrenovaba. La profunda fealdad de la palabra en el mundo hacía saltar la alarma siempre que era necesario.

– Pero nunca quise que me coleccionaran por mis distintos estados de ánimo, tío. Tú has coleccionado mi depresión, la has cultivado como un cactus, como un gato malhumorado que te gustara tener cerca para sentir lástima por él. Nunca me lo habría imaginado. Nunca.

Abby hablaba para sí. Cuando se dio cuenta, un poco después que yo, cambió la expresión de la cara.

– Recoge la habitación -dijo, y bajó al piso de abajo.

La furgoneta del aeropuerto llevaba un rato tocando el claxon. Mi cuarto tendría que esperar y tendría que conformarme con los cinco o seis discos que ya había seleccionado. El Is It Because I’m Black de Syl Johnson había resbalado del pequeño montón de compactos y trozos de plástico que Abby había dejado tras de sí. Lo recogí y lo añadí al portacedés.

Abby estaba de pie junto a la mesa de la cocina, con un pie apoyado en una silla, atándose los interminables cordones. Había cambiado la joyería africana de sus piercings. Me habría parecido una indumentaria absurda para ir a clase de no haber sabido hasta qué punto se disfrazaban los estudiantes en tales ocasiones. Las botas representaban un pequeño obstáculo en el arte de las salidas dramáticas de escena: seguro que Abby tenía pensado marcharse antes que yo con la intención de que las últimas palabras pronunciadas en el piso de arriba quedaran como la conclusión.

Cogí la bolsa que esperaba junto a la puerta. La expresión de Abby, cuando alzó la vista, era de sorpresa, no estaba preparada. El claxon volvió a sonar.

– Buena suerte -dijo, en tono incómodo.

– Gracias. Llamaré…

– No estaré en casa.

– Bueno. Y Abby…

– ¿Sí?

– Buena suerte.

No sabía si estaba siendo sincero ni a qué me refería en el caso de serlo. ¿Le estaba deseando buena suerte para dejarme? Pero lo dije, completé aquel colofón absurdo: buena suerte para todos. Después me marché.

2

Era septiembre de 1999, una época de miedos: faltaban tres meses para que el colapso de la red informática mundial pusiera punto final a la larga fiesta del siglo. Entretanto, a medida que la fiesta se iba apagando, el nuevo formato de moda en la radio era una cosa llamada Clásicos Pegadizos. La emisora MEGA 100 de Los Ángeles, adaptada recientemente a la nueva tendencia, sonaba en el taxi -en concreto, el tema de War «Why Can’t We Be Friends?»- mientras le pedía al taxista que me llevara al edificio de Universal Studios y nos alejábamos de la terminal del aeropuerto en dirección al tráfico bordeado de palmeras. Me pareció que los árboles estaban sedientos.

San Francisco también contaba con una emisora de Clásicos Pegadizos. Todas las ciudades la tenían, un cambio de marea ocasionado por la predisposición de mi generación a ponerse sentimental escuchando los grandes éxitos de su juventud. Se habían eliminado las viejas divisiones para poder admitir que la música disco no había estado tan mal y pretender incluso que siempre nos había encantado. Los éxitos bailables de Kool & the Gang y Gap Band contra los que nos rebelamos de adolescentes, tratando de negar la respuesta que provocaban en nuestros cuerpos, eran ahora ingredientes básicos de bodas y almuerzos en todo el país; las baladas de O’Jays y Manhattans y Barry White que despreciábamos eran ahora, bien combinadas con martinis y vino zinfandel, elementos fundamentales para cualquier seducción competente. A juzgar por la radio, podía haber alcanzado la mayoría de edad en una utopía donde la raza no importaba. No importaba que en el extremo opuesto del dial las emisoras de hip-hop vivieran una espantosa cuarentena, una especie de pre-encarcelación. Al menos no por hoy, no para el viajero del asiento trasero de un taxi conducido por un tal Nicholas M. Brawley a través de una niebla tóxica blanqueada por el sol hacia una reunión con el director de desarrollo de Dreamworks, nada de eso.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Fortaleza De La Soledad»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Fortaleza De La Soledad» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Fortaleza De La Soledad»

Обсуждение, отзывы о книге «La Fortaleza De La Soledad» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x