Philip Roth - Elegía

Здесь есть возможность читать онлайн «Philip Roth - Elegía» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Elegía: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Elegía»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El protagonista de esta intensa crónica sobre el paso del tiempo es alguien que descubre la terrible realidad de la muerte en las playas de su infancia, que triunfa en su carrera como publicitario, que fracasa estrepitosamente en sus tres matrimonios y que, en su vejez, reflexiona sobre el deterioro físico, el arrepentimiento y la necesidad de aceptar la inanidad de su porpia existencia.

Elegía — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Elegía», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El le había preguntado: «¿Eres muy atrevida?» y ella le había respondido: «¿En qué está pensando?». ¿Y ahora qué? Se quitó las gafas de sol para que ella pudiera verle los ojos cuando la mirase. ¿Comprendía la joven lo que implicaba responderle de esa manera? ¿O acaso lo había dicho solo por decir algo, solo para dar la impresión de seguridad en sí misma a pesar de estar asustada y con la sensación de perder pie? Treinta años atrás no habría dudado del resultado de abordarla, joven como ella era, y no se habría planteado la posibilidad de un rechazo humillante. Pero había perdido el placer de la confianza, y con él la absorbente picardía del intercambio. Se esforzaba por ocultar su inquietud, las ganas de tocarla, el anhelo de un solo cuerpo más como aquel, y la futilidad de todo ello y su insignificancia, y al parecer lo consiguió, pues cuando sacó de su cartera un trozo de papel y anotó su número de teléfono, ella no hizo una mueca y echó a correr riéndose de él, sino que lo tomó con una simpática y gatuna sonrisa a la que fácilmente podría haber acompañado un ronroneo.

– Ya sabes dónde estoy -le dijo a la chica, y tuvo la sensación de que, increíblemente, se le endurecía el miembro, con una rapidez mágica, como si tuviera quince años.

Y tuvo también esa aguda sensación de individualización, de sublime singularidad, que acompaña a un nuevo encuentro sexual o una aventura amorosa y que es lo contrario de la entorpecedora despersonalización de la enfermedad grave. Ella le miró a la cara con sus dos grandes y alegres ojos azules.

– Hay algo en usted fuera de lo corriente -le dijo pensativa.

– Sí, es cierto -replicó él, y se rió-. Nací en mil novecientos treinta y tres.

– Me parece que está en muy buena forma -comentó ella.

– Y tú me lo pareces a mí. Ya sabes dónde encontrarme.

Con un gesto encantador, ella agitó el trozo de papel en el aire, como si fuese una campanilla, y él se sintió encantado al ver que se lo guardaba en el interior del húmedo top antes de seguir corriendo por el paseo entarimado.

Ella no le llamó. Y él no volvió a encontrada en sus paseos. La joven debía de haber decidido practicar footing en otra sección del paseo entarimado, frustrando así su anhelo de la última gran erupción de todo.

Poco después de la disparatada locura con la infantil chica Varga de pantaloncitos cortos y top, decidió vender el apartamento y regresar a Nueva York. Consideraba como un fracaso su abandono de la costa, un fracaso casi tan doloroso como el que había experimentado como pintor en los seis últimos meses. Incluso antes del 11 de septiembre había pensado en la posibilidad de un retiro como el que luego llevó durante tres años; el desastre de ese día pareció acelerar su oportunidad de realizar un gran cambio, cuando lo cierto era que señalaba el comienzo de su vulnerabilidad y el origen de su exilio. Pero ahora vendería el apartamento y trataría de encontrar uno en Nueva York cerca del de Nancy en el Upper West Side. Como su valor casi se había duplicado durante aquel breve período, podría conseguir dinero suficiente para comprar una vivienda en la zona de Columbia lo bastante grande para vivir todos juntos bajo el mismo techo. El correría con los gastos de la casa y ella podría cubrir sus propios gastos con la pensión que recibía para la manutención de sus hijos. Nancy podría volver a trabajar tres días a la semana y pasar los otros cuatro días íntegros con los niños, como había deseado hacer -pero no se había podido permitir- desde que regresó a su puesto tras el permiso por maternidad. Nancy, los gemelos y él. Merecía la pena proponerle ese plan a su hija. A ella le iría bien su ayuda, y él ansiaba la compañía de un ser querido al que pudiera dar y del que pudiera recibir, ¿y quién mejor en el mundo entero que Nancy?

Se concedió a sí mismo un par de semanas para determinar hasta qué punto el plan era factible y calibrar lo desesperado que podría parecer al plantearlo. Finalmente, tras decidir que por el momento no le propondría nada a Nancy, sino que iría a pasar un día en Nueva York para empezar a investigar por su cuenta la posibilidad de encontrar un apartamento asequible que pudiera albergar cómodamente a los cuatro, empezó a llegar por teléfono el aluvión de malas noticias, primero sobre Phoebe y al día siguiente sobre tres de sus antiguos colegas.

Se enteró de la apoplejía de Phoebe cuando sonó el teléfono poco después de las seis y media de la mañana. Era Nancy, que llamaba desde el hospital. Phoebe la había telefoneado como una hora antes para decirle que algo le ocurría, y cuando Nancy la llevó a urgencias su habla era tan pastosa que apenas lograba hacerse entender y había perdido la movilidad del brazo derecho. Acababan de hacerle una resonancia magnética y en aquellos momentos descansaba en su habitación.

– Pero… ¿una apoplejía en una persona tan joven y sana como tu madre? ¿Ha tenido algo que ver con las migrañas? ¿Es posible que se trate de eso?

– Creen que se debe a la medicación que estaba tomando contra las migrañas -respondió Nancy-. Era el primer fármaco que la había aliviado. Sabía que la medicación tenía cierto riesgo de provocar una apoplejía. Eso lo sabía. Pero cuando vio que era útil, cuando se libró del dolor por primera vez en cincuenta años, decidió que merecía la pena arriesgarse. Vivió tres milagrosos años sin dolor. Para ella era la gloria.

– Hasta ahora -dijo él con tristeza-. Hasta esto. ¿Quieres que vaya?

– Te lo haré saber. Ya veremos cómo van las cosas. Creen que está fuera de peligro.

– ¿Se recuperará? ¿Podrá hablar?

– El médico dice que sí. Cree que se recuperará por completo.

– Estupendo -replicó él, pero se dijo: Ya veremos lo que piensa dentro de un año.

Sin que él se lo preguntase siquiera, Nancy le dijo:

– Cuando salga del hospital, vendrá a vivir conmigo. Matilda estará con ella durante el día y yo la cuidaré el resto del tiempo.

Matilda era la niñera, una mujer natural de Antigua que había empezado a cuidar de los niños cuando Nancy volvió al trabajo.

– Eso está bien -replicó él.

– Se recuperará del todo, pero la rehabilitación llevará mucho tiempo.

Aquel mismo día él tenía que haber ido a Nueva York a fin de iniciar la búsqueda de un piso para todos ellos. Sin embargo, tras consultarlo con Nancy, fue a la ciudad para visitar a Phoebe en el hospital y luego regresó a la costa, donde seguiría viviendo solo. Nancy, los gemelos y él… de entrada había sido una idea ridícula, y también injusta, una renuncia a la promesa que se había hecho a sí mismo cuando se trasladó a la costa, que era la de aislar a su hija demasiado sensible de los temores y la vulnerabilidad de un anciano. De todos modos, ahora que Phoebe estaba tan enferma, el cambio que había imaginado para ellos era imposible, y tomó la decisión de no volver a contemplar semejante plan para Nancy. No podía permitir que ella le viera tal como era.

En su cama de hospital, Phoebe parecía aturdida. Además de las dificultades del habla causadas por la apoplejía, su voz era apenas audible y tenía dificultades para tragar saliva. Tuvo que sentarse muy pegado a la cama para entender lo que decía. Sus cuerpos no habían estado tan próximos desde hacía más de dos décadas, desde que él se fuera a París, y estaba allí con Merete cuando su propia madre sufrió el ataque que la mató.

– La parálisis es aterradora -le dijo ella, mirándose el brazo inerte junto a su costado. Él asintió-. Lo miras, le dices que se mueva…

Él aguardó mientras las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Phoebe, que trataba en vano de terminar la frase.

– Y no lo hace -concluyó por ella.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Elegía»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Elegía» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Philip Roth - Letting Go
Philip Roth
Philip Roth - My Life As A Man
Philip Roth
Philip Roth - Operacja Shylock
Philip Roth
Philip Roth - Indignation
Philip Roth
Philip Roth - Our Gang
Philip Roth
Philip Roth - The Human Stain
Philip Roth
Philip Roth - Operation Shylock
Philip Roth
Philip Roth - The Prague Orgy
Philip Roth
Отзывы о книге «Elegía»

Обсуждение, отзывы о книге «Elegía» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x