Philip Roth - Elegía

Здесь есть возможность читать онлайн «Philip Roth - Elegía» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Elegía: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Elegía»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El protagonista de esta intensa crónica sobre el paso del tiempo es alguien que descubre la terrible realidad de la muerte en las playas de su infancia, que triunfa en su carrera como publicitario, que fracasa estrepitosamente en sus tres matrimonios y que, en su vejez, reflexiona sobre el deterioro físico, el arrepentimiento y la necesidad de aceptar la inanidad de su porpia existencia.

Elegía — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Elegía», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать
Elizabeth Journal. En la época de las fiestas, entre Acción de Gracias y Navidad, lo ponía una vez a la semana: «Use su viejo reloj para el primer pago de uno nuevo». Todos esos viejos relojes que acumulaba, la mayor parte sin posibilidad de reparación, estaban amontonados en un cajón, en la trastienda. Mi hermano pequeño se pasaba horas allí sentado, haciendo girar las manecillas, oyendo el tictac, si aún funcionaban, y examinando el aspecto de cada esfera y cada caja. Eso era lo que hacía funcionar al muchacho. Un centenar, dos centenares de relojes entregados como pago inicial, y el cajón entero probablemente no valía más de diez dólares, pero para el artista en ciernes aquel cajón lleno de relojes en la trastienda era un cofre del tesoro. Solía llevarlos… siempre llevaba algún reloj sacado de aquel cajón. Uno de los que funcionaban. Y los que trataba de poner en marcha, porque le gustaban, los toqueteaba en vano… generalmente los estropeaba más de lo que estaban. En cualquier caso, así empezó a usar las manos para llevar a cabo tareas meticulosas. Mi padre siempre tenía un par de dependientas que le ayudaban, chicas que acababan de terminar el bachillerato, adolescentes o veinteañeras. Buenas y simpáticas chicas de Elizabeth, siempre de aspecto saludable, siempre cristianas, la mayoría católicas irlandesas, cuyos padres, hermanos y tíos trabajaban en Máquinas de Coser Singer o en la fabrica de galletas o en el puerto. El suponía que unas encantadoras muchachas cristianas harían que los clientes se sintieran más cómodos. Si se lo pedían, ellas se probarían las joyas para los clientes, harían de modelos, y, si había suerte, las mujeres acabarían comprando. Como nos decía mi padre, cuando una mujer joven y guapa lleva una joya, otras mujeres piensan que, cuando ellas la luzcan, también tendrán el mismo aspecto. Los estibadores del puerto que iban en busca de sortijas de compromiso y alianzas de boda para sus novias a veces tenían la temeridad de tomar la mano de la dependienta para examinar la piedra de cerca. A mi hermano también le gustaba estar con las chicas, y mucho antes de que pudiera empezar a comprender qué era lo que tanto le complacía. Las ayudaba a retirar el género de los escaparates y las vitrinas al final de la jornada. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para ayudarlas. Solo dejaban en los escaparates y las vitrinas los artículos más baratos, y poco antes de cerrar la tienda aquel chiquillo abría la caja fuerte que estaba en la trastienda con la combinación que mi padre le había confiado. Yo había hecho todas esas tareas antes que él, incluida la de estar lo más cerca posible de las chicas, sobre todo de las dos hermanas rubias llamadas Harriet y May. Hubo varias dependientas en el transcurso de los años, Harriet, May, Annmarie, Jean, luego Myra, Mary, Patty, también Kathleen y Corine, y todas ellas le tomaron simpatía al muchacho. A comienzos de noviembre, cuando empezaba la temporada de las fiestas, cuando mi padre abría la tienda seis noches a la semana y todo el mundo trabajaba como un mulo, Corine, la gran belleza, se sentaba con mi hermano en la trastienda y entre los dos escribían las direcciones para enviar los catálogos de la tienda a todos los clientes. Si le dabais a mi hermano una caja de sobres, era capaz de contarlos con más rapidez que nadie, gracias a la agilidad de sus dedos y a que contaba los sobres en grupos de cinco. Yo me asomaba a la trastienda y, en efecto, eso era lo que estaba haciendo… pavonearse con los sobres delante de Corine. ¡Cómo le gustaba al muchacho hacer todo lo que comportaba ser el hijo responsable del joyero! Ese era el elogio favorito de nuestro padre: «responsable». A lo largo de los años nuestro padre vendió alianzas de boda a irlandeses, alemanes, eslovacos, italianos y polacos de Elizabeth, en su mayoría jóvenes envarados de clase obrera. La mitad de las veces, después de hacer la venta, le invitaban, junto con toda su familia, a la boda. Gustaba a la gente… tenía sentido del humor, mantenía los precios bajos y concedía crédito a todo el mundo, así que allá íbamos, primero a la iglesia y luego al ruidoso banquete. Llegó la Depresión, llegó la guerra, pero también estaban las bodas, estaban nuestras dependientas, estaban los viajes en autobús a Newark con sobres que contenían brillantes por valor de centenares de dólares en los bolsillos de nuestros chaquetones. En cada sobre nuestro padre había escrito las instrucciones para el engastador o el calibrador. Había una caja fuerte Mosley, de metro y medio de altura, con ranuras para las bandejas de joyas que guardábamos cuidadosamente cada noche y sacábamos cada mañana… y todo esto constituía el núcleo de la vida como buen chico de mi hermano. -Los ojos de Howie volvieron a posarse en el ataúd-. ¿Y ahora qué? -preguntó-. Creo que sería mejor dejarlo aquí. Seguir hablando, recordar todavía más… pero ¿por qué no recordar? ¿Qué más da otro torrente de lágrimas por parte de familiares y amigos? Cuando murió nuestro padre mi hermano me preguntó si me importaba que se quedase con su reloj. Era un Hamilton, fabricado en Lancaster, Pensilvania, y, según el experto, el jefe, el mejor reloj que el país jamás había producido. Cada vez que vendía uno, nuestro padre nunca dejaba de asegurarle al cliente que no se había equivocado. «Mire, yo también llevo uno. Un reloj respetadísimo, este Hamilton. A mi modo de ver, el principal reloj de fabricación norteamericana, sin excepción.» Setenta y nueve con cincuenta, si mal no recuerdo. Todo lo que se vendía en aquel entonces tenía que acabar en cincuenta. El Hamilton tenía una gran reputación. Desde luego, era un reloj con clase, a mi padre le encantaba el suyo, y cuando mi hermano me dijo que le gustaría quedárselo me alegré mucho. Podría haberse quedado con la lupa de joyero y el estuche en el que nuestro padre transportaba los brillantes. Era el viejo y desgastado estuche de cuero que siempre llevaba en el bolsillo de su abrigo cuando salía de la tienda para hacer negocios. Contenía las pinzas, los diminutos destornilladores, el pequeño aro con medidores que sirven para calibrar el tamaño de una piedra redonda y los papeles blancos doblados para meter los brillantes sueltos. Los hermosos y queridos objetos con los que trabajaba, que sostenía en las manos y llevaba junto al corazón, y sin embargo decidimos enterrarlo con la lupa y el estuche con todo su contenido. Siempre guardaba la lupa en un bolsillo y el paquete de tabaco en el otro, así que metimos la lupa dentro de la mortaja. Recuerdo que mi hermano comentó: «Lo más apropiado sería ponérsela en el ojo». De tal manera puede afectarte el dolor, tan desconcertados estábamos. No sabíamos qué otra cosa hacer. Tanto si acertamos como si no, nos pareció que no podíamos hacer más que eso, porque aquellos objetos no solo eran suyos, sino que eran él… Para terminar con lo del Hamilton, el viejo Hamilton de mi padre cuya corona había que girar cada mañana y de la que se tiraba hacia fuera para mover las manecillas… excepto cuando nadaba, mi hermano lo llevaba de día y de noche. Se lo quitó para siempre hace tan solo cuarenta y ocho horas. Se lo dio a la enfermera para que lo guardara en lugar seguro mientras se sometía a la operación que acabó con él. Esta mañana, camino del cementerio, mi sobrina Nancy me ha mostrado que ha hecho otro agujero en la correa y ahora es ella quien puede saber la hora gracias al Hamilton.

Entonces se adelantaron los hijos, los dos al final de la cuarentena y, con el cabello de un negro brillante, los ojos oscuros de elocuente mirada y la plenitud sensual de sus bocas anchas e idénticas, su aspecto era el mismo que tuvieron su padre y su tío a su misma edad. Hombres apuestos que empezaban a entrar en carnes y cuyo vínculo entre ellos parecía ser tan estrecho como irreconciliable había sido su distanciamiento del padre fallecido. El menor, Lonny, fue el primero en acercarse a la fosa, pero, una vez que tuvo un puñado de tierra en la mano, todo su cuerpo empezó a temblar y dio la impresión de que iba a ser presa de violentas arcadas. Le embargaba un sentimiento hacia su padre que no era antagonismo, pero su propio antagonismo le negaba los medios para librarse de él. Cuando abrió la boca, no emitió nada salvo una serie de grotescos jadeos, y parecía como si lo que le había atenazado no fuera nunca a soltarle. Tan atroz era su estado que Randy, el hijo mayor y más resuelto, el hijo regañón, acudió de inmediato en su ayuda. Tomó la tierra de la mano del menor y la arrojó al ataúd en representación de los dos. Y no tuvo ninguna dificultad para hablar. «Duerme tranquilo, papá», dijo Randy, pero era terrible la ausencia en su voz de cualquier rasgo de ternura, pesar, amor o sentimiento de pérdida.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Elegía»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Elegía» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Philip Roth - Letting Go
Philip Roth
Philip Roth - My Life As A Man
Philip Roth
Philip Roth - Operacja Shylock
Philip Roth
Philip Roth - Indignation
Philip Roth
Philip Roth - Our Gang
Philip Roth
Philip Roth - The Human Stain
Philip Roth
Philip Roth - Operation Shylock
Philip Roth
Philip Roth - The Prague Orgy
Philip Roth
Отзывы о книге «Elegía»

Обсуждение, отзывы о книге «Elegía» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x